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17 de febrero

El propósito fundamental de la vida

“Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2).

El propósito fundamental de la vida, en opinión de C. S. Lewis, es establecer una relación personal con nuestro Creador, pues nadie conoce mejor que él cómo funciona “la máquina humana”.

“Dios diseñó la máquina humana”, escribió Lewis, “para que funcionara con él. Él mismo es el combustible para nuestros espíritus, o la comida que fue designada para alimentarnos. No existe otra cosa” (Cristianismo ¡y nada más!, p. 59). Lo que Lewis nos está diciendo aquí es que, sencillamente, no existe la felicidad sin Dios. En vano la humanidad ha estado tratando de llenar el vacío de su existencia “bebiendo de otras fuentes” –las riquezas, el placer, el poder–, pero solo para volver a tener sed.

¿Cómo establecer esa relación personal con el Creador, de modo que la verdadera felicidad sea una realidad en nuestra vida? Leamos nuestro texto de hoy. Ya en la primera línea leemos lo que bien podríamos calificar como buenas noticias. Hablando al pueblo de Israel, al que recién ha liberado de la servidumbre egipcia, el Señor dice: “Yo soy tu Dios”.

¡Qué interesante esta manera de presentarse! Recordemos que los hijos de Israel estuvieron en Egipto durante unos cuatrocientos años. Decir “Egipto” es decir “idolatría”. Sabemos que los egipcios adoraban a toda una hueste de deidades: seres vivos, elementos de la naturaleza –como era el caso del Nilo y los astros–, y seres humanos, como el faraón. Lo que esto significa es que, como bien lo señala Andy Stanley, al salir de Egipto el pueblo de Israel no tenía la más mínima idea de un Dios personal; mucho menos cómo relacionarse con él personalmente.

Sin embargo, Dios les dice: “Yo soy tu Dios”. Decir “tu Dios”, obviamente, ya implica una relación. Es así como el Creador, el Soberano del universo, escoge a los hijos de Israel como su pueblo, y los convierte en el objeto de su cuidado y de su devoción, sin que ellos hubieran hecho nada en particular para merecer ese privilegio.

Entonces: ¿Felicidad sin Dios? ¡No existe tal cosa! Pero la buena noticia para empezar este día es que, cuando tú y yo estábamos perdidos, el amante Padre celestial nos buscó y nos encontró. Ahora somos sus hijos, y él es nuestro Dios.

¿Se puede pedir más?

Gracias, Padre celestial, porque soy miembro de tu pueblo, aunque nada he hecho para merecerlo. Quiero tener una relación personal contigo cada día, conocerte mejor y amarte cada vez más.

Nuestro maravilloso Dios

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