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Una misión inesperada

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Era medio día y no había ni una nube en el cielo, Kilian se dirigía por la avenida principal de Ursuna hacia la fortaleza interior. A pesar de que ya era primavera, el frío seguía siendo intenso en esa región. Kilian, uno de los cinco capitanes del ejército imperial del norte, llevaba todo el invierno residiendo en aquella ciudad y empezaba a estar harto de aquel duro clima. Toda la región de Auralia estaba prácticamente cubierta de nieve, la cual empezaba a caer a mitades de otoño y no desaparecía hasta principios de verano. La vida en esas latitudes era muy dura para las fuerzas imperiales, pero la climatología era el menor de los problemas.

Kilian, que tenía veintinueve años, era el capitán más joven del ejército imperial del norte. Era un hombre apuesto, con cabello negro azabache y ojos azules como el cielo, medía casi metro ochenta y tenía un cuerpo fuerte y atlético. Había sido nombrado capitán el pasado verano, tras una sangrienta batalla en la que, como teniente, había conseguido una importante victoria contra los enemigos del Imperio de Azuria.

Kilian llegó a la puerta de entrada de la Fortaleza de las Estrellas. Al ver de quien se trataba, los guardias se apresuraron a abrirle paso. Cada vez que entraba en ese bastión se maravillaba de su magnitud. Ya de por sí, la ciudad de Ursuna era considerablemente grande, con medio kilómetro de norte a sur y un kilómetro de este a oeste. Además, sus muros tenían más quince metros de altura y únicamente eran sobrepasados por los de la capital del Imperio, Ymiria. No obstante, lo más impresionante de Ursuna era su fortaleza, un bastión colosal de cincuenta metros de altitud y unos muros de más de veinte metros altura.

Antiguamente, Ursuna, cuyo nombre se remontaba a la reina de Auralia que hizo construir la ciudad hacía más de mil años, era la capital de la región. Sin embargo, con la invasión por parte del Reino de Azuria hacía más de trescientos años, el Reino de Auralia dejó de existir formalmente y la capital del territorio pasó a ser Tronheim.

El antiguo Reino de Auralia iba desde Tronheim hasta las montañas del norte, Las Hijas del Invierno, e incluía Las Islas Negras. No obstante, el Reino de Azuria, tras una larga guerra de más de diez años, consiguió invadir toda Auralia y anexionar la región. Durante trescientos años, Auralia y sus habitantes fueron controlados y administrados por un senescal en nombre del Reino de Azuria. Sin embargo, veinticinco años atrás, cuando apareció Malagoth con sus huestes de krugols y conquistó toda Navaronia, también antiguo reino independiente, pero anexionado por Azuria hacía más de quinientos años, todo cambió en el norte. El entonces rey de Azuria, Thobin, reunió todas sus fuerzas en Ymiria para poder vencer a Malagoth, pero eso hizo que las ciudades del norte quedaran reducidas a un cuarto de sus guarniciones. Los auralos, también llamados nórdicos por las gentes de más al sur, no desaprovecharon la ocasión y se sublevaron, tomando Las Islas Negras, así como Vröel.

Desde entonces, y durante más de veinticinco años, Azuria y Auralia habían estado librando una guerra despiadada y sin tregua. No obstante, dado que Azuria seguía amenazada desde el sur por Malagoth, el norte no podía recibir muchos refuerzos, por no decir ninguno, mientras que los auralos se iban haciendo más fuertes y más numerosos año tras año. Si bien Ursuna, Pico Alto y Tronheim aún resistían a los constantes ataques, las fuerzas imperiales se veían cada vez más amenazadas y sufrían constantemente ataques así que se aventuraban fuera de las murallas.

Además, otra característica que tenía esa región era la abundante presencia de huargos, tigres boreales y ogros. Mientras que, en otras regiones del sur, su presencia se limitaba a algunas zonas de Los Colmillos, las Montañas Grises o las Montañas del Olvido, en Auralia podían encontrase en cualquier parte. Donde más abundaban era en Las Hijas del Invierno, pero podían encontrase perfectamente en cualquier parte de las llanuras y bosques de toda la región. Debido a la dureza del clima, Auralia había sido siempre un territorio ventajoso para aquellas bestias en detrimento de los humanos. Así pues, ya fuera por los nórdicos o por las diferentes criaturas que habitaban aquellos lares, los soldados imperiales rara vez se aventuraban fuera de las murallas.

