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El periodo de estudio

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El periodo de estudio de la presente investigación se conoce como la República Liberal. En Colombia, desde mediados del siglo XIX y hasta épocas recientes, dos partidos han dominado la lucha política: el Liberal y el Conservador. Desde finales del siglo XIX y hasta 1930, el Partido Conservador gobernó en estrecho vínculo con la Iglesia católica. A partir de los años 20, llamados por Arias (2011) “los años del cambio”, la sociedad colombiana experimentó notables procesos de transformación económica, política y cultural. La exportación de café permitió rentas considerables al Estado y a empresarios privados, la inversión en infraestructura creció, la economía se hizo más diversa y los conflictos populares en ciudades, puertos, enclaves bananeros y del petróleo anunciaron la aparición de una incipiente clase obrera. Al respecto, la respuesta del Estado fue ante todo represiva. Esta forma de acción, junto con la caridad y la beneficencia, habían sido hasta la fecha formas comunes de abordar los conflictos relacionados con la pobreza urbana y la formación de la clase obrera.3

En el campo de la cultura, los años 20 también fueron de cambio. Aunque de manera tímida, también en Colombia se difundieron las ideas socialistas y comunistas, que encontraron simpatizantes entre líderes obreros, pero también entre jóvenes escritores y periodistas vinculados al Partido Liberal. En el polo antagónico, algunos jóvenes afines al Partido Conservador se declararon defensores de las jerarquías, el orden y la tradición católica. Si para unos la revolución rusa actuó como un poderoso estímulo a la imaginación, para los otros lo fue el lenguaje de la Acción Francesa. Unos y otros se enfrentaron en las páginas de periódicos y revistas, haciendo uso de un lenguaje perentorio y vehemente que a menudo disimuló sus semejanzas, como su idealismo, su temprana socialización en los partidos tradicionales, la visión del intelectual como “conductor espiritual de la Nación” o su fe en el Estado como rector del cambio social.4

Entre estos jóvenes, las polémicas literarias también ocuparon un lugar. La disputa era ya conocida: ¿tradición o modernidad? Al igual que en el caso de los enfrentamientos ideológicos, los enfrentamientos literarios disimularon algunas notables semejanzas: el estilo afectado y retórico de la escritura, el alto valor asignado a la elocuencia –“el buen decir”–, las formas comunes del elogio (hipérbole), la proximidad entre los escritores y el Estado, entre otras.5

Con todo, y a pesar de los modestos alcances de su crítica social, política y cultural, no se puede negar que estos jóvenes y los debates que animaron permiten relativizar ciertas interpretaciones que solo ven inmovilismo en la vida intelectual colombiana de principios del siglo XX. Si bien es posible que sus disputas hayan tenido una alta dosis de fantasmagoría, también es cierto que ellos –escritores, periodistas e intelectuales– deseaban renovar la vida cultural y política colombiana.

En 1930 el Partido Conservador llegó dividido a las elecciones presidenciales. Entre tanto, los liberales habían sacado provecho de la coyuntura económica internacional (Gran Depresión), habían arreciado sus críticas contra el manejo económico del Gobierno y se habían sintonizado mejor con los campesinos y obreros que reclamaban mejores condiciones de vida y trabajo. Sucedió entonces algo inesperado: en 1930 el Partido Liberal retornó al poder y, a partir de entonces, y en especial durante el periodo 1934-1938, emprendió una serie de reformas que buscaban modernizar el país; es decir, ampliar el acceso a la ciudadanía y la participación política; reconocer y regular los conflictos entre empresarios y trabajadores; impulsar el desarrollo industrial; repartir más equitativamente la propiedad de la tierra; aumentar los ingresos fiscales por medio del impuesto a la renta; establecer la separación entre Iglesia y Estado y un sistema laico de educación pública; abrir paso a las corrientes culturales extranjeras; difundir el libro, el cine, la lectura, la radio y ciertos hábitos higiénicos entre la población campesina y los pobres de las ciudades; estimular los espectáculos de difusión cultural, las conferencias, los conciertos y las exposiciones artísticas.6

Con la llegada de los liberales al poder, se produjo no solo un cambio político, sino también un cambio en las condiciones y en la definición de los “oficios intelectuales”, en particular del rol del escritor en la sociedad. Este cambio fue gradual y, por supuesto, no estuvo libre de contradicciones. Como se mostrará en las páginas siguientes, este cambio consistió en la emergencia, en la sociedad colombiana de entonces, de una figura del intelectual relativamente novedosa, de rasgos modernos, aunque en un marco institucional en el que los escritores y el Estado mantenían relaciones muy intensas (en las siguientes páginas se mostrará también en qué consistían esas relaciones).

A partir de 1930, los jóvenes periodistas y escritores, en especial los de tendencias liberales, entraron a ocupar cargos en la dirección de los partidos políticos y del Estado, sobre todo como encargados de los programas educativos y de difusión cultural; participaron en las corporaciones legislativas; fundaron o dirigieron importantes medios de comunicación escritos; algunos, además, alcanzaron prestigiosos cargos diplomáticos e hicieron una brillante carrera como funcionarios, sin que nada de esto le restara brillo –más bien al contrario– a su labor intelectual. Como ha destacado Silva, la República Liberal representó “una de las etapas de más alta integración entre una categoría de intelectuales públicos y un conjunto de políticas de Estado” (2005, p. 22). Este hecho, como se sostiene aquí, influyó de manera decisiva en las formas que adoptó el oficio literario.

La literatura como oficio. Colombia 1930-1946

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