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CAPÍTULO 3

EL VIAJE A PARÍS Y LONDRES A TRAVÉS DE LA CORRESPONDENCIA

En la sala de manuscritos de la British Library hay unas cartas de Simón de Rojas, el cual no aparece como botánico ni ornitólogo ni nada por el estilo, el apelativo con el que se le nombra es el de traveller (viajero), y es normal que así sea porque estar en Londres y en París en 1802 sólo lo podían hacer los viajeros vocacionales, o sea, los auténticos viajeros1. También contamos con cartas de la Sociedad Linneana de Londres y otra documentación que nos adentran en ese mundo.

Para Clemente esta aventura en París y Londres fue, sobre todo, científica y cultural; pero tengamos presente que, desde el principio, el viaje presenta aspectos de novela; esta característica continuará durante todo el trayecto. Efectivamente, desde el planteamiento del mismo, su planificación, la vida de nuestro hombre y del catalán Domingo Badía, jefe de la expedición, en la capital de Francia y del Reino Unido, los trayectos mismos de ida y vuelta, sobre todo el de vuelta con el cambio de personalidad de los dos viajeros..., todo, absolutamente todo, da argumentos suficientes para que este capítulo sea considerado el más novelesco de todos, sin dejar de tener en cuenta que este viaje fue el más instructivo para Simón de Rojas Clemente, instrucción y saber que será lo que a la postre más interese al biografiado y que hará que fuera el viaje de su vida.

3.1. EL VIAJE Y SU MUNDO

3.1.1. Preparación del viaje

De ninguna manera nuestro sabio perdió el tiempo, es el viaje de su vida y él lo sabe, y él sabe también la inquietud de su familia, el vértigo incluso. Vamos a ver este viaje a la luz de sus cartas y desde otras perspectivas –la política, la más importante– sin perder de vista lo expuesto. Pero antes es interesante y curioso que nos detengamos en los preparativos del mismo.

En el expediente de Badía que se encuentra en el Archivo Municipal de Barcelona (Arxiu Històric de la Ciutat) y en ediciones de los viajes de Alí Bey a cargo de Salvador Barberá Fraguas2 y de Augusto Casas3 tenemos datos, algunos anecdóticos y otros relevantes, de la preparación de este periplo, y por supuesto de cómo se gestó; y también –y esto es lo más importante– de la participación de Simón de Rojas. Es pertinente señalar que este expediente incluye una serie de documentos transcritos por algún secretario debajo de cada uno de los cuales, Badía firma y rubrica asegurando que es conforme con el original. El estilo de la Exposición histórica de todo lo ocurrido en el expediente del viaje a África4 es muy característico del autor, lo narra en tercera persona (y él se nombra a sí mismo), expresa sus sentimientos sobre cualquier situación o persona –siquiera de manera suave– y da la impresión de que es consciente de la importancia que tiene este escrito para la historia. La narración refiere continuamente a dichos documentos, órdenes, etc., que debidamente numerados (y con la “compulsa” correspondiente) adjunta. En fin, la exposición, incluidos los documentos adjuntos excepto alguno, se conserva manuscrita y en lo que podríamos llamar portada consta por escrito de lo que trata, o sea, estas noticias: “Comprende desde la confección del Plan por D. Domingo Badía y Leblich hasta su salida de Madrid a la ejecución del Viaje”, y también “Con inserción del mismo Plan y todos los demás documentos y referencias de las escenas verbales”. Naturalmente voy a hacer hincapié en todo lo que interesa respecto a nuestro biografiado sin olvidar a Badía ni mucho menos puesto que es el responsable de todo, lo que significa también que muchas cosas que se refieran al catalán interesan directamente al de Titaguas.

Vayamos primero al expediente empezando por la génesis del viaje. Veremos que se dan motivos y razones de todo:

Don D. B. [Domingo Badía] habiendo visto el poco suceso de varios viajes emprendidos en el interior de África con el fin de descubrir lo que encierra aquella parte del globo, examinando maduramente la causa de este corto éxito, halló que el escollo en que naufragaron todos los viajeros era el fanatismo de las naciones musulmanas que mirando como enemigo detestable a todo profesor de distinto culto que el suyo y aún mucho más si es cristiano juzgan un acto meritorio de su religión todo ultraje o atentado que conspire a la destrucción de un infiel [a partir de aquí cuenta que los musulmanes de generación en generación hacen excursiones por el interior de África sin grandes problemas].

¿Por qué pues sólo los europeos naufragan?

[...] El religioso musulmán que mira con un cariño fraterno a todo sectario de Mahomet detesta con horror a todo incrédulo; al primero le ofrece todos los auxilios de la hospitalidad más oficiosa; al segundo le impropera su infidelidad, le roba, le asesina, y luego muy tranquilo ofrece al Eterno este sacrificio. Las operaciones en uno y otro caso no pueden ser más contrapuestas, siendo una misma la causa que las produce.

Bien pensado este razonamiento, hizo nacer en Badía la idea de que un europeo que ocultando su religión y patria representara en África con aspecto de musulmán sería bueno de visitar todas sus regiones.

Para esto sólo era necesario poseer un poco el árabe, aprender algunas oraciones del Corán, vestir su traje, sujetarse a la circuncisión, a todas sus ceremonias o gestiones ostensibles, y tomando un nombre musulmán hacerse reputar sectario del islamismo.

Esta idea le fue confutada por algunos devotos malentendidos que la creían opuesta a la religión cristiana, pero lejos de eso, practicada como corresponde puede tener resultados gloriosos para la misma religión.

En primer lugar, las palabras y acciones (mientras no se opongan a una sana moral) no tienen más valor que el de signo representativo de las ideas faltando este enlace quedan reducidas a cero o a un mero movimiento del aire del cuerpo sin relación [...], cuando de ellas no puede seguirse escándalo del espíritu y por consiguiente, de valor ninguno. Por esta causa un actor sobre el teatro no tiene inconveniente alguno en doblar la rodilla y dar incienso a la estatua del sol u otro ídolo aún en presencia del auditorio cristiano más austero que jamás se lo imputará a delito [...]

El Viejo y Nuevo Testamento están llenos de ejemplares semejantes, Judith se viste de ramera para provocar a Holofernes, y ¿cuándo dejó de graduarse heroica esta acción, visto el gran objeto de ella? Nuestro gran Macario se adorna de petimetre para introducirse con una ramera que convierte, ¿y quién ha sido bastante atrevido para tachar esta acción?

El objeto del disfraz de Badía no es menos digno, se trata de descubrir nuevas naciones, de cuyo descubrimiento puede originarse la introducción en ellas de la verdadera religión. ¿Y se podrá tachar el ardid de Badía? Las naciones de los países que va a viajar no le darían paso de otra suerte. Badía no va de misionero, él va de explorador y como tal debe sujetarse a las gestiones ostensibles de los habitadores que encuentre cuando éstas no sean contra una sana moral. Tal fue el designio de Badía, y jamás se le podrá tachar cosa en contrario.

Sobre este principio formó Badía el designio de atravesar el centro del África [...] Y para ello formó su plan de viaje en el que procuró reunir a los objetos políticos que se proponía, todos los científicos que juzgaba poder desempeñar en sus travesías por aquellas desconocidas regiones5.

Tenemos la razón del viaje: explorar una parte de África. La forma de hacerlo: fingiendo ser un musulmán. Motivo: los musulmanes de África son muy fanáticos y fracasaría en la empresa si no se hiciera así. Queda claro en esta exposición que si no actúa de esa manera el fracaso es evidente y la vida de cualquier viajero cristiano estaría en peligro6. Es interesante la justificación teológica (bastante convincente, por cierto) de esta actuación desde el punto de vista cristiano; antes de la Ilustración quizás no habría podido razonarse con esa seguridad, aunque siempre, en el fondo, también subyace que este viaje puede revertir en resultados “gloriosos” para el cristianismo. Es importante resaltar que ya desde el principio, desde el plan del viaje, se habla de los “objetos” (objetivos) políticos y científicos, y Badía es calificado como un explorador, lo cual es ciertamente ambiguo porque bajo ese califi-cativo puede esconderse un científico o un espía. La política no está ajena al viaje desde su misma gestación; probablemente Simón de Rojas no estaba al tanto de ello, al menos no poseemos datos en este sentido.

