Читать книгу El placer de seducir - Ezequiel López Peralta - Страница 10
LA SEDUCCIÓN EN TEORÍA
ОглавлениеDefinir el término seducción me resultó una tarea poco sencilla: cada persona, desde su experiencia, puede describirla de una manera particular. De todas formas, intentaré tomar algunas definiciones conocidas y rescatar algunos testimonios para aunar criterios y esbozar una definición que sirva de guía para este libro.
En el Diccionario Enciclopédico de Salvat —vieja pero efectiva fuente de consulta que ojalá no revele mi edad— se define el término seducción como la “acción y efecto de seducir” y se lo toma como sinónimo de soborno. Cuando consulto en la misma obra el significado del verbo seducir, dice que es “hacer caer, persuadir al mal mediante engaños o halagos”.
En este caso encontrarás una definición negativa del término, ligada a la manipulación intencional del otro, orientada por una finalidad egoísta y que solamente beneficia al sujeto activo de la seducción. Desde este punto de vista, la seducción es una trampa, porque consiste en conductas que utilizas para conseguir lo que quieres del otro y de alguna manera dominarlo. Por lo tanto, implica ocultar algo y no ser auténtico. Por supuesto que hay responsabilidad compartida, ya que también hay del otro lado alguien que refuerza esa conducta y no quiere ver la realidad.
Para un grupo grande de personas, la seducción está ligada específicamente al erotismo. En ese marco, está pensada como un conjunto de estrategias que tienen como objetivo conquistar al ser deseado para un encuentro erótico y sexual. Esa conquista, a su vez, puede perseguir fines más puntuales como una relación amorosa estable, una aventura, una relación informal o servir para (re)confirmar la propia capacidad de conquista y sostener la autoestima.
Aquí voy a introducir la interesante distinción entre histeria y seducción. Cuando hablo de histeria lo hago desde el sentido popular del término. La histeria consiste en utilizar la seducción para manipular a alguna víctima, sabiendo claramente que llegarás hasta un límite, pero dándole a entender a esa persona que le darás mucho más. Eso sí es un engaño evidente, porque se plantea un juego en el cual el otro ignora que está participando. El objetivo es cautivar su deseo y su mirada para sentir que te desean, lo cual te reconfirma tu atractivo erótico. Se asocia más a las mujeres, pero también a los hombres —cada vez más en estos tiempos—. No se convencen de sus propios valores sensuales, y necesitan la confirmación permanente por medio de la mirada deseante de los demás que saben generar, pero nunca satisfacen porque también está presente un gran temor al compromiso y a la entrega.
También puedes pensar la seducción como un proceso presente en todas las relaciones humanas: las amorosas, las de amistad, las familiares, las laborales, las circunstanciales. La seducción opera en el momento en que rindes un examen y quieres mostrar tu seguridad y preparación; cuando tienes una entrevista para obtener un puesto de trabajo y debes hacer evidentes tus competencias para desempeñarlo; cuando le pides a un amigo que te escuche porque necesitas de su ayuda y de su comprensión; cuando hablas en público o en una reunión intentando captar la atención de los demás. Y si te pones a pensar en tu vida cotidiana, quizás en cada uno de los contactos que estableces con las demás personas, ya sea que mantengas con ellas una relación de treinta años de historia o de dos minutos de encuentro, la seducción se pone en juego.
Si analizas los ejemplos anteriores, encontrarás en común uno de los aspectos que distinguen al fenómeno de la seducción: la búsqueda de aceptación por parte del otro.
Los recursos por medio de los cuales logras esa aceptación son variables en cada caso, y a veces adoptan modalidades tales que cuesta pensar que se trata realmente de un acto de seducción. Hay quienes seducen de forma directa, poniendo en práctica sus mejores recursos positivos: el tono de voz, la mirada, la postura corporal, la simpatía, el sentido del humor, la solidaridad. Se trata de recursos directos, que pueden ser actuados o no, pero que para la mirada atenta resultan claros y también inconfundibles. Otros seducen con la indiferencia. Esa indiferencia puede ser una estrategia consciente y planificada, por medio de la cual se busca desorientar y sorprender. Pero a veces es un signo de timidez, de temor o de no saber cómo actuar ante la persona deseada. También están aquellos que inducen sentimientos de culpa y de lástima en los demás. Se trata de una forma de seducción por recursos indirectos, en la cual existe una manipulación consciente o no consciente para generar atracción o evitar un abandono. Es la seducción del depresivo, del indefenso, del que desempeña el papel del mártir, ideal para personalidades culpógenas. Y podría describir infinidad de situaciones más.
Lo que queda claro, y aquí tienes un segundo punto de acuerdo, es que la seducción es un proceso que involucra al menos a dos partes. Así como sabes que para que haya guerra tiene que haber dos bandos dispuestos a luchar, para que exista un proceso de seducción hacen falta dos actores. Cada uno asume un rol determinado que puede variar o redefinirse. Tienen consciencia o no de que están participando, coinciden o no en sus pensamientos y emociones, comparten o no los objetivos, pero existe una reciprocidad entre ellos.
