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DATOS BIOGRÁFICOS

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Fernando Evaristo García Alonso (Vela es segundo apellido paterno) nació en Oviedo, en el número 62 de la calle Uría, el 26 de octubre de 1888. De su infancia, los recuerdos más vívidos parecen asociarse a la figura de Leopoldo Alas, cuya casa frecuentó entre 1899 y 1902, y con cuyo hijo Adolfo compartió el despuntar de una tempranísima vocación periodística. Cuenta Vela cómo, curioseando un día en la biblioteca del escritor, los dos muchachos dieron con el manuscrito de Juan Ruiz, el periódico humorístico que Clarín compusiera en su adolescencia, y cómo ellos mismos se animaron después a crear un semanario, de un único ejemplar, que pronto encontró imitadores en el vecindario y hasta llegó a suscitar alguna rivalidad. Tenía entonces Vela sólo doce años, pero aquella pasión periodística ya no habría de abandonarlo nunca. Como nunca olvidaría la emoción causada por la lectura de los relatos y Paliques de Clarín —a quien debía, además de la literaria, la afición al ajedrez—, y la impresión que le produjo la muerte del escritor10.

No era el periodismo, sino la medicina, la ocupación tradicional en la familia de Vela: su padre fue un conocido médico en la Beneficencia Provincial, y él mismo llegó a empezar esa carrera, pero renunció pronto a ella para preparar oposiciones al Cuerpo Técnico de Aduanas. El abandono pudo deberse a su carácter aprensivo, aunque también es posible que influyera en su decisión de seguir una carrera burocrática «la necesidad —derivada de la muerte del padre— o quizá lo poco imperativo del propósito», como ha sugerido José-Carlos Mainer11. Ingresa Vela en el Cuerpo Técnico en 1908, y es destinado primero a Águilas (Murcia) y después a Llanes y a Gijón. De 1913 es su afiliación al Partido Reformista de Melquíades Álvarez, y es también por entonces cuando emprende su actividad periodística en el diario independiente gijonés El Noroeste y una importante labor cultural en el Ateneo Obrero, institución a la que sus iniciativas habrían de dar fuerte impulso12. El conocimiento personal de Ortega se produjo al año siguiente en Gijón: es fácil imaginar la importancia que el acontecimiento hubo de tener para Vela, dado el entusiasmo con que a lo largo de un decenio había seguido en la prensa las publicaciones del filósofo. La estima fue mutua, y un año después Ortega ofrecía a Vela la corresponsalía en Asturias del recién fundado semanario España.

Los años que siguen son de compromiso con la realidad regional asturiana y de infatigable ocupación periodística. Su actividad política —si así puede llamarse, puesto que procuró mantenerse siempre al margen de toda lucha partidista— consistió, sobre todo, en el empeño en que la cultura no quedase desplazada de un proyecto regionalista renovador que a su juicio debía aglutinar todas las manifestaciones de la vida colectiva sin convertirse en excusa de oclusiones provincianas. Según Teófilo Rodríguez Neira, que ha estudiado con detalle este aspecto, «la reiteración de Vela en torno a una verdadera divulgación de la cultura, a una difusión planificada de los saberes, se transforma en una especie de mesianismo. Porque, efectivamente, vuelve una y otra vez sobre las mismas cuestiones. Lo encontramos, incansable, casi a diario en la prensa, en los conciertos, en las exposiciones de pintura, animando, estimulando la creación y la participación»13. Proyectos e ideales que desde 1917 defiende desde su propia revista, Región, de vida efímera y cuyo primer número aparece el 18 de julio de ese año. «La lista de redactores y colaboradores —señala Ramón García de Castro al respecto— es tan notable como significativa. Se cita en ella buena parte de la plana mayor de la intelectualidad y el arte regionales»14. Vela da ya muestras de un certero instinto selectivo y dotes organizativas. Figura además como redactor en el recién fundado El Sol y mantiene su colaboración en Noroeste y en España.