Kilian subió por las escaleras que conducían al salón principal, la luz del sol penetraba a través de enormes vidrieras de diferentes colores, que daban a las paredes infinidad de tonalidades. Una vez en el salón principal se encontró con dos guardias.

—El comandante le espera señor —dijo uno de ellos indicándole una de las salas que había al final del enorme salón.

Sin detenerse, Kilian fue directo hacia la sala de reuniones escoltado por los guardias y, sin pedir permiso, entró.

—¡Ah, al fin! —exclamó Carsten, el comandante del ejército imperial del norte—. Ya iba siendo hora, solo faltabas tú.

Carsten era un hombre de casi cincuenta años, con el cabello y la barba gris, pero su vitalidad y fuerza eran las de un hombre de treinta. Era un gran estratega pero, por encima de todo, era un guerrero despiadado. Llevaba más de diez años en el cargo y, desde entonces, había decidido alojarse en Ursuna en vez de la capital. Según las explicaciones que le dio al senescal, consideraba estratégicamente más importante la ciudad del norte que Tronheim. Aun así, eran habituales sus idas y venidas entre una ciudad y otra.

—Disculpad la tardanza mi señor —dijo Kilian mientras posaba su casco encima de la larga mesa que había en la sala y se sentaba en la silla que le correspondía—. Estaba ocupado arreglando unos asuntos en los almacenes.

Carsten hizo caso omiso de sus explicaciones y, sin más dilaciones, se sentó en su silla e hizo cerrar las puertas. En la sala se encontraban, además de Kilian y el comandante, otros dos capitanes llamados Galamir y Molovic, y el consejero de Carsten, Igor. Todos, salvo Igor, iban equipados con sus armaduras y llevaban sus espadas en el cinto.

—Muy bien, os he hecho llamar para discutir con vosotros varios asuntos importantes —empezó diciendo Carsten—. En primer lugar, nos han llegado informes diciendo que algunas de las caravanas de víveres que vienen de Tronheim han sido atacadas. De las tres que debían llegar este mes, solo ha llegado una. Por otra parte, se ha detectado mayor presencia de nórdicos al oeste y al sur de Pico Alto. Para acabar, y creo que esto es lo peor, el rey nos ha denegado los refuerzos que pedimos hace unos meses. El correo que recibimos con su sello nos informaba de que no podían mandar fuerzas militares al norte, pero que nos mandarían más víveres, armas y equipamientos antes de finalizar la primavera.

—¿De qué nos van a servir más espadas si no hay nadie que las empuñe? —dijo Galamir enojado—. Por mucho que reclutemos a las gentes del pueblo, cada vez somos menos y esos malditos nórdicos son cada vez más. Por si eso fuera poco, reclutar campesinos y granjeros no sirve de mucho, más que para engrosar los números y ocultar la decadencia de nuestro estado.

Las palabras de Galamir, conocido por no tener pelos en la lengua y ser extremadamente sincero, resonaron en la cámara y fueron para los ahí presentes como un baño gélido de realidad.

—¿Cuál es número actual de nuestras fuerzas mi señor? —preguntó Kilian.

—¿Igor? —dijo Carsten dirigiéndose a su consejero.

—Sí —asintió el consejero, mientras desenrollaba torpemente uno de los pergaminos que tenía acumulados en la mesa—. Actualmente disponemos de unos dos mil hombres en Tronheim, otros dos mil aquí y poco menos de mil hombres en Pico Alto.

—Cinco mil hombres, contando por lo alto —dijo Molovic, casi para sí mismo.

—¿Sabemos de cuántos hombres dispone el enemigo? —volvió a preguntar Kilian.

—Eso es difícil de saber, y los números son muy aproximativos —respondió Igor—. En cualquier caso, las estimaciones son de entre cinco y siete mil hombres. Pero insisto que no podemos saberlo del cierto, ya que ninguno de nuestros exploradores puede ir hasta las Islas Negras parar observar lo que ahí ocurre. Lo que sí que podemos estimar con más precisión es su número de naves. Se estima que su flota de guerra, sin contar los barcos de pesca ni de transporte, estaría formada por unos doscientos navíos, de los cuales por lo menos veinte de clase superior.

—¡Maldita sea! —exclamó Galamir—. ¿Cómo es posible que la corona no nos mande refuerzos sabiendo todo esto?