Por otro lado, es necesario distinguir entre dos conceptos que por lo común se toman equivocadamente como sinónimos: seducción y cortejo. El cortejo hace referencia a los comportamientos de búsqueda sexual programados genéticamente para una determinada especie. Los animales, machos y hembras, se cortejan. En el comportamiento de los seres humanos también están presentes ciertas determinaciones genéticas de herencia ancestral. Pero esas determinaciones biológicas evolutivas no son las únicas que le dan forma a tu accionar. La seducción incorpora a lo biológico, lo psicológico, los vínculos y la cultura. Por lo tanto, es un fenómeno más complejo que incluye al cortejo pero no se reduce al mismo, y es específico del ser humano.
La psicología de la seducción hace referencia a los modelos que aprendiste como punto de referencia, a tu historia de vida, a tu estructura y estilo de personalidad, a tus preferencias sexuales, a tus creencias, a tu autoestima y a tus habilidades sociales.
Los vínculos que estableces también condicionan la manera de seducir, ya que se presenta una relación entre dos partes que interactúan creando sus propias reglas de juego, sus estructuras de poder y de dominación, sus proyectos, sus estilos y sus códigos.
La cultura es común a quienes comparten un tiempo y un espacio determinados, y establece unos ciertos modelos de hombres y de mujeres seductores, así como unos ritos particulares para seducirse. El concepto de belleza, los roles de género (es decir, los comportamientos esperados en hombres y en mujeres), los juegos de seducción (incluyendo sus pasos, tiempos y formas), son específicos a cada cultura y a cada subcultura. Basta con que mires unas fotos eróticas de hace ochenta años, y te darás cuenta de que no te producen nada más que un poco de curiosidad o quizás risas. Pero en ese momento, esas imágenes seguro que eran excitantes.
Estableciendo entonces un tercer punto de acuerdo, pienso que el cortejo es un fenómeno del reino animal, mientras que la seducción es específica de la especie humana y engloba al anterior aunque lo trasciende.
Para seducir, y quizás sin darte cuenta, tú despliegas los recursos que consideras más eficaces. Con el tiempo aprendes a conocerte mejor, descubres cualidades propias que probablemente no tenías presentes y también perfeccionas la manera de mostrarlas y de utilizarlas. En síntesis, sacas tus mejores plumas, cual pavo real.
El cuarto componente de la definición de seducción es el estratégico: utilizas ciertos recursos (que reconoces como exitosos en determinadas situaciones o con determinadas personas) de manera consciente o no consciente. Aquí entra en juego la autoestima: si tienes una autoestima fuerte sabrás identificar tus mejores virtudes, desarrollarlas y ponerlas en práctica adecuadamente. En cambio si la autoestima es débil jerarquizarás más tus defectos, minimizando tus virtudes, y por lo tanto proyectarás una imagen congruente con la que tienes de ti mismo: una imagen negativa.
Una distinción, también interesante, la escuché de un teórico de “Epistemología de la Psicología” mientras estudiaba mi carrera de grado. El profesor en ese momento era el Doctor Raúl Serroni-Copello, quien además ha hecho grandes aportes a este libro. En medio de una clase que trataba un tema arduo —filosofía de la ciencia, imagínate—, y de manera casi inconexa —porque creo que notaba que estábamos empezando a dormirnos—, empezó a hablar de relaciones humanas y de la diferencia entre seducir y cautivar. Su explicación fue más o menos la siguiente: si te sientes seducido por alguien, entonces estás con esa persona porque te atrae, te produce deseo y una genuina necesidad de compartir diferentes momentos y situaciones que suelen estar asociadas al placer. En cambio, el sentirte cautivado indica que permaneces en esa relación porque no puedes escapar de ella, es decir, que no eliges a la persona como tal sino que en realidad no ves otra alternativa. Y si te pones a pensar, cuántas veces escuchas historias de hombres y de mujeres que persisten en un vínculo porque se sienten amenazados, creen que nadie los va a querer si no es esa pareja, tienen una realidad económica o familiar que los ancla o son presos de los mandatos sociales que, por ejemplo, condenan a quienes se separan. En conclusión, cuando tienes una relación estable es bueno que te preguntes, al menos de vez en cuando, si te sientes seducido o cautivado.
Considerando todos estos elementos, defino la seducción de la siguiente manera:
Es un proceso en el cual están involucradas al menos dos personas que interactúan entre sí, con el objetivo de conseguir la aceptación del otro, ya sea como fin en sí mismo o como puente para alcanzar otros fines. En ese proceso se utilizan, de manera planeada o involuntaria, determinados recursos verbales y no verbales.