Son, pues, estos años asturianos muy activos en lo que concierne a su empeño en el desarrollo cultural y económico de la región, pero Vela sabe que no ha logrado aún su realización plena ni dispondrá de ocasiones para ello en el reducido ámbito de la provincia, y acaricia la idea de un traslado a Madrid. El esperado destino no llegará hasta 1920. «Estoy en unos momentos críticos para mi vida —confía entonces a Ortega, en carta escrita desde Gijón—, pues quiero resolver ahora de una manera definitiva mi situación, la cual siempre me pareció provisional y pasajera, sin verme, por tanto, obligado hacia mí mismo a dar todo lo que pudiera de mí. Las dudas y vacilaciones, que usted conocía, han desaparecido»15. Y confiesa también al amigo su deseo de «cambiar una vida tonta y lánguida por otra más activa». Determinación que se traducirá pronto, apenas se incorpore a esa nueva vida madrileña que le obliga a compaginar el trabajo en la Dirección General de Aduanas con el de redactor de El Sol, en un distanciamiento de sus precedentes preocupaciones regionalistas. No puede hablarse, sin embargo, de una entera desvinculación de la realidad asturiana: sus estancias veraniegas en Llanes y en Gijón, a veces en compañía de Ortega, lo mantendrán de algún modo ligado a su tierra natal. Pero es ahora el trato asiduo de Ortega, con la apertura de perspectivas intelectuales que ello comporta, lo que llena la vida de Vela. Se trata de un periodo de muy fecunda colaboración, que en 1923 fructifica en un libro de la importancia de El tema de nuestro tiempo —para el que se basó Ortega en «los apuntes minuciosos y correctísimos» tomados por Vela durante su curso universitario de 1921-1922— y en la realización de un extraordinario proyecto:

«En nuestros paseos por las calles de Madrid me había hablado Ortega muchas veces de la conveniencia —más bien, necesidad— de que España contara con una revista que pusiera a los lectores españoles al corriente de las nuevas ideas, los nuevos descubrimientos científicos, los nuevos hechos sociales que en aquellos años posteriores a la Primera Guerra Mundial comenzaban a transformar el mundo de la filosofía, de la literatura y las artes, de la economía y la ciencia y, como consecuencia, el mundo humano en general. […] Una tarde, a mediados de abril de 1923, subiendo por la calle de Alcalá, Ortega me dijo: “¿Y por qué no hemos de ser nosotros los que hagamos esa revista? Usted me ayudaría como secretario de redacción”. Yo era muy poco para tan grande y difícil empresa, pero al lado de la gran personalidad de Ortega me sentí con fuerzas para ese cometido auxiliar. […] Dos meses y medio después estaba en la calle el primer número»16.

No es preciso insistir aquí en la importancia que ha tenido para la cultura española la Revista de Occidente, aparecida en un raro momento de efervescencia artística e intelectual que contribuyó a hacer de ella una de las mejores publicaciones europeas de su tiempo. Sí conviene, en cambio, recordar que de todas las elecciones de Ortega concernientes a la revista, la más atinada fue la de su secretario de redacción. No sabemos qué habría sido de Revista de Occidente sin Fernando Vela, sin su dedicación plena y su «solícita laboriosidad de abeja»17, pero no es imposible que hubiera quedado un poco a medio hacer, como tantos otros proyectos orteguianos. Vela se preocupó por mantenerse al día de las principales novedades científicas y culturales, estuvo detrás de todas las decisiones importantes y compartió con Ortega la responsabilidad de elegir y rechazar colaboraciones. Los aciertos, a la vista está, fueron más que notables en cuanto a la promoción de nuevos nombres: la generación del 27, casi enteramente desconocida cuando empieza a publicar en la Revista, debe mucho al buen instinto de Vela. «Esta actividad —dice Valentín Andrés— proporcionó a Vela algunas merecidas satisfacciones; pero le ocasionó también los disgustos que nunca faltan al seleccionador de un grupo tan puntilloso como el literario. La Revista de Occidente fue la puerta de acceso por donde pasaron los nuevos de las capillas literarias al gran público, paso celosamente vigilado por el aduanero Vela»18. Su rigor selectivo suscitó protestas que fueron alimentando una injusta reputación de intransigencia. «Era curioso —escribiría muchos años después, recordando aquel periodo— que cuando se rechazaba algún trabajo se me atribuía únicamente a mí la decisión negativa, porque “si Ortega lo hubiera leído, habría reconocido su valor”, pero si era aceptado se debía exclusivamente al juicio de Ortega, sin intervención mía»19.

