Читать книгу La literatura como oficio. Colombia 1930-1946 - Felipe Van der Huck - Страница 15
Usos y abusos del campo
ОглавлениеLos diccionarios y enciclopedias de literatura se ocupan poco de la “doble vida” de los escritores (Lahire, 2011); una vida dividida entre la escritura literaria y la necesidad económica, entre el deseo de escribir y la obligación de pagar las cuentas. Lahire afirma que es posible hacer una sociología de la vida de escritor, siempre que no se pierda de vista el siguiente hecho: en la mayoría de los casos, los escritores son a la vez empleados que ocupan una parte importante de su tiempo en otras actividades de las que depende su existencia material. Esta sociología de los escritores, que es también una sociología de la creación literaria, se opone en algunos puntos a la sociología de los campos de producción cultural (Bourdieu, 1997).
Un campopuede definirse como un espacio relativamente autónomo de relaciones específicas “dentro del macrocosmos que constituye el espacio social” (Lahire, 2005, p. 31). En este espacio, actores e instituciones ocupan diferentes posiciones de afinidad y conflicto, y luchan por apropiarse de las formas específicas de capital que están en juego en él. La lucha consiste también en apropiarse del poder de definición de los límites del campo y sus formas legítimas de capital. Cada campo posee, entonces, sus “intereses sociales específicos”, no asimilables a intereses económicos (Lahire, 2005, p. 32).
Al hablar del campo literario, se hace referencia entonces al espacio social de relaciones donde se produce aquello que una sociedad define como literatura. En ese espacio participan, desde luego, los escritores, pero también las casas editoriales, las revistas de crítica, las instituciones públicas o privadas de apoyo a la creación, los grupos literarios y los lectores. Desde la perspectiva de Bourdieu, la forma de capital específico que está en juego en este campo es el prestigio literario. Los actores y las instituciones luchan no solo por apropiarse de ese prestigio (capital simbólico), sino también por definir su naturaleza (Bourdieu, 1997).25
Aunque reconoce los aportes de la teoría de los campos a la comprensión de sociedades caracterizadas por la diferenciación funcional, Lahire ha señalado igualmente algunos de sus problemas. En primer lugar, afirma, no es posible clasificar todas las formas de actividad social como campos. Muchos de los intercambios y prácticas de la vida cotidiana (sexualidad, vida familiar, pasatiempos) no pueden considerarse espacios de relación y conflicto relativamente autónomos de la misma manera en que es posible hablar del campo académico, el campo político o el campo artístico.
Al respecto, escribe Lahire
En realidad, los campos corresponden bastante bien 1) a los ámbitos de las actividades profesionales (o públicas) que ponen fuera de juego a las poblaciones sin actividad profesional (...); y, más precisamente aún,2)alas actividades profesionales o públicas que implican un mínimo (o incluso un máximo) de prestigio (capital simbólico) y que pueden organizarse, por eso mismo, en espacios de competencias y de luchas por la conquista de dicho prestigio específico (en contraposición a las profesiones o actividades que no están particularmente comprometidas en las luchas dentro de esos campos:“pequeños”empleados administrativos, personal de servicio, obreros...) (Lahire, 2005, p. 43).
Otra de las críticas de Lahire es que, al situar a los actores sociales en campos de actividades profesionales prestigiosas, la teoría de los campos suele ocuparse solo de su vida profesional, “mientras que ellos se inscriben en muchos otros cuadros sociales, privados o públicos, duraderos o efímeros” (Lahire, 2005, p. 43). En el caso de la sociedad colombiana de 1930 y 1940, la literatura, como se mencionó en la introducción, estaba lejos de ser una actividad profesional. Los escritores se jugaban su supervivencia, pero también su prestigio, en otros “cuadros sociales” privados (los vínculos más o menos informales de la política) y públicos (los cargos burocráticos y el periodismo).
Al mismo tiempo, es problemático el uso de la noción de campo para referirse a las relaciones que hacían posible la existencia de la literatura en Colombia a mediados del siglo XX. Es claro que los campos sociales se forman, y, en mayor o menor medida, conquistan su autonomía. Sin embargo, vale la pena preguntarse, como lo ha hecho Lahire (2005), si la idea de diferenciación y autonomía de los campos no puede llevar a veces a considerar como separadas actividades con relaciones muy estrechas, como sucede con la creación literaria y la política durante la República Liberal.26
Estas observaciones acerca de la noción de campo, y en particular de campo literario, no niegan en ningún momento su contribución al análisis sociológico de la literatura. El problema no es la noción en sí misma, sino su uso y, sobre todo, su abuso: como sucede con otras teorías abarcadoras, el riesgo consiste en convertirlas en muletillas que lo explican todo. En estos casos, es común, entonces, que los problemas sociológicos e históricos específicos que podrían plantearse a propósito de sociedades particulares sean reemplazados por el uso abstracto y la búsqueda afanosa del campo literario; un riesgo que he tratado de evitar.
Darnton (2002; 2003a; 2006), Büschges (2007) y Silva (2002) son ejemplos de cómo estudiar grupos sociales desde una perspectiva no esencialista.
Ejemplos de enfoques sociológicos e históricos sobre los escritores, en Chartier (1995; 2000; 2005b), Darnton (2002; 2003a; 2003b), Sapiro (2016) y Zapata (2014).
En la cita he cambiado las palabras originales “historia del arte” y “obras de arte” por “literatura” y “obras literarias”. Creo no distorsionar el punto de vista del autor acerca de la literatura. Al respecto, ver Gombrich (1998), donde este realiza una crítica del libro Historia social de la literatura y el arte de Hauser.
Neira (2004), Romero, S. (2007) y González, J. (2004) son ejemplos de este uso documental de la literatura. Desde luego, la lista podría ampliarse.
En esta investigación he optado por un análisis centrado en la figura del escritor. Al tomar esta decisión, he dejado por fuera el análisis de las obras literarias, una tarea que espero completar en futuros estudios.
Ejemplos de diferentes tipos de intelectuales, entre una bibliografía muy numerosa, en Charle (2000), Le Goff (2008), Mannheim (1997), Monsiváis (2007), Kolotouchkina (2003), Palacios (2001) y Rama (1998).
Diferentes autores han mostrado la necesidad de reconsiderar la teoría de los campos de producción cultural en el caso latinoamericano. Son autores que, sin desconocer el poder heurístico de esta teoría, recuerdan que su uso debería ser sensible a los contextos particulares donde se aplica. Ver, por ejemplo, Ramos (2003) –un libro pionero– y Moraña (2014).
Un ejemplo de todo esto es la oposición entre los representantes de la “literatura comprometida” y los de la “literatura pura”. Para los primeros, la verdadera literatura es aquella que persigue fines sociales: la educación del pueblo, la emancipación de los obreros, la denuncia de las desigualdades. Solo quienes practican y representan esta forma de literatura pueden aspirar a la condición de escritores y merecen el reconocimiento y la consagración. Para los segundos, la única justificación de la obra literaria es la obra en sí misma. El compromiso del escritor debe ser con el lenguaje y la forma. Su creación no debe estar subordinada a objetivos políticos ni a la búsqueda del éxito comercial. Unos y otros luchan por definir cuál es la verdadera literatura, y, de este modo, por modificar las relaciones de fuerza dentro del campo.
El sociólogo Howard Becker (2006) –conocido, entre otras cosas, por su sociología de los mundos del arte– ha planteado también sugerentes críticas a la teoría de los campos de producción cultural.