—Azuria tiene problemas más importantes que los nórdicos me temo —dijo Carsten—. Malagoth no ha dado señales de vida desde haces años, es cierto. Pero imaginaros que el rey decidiera mandarnos los suficientes hombres como para tomar todo el norte, ¿qué ocurriría si de repente apareciera Malagoth por el sur? Teniendo en cuenta que Grundavak está a pocos días de Ymiria, si un ejército apareciera por el sur la capital podría caer, y eso sería el fin del Reino de Azuria y de su Imperio.

Todos en la sala guardaron silencio, eran conscientes de la realidad que les había tocado vivir, pero aun así se aferraban a cualquier pequeña esperanza. Kilian se temía desde hacía ya mucho tiempo que volver a tomar todo el norte para el Imperio era algo ya casi imposible. La dinámica de los últimos años había sido más defensiva que ofensiva. Hacía más de una década que no se intentaba tomar Vröel, y la última vez que se intentó fue un desastre para las fuerzas de Azuria. Kilian nunca había estado en Vröel pero, por lo que había oído decir, esta era casi inexpugnable.

—Por la información que nos acabáis de dar, parece ser que planean un ataque en Pico Alto —dijo Molovic, rompiendo el silencio.

—Estoy de acuerdo —concedió Galamir—. Esta congregación al oeste y al sur de la fortaleza es muy sospechosa. Además, esto ocurre ahora a principios de primavera, el mejor momento para empezar un asedio… Quizás deberíamos reforzar Pico Alto con quinientos hombres.

Kilian miró de reojo a Galamir. Lo que decía tenía sentido, pero había algo raro en todo aquello, lo que no sabía exactamente qué era.

—Coincido —dijo Molovic, asintiendo con la cabeza.

Carsten parecía satisfecho con la opinión de los dos capitanes y miró a Kilian con mirada inquisitiva.

—Y tú Kilian, ¿qué opinas al respecto? —intervino Carsten.

—Comparto la preocupación de Molovic y Galamir —afirmó Kilian—. No obstante, creo que sería precipitado enviar refuerzos. Pico Alto es una fortaleza pequeña, pero con mil hombres, los que cuenta actualmente, es casi inexpugnable si es bien defendida. La única manera de tomarla es con un largo asedio, como bien dice Galamir. Si este realmente se produjera, podríamos atacar la retaguardia, incluso habría una pequeña posibilidad de tomar Vröel si las fuerzas enemigas se reunieran al completo en Pico Alto. Ahora bien, si mandáramos en este momento refuerzos desde Ursuna, y se produjera el asedio una vez los refuerzos estuvieran en Pico Alto, en vez de mil hombres tendríamos mil quinientos soldados atrapados sin posibilidad de moverse. De igual forma, Ursuna quedaría debilita y no podría atacar con suficientes hombres sin dejar la ciudad indefensa. Además, Ursuna necesita más del doble de hombres que Pico Alto para ser defendida. Tan solo para proteger sus largos muros hacen falta mil hombres. Creo que sería muy arriesgado dejar Ursuna con tan solo mil quinientos soldados.

Durante unos instantes nadie dijo nada, como si cada uno de los ahí presentes sopesara las palabras de Kilian. Carsten se acarició lentamente la barba mientras parecía que mascullara algo.

—Quizás sea cierto lo que dices… —concedió Carsten—. Sin embargo, dudo mucho que a los nórdicos se les pase por la cabeza tomar Ursuna. Si decidieran atacar aquí, aunque solo fuéramos mil quinientos hombres, necesitarían por lo menos cuatro mil hombres para intentar tomar a cuidad. Si mandaran un ejército aquí, Vröel quedaría desamparada y podríamos enviar las fuerzas de Tronheim y parte de la guarnición de Pico Alto para tomar el bastión. Personalmente, le rezaría a los dioses para que cometieran tal estupidez.

Toda la sala asintió, salvo Kilian que seguía dubitativo ante la idea de debilitar las defensas de Ursuna. No obstante, el joven capitán sabía que su proposición acababa de ser desestimada y ya nada podía hacer.

—Enviaremos refuerzos a Pico Alto —dijo Carsten, levantándose de su silla—. Pero no enviaremos quinientos hombres sino doscientos cincuenta. Una vez lleguen a Pico Alto nos limitaremos a esperar a que el enemigo mueva ficha. Si sitian Pico Alto con un gran ejército, atacaremos Vröel desde Ursuna y enviaremos las fuerzas de Tronheim a atacar la retaguardia de su ejército. ¿Alguna pregunta?

—¿Quién irá a Pico Alto señor? —preguntó Galamir.