El esfuerzo que representa para Vela llevar adelante la Revista no le impide seguir dedicando tiempo a su obra escrita: los ensayos y artículos que van apareciendo en la prensa dan fe de esa laboriosidad. En 1924, el mismo año en que Revista de Occidente edita su primer volumen, los Cuentos de un soñador de Lord Dunsany, publica Vela en la Biblioteca de Deportes Calpe Fútbol. Association y Rugby, un reglamento deportivo firmado con el seudónimo F. Alonso de Caso. Pero no es este, al cubo, breve selección de ensayos aparecida en 1927 en Cuadernos Literarios, el que en rigor puede considerarse su primer libro. Vela compagina en esta fecunda etapa su actividad en Revista de Occidente, donde van apareciendo muchos de sus mejores ensayos, con la realizada en El Sol, hasta que en 1931 decide abandonar, con Ortega, el periódico por solidaridad con Nicolás María de Urgoiti, a quien ambos acompañarán en la sucesiva creación de los rotativos Crisol y Luz. No volverá Vela a El Sol hasta 1933, año en que el financiero catalán Luis Miquel compra el periódico, y será entonces para encargarse de su dirección: el más relevante cargo de su carrera periodística. En la primera plana del número de El Sol correspondiente al 16 de julio se anunciaba la noticia de su regreso en estos términos:

«Fernando Vela es seguramente quien ha escrito más artículos en nuestro periódico. Durante más de diez años, casi todos los editoriales políticos se escribieron con su pluma. La campaña por el advenimiento de la República, orgullo de El Sol, la llevó principalmente él en lo desconocido. […] Su actuación en nuestro periódico hizo que se le llamara a la Redacción misma, como articulista, en diciembre de 1920, y aquí empieza su labor anónima y formidable de once años».

La PEN Colección publica en 1934 su segundo libro de ensayos, El futuro imperfecto. Vela se encarga por entonces de la dirección del Diario de Madrid y sucede a Manuel García Morente en la de la editorial Revista de Occidente, donde han ido apareciendo sus traducciones: Lo santo de R. Otto y El mundo del hombre primitivo de F. Graebner, en 1925; El realismo mágico de F. Roh y El realismo crítico de A. Messer, en 1927; Kierkegaard, de H. Höffding, en 1930, y Rousseau, del mismo autor, en 1931; a las que seguirán Lo que pasa en Francia en 1831, de H. Heine e Historia de la civilización en Europa, de F. Guizot, ambas de 1935, y Panfletos políticos 1816-1824, de P. L. Courier, en 193620. En los últimos dieciséis años, Vela ha seguido una extraordinaria trayectoria, acorde con su deseo de una vida más activa. Pero muy pronto la guerra civil va a interrumpirlo y desconcertarlo todo.

Las circunstancias que llevaron a Vela a abandonar España fueron en parte descritas en su artículo «Después de una lectura de Dostoyewski», último de los muchos que redactó para Revista de Occidente. Aludía allí a las dificultades sufridas en Madrid a poco de estallar la guerra, pero lo cierto es que ni en la zona republicana primero, ni luego en la nacional, anduvo Vela muy seguro de su suerte. Del ambiente enrarecido del Madrid republicano recordaba el estado de inquietud en que vivió hasta que ciertas amenazas, que poco tuvieron que ver con su moderada posición ideológica y mucho con malquerencias y resentimientos personales, hicieron aconsejable buscar refugio. En el Consulado General de Haití lo halló durante casi un año, y en noviembre de 1937 cruzaba la frontera francesa para entrar acto seguido por Irún en la zona nacional y establecerse luego un tiempo en San Sebastián. No se resolvieron entonces los problemas de Vela: fue denunciado en Irún, y en San Sebastián tuvo que vivir casi clandestinamente, al amparo de su familia. Un pasado de afinidad ideológica con empresas intelectuales vinculadas al republicanismo moderado (en Gijón había sido presidente de las Juventudes Reformistas, aunque no llegara a ingresar en la Agrupación al Servicio de la República) y sus precedentes colaboraciones en la prensa favorable a Manuel Azaña pudieron ser la causa de las suspicacias que le costaron la pérdida del cargo en la Dirección General de Aduanas21. Así las cosas, aceptó trabajar con el empresario y crítico taurino de ABC Gregorio Corrochano en la creación de un periódico en Tánger, y en 1938 abandonó el país con destino a la ciudad norteafricana. Se iniciaba un breve exilio —duraría hasta 1943— y una mucho más larga y fecunda actividad periodística en España de Tánger, la cual sólo se concluiría con la muerte de Vela.

