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El gran golpe del rey y el heredero
Оглавлениеa gran ambición de Fernando III era ocupar Sevilla, corazón y alma de al-Ándalus almohade. Sin embargo, vencer al último bastión era una operación compleja, riesgosa y que exigía una bien estudiada estrategia.
La ciudad de Sevilla estaba fuertemente amurallada, contaba con una poderosa flota, cuantiosas armas y una población muy numerosa que no iba a rendirse con facilidad. La rodeaban plazas fuertes, como las ciudades de Cantillana, Carmona y Alcalá de Guadaíra. Además, el río Guadalquivir la unía con Jerez y con el norte de África, desde donde podían llegar víveres para soportar un asedio.
Sí, porque el asedio era la única estrategia posible para que Fernando III y sus tropas lograran imponerse. Y los preparativos pa-ra el asedio exigieron tiempo, recursos y movimientos armados para estudiar el escenario.
En el verano de 1246, se realizó una expedición de aproximación y tanteo por los alrededores de la ciudad hispalense. Fernando iba al frente de una hueste en la que se integraba un destacamento de caballería musulmana mandada por Muhammad I, rey de Granada, que daba así cumplimiento a su deber de vasallo del rey castellano. Tras saquear los alrededores de Carmona, esa fuerza se dirigió a Alcalá de Guadaíra, ciudad ubicada a menos de quince kilómetros de Sevilla y donde el alcaide de la fortaleza se rindió ante el rey granadino, quien, a su vez, hizo entrega de ella a Fernando III.
Los concejos de toda Castilla y León aportaron dinero, hombres y víveres para la campaña, cuyo punto de concentración era la capital de Córdoba. A la par, se organizaba una flota en los puertos cántabros con trece naves. La comandaba el caballero burgalés Ramón Bonifaz (siglo XII-1256), primer almirante de Castilla, y la integraban marineros santanderinos. Su misión era controlar el acceso por el río Guadalquivir a la ciudad e impedir la llegada de refuerzos y provisiones.
Es factible que la idea de utilizar fuerzas navales haya sido de Alfonso, idea con la cual nació la marina de Castilla.
También se ejecutaron operaciones contra poblaciones que rodeaban la capital hispalense y que fueron rindiéndose. Estas maniobras concluyeron con el largo asedio y la toma de Alcalá del Río, una comarca que funcionaba como punto defensivo estratégico, pues estaba no muy lejos de la entrada a la cabecera de Sevilla.
Nada iba a detener las ansias del rey por concretar esta toma. Ni siquiera la muerte de quien fuera su gran puntal. Sí, porque doña Berenguela falleció el 8 de noviembre de 1246 en Toledo. El rey quizá se dio unos días para asistir a los funerales de la Reina Madre, cuyo cuerpo fue depositado en un sepulcro junto a los de sus padres en el monasterio de las Huelgas de Burgos. Apenas superado el luto, el monarca regresaría sin pérdida de tiempo para no retrasar los preparativos de su gran objetivo en tierras andaluzas.
Y el 20 de agosto de 1247 finalmente se inició el cerco de Sevilla, un cerco que se planificaba cerrar por tierra y por vía fluvial.
Pero los moros de Sevilla supieron dar batalla: se lanzaron a debilitar las filas cristianas hostigando su campamento, cortando las líneas de aprovisionamiento y robando ganado para dejarlos sin alimentos. Los castellanoleoneses lograron repeler esas acciones y efectuaron razias contra las poblaciones de Sevilla, que además les servían para conseguir víveres. A la vez, los barcos al mando del caballero burgalés vencían a la flota musulmana e impedían la llegada de refuerzos desde el norte africano.
A fines de 1247 Fernando III reclamó la presencia de su hijo Alfonso en el campamento situado al sur de la ciudad del Guadalquivir, en el campo de Tablada. El infante llegó a comienzos de febrero de 1248 liderando un numeroso contingente. Sumaba a los hidalgos portugueses que habían acompañado en su exilio al recientemente fallecido Sancho II y también aragoneses y catalanes aportados por su suegro, Jaime I.
La incorporación de Alfonso a la hueste fue la ocasión que su padre aprovechó para apretar el cerco sobre Sevilla, arrimando su campamento a los muros de la ciudad. El heredero apostó su vivaque en la zona palaciega de la Buhaira y desde allí se pudo controlar el sector comprendido entre el alcázar y la Puerta de Carmona, una de las entradas a la ciudad amurallada.
Los ataques cristianos se concentraron en romper un puente de barcas unidas entre sí mediante fuertes cadenas de hierro y que vinculaban la ciudad con el castillo de Triana, una ciudadela fortificada que servía como defensa del paso de los navíos en la confluencia de los caminos procedentes de las comarcas La Vega y Aljarafe. El 3 de mayo de 1248, los dos barcos más potentes de Ramón Bonifaz embistieron a toda la velocidad contra ese puente. Así lograron destruirlo, con lo cual interrumpieron las comunicaciones de los musulmanes entre las dos orillas del río Guadalquivir, partiendo el territorio de Sevilla a la mitad. La ciudad quedó totalmente aislada.
En alguna de estas acciones la familia real perdió a uno de sus miembros: Fernando, el tercer hijo del rey y de la reina Beatriz, murió en combate.
La presión de las tropas de tierra más la de la marina fue limando la capacidad de resistencia almohade. Recién entonces comenzaron las negociaciones para la capitulación o pleitesía, en las cuales Alfonso participó activamente. Fue una tarea compleja y que se extendió en el tiempo como táctica de los moros en espera de la llegada de refuerzos.
Fernando III rechazaba todas las ofertas de rendición planteadas por los musulmanes, hasta que ya no estuvo dispuesto a negociar. Y el rey cristiano fue tajante. Tal como había impuesto a otras ciudades y villas que se resistieron a su avance, obligó a los almohades a entregar y abandonar la ciudad, aunque les permitió llevarse sus armas y pertenencias.
De esta forma, el 23 de noviembre de 1248 y luego de un asedio de dieciséis meses, Sevilla fue tomada. ¿Simple casualidad o favorable intervención del signo zodiacal del infante? Porque en esa fecha culminante para la expansión cristiana en la península, el heredero cumplió veintisiete años.
Llaves de Sevilla entregadas a Fernando III al conquistar la ciudad.
A pesar de que el estado de salud de Fernando III se agravó tras el agotador asedio a Sevilla, en los años siguientes continuó con la avanzada hacia el sur ibérico, avanzada que resultó menos complicada. Sí, porque prácticamente todas las ciudades y pequeños reinos que estaban bajo poder musulmán capitularon o cayeron por la fuerza de las armas castellanoleonesas. Hacia 1250, las tropas fernandinas sometieron la desembocadura del Guadalquivir en el océano Atlántico, la zona de las marismas de ese río y la comarca próxima al estrecho de Gibraltar.
A la par, los portugueses se fueron imponiendo sobre los últimos núcleos de resistencia mora en el Algarve, ubicado en el extremo sur del territorio lusitano.
Casi toda la península ibérica quedó en manos de reyes cristianos.
Sin embargo, cuando en 1252 Fernando preparaba una expedición contra el norte de África, se le interpuso otra enemiga. Aunque esta vez no saldría victorioso.