—Irá Kilian —sentenció el comandante—. Partirás en dos días, te dejo a ti el criterio para elegir los hombres que quieras llevarte. Al llegar a Pico Alto relevarás al capitán Suko, le transmitirás todo lo que hemos discutido aquí y le comunicarás mis órdenes para él. Quiero que Suko, con una escolta de cincuenta hombres, vaya a Tronheim con el correo que más tarde te daré. Deberá entregárselo al senescal y permanecerá ahí hasta nueva orden.

Kilian se sobresaltó, no esperaba que el comandante lo escogiera a él, no solo por el hecho de ser el que menos creía en esa estrategia, sino porque era el que menos experiencia tenía como capitán. Si Pico Alto era asediado después de su llegada, sería él quien estaría al mando.

—Sí, comandante —contestó Kilian, inundado por sus dudas.

—Perfecto, doy por finalizada esta reunión —concluyó Carsten, que acto seguido se dirigió con pesados pasos hacia el exterior de la sala.

Kilian siguió sentado unos segundos, con la mirada pérdida, inmerso en sus pensamientos, hasta que Galamir le dio una fuerte palmada en la espalda que resonó en toda la cámara.

—Míralo por el lado bueno —dijo Galamir con una sonrisa—. Tendrás la oportunidad de cruzarte con los nórdicos y cortar algunas cabezas de camino. Conociéndote, a lo mejor nos libras de todo su ejército tú solo, ¡ja, ja, ja!

Kilian sonrió de soslayo, su compañero se refería a la batalla que le valió el ascenso a capitán.

A finales del último verano, Kilian tuvo que ir desde Pico Alto hasta Ursuna con tan solo veinte hombres. Suko, su entonces capitán, le había enviado a Ursuna con un correo importante para el comandante. Sin embargo, a mitad de camino, al oeste del Lago Helado, sufrieron una emboscada por una fuerza de más de cien nórdicos. Todo parecía perdido, pero Kilian consiguió retirarse a tiempo y llevar a sus hombres a lo alto de una colina. Desde ahí, y con la ventaja del terreno a su favor, resistió a la embestida del enemigo durante todo un día. Al caer la noche, habían matado a más de setenta nórdicos mientras que ellos solo perdieron a seis. Los nórdicos no tuvieron más remedio que retirarse y Kilian consiguió llegar a Ursuna con doce de los veinte soldados con los que había partido. Aquellos soldados explicaron lo sucedido con todo detalle a los capitanes Galamir y Molovic, los cuales informaron al comandante. Carsten, maravillado por tan épica victoria y genialidad estratégica por parte de Kilian, decidió ascenderlo a capitán.

Una vez salido de la fortaleza, Kilian fue directo a uno de los seis cuarteles de la ciudad, el situado más al oeste, para encontrase con Vincent, uno de los cuatro tenientes bajo su mando y su hombre de mayor confianza. Vincent, que le sacaba siete años a Kilian, era un guerrero veterano y experimentado. Fue uno de los hombres que estuvo bajo el mando de Kilian en la batalla del Lago Helado, el pasado verano. Por aquel entonces Vincent solo era un soldado raso, pero Kilian lo ascendió a teniente el mismo día que fue nombrado capitán. Kilian admiraba la disciplina y diligencia de aquel hombre, que se hacía escuchar y respetar como nadie por sus hombres.

El capitán atravesó media ciudad, caminando por las anchas calles de piedra en dirección a la muralla oeste. Atravesó uno de los varios mercados, así como incontables edificios residenciales. Pasó de largo el antiguo templo dedicado a Inazuma, la diosa de los cielos; un enorme y colosal edificio de roca negra y mármol blanco como la nieve, rodeado por un precioso jardín lleno de flores multicolores. Finalmente, después de una larga pero agradable caminata, llegó al cuartel.

Los cuarteles eran donde se alojaban la mayoría de las tropas, así como el lugar donde se almacenaban las armas y armaduras, las ropas y los diferentes equipamientos de los soldados. Cada cuartel podía albergar entre cincuenta y doscientos hombres. Si bien en todo el Imperio cada soldado tenía su propia vivienda, en Auralia únicamente un tercio de los soldados, incluyendo capitanes y tenientes, tenían el privilegio de tener su propia residencia. Eso se debía a que todos los habitantes, ya fueran soldados, campesinos, herreros, carpinteros o albañiles, debían residir dentro de la ciudad ya que era demasiado peligroso vivir fuera de las murallas.

—¿Vincent? —dijo Kilian nada más atravesar la puerta de entrada.

—Capitán —contestó una voz grave como la de un oso desde el fondo del salón principal.