La continuación de la exposición del viaje es el detalle de las diferentes vicisitudes por las que pasó Domingo Badía para que su plan fuese aprobado: presentación al Príncipe de la Paz, paso por la Academia de la Historia, entrevistas con Pedro Cevallos (ministro de Estado), conocimiento de los reyes del asunto, opinión desfavorable de la Academia (quien en todo caso sugiere que vaya acompañado7) y del ministro, por el contrario, los reyes son favorables y Manuel Godoy se mantiene en un terreno neutro tirando unas veces a favor y otras en contra con respecto a todo este asunto. Pero veamos el momento en que se nombra por primera vez a Simón de Rojas. Están hablando Badía y Cevallos:

–Bien, bien, yo me veré con S.E.

–¿Y en cuanto al sujeto que la academia quiere que venga conmigo?

–V.M. que está embebido en su plan, y ha propuesto ir sólo, sólo irá.

–Sí, Sr., sólo iré, pero diré a V.E., yo propuse ir sólo por aminorar los gastos, conformándome al estado actual del erario y aún por esto pedí para mí mismo una dotación tan corta. Además también por la dificultad de hallar un hombre dotado de las raras prendas que una empresa tal exige, un hombre que no se acobarde o que relajando su conducta me comprometa a mí o a la expedición. Pero viendo el dictamen de la academia, desde luego cedo en este punto, y por esta causa he buscado personalmente por Madrid un hombre que llenase mis ideas, el cual hallé en los Reales Estudios de San Isidro, y está adornado de los conocimientos particulares que acreditan estos documentos (presentándole los de Don Simón de Roxas Clemente) [esta entrevista es del 7 de agosto de 1801 y “los conocimientos particulares” se refieren al currículum citado en el capítulo anterior8].

–También esto sería un aumento de gastos, y aquí tenemos que los gastos son ciertos y las utilidades son inciertas.

–Perdone V.E.: las utilidades científicas son tan ciertas como los gastos, parte de las políticas también lo son, lo restante es probable, y a eso vamos.

–Ya, eso sería bueno cuando V.M. estuviese seguro de poder traer esas utilidades que dice pero, ¡la vida de un hombre es tan frágil...!

–Por esto se trata de que vayan dos. Y en fin Sr., ¿qué le digo a este hombre?, ¿que no piense más en esto? Quedó parado el Ministro y respondió:

–No, no le diga V.M. nada. Venga V.M. por ahí y se le dará el Real Despacho de Comisión.

Despidióse Badía conociendo evidentemente por esta sesión cuán opuesto se hallaba el Ministro a su expedición y por consiguiente se preparó a la lucha [...]

Se le envió a Madrid la Real Orden cuyo contexto le pareció singular pues suponía que Badía iba al África a instruirse como se envía un muchacho a correr Cortes para instruirse en la carrera diplomática9.

La Orden de 20 de agosto de 1801 (la cual adjunta Badía en el expediente) fija el salario de Badía: 3.000 reales mensuales. Y, en efecto, es un poco “singular”, habla del “objeto de instruirse” sobre África, además, al catalán no le gusta que el rey se reserve la posibilidad de determinar qué instrumentos deben comprarse y cuáles no. Para nuestro estudio interesa sobre todo la parte de la misma donde el rey quiere estar al tanto de quién va a acompañarle “reservándose S.M. [...] elegir el compañero en la comisión a cuyo efecto quiere que V.M. proponga los sujetos que le parezcan más a propósito para elegir al más digno”10.

A partir de aquí el viaje se pone en marcha de forma oficial, aunque las dudas entre Badía y los gobernantes continúan, como se puede suponer. Y es el oficial de la Secretaría de Estado (D. Eusebio de Bardaxi y Azara) quien desbloquea las dudas de Badía sobre la citada Orden, aconsejándole que indique al ministro el compañero idóneo y entregue la lista de instrumentos, o sea que lo presente todo si no como hechos consumados sí como hechos necesarios (aunque la última palabra la tendrá el rey), lo que realiza Badía el 22 de agosto entregándole a Cevallos los documentos pertinentes. Veamos cómo presenta de manera oficial a nuestro biografiado en el citado oficio:

En punto al ayudante o sujeto que debe acompañarme [...], siendo el éxito de la expedición el interés primario que me anima busqué personalmente algún sujeto que hallase dotado de aquellas morales cualidades que exige una empresa de esta clase, el cual hallé en los Reales Estudios de S. Isidro: se llama Don Simón de Roxas Clemente de cuyos adelantamientos literarios darán a V.E. alguna idea las relaciones adjuntas y el cuaderno de conclusiones de árabe que presencié como también sus progresos botánicos habiendo reconocido yo mismo su herbario que cita. Después de haber yo examinado y observado largamente las disposiciones físicas y morales y este individuo confieso a V.E. que no he hallado otro que pueda comparársele y así lo recomiendo muy particularmente a la atención de V.E. y a la Real Piedad de S.M. como sujeto único para cooperar mis tareas, o continuarlas si yo falleciese11.

Simón de Rojas no puede ser tratado mejor por el que va a ser su superior, se nota una gran admiración por él (siempre aparecerá, no obstante, como su ayudante). Vuelve a nombrar su currículum haciendo hincapié en el cuaderno de conclusiones de árabe (en cuya conferencia sobre el árabe estuvo el 16 de julio) y en el herbario.

He nombrado que la primera vez que aparece citado Clemente por Badía es el 7 de agosto de 1801; efectivamente, es en ese año cuando traban amistad pues Domingo Badía fue a recibir clases de Simón de Rojas. Así lo cuenta en sus memorias:

En 1802 [180112] me hallaba sustituyendo la cátedra de árabe por enfermedad del propietario [Miguel García Asensio], cuando se presentó a las lecciones un desconocido que en poco tiempo hizo muchos progresos; y no tardó en proponerme un viaje científico, que habríamos de emprender disfrazados, para hacer descubrimientos en el interior del África. Yo le contesté sin vacilar que estaba presto a seguirle; y en pocos días me hallé con el nombramiento Real de asociado a esta empresa con la dotación de 18.000 reales [por año], que fue el primer sueldo que he disfrutado, sobrándome siempre para las necesidades de la vida, y faltándome muchísimo para mis apetitos científicos. No pudo retrotraerme de este viaje el respetable Cavanilles, ni otros13, que me pintaban al incógnito como un aventurero loco; y salí de Madrid en mayo de dicho año a tan atrevida expedición, a que debía preceder un rápido paseo por Francia e Inglaterra, con el fin de acopiar noticias, instrumentos de observación y otros artículos indispensables [...]14.

Vemos que el primer contacto se produce en las clases, que Badía hizo grandes progresos rápidamente y que enseguida le propuso realizar el viaje en calidad de asociado. Evidentemente esta proposición se realizó tras el dictamen de la Academia de Historia según el cual debía ser acompañado y vemos que Badía se adelantaba a todo.

En este momento es muy importante subrayar el hecho de que ni siquiera Cavanilles pudo convencerle de lo contrario, hasta ese punto estaba obsesionado por hacer este viaje, además de que le decían que Domingo Badía estaba loco, algo que suscribirían en la época bastantes personas: los académicos, los gobernantes, el propio Manuel Godoy... Afirmación fácil de deducir con sólo leer la Exposición histórica; y es verdad, para llevar a cabo aquella empresa entonces había que estar un poco loco por lo menos. También nuestro sabio D. Simón debía estarlo, sobre todo tras los consejos en contra recibidos; pero es lo que dejaba caer en el capítulo 1, es la pizca de romanticismo que empezaba a existir donde ese mínimo grado de locura hacía que la razón ilustrada se subordinara al corazón romántico por lo menos en algunas ocasiones, en esas ocasiones que se consideran únicas en la vida de cualquiera; en este caso en el viaje a África. De cualquier manera, con el corazón y con la mente a nuestro sabio le avalaba su currículum para acompañar a Badía a África. Y ya desde el principio, anotémoslo, Clemente sigue con su desapego personal al dinero (como vimos en el capítulo anterior con ocasión de la sustitución del hebreo) que siempre le sobra “para las necesidades de la vida”, en cambio le falta “para mis apetitos científicos”.

En esta preparación aparece una orden interesante hecha el 26 de agosto que transmite el ministro Cevallos en nombre del rey al catedrático de árabe Miguel García Asensio queriendo información sobre los conocimientos de Clemente sobre árabe y matemáticas antes de dar el visto bueno para que sea el acompañante idóneo del que se llamará Alí Bey. Dice así: “El Rey quiere que V. informe sobre los conocimientos que posee en lengua árabe D. Simón de Roxas Clemente y al mismo tiempo si tiene algunos en matemáticas, y a este efecto lo prevengo a V. en Real Orden”15.

