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30 de enero

¿El mundo de las cosas o el de las personas?

“¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).

¿Podemos imaginar qué ocurriría, por ejemplo, si el maestro enseñara, no al salón de clases, sino al alumno? ¿O si el conferencista se dirigiera, no al auditorio, sino al individuo que es parte de la audiencia? El resultado sería, según Paul Tournier, una completa revolución.

Estas preguntas se derivan del tema que el Dr. Tournier examina en una de sus conocidas obras. Para ilustrar su punto de vista, relata una experiencia que vivió mientras asistía a una conferencia médica en Weissenstein, Suiza. Temprano en el día, él había dado una charla en la que un colega suyo había hecho un excelente trabajo como traductor. Cuando Tournier lo felicitó, el hombre aprovechó para explicar lo que lo motivó a esforzarse: “Antes de la charla”, explicó el traductor, “alguien me dijo que en el salón había un médico que estaba teniendo gran dificultad para entender lo que se decía. Así que, decidí traducir para él. En ningún momento le quité la vista, de modo que podía darme cuenta si estaba entendiendo lo que yo traducía” (The Meaning of Persons, p. 183).

¡Qué interesante! En ese salón había, probablemente, centenares de médicos participando de las conferencias, pero el intérprete estaba traduciendo para uno de ellos en particular. ¡Ese es el auditorio de una persona!

Cuando leí esta experiencia, recordé una declaración del libro El Deseado de todas las gentes según la que, mientras el Señor hablaba, “vigilaba con profundo fervor los cambios que se veían en los rostros de sus oyentes”. Cuando los que escuchaban se interesaban en lo que él decía, este hecho le causaba “gran satisfacción” (p. 220).

Sea que hablara a individuos o a muchedumbres, el Señor Jesús veía rostros. Su interés se concentraba en las personas: sus luchas, sus tristezas, sus pruebas. Y su mayor gozo se producía cuando comprobaba que sus palabras, cual bálsamo sanador, traían alivio a sus quebrantados corazones. Esta es la razón por la cual nuestro texto de hoy declara que nadie habló jamás como él. ¡Es que nadie amó como él!

Saber que, aunque son millones las personas que habitan en este planeta, Jesús se interesa personalmente en ti, ¿no crees que debería ser motivo para alabarlo hoy como el Salvador maravilloso que él es?

Él conoce las heridas de tu corazón, y ahora mismo está haciendo algo para sanarlas.

Gracias, Jesús, porque no solo sabes qué me causa dolor, sino porque además te interesas personalmente en mí. Gracias porque me amas incondicionalmente, aunque todavía no sé qué he hecho para merecerlo.

Nuestro maravilloso Dios

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