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24 de enero

Amor que libera y a la vez cautiva

“El amor de Cristo se ha apoderado de nosotros desde que comprendimos que uno murió por todos y que, por consiguiente, todos han muerto” (2 Corintios 5:14, DHH).

Cuenta Ty Gibson que, en una ocasión, él se encontraba viajando con su esposa Sue cuando Will, su hijo adolescente, decidió usar sin permiso el automóvil nuevo de la familia. Will no tenía licencia para conducir, y el automóvil no tenía seguro contra accidentes. Al parecer, Will había recibido el llamado de una amiga para “salvar” a un perro del ataque de un puerco espín. Con la desdicha de que chocó contra un árbol. Pérdida total. Y sin seguro.

Ahora le tocaba a Gibson y a Sue decidir cómo manejar la situación. Su primera reacción fue que Will pagara los daños, pero entonces experimentaron lo que ellos llaman “el dilema del amor”: ¿Absorber los daños y “liberar” al cautivo, o exigir el pago? Decidieron tomar el camino del perdón.

Cuando llegaron a casa, Will confesó su culpa, y les prometió pagar la deuda, aunque para ello tuviera que dejar sus estudios. Entonces Gibson lo interrumpió.

–Will, tu deuda es más grande que tú, pero no más grande que nosotros. Tu madre y yo estamos contentos de decirte que no nos debes absolutamente nada.

–¡De ninguna manera! –respondió Will–. ¡No pueden hacer eso!

–Claro que podemos, y ya lo hemos hecho –replicó Gibson.

Con lágrimas en sus ojos, el muchacho aceptó el perdón, y así fue liberado de su enorme deuda. Pero entonces ocurrió algo interesante: “Antes de saber que había sido perdonado”, escribe Gibson, “el sentido de culpabilidad impulsaba a Will a pagar una deuda impagable; pero ahora que el perdón lo había liberado de toda obligación, el sentido de gratitud lo impulsaba a restaurar el daño que nos había causado”. Fue así como, por gratitud, Will se las arregló para conseguir un trabajo durante el verano que le permitió comprar un automóvil a sus padres (Shades of Graces, p. 125).

¿Algún parecido con lo que Dios ha hecho por ti y por mí? Por nuestros pecados, adquirimos una deuda que era más grande que nosotros, pero no más grande que su amor. Por eso Dios, en lugar de darnos el castigo que merecíamos, entregó a su Hijo, y nos otorgó el perdón que no merecíamos. Ahora lo obedecemos por amor, al haber comprendido lo que ha hecho por nosotros.

Gracias, Jesús, porque tu amor es más grande que mi deuda de pecado. Ahora que estoy libre de culpa, quiero entregarte mi vida y servirte de todo corazón. ¡Es lo menos que puedo hacer!

Nuestro maravilloso Dios

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