A lo que el catedrático le responde en septiembre –no inserta día exacto–:

Excmo. Señor: Satisfago a la Real Voluntad de S.M. (que Dios guarde) comunicada por V.E. [...] asegurando la asistencia de D. Simón de Roxas Clemente por espacio de dos años académicos a mi cátedra de árabe, erudito de estos Reales Estudios. Su constante aplicación y singular talento le han hecho el más aventajado de mis discípulos y facultado de una inteligencia vasta y profunda de lo más delicado y sublime del idioma no solamente en lo que respecta a la gramática sino también en lo que pertenece a la poética, de la que dio una excelente prueba en los ejercicios de las dos artes que tuvo en el día 16 del próximo julio en los mismos Reales Estudios con general aplauso.

Asimismo sé que ha extendido su curiosidad y anhelo a las matemáticas en general y especialmente a la inteligencia y manejo de planos y cartas geográficas y a las operaciones de longitud y latitud, y que ha adquirido estos conocimientos primeramente en el estudio de la filosofía que se enseña con grandes principios de matemáticas en la Universidad de Valencia en donde ha cursado y después de una aplicación privada, y que por esta razón no se ha hecho particular mención de ellos en la relación de sus méritos que tiene presentados16.

Decía antes que la orden donde se pregunta sobre los conocimientos de matemáticas era interesante (la pregunta y la respuesta sobre sus conocimientos de árabe parecen obvias). Desde la perspectiva de entonces (ya desde el Renacimiento y todavía en el siglo XVIII) las matemáticas eran una materia unida a la geografía (la cual era una ciencia físico-matemática), de hecho en la respuesta de Miguel García así aparece. Es verdad que “el estudio matemático de la esfera terrestre y el de las propiedades físicas de la tierra [...] pasa a ser en los siglos XVIII y XIX tema de estudio de otras disciplinas”17 como la geodesia primero y la cartografía después. Pero para Miguel García Asensio (y con toda seguridad para Carlos IV y Cevallos) las matemáticas van unidas con “los planos y cartas geográficas y a las operaciones de longitud y latitud”. En fin –como se ha dicho en el capítulo 1– se utiliza el lenguaje corriente aunque ya estuvieran separadas más de derecho que de hecho por lo que se ve, pero es interesante el uso más popular del adjetivo “geográficas” que empezaba a estar en desuso para estos casos. En todo caso era necesario conocer matemáticas para construir mapas, planos y en el manejo de las operaciones de longitud y latitud para emprender el viaje a Europa y a África.

En ésas, el 9 de septiembre Domingo Badía responde a nuestro hombre que es asignado como asociado a esta empresa y ya oficialmente. El oficio dice así:

Acabo de recibir aviso por la primera Secretaría de Estado del despacho de que el Rey Nuestro Señor se ha dignado acceder a la propuesta que hice de V.M. a S.M. para que me acompañe en el viaje de descubrimientos que de Real Orden voy a ejecutar por los países del interior del África a cuyo efecto se ha dignado S.M. conceder a V. el sueldo de un mil y quinientos reales mensuales18.

El problema del ayudante está solucionado pero no el de los instrumentos cuyo desarrollo, para que se hagan como quiere Badía, es realmente pintoresco; pero no vamos a entrar en esos detalles pues nos saldríamos del guión. Sí que me parece interesante que veamos hasta qué punto van juntos los dos problemas pues se tratan en el mismo oficio, también de 9 de septiembre; el director de la expedición empieza su oficio a Cevallos notificándole que el funcionario de turno “en cuya mesa se halla el expediente a mi viaje al interior de África que queda admitida mi propuesta de D. Simón de Roxas Clemente para que me acompañe en esta empresa como ayudante de mis operaciones [por lo que] doy a V.E. las gracias por este nuevo favor”19.

Los preparativos se aceleran. Badía llega a pedir el sueldo de los dos por adelantado20 el cual corresponde a cuatro meses que es lo que piensa que va a durar el viaje por Europa. Badía, incluso, es felicitado porque todo va bien21, en esas circunstancias escribe una esquela (carta breve) –sin fecha y sin poner destinatario aunque presumiblemente sería para el Príncipe de la Paz– donde dice:

D. Domingo Badía y Leblich comisionado por S.M. a los países interiores incógnitos del África suplica permiso para besar la mano de los Reyes Nuestros Señores: entregar a SS.MM. el Papel de Despedida y presentar al doctor D. Simón de Roxas Clemente destinado por S.M. a que le acompañe y coopere en esta expedición22.

Y llega el momento de la despedida de los reyes. El Papel de Despedida es toda una declaración de intenciones dirigido al rey donde el jefe de la expedición aprovecha para encomendar a su mujer y a sus hijos al soberano23. Veamos cómo cuenta el propio Badía el acto de presentación:

En este intermedio [de los problemas con los instrumentos] con conocimiento y anuencia del Príncipe de la Paz, [Badía] besó la mano a los reyes en la Sala de Guardias a quienes presentó también a su ayudante Clemente que obtuvo la misma honra y entregó a ambas majestades dos copias del Papel de Despedida visto y aprobado antes por el Príncipe de la Paz.

El Rey le recibió con su acostumbrada benignidad y a la peroración de Badía respondió varias veces: “Bien, muy bien”. Tomó el Papel de Despedida y el Memorial y se despidió risueño.

Lo mismo sucedió con la Reina que además añadió también la particular cláusula de: “Estoy segura de que lo desempeñaréis bien”. Y a la recomendación de Badía por su familia respondió otra vez: “Muy bien” y se retiró tomando el Papel de Despedida y el Memorial24.

En fin, puede parecer anecdótica toda la presentación pero vemos fehacientemente que nuestro biografiado se entrevistó con los reyes de España, Carlos IV y su esposa María Luisa. Esta entrevista no está datada pero es de antes del 3 de noviembre. En efecto, Simón de Rojas Clemente y Rubio informa a su familia por primera vez de este viaje en carta escrita a su padre en esta fecha. La misiva dice así:

Mi querido padre: / La cera se vende en Madrid a diez reales y cuarto; este tiempo no es el mejor para venderla porque no pueden solearla25. Yo temo que Vd. haga un viaje tan largo, al paso que me alegraría mucho de verle; es regular que Vd. me halle en Madrid pero puede ser que no porque acabo de lograr el destino más apetecido por mí que es el de hacer un viaje por las Cortes de Europa y África con dieciocho mil reales al año de sueldo por espacio de cuatro años que nos dan para hacerlo, aunque nosotros lo haremos en menos, y concluido él, no dude Vd. que el menor premio será dejarnos el mismo sueldo para toda nuestra vida. El otro con quien voy es muy buen hombre. Fui al sitio donde nos despedimos de los reyes, ministros y Príncipe de la Paz. Como ahora hay paces podremos escribirnos a menudo. Es regular nos den pronto el dinero para comenzar el viaje y entonces no podemos ya detenernos.

Enviaré a Vds. la Orden original del Rey. / Creo que Vds. se alegrarán mucho, y no dudarán de que me han de volver a ver pronto lleno de gloria, bienes, salud y sabiduría.

Este es el mayor deseo de su hijo que S.M.B. [sus manos besa] / Simón de Roxas Clemente.

Al abuelo digan Vds. que todavía lo veré a la vuelta. / En el correo siguiente hablaré más largo26.

El grueso de la carta lo emplea Clemente en informar a su familia sobre el viaje que él y Domingo Badía, en quien cree ciegamente, debían emprender por Europa y África, denotando un gran entusiasmo por el recorrido a realizar; hay que notar que lo califica como “el destino más apetecido por mí”. El optimismo es total, hasta confía que guarde ese sueldo de por vida. Su única preocupación es tranquilizar al abuelo. La familiaridad de Simón de Rojas es otra característica de su personalidad.

Pero a pesar de haberse despedido de los reyes en aquel momento, por problemas con Hacienda –no había dinero– la cosa no estaba tan clara y hasta Badía sospechaba que se urdía algo contra él, pero éste es otro tema.