En 1937, el alto comisario de España en Marruecos y futuro ministro de Asuntos Exteriores Juan Beigbeder había encargado a Corrochano la fundación, en Tánger, de un periódico que contribuyera a la difusión de la propaganda franquista durante la guerra. El 25 de octubre de 1938 aparecía el primer número con las cartas en regla para llevar a cabo su misión ideológica. Pero España de Tánger no iba a limitarse a ser un vocero más del Movimiento. Corrochano acertó a consolidar en breve tiempo un rotativo capaz de difundir noticias que difícilmente hubieran podido hallar espacio en otros periódicos nacionales, como lo eran las concernientes a los avances de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. España se propuso, además, aproximarse al nivel de la mejor prensa de la etapa precedente, para lo cual no tuvo Corrochano ningún reparo en solicitar la colaboración de prestigiosas firmas provenientes de las filas republicanas. En España de Tánger continuarían su labor, por lo común bajo obligado seudónimo, periodistas nada afectos al régimen, como Juan Manuel Vega Pico, que había sido redactor de Avance, o los procedentes del clausurado El Sol, José Luis Moreno, Jaime Menéndez y Juan Antonio Cabezas. Además, Corrochano tuvo la fortuna de contar desde el primer momento con el apoyo de Fernando Vela.

La fundación de España fue precedida de notoria expectación en la ciudad norteafricana, como recordaría veinticinco años después Samuel Cohen con motivo de la celebración del aniversario del periódico: «En las últimas semanas de 1937 empezó a correr por Tánger el rumor de que Gregorio Corrochano iba a montar un gran rotativo en la ciudad internacional. Ardía España en guerra civil y Tánger era vivero de intrigas y rumores. Muchos creyeron que se trataba de un bulo más de los mil que brotaban en ese Zoco Chico ruidoso y desconfiado»22. La noticia era cierta, aunque se exagerara al aludir a una posible colaboración de Maurois, Claudel y Ortega. Rememora Cohen el entusiasmo con que los periodistas locales acogieron la noticia de la creación del diario, así como la impresión que a él mismo le causó la llegada a Tánger de Vela, para quien tiene palabras de gratitud que constituyen un justo reconocimiento de su magisterio:

«El verdadero maestro para los que queríamos hacernos periodistas en esa coyuntura excepcional era Fernando Vela; con él teníamos mucho más contacto que con Corrochano. Fernando Vela, por su modestia y por su retraimiento, no ha ocupado en el periodismo español de la posguerra el lugar preeminente y notorio que tuvo antes. Pero en él hemos tenido la suerte de hallar a un pensador, a un escritor y a un periodista excepcionales a quien debemos profesionalmente lo que nunca podríamos pagar»23.

