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Acuerdo matrimonial con rumores de guerra
Оглавлениеn 1234, cuando Alfonso estaba a un mes de cumplir trece años de edad, recibió la noticia. Le habían elegido esposa. La prometida, que tenía ocho años, se llamaba Blanca (1226-1283). Era hija del rey Teobaldo I de Navarra (1201-1253) y de Inés de Beaujeu (¿?-1231).
El reino de Navarra se ubicaba al noreste de la península, junto a los Pirineos. Su territorio se había visto mermado por incursiones de Aragón y de Castilla. Por ende, jamás tuvo buenas relaciones con los castellanos, considerados sus invasores. Incluso, a mediados de la década de 1220 se temía que Fernando tuviera intenciones de anexar aquel pequeño territorio.
¿Cómo, entonces, la elegida para Alfonso era una princesa navarra?
Cuando Teobaldo accedió al trono en abril de 1234, se vio en una encrucijada: elegir entre Aragón y Castilla como aliado para detener a uno de sus dos posibles invasores y contar con fuerzas militares para detener al otro.
Optó por el más poderoso. Y en octubre de 1234 selló una alianza con Fernando III mediante el enlace de Alfonso y Blanca, que en ese momento era su única hija. Los reyes acordaron que el primogénito del matrimonio heredaría Castilla y León y Navarra como un único reino. Si antes de que a la pareja le naciera un heredero Teobaldo traía al mundo un hijo varón legítimo, no se alteraría el arreglo. Fernando III pagó con creces el compromiso: entregó al navarro territorios, castillos, torres fronterizas y una renta anual de 2.000 maravedíes.
No mucho después de firmado el tratado, Teobaldo I comenzó a titubear. Creyó tener suficiente poder para gobernar y repeler cualquier invasión. Cuando le informó a Fernando III que daba por anulado el pacto, al parecer lo hizo sin medir las posibles consecuencias.
En el siglo XIII, romper de manera unilateral un acuerdo matrimonial entre reyes era tomado como una ofensa por el otro monarca firmante. Y de la tranquila diplomacia con que al principio Fernando buscó el cumplimiento del acuerdo, pasó a la inminencia de una guerra para limpiar su honor. Sí, porque no solo rompió el compromiso de su hija con Alfonso, sino que también en 1236, como parte de su proyecto de acercarse políticamente a Francia, prometió a Blanca con Otón III, conde de Borgoña.
Era de palabra débil, el navarro. Roto este nuevo compromiso, ese mismo año la princesa terminó casada con Juan I de Bretaña.
Aceleró así la guerra con Castilla y León. Y para evitar enfrentar a un reino con mayor fuerza militar que la suya, en 1237 Teobaldo solicitó la intervención del papa Gregorio IX. Logró convencerlo de que debía ausentarse de su reino para ocuparse de una cruzada y su ejército no podría atender el frente castellanoleonés. Excusa muy bien pensada. El pontífice sostenía que los reinos cristianos no debían luchar entre sí: la prioridad era ir contra los moros.
Gregorio IX aconsejó a Fernando III desistir de sus intenciones bélicas o llegar a una tregua con Teobaldo. Nunca se formalizó un armisticio, pero el castellano detuvo su ya activada maquinaria bélica.
De todos modos, siguieron años de discordia entre ambos reinos. Discordia que llegará a su cenit en 1253, cuando Alfonso, ya coronado rey, intentará anexar una Navarra reinada por el sucesor de quien había demostrado carecer de honor regio.