Vayamos al problema del dinero. En un oficio del ministro a Badía del 3 de octubre, el de Titaguas sale nombrado dos veces, una citando que es el elegido para acompañarle y otra para indicar lo que tiene que cobrar al mes (1.500 reales, la mitad que Badía) durante cuatro años, y de que hay otro adelanto de cuatro mesadas (sueldo de cada mes) a cada uno pues ellos tienen que vivir y por problemas técnicos aún no se ha verificado la salida; en fin, es la respuesta a la petición de que se le adelanten cuatro meses hecha dos días antes. En el mismo oficio vuelve el problema de los instrumentos27. Además existen dos oficios que son el apremio de Badía para que se materialice el anterior pues en él se comunica el adelanto, lo que no significa que se cobre inmediatamente28. Se notaba que los viajeros estaban desesperados por cobrar, particularmente Badía; no hay que olvidar que tiene familia la cual nombra constantemente y además los dos han dejado el trabajo a la espera de salir. Pues bien, la desesperación por tener dinero se aplacaría no mucho tiempo más tarde, no consta fecha exacta pero coligiendo los documentos disponibles fue después del 20 de octubre que es cuando el de Titaguas recibe la comunicación oficial de ser el acompañante del barcelonés. En el expediente del viaje se expresa así: “Mandó el tesorero entregar cuatro mil reales a Badía y dos mil a su ayudante Clemente a buena cuenta de sus sueldos”29.

Y en el segundo apremio de Badía, enviado a Cevallos, el jefe de la expedición le cuenta además que “también hago presente a V.E. que mi ayudante D. Simón de Roxas Clemente se halla sin documento alguno que acredite su misión por lo que suplico a V.E. se digne mandar pasarle una orden en que directamente se le avise la Real Gracia que ha merecido”30. La contestación a esta misiva la hace el ministro de Estado el 20 de octubre directamente a Simón de Rojas y le dice:

Con fecha de 2 del corriente hice saber de oficio a D. Domingo Badía y Leblich que el Rey había elegido a V.M. para que en su compañía hiciese el viaje por el interior del África conforme al plan que había presentado y que S.M. se había dignado conceder a V.M. mil quinientos reales vellón al mes durante los cuatro años que debía durar; y a efecto de que V. tenga un documento que lo acredite lo participo a V. para su satisfacción31.

Éste es, pues, el primer escrito oficial acreditativo como asociado a la empresa del viaje por el interior de África que recibe nuestro biografiado.

A partir de aquí se perciben una serie de intrigas y de juicios de valor entre Badía y los gobernantes, más propios de una película de suspense que de una empresa que ya está aprobada; la cosa no acaba de arrancar. Los gobernantes no acaban de tener nada claro; la personalidad de Domingo Badía, con ese aire altanero que debía de tener32, con ese insistir tanto en todo, debió jugar más bien en contra, sobre todo para quien lo conociera de cerca. Podemos imaginar a los viajeros con una gran incertidumbre. Estamos ya en marzo de 1802 y Badía cobra los adelantos que va pidiendo; de Clemente sabemos menos al respecto, probablemente no le harían tanta falta y además es tímido, no tiene el descaro del otro. No es peyorativa esta calificación; de la lectura completa de estos documentos uno se encuentra con que el catalán tira siempre adelante en todo, toca a todas las ventanillas y además en momentos en que se ve que no va a tener éxito, y hasta parece que van aprobándole todo para que les deje en paz de una vez.

Al hilo de lo que llevamos diciendo es muy interesante la conversación entre el tesorero y Badía sobre el pago del viaje a Clemente el día 18 de marzo de 1802. Los dos viajeros van a pedir dinero para el de Titaguas (evidentemente Clemente va acompañado de Badía) porque en lo estipulado no se contempla lo que cuesta el transporte hasta París (la primera parte del viaje). He aquí la transcripción; son el tesorero y Badía quienes hablan:

Vuelve al instante Badía a Madrid. Preséntase al tesorero con su ayudante pidiendo algún dinero para el transporte de éste, y responde el tesorero:

–No puedo dar más dinero.

–¿Con que el señor [Clemente] tendrá que quedarse aquí?

–Que se quede... ¿Y cuándo hace V.M. ánimo de marchar?

–Yo, al instante, pero no me he atrevido a pedir los pasaportes hasta ver si el señor podría venir conmigo según está mandado.

–Pues bien, pida V.M. sus pasaportes para ambos y en teniéndolos venga V.M. por acá, y se le dará lo que se pueda33.

Al final Badía se sale otra vez con la suya: Clemente tendrá su pasaporte y su dinero. Esta vez todo ha sido fácil, pero es curioso, hace tiempo que se despidieron de los reyes, es oficial el nombramiento del de Titaguas para la empresa y todavía hay alguna duda sobre si va a ir o no. De cualquier manera el catalán se da prisa y pide esa misma noche del 18 de marzo a Cevallos los pasaportes:

Recopilada por mí las medidas y pesos y hallándome pronto a marchar con mi ayudante D. Simón de Roxas Clemente suplico a V.E. se digne mandar librarme los correspondientes pasaportes para Francia e Inglaterra en la inteligencia de que sólo pasaré en París unos 20 días para tomar algunas obras y dos higrómetros y reconocer las colecciones mineralógicas y botánicas34.

Este oficio fue trasladado a Hacienda, según las normas de la época, pues llevaba consigo el dispensar dinero, y además en el extranjero; al final se dan órdenes para que así se haga pero como las cosas de palacio van despacio, el 21 de abril vuelve a reincidir en lo mismo con otro oficio al ministro de Estado, con este texto:

Suplico a V.E. me permita molestar su atención rogándole se digne mandar se me expidan los correspondientes pasaportes para mi marcha con D. Simón de Roxas Clemente al obedecimiento de las órdenes que se me han prescrito según tengo solicitado de V.E. con fechas de 18 de marzo último, y l0 del corriente a cuyo favor quedaré reconocido35.

Todo tiene su fin y el día 4 de mayo reciben sus pasaportes, cuya redacción es muy parecida a la que ahora se hace con los pasaportes de servicio. Los mismos están firmados el día anterior. Es el último trámite que faltaba para salir. El de nuestro Simón de Rojas está redactado así:

D. Pedro Cevallos, Consejero de Estado de S.M., Gentil Hombre de Cámara con Ejercicio, Primer Secretario de Estado y del Despacho Universal, Superintendente General de Correos y Postales en España e Indias.

Por cuanto ha resuelto el Rey (que Dios guarde) conceder pasaporte a D. Simón de Roxas Clemente para ir a Londres a emprender desde allí un viaje científico a los países interiores del África en compañía de D. Domingo Badía y Leblich. Por tanto ordena S.M. a los Capitanes Generales, Comandantes, Gobernadores, Intendentes, Corregidores y demás justicias, Ministros o personas a quienes tocare no pongan embarazo alguno en su viaje al referido D. Simón de Roxas Clemente, antes bien, le den todo el favor y ayuda que necesitare, que así es la voluntad de S.M.36.

El mismo día Badía con otro oficio agradece la entrega de los pasaportes, aparte de plantear algún que otro problema, o mejor reivindicación. Pero la cuestión es que el paso definitivo ya está, por fin, dado37. Las dudas importantes ya se han despejado totalmente, queda ultimar algún detalle a cargo de Domingo Badía y, sobre todo, prepararse para partir. Ahora ya no hay excusa.

Antes Clemente debió despedirse de todos sus familiares, amigos y conocidos; sólo tenemos una nota de despedida a su amigo Mariano Lagasca que no está fechada, la cual dice:

Sr. D. Mariano, mi amigo: Al fin nos marchamos, por eso no he podido acudir a casa nuestro maestro. Veré si puedo ir al Jardín esta tarde; si no me hará V. el favor de decir al señor D. Antonio [Cavanilles] disponga cuanto quiere mandarnos según toda la extensión de nuestras pocas facultades y del muchísimo deseo y obligación de servirle mientras llega la hora de repetir personalmente estas expresiones38.

Debió dejar esa nota a Lagasca en su casa algún día antes de partir; en ella vemos la especial deferencia al maestro de ambos y el deseo de despedirse de él.

Clemente tenía motivos para estar muy ocupado; así los dos viajeros –conjuntamente– vuelven a visitar al Príncipe de la Paz para darle el penúltimo adiós (el último se lo daría Badía el día 7 con su familia). En efecto, el día 5, un día después de haber recibido los pasaportes

se presentó Badía al Príncipe de la Paz con su ayudante y le dio las gracias por la expedición de los pasaportes. El príncipe le dijo:

–Y, ¿cuándo marcha V.M.?

–Señor, la semana próxima.

–Con que, ahora, ¿a circuncidarse? (Sonriéndose ambos.)

–Eso es hablar de las gentes.