Al diario España aportaba Vela una extraordinaria ejecutoria periodística, pero sobre todo la dedicación plena y la calidad de su trabajo. Una idea aproximada de su labor en España de Tánger, y desde junio de 1949 en el suplemento España Semanal, la ofrece el repertorio de Ramón García-Vela «Para una bibliografía de Fernando Vela»24. Concernientes al periódico tangerino, recoge el citado ensayo de catalogación un número muy considerable de títulos, si bien se trata de un recuento parcial: como el propio autor señala, una bibliografía exhaustiva de Vela es irrealizable, «pues si bien es quizás uno de los escritores que más haya publicado en el país, no es menos cierto que lo hizo, generalmente, enmascarado tras los más variados seudónimos —de los que algunos nos son conocidos— y, las más de las veces, anónimamente»25. En España de Tánger fue muy común el recurso al seudónimo entre sus redactores. También Vela publicó allí gran parte de sus artículos con seudónimo: Héctor del Valle y Luis Longoria fueron los más frecuentemente usados. Con el primero firmó colaboraciones sobre historia, ciencia, literatura, cine y deportes, además de numerosas reseñas y la sección «Tres crónicas breves». Lo empleó también en las dos biografías que preparó a principios de los cuarenta para la madrileña editorial Atlas: Mozart (luego reeditada en la colección de bolsillo de Alianza Editorial, en 1966 y 1985) y Talleyrand. Bajo el segundo redactó durante años, en la sección «De la vida inglesa», incontables artículos sobre economía, cultura, sociedad y sobre todo política nacional e internacional concernientes a Gran Bretaña, país del que nunca fue corresponsal y que no visitaría hasta 1951, acompañando a una delegación de periodistas españoles invitados por el gobierno inglés.

De entre los escasos testimonios que aportan información sobre el ánimo con que Vela afrontó su alejamiento de España, uno resulta particularmente significativo. Se trata de la carta que escribe el 30 de septiembre de 1939 desde Tánger a Ortega, en respuesta a la que este le enviara poco antes desde Argentina. Vela se interesa en ella por los posibles planes de permanencia de Ortega fuera de España, y pone al amigo al corriente de su propia situación. La serenidad familiar (Vela estaba a punto de ser abuelo, por más que, como confiesa a Ortega, siguiera sintiéndose «con veinte años») contrasta con la más inquietante expectativa laboral. Tras referirse a las dificultades que por entonces atravesaba España de Tánger a causa de la carencia de papel, problema que venía a sumarse a otros de carácter logístico y hacía temer por el futuro del periódico, Vela consigna en breves y sentidas líneas su añoranza del otrora fluido diálogo con Ortega, al que no se resigna a renunciar pese a las difíciles circunstancias:

«Quisiera estar todos estos días hablando con usted de los enormes y sorprendentes acontecimientos de Europa. Quisiera tener tiempo y mis libros a mano para buscar una época histórica semejante a la actual. Tengo la sospecha de que estamos en situación pareja a la de los primeros tiempos de la constitución de las nacionalidades europeas, tiempos de guerras e invasiones duras, de bruscos virajes en amistades y enemistad, de diplomacia igualmente ruda, etc. Pero lo peor es que nosotros tenemos las ideas, los principios y los sentimientos de la edad contemporánea y chocamos de bruces en esa realidad tan desacorde —por brutal— con ellos. ¿Podemos entonces entender y juzgar lo que pasa? Queda apuntado el tema en espera de sus comentarios»26.

«Tiempos de guerras e invasiones duras, de bruscos virajes en amistades y enemistad»: las circunstancias hacen preciso hablar por alusiones y leer entre líneas, pero es obvio que al referirse a Europa, Vela piensa también en una España que mostraba por entonces su faz más brutal para cualquiera que, a despecho de la barbarie dominante, se mantuviera fiel a «las ideas, los principios y los sentimientos de la edad contemporánea». Ese rechazo, ese «chocar de bruces» con una realidad violenta aparece aquí explícito. Y lo es también la percepción de una amenaza real a las libertades individuales en las líneas que preceden al párrafo citado, pues Vela inicia su carta informando a Ortega —casi de una sutil invitación a la cautela pudiera tratarse— de la intervención de la censura: «Su carta vino censurada por “l’autorité militaire”, según decía una etiqueta; no sé por qué razón una carta escrita en la Argentina para un español de Tánger puede ser abierta». La indignación de Vela, tan evidente en estas palabras, no podía encontrar espacio en sus escritos públicos: quedó reservada a su correspondencia personal, donde el desahogo sí era posible.

