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15 de febrero

Las cosas “extrañas” del amor

“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7, 8).

Ayer dijimos que al amor, lejos de ser ciego, ve muy bien. Hoy diremos que el amor hace cosas extrañas.

¿Qué significa esto de “las cosas extrañas del amor”? Tomemos por ejemplo el caso de Jacob, el patriarca bíblico. ¿Cómo explicar el hecho de que haya trabajado siete años por el derecho a casarse con Raquel y, sin embargo, la Escritura dice que a él “le parecieron pocos días” (Gén. 29:20)? Siete años son muchos días, ¡pero no para el que está enamorado!

¿Cómo entender que Rut, la moabita, haya dejado atrás su tierra, sus parientes, sus raíces, sus dioses... y todo, por amor a su suegra? Todos recordamos sus palabras: “No me ruegues que te deje y me aparte de ti, porque a dondequiera que tú vayas, iré yo, y dondequiera que vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16). No parece haber lógica en su decisión, pero esas son las cosas extrañas del amor.

Ya puedes imaginar el siguiente ejemplo. ¿Cómo pudo Dios enviar a su Hijo a este mundo, a sabiendas de que sería maltratado, humillado, salvajemente golpeado y finalmente crucificado? ¿Puede alguien, por favor, explicarlo? ¿Puede alguien entender cómo es que, a pesar de que somos pecadores, tú y yo seamos llamados hijos de Dios?

No hay manera de explicar este misterio. Sin embargo, hay al menos dos cosas que podemos hacer. Una, es aceptar por fe el hecho de que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). Es decir, aceptar que, por amor, Dios pudo ver en ti y en mí lo que nadie más había visto: seres de tanto valor como para justificar el sacrificio de Jesús, nuestro Señor.

La otra cosa que podemos hacer es ¡dar gracias a Dios por su don inefable! (2 Cor. 9:15); agradecerle por ese regalo tan precioso que nos dio en la Persona de su amado Hijo. ¡Y esto es algo que podemos hacer en este mismo instante!

Gracias, Padre celestial, porque no esperaste a que me reconciliara contigo para hacer de mí el objeto de tu supremo amor. Gracias por haber visto en mí un ser de mucho valor; de tanto valor como para que tu amado Hijo muriera en una cruz donde debí morir yo.

Nuestro maravilloso Dios

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