–Compadezco a V.Ms. Van a pasar muchos trabajos.

–Veremos39.

Y, tras saltar los últimos obstáculos: “Finalmente, el miércoles 12 de mayo por la tarde, salió Badía de Madrid para París acompañado de D. Simón de Roxas Clemente. / Madrid, 12 de mayo de 1802 / Domingo Badía y Leblich”40.

Del trayecto de la ida tenemos dos documentos. Uno es una carta fechada en Bayona que Badía envía al valido de Carlos IV el 24 de mayo:

Excmo. Sr.: Anteayer 22 llegamos aquí, donde estamos detenidos hasta que la municipalidad vise nuestros pasaportes haciendo ya tres días que ando sobre ello.

Aunque no siendo la Europa el objeto de nuestra misión, viajamos encajonados en un carruaje a jornadas tiradas, no obstante, aprovechamos lo posible las circunstancias, practicando las observaciones posibles y colectando algunos objetos, cuyo diario y colección general de Europa remitiré a V.E. a nuestra salida de Inglaterra para el África si se digna admitirlo aunque el carecer de tiempo, disposición e instrumentos circunscribe nuestros trabajos a muy estrechos límites.

Dígnese V.E. hacer que no se nos abandone privándonos de los auxilios necesarios en París y Londres, pues por no meterme en más contestaciones, confieso a V.E. que salí de Madrid, extremadamente vacilante sobre este punto. Y viva V.E. feliz cuanto deseo41.

El detalle de los pasaportes no nos incumbe. Debemos resaltar el hecho de que viajaban “encajonados” y hacían cada jornada de un tirón, sin ninguna comodidad pues. La otra circunstancia a tener en cuenta es la colección de los objetos que empieza en Bayona aprovechando este receso de tres días y cuyo comienzo se realiza con toda seriedad, con el día a día de la misma, pero observemos que Domingo Badía personaliza mucho la colecta de los objetos y habla en plural cuando se trata del trabajo de hacerla pero en primera persona del singular cuando se trata de dirigirla al Príncipe de la Paz. Otro dato a reseñar es que pensaban partir directamente desde Inglaterra a África, ésa era la idea desde Madrid, por eso se habla de enviar la colección a Godoy desde Inglaterra.

Y al final de la carta anterior, como a pie de página, escrito en fecha posterior consta: “Con fecha de 7 de junio, escribí a S.E. nuestra llegada a París”. Los viajeros llegaron el día 6 según informe a la Academia de Ciencias de París de 15 de noviembre de 1813 del catalán: “Je suis arrivé à Paris le 6 juin42 [llegué a París el 6 de junio], pero la notificación la hace Badía al día siguiente.

El otro documento al que aludía es una carta de Clemente fechada en Burdeos el 30 de mayo, la envía a su primo Miguel Collado. Dice así:

Mi amado primo y dueño: Llegamos anoche a ésta y partimos mañana para París donde estaremos el día 8. Hasta ahora nos ha ido muy bien; las detenciones indispensables han sido precisamente donde había algo que ver; la que hacemos en Burdeos es demasiado corta para tan gran ciudad. El tiempo es bellísimo. Espero con ansia en París noticias de la salud de Vd. y carta de mis padres para quienes servirá también ésta puesto que el tiempo escasea. A Lagasca [dígale] que desde Bayona ha habido menos comodidad para buscar plantas y que éstas abundan también menos, que espero en París carta suya desde donde yo le escribiré también; entréguele las inclusas en ésta. Mil saludos a la Sra. Pepa, D. Rafael y esposa, Fr. Pedro, Dña. Micaela y D. José y su hermana; Vd., cuídese mucho. Mi padre dará expresiones en Titaguas a los de nuestras casas, etc., etc. Badía también saluda a Vds. / Su primo que S.M.B. / Simón de Roxas Clemente43.

Hasta aquí la carta a su primo. Esta carta es para él pero también para sus padres “puesto que el tiempo escasea”. Es decir, el primo –que vivía en la Corte– centralizaba el correo y reenviaba las cartas de Clemente a Titaguas y a quien hiciera falta (en este caso también a Lagasca), lo que entra dentro de una lógica ya que, sobre todo para la familia, sería más cómodo que todo pasara por la intermediación del pariente dada la movilidad del botánico y también por el hecho de residir en el extranjero.

Dice en la misiva la información normal que se suele dar. Esperan llegar a París el día 8 (ya hemos visto, sin embargo, que llegaron el 6).

La carta tiene una segunda parte sin fechar pero escrita por el propio Miguel Collado tras recibir la anterior, lo que evidencia la condición de intermediario del primo: envía a la familia la anterior misiva de Clemente, y a su vez asegura que reenviará a éste a París una escrita por su padre, etc., etc.

Los viajeros ya están en París. Atrás ha quedado casi un año de incomprensión, de dudas, sobre todo para Domingo Badía que es quien ha llevado todo el peso de las negociaciones. Simón de Rojas se ha mantenido en un segundo plano, y así seguirá todo el periplo en el que estén juntos; tampoco D. Domingo se habría dejado arrebatar ese segundo plano. A D. Simón le quedará de este viaje todo lo que aprenda, todo lo que interiorice. Podríamos decir que el de Titaguas representa más a la Ilustración y el catalán al Romanticismo quien parece incluso que busque la utopía, si no, cómo iba a insistir tanto en todo; el titagüeño (o titagüense) también pero menos.

Gracias a este expediente de Domingo Badía hemos podido conocer los pormenores de ambos viajeros, y resaltado lo referente a nuestro biografiado. En él hemos visto también que se han guardado para la historia detalles como la entrevista con los reyes, el interés del rey sobre los conocimientos de árabe y de matemáticas de Clemente, la última entrevista de ambos con el Príncipe de la Paz o el parón en la municipalidad de Bayona para que los pasaportes fueran visados, detalles si no pintorescos, sí curiosos; y si leemos el expediente vemos que el futuro Alí Bey utiliza un estilo ameno e irónico en todo, lo que puede quitarle algo de objetividad al barrer siempre para él, para casa, sin embargo, no se le puede negar una subjetividad sincera. También vemos a una España remisa a la hora de invertir en ciencia (situación un tanto endémica en nuestro país) y en descubrimientos que no están claros, o tal vez una prudencia comprensible. Y hasta da la impresión de que todo se cocía entre bastidores –como casi siempre–, de esta manera, por ejemplo, vemos que Simón de Rojas se había enterado oficialmente de su elección por el propio Badía, pero la comunicación oficial, y a petición de éste, se produce más de un mes después.

Y esto lo vemos con claridad pues hasta la incongruencia es transparente aquí. Efectivamente, todo se hace con mucha transparencia, quizás con demasiada, incluso con demasiados oficios, órdenes y cartas; y es un viaje que, en principio, era secreto, pero en realidad era un secreto a voces, tanto es así que, incluso, Cevallos escribe a Cavanilles desde San Lorenzo del Escorial el 10 de octubre de 1801 una misiva con el fin de “dar a D. Domingo Badía y Leblich tres ejemplares de la obra de V.M. Icones plantarum y Monodelfia, que pide para llevar consigo al viaje por el interno del África que va a emprender”44. Es decir, el mismo ministro de Estado cuenta a Cavanilles que Badía va a ir a África, al tiempo que se preocupa de que el catalán tenga los libros del maestro de la botánica española. También fue anunciado en el Diario de Madrid del 28 de noviembre de 180145; Badía (y también Clemente como veremos) lo comunicó a diestro y siniestro en París y en Londres y puede considerarse un milagro que las autoridades de los países adonde debían ir no estuvieran al tanto de todo. Salvador Barberá ve en esta despreocupación la poca relación que había entre África y Europa en aquel momento46, porque de haber habido una relación algo más fluida nuestros viajeros habrían sido descubiertos enseguida, pero claro, van a África porque esa relación no existe y también van para que exista. De todas maneras la despreocupación con la que es tratado el tema en el sentido de saberlo tanta gente siendo que era un viaje secreto es muy grande; no obstante, hay que resaltar que nadie que pudiera perjudicarlo se enteró por lo que tampoco estaban tan desencaminados. Y hablo hasta la salida de Londres para España; desde entonces, y después cuando llegan a Andalucía sí que hay un secretismo total –y hasta inquietud por la pérdida de cartas, de lo que se hablará más adelante–, porque Andalucía está llena de árabes y al lado de África, en ese momento ya existe lo que se puede llamar un secreto de Estado; antes no fue considerado así. Transparencia que nos hace ver –repito– incluso aspectos incongruentes.

