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La primera misión conquistadora de Alfonso

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a crisis dinástica y la disgregación del califato almohade contribuyeron a que desde 1225 Fernando III tendiera una imparable expansión territorial. Así se apropió de las principales ciudades y villas de la Meseta Sur, el Alto Guadalquivir –salvo Jaén y Arjona– y Córdoba, que había sido la capital de al-Andalus en tiempos anteriores a la llegada de los almohades. Por conquista o pleitesía –capitulación– después fueron cayendo varias plazas fuertes musulmanas, la mayoría de ellas cercanas a Sevilla.

Entre 1240 y 1241, el rey se ocupó del repartimiento definitivo de Córdoba entre quienes habían participado de su conquista. También, de la ocupación de los alrededores de esa ciudad, las campiñas cordobesa e hispalense, y de una gran parte de la sierra y la ribera del río Guadalquivir. Además, la Orden de Santiago tomó el control de las vertientes de los ríos andaluces y murcianos del territorio, que pasó a ser la encomienda mayor de la rama castellana de esa orden surgida en León en el siglo XII.

En esta ocupación no hubo resistencia. Los musulmanes entregaron villas y castillos mediante un pacto que les permitió permanecer en esos sitios conservando sus patrimonios, autoridades, modo de vida y religión, pero bajo la condición de mudéjares.

¿Quiénes eran los mudéjares? El término deriva del árabe mudayyan y equivalía a “vasallo” o “sometido”. Mudéjares eran los musulmanes que permanecían en territorio cristiano tras la conquista o anexión de sus tierras por parte de los reinos del norte ibérico, viviendo segregados en barrios denominados morerías o aljamas y bajo el control político de los conquistadores.

El infante Alfonso no había participado de todas esas campañas. Su momento llegó en 1243, cuando Fernando III retomó las expediciones contra Andalucía. A comienzos de ese año, el rey de Murcia, Muhammad Ibn Hud, le envió un emisario para informarle que entregaba al monarca castellano Murcia y todas las villas y castillos de ese reino a cambio de protección. No le importaba renunciar a la independencia y a parte de sus rentas convirtiéndose en su vasallo. Quería evitar ser destronado por otros caudillos murcianos o invadido por Aragón o por Granada, donde gobernaba el rey Ibn al-Ahmar (1194-1273), fundador de la dinastía nazarí que le era adverso.

La enfermedad de Fernando solía imposibilitarlo. Por eso encargó a Alfonso la toma de Murcia. Su primera misión conquistadora.

En abril de 1243, el heredero lideró un ejército hacia ese reino. Antes de llegar, en Alcaraz, firmó un pacto con el emisario de Muhammad Ibn Hud y los arráeces o caudillos moros de varios lugares murcianos y valencianos. Estos se comprometían a entregar a Fernando III todas sus fortalezas y las rentas de sus señoríos, auxiliarlo en la guerra y pagarle tributos en tiempos de paz. Así, el rey castellanoleonés fijó un protectorado que le permitiría instalar guarniciones, nombrar a un merino mayor –funcionario con amplias facultades judiciales– y asegurar la implantación de poblaciones cristianas en esos territorios.

Iniciaba mayo cuando Alfonso entró pacíficamente en Murcia. Siguiendo lo pactado en Alcaraz, le fue entregada la fortaleza de la ciudad y posteriormente ocupó las villas, castillos y demás fortificaciones del reino, algunas de las cuales donó a la Orden de Santiago.

Aunque sin derramar sangre, con esta campaña el futuro rey empezó a transitar el rumbo expansionista iniciado por su padre.

Alfonso X

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