Vela vivió el exilio como un avatar más de su existencia: si algo llegó a añorar en Tánger fue la proximidad y el diálogo con su admirado Ortega, nostalgia que hubiera sentido con igual intensidad de haber permanecido en Madrid durante esos años. Pero Tánger supondría para Vela la posibilidad de mantener el contacto con la realidad política y cultural europea, y seguir ejerciendo su profesión de periodista —con los más amplios márgenes de libertad posibles, dadas las circunstancias— en el que muy pronto había de convertirse en uno de los mejores diarios españoles de su época. Del periodo tangerino es también la publicación del folleto Poesía en asilo (1939), única obra poética que, sin hacer constar su nombre, Vela se animaría a dar a la estampa, y la redacción de las dos biografías antes mencionadas, aparecidas ambas en 1943, que dan una idea precisa de la alta calidad de su prosa. En Tánger encontró, en definitiva, los medios materiales, el tiempo y el aliciente para escribir, sin renuncia a una independencia de pensamiento que había de ser emblema de su entera labor intelectual. Representaron para Vela esos años un tiempo consagrado al trabajo, a la reflexión, a la creación literaria.

En 1943 —apenas un año después de la vuelta de Ortega a la Península— Vela da por concluida su estancia en Tánger y retorna a España, donde su actividad periodística continuará sin interrupción. De los tres volúmenes que publica en los años cuarenta, dos de ellos, Talleyrand y Los Estados Unidos entran en la historia, reflejan el mismo interés por los temas históricos que se advierte en sus artículos para España. Los Estados Unidos… es acaso el libro mejor escrito de Vela, y aunque no mereció reedición —privilegio sólo concedido a su bastante menos voluminosa biografía de Mozart— gozó de muy buena acogida por parte de la crítica. De 1950 es su más afinada selección de ensayos, El grano de pimienta, donde se recogen trabajos publicados antes de la guerra. No serán menos meritorias las sucesivas Circunstancias (1952) y Ortega y los existencialismos (1961), ambas publicadas por la editorial Revista de Occidente en Madrid.

La muerte de Ortega representó para Vela un duro golpe, como testimonia uno de sus textos más emotivos, «Evocación de Ortega», escrito poco después del fallecimiento del amigo para ser leído en Madrid, en la Asociación de Mujeres Universitarias27. Una íntima declaración, definitoria del carácter de Vela, lo inicia: «Mi vida —quiero decir la parte de actividad intelectual, literaria, que puede haber en ella; en suma, mi vida— está comprendida entre las muertes de dos grandes hombres: Leopoldo Alas Clarín y José Ortega y Gasset. Se abre con una y se cierra —virtualmente se cierra— con la otra»28. Y aunque las palabras de Vela discurren luego con la sobriedad característica de sus mejores páginas, se advierte por momentos la inédita expresión de un dolor profundo, del todo ajena a la vacuidad de la retórica necrológica al uso:

«Para mí la muerte de Ortega es ese quedarse solo, vivido de veras, experimentado en la carne y no sólo en el pensamiento. Con él se van cuarenta años largos de mi vida. Conversaciones diarias, confidencias, pensamientos y sentimientos compartidos, afanes y empresas comunes, de todo eso —sin duda la mejor parte de mi vida— me deja solo. […] Yo no puedo hacerme a la idea, yo no puedo soportar la idea de que aquella cabeza ya no piensa, de que se ha ido con todo lo que contenía y aún podía darnos, y que es todo y lo único que no se puede transferir ni heredar y hemos perdido para siempre»29.

Al reaparecer la Revista de Occidente en 1963, a Vela se le ofrece la oportunidad de volver a ocupar en ella su cargo de secretario de redacción. Pese a la amable insistencia de José Ortega Spottorno y Paulino Garagorri, rehúsa aceptarlo y accede sólo a figurar en el Consejo Asesor de la Revista. Vela colaborará en ella, además, con algunos excelentes ensayos y con el único relato que habría de publicar, «La caperuza de plomo (Apólogo)»30, su más explícita denuncia de toda forma represiva de la libertad de expresión. Denuncia tímida, pues ni el protagonismo ni la beligerancia caracterizaron la labor de Vela en pro de una libertad de pensamiento que siempre ejerció y en la que creía con firmeza. Su compromiso con principios éticos e intelectuales forjados en la España de anteguerra y su determinación de salvaguardar la propia independencia ideológica los mantuvo con tenaz discreción hasta su muerte. Esta lo sorprende la tarde del 6 de septiembre de 1966 en su tierra asturiana, poco antes de empezar en el café Pinín de Llanes su habitual partida de ajedrez.

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