Los viajeros llegan a París el 6 de junio de 1802 como sabemos. El trayecto de Madrid a París ha durado, pues –con las retenciones pertinentes–, 25 días. Pronto contactan con los botánicos del lugar. Uno de los encuentros es con Francisco Antonio Zea; en aquellos momentos también estaba allí, así lo indica Clemente en una carta que vamos a ver enseguida y también tenemos otra de Zea escrita desde París a Cavanilles en la que habla de nuestro hombre; ésta está fechada el 14 de junio. Dice lo siguiente sobre el de Titaguas: “Mucho me ha agradado su discípulo Clemente; pero no me agrada que sin acabar de formarse salgan a correr los mozos de quien más se puede esperar. Ése es el secreto de hacer meros colectores de los que pudieran ser grandes botánicos”47. O sea, critica el hecho de que salga al extranjero antes de formarse y teme que este viaje estropee su formación. Evidentemente Zea se equivocó con estas apreciaciones.

3.1.2. Simón de Rojas en París y Londres

Ahora vamos a ver el viaje bajo el prisma de D. Simón a través de su correspondencia que, como es natural, adquiere un protagonismo periodísti co y científico, pero sobre todo humano. Es el viaje de un gran observador y además culto y eso lo vamos a constatar en las cartas que veremos a continuación que nos informan en algunas ocasiones de lo que hace, de lo que aprende y de lo que vive, dándonos también una visión social de la época y aportando mucha luz al viaje y al contexto en que se desarrolla. Hay que notar que el estilo de estas cartas familiares es descuidado, otra cosa es cuando escribe a personalidades, como a Cavanilles, cuyo esmero literario es mayor.

Vamos a ver la de 4 de julio de 1802 a su primo (Miguel Collado) desde la capital francesa dice:

Mi querido primo y dueño: / Todavía estaremos aquí unos quince días; esa dilación nos es muy útil porque entretanto oiré el curso de conchiología completo y el de crustáceos y tal vez todo el de insectos y cuadrúpedos, y recogeré algunas plantas. Zea dice que va a partir, él llevará un cartoncito que puede Vd. encargar a Lagasca que recoja y lo entregue a Vd., pues es regular que vaya dentro algo para él, como irá para Vd. algún libro, según el dinero que haya. Lagasca creo que lo hará de buena voluntad y sabrá regularmente la llegada de Zea luego de que se verifique. Sobre lo que me dice mi padre en la que Vd. me remitió, puede Vd. hacer lo que le parezca conveniente. Estuvimos antes de ayer en la lección pública que da el abate Sicard a los sordomudos cada 15 días. La pieza que debía ser más grande y más decente, llena, el abate hombre de 45 años pero de espíritu muy metafísico y cartesiano. Los sordomudos muy instruidos hasta en los puntos más abstractos, escriben, leen, hablan entre sí y con Sicard, e imprimen con mucha destreza y prontitud. Se les preguntó qué era la Iglesia y la definieron en dos acepciones exactamente por escrito. Los repetidos aplausos hicieron resonar varias veces el gimnasio. Asistiremos luego a la escuela de los ciegos que dirige Haüy, hermano del profesor de Mineralogía. Hemos visto los obispos y clérigos vestidos de corto con pañuelo blanco al cuello y sin corona, y creemos que esto sea por orden del gobierno. Dijo Sicard al público que el Rey de España le había enviado un hombre para que le instruyera en el arte que después debe enseñar en España. El tiempo se mantiene aquí aún fresco y muy nebuloso. Vemos muchos musulmanes venidos de Egipto con los franceses, entre ellos hay mamelucos48 que tiene a su servicio Bonaparte. No ocurre más de particular por ahora. Dé Vd. expresiones a los mismos y a D. Diego, con Rodríguez y el curita; a Lagasca puede Vd. franquearlo todo como él merece y entregarle la adjunta. Espero que Vds. no serán omisos en escribirme a Londres. Dirija Vd. ésta a mis padres cuyas cartas con la de mi abuelo y hermanos me causaron el mayor placer como también la adjunta de Domingo.

A Neyra, catedrático de Clínica en el hospital, que irá por ahí por unas semillas puede Vd. darle las que quiera de las que dejé en el cajón junto a la despensa. Lo mejor sería apartarle de cada papelito la mitad y ponérselas nombradas con separación para que quedasen ahí de todas; pero si no hay tiempo para esto, puede Vd. dárselas como están sin decir nada de esto a Lagasca.

Besa las manos de Vd. quien desea saber de su salud49.

El objeto de este viaje es, repitámoslo, “acopiar noticias, instrumentos de observación y otros artículos indispensables” para la proyectada expedición a África. Y en el Museo de Historia Natural de la capital de Francia, Clemente colectaba objetos al igual que haría más tarde en Londres en la Casa Banks, lugares que, afirma en su autobiografía, llegaron a ser su morada.

Vale la pena, una vez más, seguir el hilo de sus memorias para confirmar lo que se dice en la carta anterior:

Ni me contentaba con asistir a las lecciones públicas, sino conversaba diariamente con los sabios de una y otra capital [...] Al mismo tiempo salía a herborizar a gran distancia de dichas capitales y tuve el gusto de presentar a aquellos sabios, algunas plantas, o no descubiertas, o no bastante conocidas.

Ni en París ni en Londres, dejé culto que no examinase en sus templos y sinagogas, abrazando todos los ramos de instrucción50.

Clemente recoge plantas aparte de asistir a las lecciones públicas y también se puede deducir que lo que le envía a Lagasca son eso, plantas, podrían ser criptógamas pues es en esta ciudad donde se aficiona a ellas y aprende mucho de Persoon como señala el propio Lagasca en la autobiografía que él completa. Las lecciones públicas en París son los cursos de conquiología, de crustáceos, de insectos, de cuadrúpedos, de clases a sordomudos (admirando incluso el método pedagógico del cual se ha interesado el rey de España) y a ciegos, lo que supone abrazar todos los ramos de la instrucción y hasta, aunque no lo diga expresamente, asistir también a cualquier debate, tertulia o lectura de tipo ilustrado.

El viajero no dejó de visitar en las dos capitales los templos y las sinagogas. Con respecto a la religión hay una observación en la carta: “Hemos visto los obispos y clérigos vestidos de corto con pañuelo blanco y sin corona, y creemos que esto sea por orden del gobierno”. Observación interesante teniendo en cuenta el liberalismo laicista imperante en Francia tras la Revolución Francesa, aunque ya de corte bonapartista.

Evidentemente Clemente va tomando nota de todo ello, deja entrever una cierta admiración por lo francés y se va forjando en él un espíritu liberal y afrancesado que le traería con el devenir del tiempo muchos problemas y sinsabores. En ese momento Simón de Rojas tenía 24 años, no perdió el tiempo en ningún sentido, ni siquiera en la observación ideológica; vive el París de Napoleón y lo cuenta, al tiempo que no se olvida de sus compromisos.

El día 4 de julio de 1802, el mismo día que escribe a su primo lo hace también a su amigo Lagasca a quien no podía olvidar. Dice en la carta:

Lagasca mío: ¡Qué deseos tengo de ver letra de Vd.! Escribí a Vd. y a nuestro profesor en el correo pasado. No me acuerdo si dije a Vd. que aquel liquen que Vd. cogió viniendo a Madrid y después yo en S. Bernardino y en el 3 molino blanco empirañado con las peltas rojizas le tienen aquí por el lentigerus. Alguno de los otros no le he visto hasta ahora en los herbarios. Sentí no poder acabar de ver la colección de Persoon por haberse marchado a los Alpes tan pronto. Los mismos franceses dicen que quien entiende de eso son los alemanes. Yo procuraré hacer las consultas que me faltan y trasladarlas a noticia de Vd. quien no extrañará la falta de método y orden en mis cartas considerando las muchas cosas a que debo atender y el espíritu de distracción que aquí reina. Mi pariente podrá darle a Vd. alguna otra noticia de mis ocupaciones. Las de Vd. no serán tampoco cortas. Puede Vd. tomar para Boutelou alguna criptógama de mi herbario siempre que a mí me queden dos ejemplares, los mejores. Y con la misma condición si necesita Vd. alguna otra como para Clarión51 a quien debe Vd. enviar cuanto antes buena colección de buenos ejemplares, pues él podrá proporcionarle a Vd. muy exquisitos.

Diga Vd. a García que su antagonista (Decandolle), jovencito, pantalonáceo y vivaracho, delgadito y de mediana estatura, ojos chicos y un poco hundidos, color claro y pelo a la cabalia acaba de hacerle la mayor injuria pues acaba de casarse con una excelente moza a quien enseña a buscar los dos cotiledones de la Nimfea, y lleva a los sabinetes, etc., etc.

Expresiones a D. Claudio, / Su Roxas52.

Esta carta es una de ésas en que se toca la evidencia, y la evidencia es que nuestro hombre está investigando en París, no está ni de vacaciones ni pensando en el viaje a África. Su pensamiento lo centra en la carta que espera del mismo Lagasca, la que ha enviado a Cavanilles, de las plantas de Madrid y de París, de Persoon, de sus ocupaciones (emplaza a que sea informado por su primo Miguel Collado, no en balde también le ha escrito ese mismo día), su criterio del intercambio de plantas, de los amigos, sin faltar para nada el humor centrado en la descripción del suizo Augustin Pyrame de Candolle (1778-1841), su reciente matrimonio y García (Donato García casi con toda seguridad); ellos (Lagasca y Clemente) sabrían con exactitud de qué se trataba la broma, siempre relajante si, sobre todo, se está lejos de los suyos (caso del de Titaguas), entre los cuales Lagasca, de ahí “Su Roxas”, apelativo que reserva para los íntimos. Pero no se acuerda para nada del que dirige la expedición, de Domingo Badía, a quien ni siquiera nombra, y es que sus motivaciones son muy otras, son las que manifiesta.

Las siguientes cartas ya están fechadas en Londres, son dos del 24 de agosto de 1802. Una está dirigida al padre, lo que sucede es que escriben dos: Clemente y Badía. El primero saluda a la familia y amigos del pueblo con una información que no fue cierta: “Aún estaremos aquí más de un mes” (varios meses más continuaron allí). La cortedad de la misiva se justifica porque el resto de la carta lo emplea Badía en lo que parece ser la presentación al padre de Clemente a quien saluda, afirma que su hijo “lo mismo que yo, va perfectamente, a Dios gracias” y lo tranquiliza asegurándole que volverán “coronados de gloria con el fruto de nuestra expedición”. Mensaje optimista.

En el reverso de la carta hay una nota del primo de Clemente que dice: “Mi estimado tío Joaquín. No envío una carta de Rojas para Vicente porque es larga y he de copiar algunos artículos de ella y no hay tiempo pues se ha recibido muy tarde el correo. Irá en el siguiente. Hasta entonces y siempre de V. [¿Servidor?] / Collado”53. En la misma página está la dirección de Miguel Collado en Madrid, lo que potencia la idea de que las misivas se enviarían desde Inglaterra a Titaguas (y viceversa) vía Madrid; su primo sería, además, el primero en enterarse de cualquier vicisitud importante, entre otras cosas por vivir en la capital.

Y en el paquete para Miguel Collado también incluyó (también del 24 de agosto) otra (tenemos la copia) a su antiguo profesor de Filosofía en la Universidad de Valencia, Antonio Galiana (aquí lo nombra catedrático de Matemáticas, que también lo fue). La carta dice:

Mi amado maestro: Si es Vd. el que me mostró el camino de la ciencia y de la virtud, el que me volcanizó en el amor de entrambos, el que me hizo gustar sus frutos e hizo conocer su valor y el que sobre cuanto puede expresarse me hizo el objeto de las efusiones de su gran corazón, es terminante que, cuando menos, debo reconocerme a Vd. tan deudor como a mis padres. La abundancia de estos sentimientos me ponía en el agradable compromiso de noticiar a Vd. el estado de mis progresos siempre que experimentaren alguna novedad: la que voy a anunciar a Vd. no ha tenido consistencia hasta ahora, motivo porque [por el cual] no se la anticipé.

He sido nombrado con 18.000 reales en compañía de Badía para una expedición que éste propuso al interior del África. Para el surtido de instrumentos de observación y libros, etc., ha señalado el gobierno 40.000 reales que están ya invertidos. Con este objeto y el de tomar algunas noticias preliminares hemos estado dos meses en París y estaremos dos meses y medio en Londres.

Aunque el gobierno no ha hecho distinción expresa de los trabajos que cada uno de nosotros debe tomar; mi compañero que es buen astrónomo, geógrafo y músico se encargará principalmente del desempeño de estas partes, y yo que me dediqué particularmente en Madrid a las ciencias naturales e idiomas trabajaré en aquellas y parte filológica y lo que tenga relación con los cultos; a los demás objetos atenderemos indiferentemente.

Si en adelante tengo ocasión y tiempo para dar a Vd. noticia de nuestros descubrimientos y trabajos lo haré con la mayor prolijidad que pueda. Ahora sólo podría hablar a Vd. de sabios, sociedades, libros, etc., etc., que Vd. conoce: entre aquellos, hemos visto aquí a Mendoza de los Ríos que ha impreso en inglés y español una colección de Tablas para varios usos de la navegación y está trabajando aquí en otras relativas al mismo objeto; veremos si es verdad lo que aquí se dice de Herschel: que no permite a nadie mirar por su gran telescopio.

Si Vd. tiene la bondad de escribirme o mandarme alguna cosa en Londres podrá hacerlo inmediatamente, de otra manera arriesgará Vd. un placer a su más obligado discípulo, / Simón de Roxas Clemente54.

La carta es entrañable, el alumno se acuerda de su antiguo maestro, “el que me mostró el camino de la ciencia y la virtud” por lo que “debo reconocerme a Vd. tan deudor como a mis padres”; a cualquier maestro o profesor le gustaría recibir estas palabras de un antiguo alumno o alumna, las cuales dicen muy bien de Simón de Rojas.

Como novedad sabemos que el gobierno ha empleado ya 40.000 reales en gastos de infraestructura del viaje europeo, aún se gastaría más pues estuvieron más tiempo del previsto; en París estuvieron dos meses justos, lo sabemos también porque en el herbario que los viajeros hacían paralelamente consta la fecha del 6 de agosto como último día de recolección en Francia (del día siguiente es ya la recolección de Inglaterra), más de los 20 días de que se hablaba con ocasión de la petición de los pasaportes, y en Londres también alargaron su estancia.

Vemos igualmente que se han impuesto unos roles; Badía tendrá primacía en la toma de decisiones en astronomía, geografía y música, y nuestro hombre en ciencias naturales, idiomas, filología y cultos, y esa disposición tendrá que seguir siendo válida para África. Por lo demás habla a Galiana de lo suyo: de planos y mapas (geodesia) que es como hablar de matemáticas en aquel momento.

Creo conveniente insertar también aquí una carta en inglés escrita por Joseph Banks (presidente de la Royal Society e impulsor de la creación de la Asociación Africana entre otros méritos55; no consta destinatario exacto) donde pide ayuda en metálico para los dos viajeros. Hemos estado viendo lo remiso que era el gobierno español para dispensarles lo necesario y lo que se hacía de rogar; pues bien, Joseph Banks en persona escribe:

Soho Square August 29th 1802

Dear Sir:

As the African association is at the present in vacation I take the liberty to recommend to you in their name the bearers of this D. Domingo Badia y Leblick and D. Simon de Roxas Clemente; they are Spanish gentlemen employed by their court to explore the interior of Africa a business they undertaken with a zeal and ardour equal; I trust to the difficulties they will have to encounter and they are consequently intittled to the warmest protection from the African association whose views they are likely so essentially to promote.

Money they have no occasion for as that is supplied to them by their employers but if any unexpected necessity should befell them, I have reason to the African association pecuniary assistance would be granted, for friendly civilities of country enables you to administer to those who are strangers in it, I trust to your friendship to grant to them and I beg to assure that in rendering them use full services you will not only lay me under personal obligations to you but you will essentially oblige the very respectable association in whose name I have taken the liberty to address you.

I am Sir / With much regard and consideration / Your obedient humble servant / Joseph Banks56.

[Muy Señor Mío: Como la Asociación Africana está por el momento de vacaciones me tomo la libertad de recomendarle en su nombre a los portadores de esto (sin duda algún documento de recomendación), D. Domingo Badía y Leblick y D. Simón de Roxas Clemente; son unos caballeros españoles encargados por su Corte de explorar el interior de África, un asunto que han asumido con un celo y un ardor equivalentes; como van a encontrar dificultades, en consecuencia ellos son merecedores de la más calurosa protección de la Asociación Africana cuyas ideas es con seguridad muy importante que ellos den publicidad.

Todavía no les han suministrado sus patrones el dinero, sin embargo si alguna necesidad imprevista les sucediera, tengo motivos para esperar que una adecuada solicitud de asistencia pecuniaria de usted a la Asociación Africana sería otorgada, por la amistosa hospitalidad del País que permite administrar a los que desconocen todo esto; confío en su amistad para que se les conceda y pido que se les asegure revirtiéndoles en servicios útiles que no se traducirá solamente en obligaciones personales para usted sino que obligará esencialmente a la muy respetable asociación en cuyo nombre me he tomado la libertad de dirigirme a usted].

En la carta se evidencia la solidaridad internacional entre individuos –que no entre Estados–, algo propio de la Ilustración también, donde, en general, la gente se ayudaba. Está claro que los ingleses nos llevaban mucha ventaja en organización, previsión, etc. Por eso están allí, y por eso existía incluso la Asociación Africana, algo muy lejos de pensar en España. Ello lo confirma la Gazette de France: “Él [Alí Bey] sabía que una sociedad instituida en Inglaterra, cuyo único fin era hacer descubrimientos en África, no había obtenido ni con mucho resultados proporcionales a sus esfuerzos”57. Esta sociedad era la Asociación Africana y por la razón que aduce la Gazette a ella se dirige.

Con lo dicho redundo en lo que afirma Salvador Barberá: es un milagro que el Estado marroquí no se enterara de todo este asunto.

La siguiente carta que va a comentarse está datada en Londres el 24 de noviembre de 1802 y dice:

Mi muy querido abuelo: Tiempo ha que no aprecio yo otros objetos en el mundo que los que están adornados de virtud y saber, o al menos de aquélla; mas este convencimiento no quita que yo abrace gustoso las reflexiones de Vd. que conspiren a lo mismo, antes por esa razón misma me deberán ser más agradables. Que nos veremos en Titaguas lo espero firmemente; si con renta aunque parece regular, no lo sé, pero esto último importa menos de lo que parece a muchos.

Mi compañero [Badía] estima mucho las expresiones de Vd. y las devuelve afectuoso. Los alimentos aquí han sido por lo común carne regularmente bien asada y siempre muy buena: pavos, liebres y otros animales así, y una cosa muy buena como pasteles que llaman pudding; muy buen queso, manzanas, peras, ensalada, buen pan y patatas, buena cerveza, etc., el agua mala; pero tampoco tan necesaria como ahí. Así tengo perfectísima salud. De aquí iremos a un puerto de Marruecos y tal vez toquemos en Lisboa o Cádiz; iremos por mar, muy bien acomodados en un buen navío. / Su nieto que S.M.B.

Esta carta de Clemente a su abuelo difiere un tanto de las otras, y es precisamente porque es para su abuelo (su abuelo materno, Antonio Rubio, el paterno, José Clemente murió en 1758). Nótese que no hay alusión alguna a vicisitudes puntuales; el nieto se limita a contarle al abuelo cómo le va. Empieza con una reflexión donde pone en la cima de los valores humanos, como buen ilustrado, a la virtud y al saber (sobre todo al primer valor), objetivos que coinciden, aunque, presumiblemente, por caminos diferentes, con el del abuelo, a quien espera ver en Titaguas (como ya le decía en una carta anterior). Es normal que el nieto intente tranquilizar a su abuelo pues la idea de la lejanía, históricamente, ha hecho que éstos piensen que ya no verán más a sus nietos, y sobre todo hay que tener en cuenta que hablamos de Londres y de 1802 y que después le espera Marruecos, y después el reencuentro “con renta” pero con la afirmación de que el dinero no es lo más importante, lo que nos confirma una vez más su manera de ser desinteresada y culta, desapegado del dinero y amante del saber. En la parte final de la carta, de contenido gastronómico, hay que resaltar el conocimiento que ya tiene del pudding.

La siguiente carta también está fechada en Londres y es del mismo día (24-11-1802); en ella dice:

Mi muy querido padre: Dentro de un mes nos habremos embarcado tal vez para Marruecos. Hasta ese día escribiré aún a Vds., y después si puedo desde el camino, para esto último es regular no tendré ocasión, pero apenas desembarque en África enviaré carta. El viaje por mar podrá durar unos 20 días aunque algunas veces es cosa de 30. Tendremos excelente viaje porque vamos en un navío muy bueno y estaremos muy bien asistidos; para el África llevamos las mejores recomendaciones y seremos muy bien tratados desde que echemos pie a tierra.

No me escriban Vds. hasta que yo envíe a decir dónde. / Dé Vd. muchas expresiones a la madre y hermanos y recíbalas de mi compañero. / En este mismo correo escribo a Juan.

En esta carta se nota cierta desinformación con respecto a alguna circunstancia de tiempo o lugar sobre la empresa que él y Badía van a realizar. Si en la carta anterior anuncia que irán a un puerto de Marruecos pasando por Lisboa o Cádiz, en ésta el adverbio de duda “tal vez” se refiere a si van a ir realmente a Marruecos, adonde no obstante confía en llegar (al hablar de África lo propio es que piense en Marruecos). Nótese que las dos cartas están fechadas el mismo día y, casi estoy por decir, van a la misma casa, una para el abuelo y otra para el padre; la del abuelo es más tierna y más segura porque quiere dar eso, seguridad y tranquilidad. Y no olvidemos que, en principio, era un viaje secreto, era un secreto a voces como vengo diciendo y si no, véase, en este caso, cómo no ahorra detalles del mismo a la familia a la que, además, como viene siendo habitual, tranquiliza.

Por fin anuncia la salida de Londres en la siguiente carta fechada el 29 de marzo, no se indica el lugar ni el año desde donde se escribe pero por el contexto se ve que está escrita allí, y el año no puede ser otro que el de 1803:

Mi muy querido padre: Mañana o después de mañana saldré de Londres embarcado para Cádiz a donde espero llegar dentro de un mes si el viento no es contrario, luego salte a tierra escribiré a Vds. y entre tanto puede Vd. escribirme por el mismo medio que hasta aquí para que tenga yo el gusto de hallar en Cádiz carta de ustedes después de tanto tiempo que carezco de ella. El motivo de mi tardanza en salir de aquí ha sido que el Rey ha cogido toda la gente de mar para servir en los navíos de guerra temiendo se declarase la guerra con Francia, lo que al fin tal vez se verifique, aquí se preparan muy bien por mar y tierra. He estado esta semana a más de 40 leguas de Londres a ver unos amigos en Norwich y Yarmouth, amigos que me han regalado muy bien, sabios de mucho crédito y ricos. Aquí hace ahora el más hermoso tiempo de primavera y es delicioso recorrer las cercanías como yo lo he hecho hasta unas 7 leguas. Tan bello tiempo no es regular aquí en el mes de marzo y así se espera que volverán aún otra vez los fríos. Ya ven Vds. que no es posible pasarlo mejor que yo lo paso y más hallándome en todo el vigor de la robustez y en los mejores años de la vida. Tampoco dudo que Vds. saben ser felices. A mí nada puede incomodarme la guerra, ni faltarme dinero y socorros abundantes mientras dure esta expedición. Escríbame Vd. más largo que acostumbra y dé mis expresiones a la madre, abuelo, hermanos y demás de casa y amigos de su hijo que sus manos besa58.

En efecto, unos días más tarde saldrá de la capital del Reino Unido hacia Cádiz (concretamente el 3 de abril). En esta carta ya está seguro de que su destino será Cádiz por lo que insta a que su padre le escriba a esta ciudad.

También sabemos por esta carta que se movió por Inglaterra, no se limitó a vivir en Londres y visitar sus alrededores sino que estuvo en Norwich y Yarmouth. Norwich se encuentra al este de Inglaterra –en aquel momento era la segunda ciudad en importancia de este país, después de Londres–, cerca del Mar del Norte, y Yarmouth al sur, en el Canal de la Mancha, en concreto en la isla de Wight59; los amigos deben ser botánicos famosos como James Edward Smith. Al hilo de lo que se viene diciendo vemos a un viajero a quien le gusta recorrer en su tiempo libre los alrededores de la capital cuando hace buen tiempo, y en aquel momento lo hacía. Lo cierto es que el botánico titagüeño está pletórico de fuerzas viviendo “los mejores años de la vida”. Tenía 25 años.

Simón de Rojas Clemente

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