—Tenemos órdenes de partir en dos días a Pico Alto—dijo Kilian sentándose junto a uno de los tres fuegos encendidos—. Reúne a Boros, Armin y Guilias inmediatamente y diles de venir aquí urgentemente.

Sin hacer ninguna pregunta, Vincent salió apresuradamente del cuartel en busca de Boros, Armin y Guilias, los otros tres tenientes de Kilian. Este aún no había tenido tiempo de acabar de calentarse junto al fuego cuando los cuatro tenientes se presentaron junto a él.

—Estimados camaradas, pasado mañana al alba debo partir a Pico Alto —explicó Kilian, que había invitado a sus tenientes a sentarse con él junto a fuego—. Vendréis los cuatro conmigo y nos acompañaran doscientos cincuenta hombres. Quiero que reunáis dichos hombres y que estén todos equipados y listos para entonces. Son unos ciento cincuenta kilómetros de duro viaje, con innumerables peligros por el camino y sin apenas descanso. Por lo tanto, escoged los mejores hombres que podáis, los más disciplinados. No tengo ganas de ser atacado y que la mitad de nuestras fuerzas huya antes de empezar siquiera el combate. Una vez en Pico Alto nos quedaremos ahí para defenderlo de un posible asedio.

—¿Cuándo cree que volveremos a Ursuna? —preguntó Armin con cara de preocupación.

—No lo sé —contestó Kilian, sabiendo por qué lo preguntaba—. Si sobrevivimos, quizás volvamos la próxima primavera. Aprovechad el día de mañana, una vez hayáis hecho lo que os he pedido, para estar con vuestras familias. Podéis marcharos, nos veremos en dos días.

De repente, Armin, Boros y Guilias se pusieron nerviosos. Los tres tenientes tenían mujer e hijos en Ursuna, igual que una buena parte de los soldados.

—Sí capitán —respondieron al unísono, Boros, Guilias y Armin, que acto seguido salieron por la puerta del cuartel hacia el exterior.

Trescientos años atrás, tras la invasión de Auralia por parte del Imperio de Azuria, las ciudades estaban ocupadas casi exclusivamente por soldados de Azuria, aunque quedaba algo de la población local que no había huido o no había sido asesinada. Con el paso de las décadas, el Reino de Azuria, con promesas de prosperidad, promovió la movilización de población civil hacia las ciudades nórdicas. De esta forma, la economía de la región no decayó y se permitió que la vida siguiera su curso de forma natural. Con el tiempo, los antiguos habitantes de Auralia fueron remplazados por aquellos que venían del sur. Al final, la mayoría de nórdicos acabaron en las Islas Negras, el único lugar que Azuria no tenía gran interés en colonizar, a pesar de haber ocupado sus ciudades y puertos. Así pues, la gran mayoría de soldados pertenecientes al ejército imperial del norte tenían sus familias en Ursuna o Tronheim.

—Capitán, si necesitáis ayuda con algo ya sabéis donde encontrarme —dijo Vincent con una leve inclinación de cabeza.

Vincent era el único de los tenientes de Kilian que no tenía familia, su mujer murió al dar a luz y su hijo falleció de una rara enfermedad con tan solo cuatros años. Kilian por su parte tampoco tenía familia, o al menos eso decía, pero el caso era que nunca había explicado nada a nadie de su pasado.

—Gracias Vincent, lo tendré en cuenta —contestó Kilian absorto en el movimiento de las llamas.

Vincent se marchó del cuartel y, poco después, también lo hizo Kilian. El capitán se fue a su residencia, situada en uno de los pisos intermedios de la fortaleza. No era muy espaciosa, y mucho menos lujosa, pero era agradable y acogedora. Tenía un gran dormitorio con baño, un salón con comedor, un escritorio y una terraza desde la que podía ver la ciudad. A Kilian le gustaba mucho pasar su tiempo libre en esa terraza, se sentaba en un cómodo sillón y se dedicaba a observar el paisaje. También tenía algunas plantas que cuidaba con dedicación, a pesar de que eran autóctonas y, por lo tanto, muy resistentes a las bajas temperaturas. Le aportaba gran tranquilidad y sosiego espiritual arreglarlas y podarlas. Tenía la terraza llena de diferentes tipos de plantas, las cuales justo ahora empezaban a florecer, llenando el espacio de multitud de colores. Se sentía gratificado con aquella tarea, tenía la necesidad de cuidar algo y hacerlo crecer. A veces se daba cuenta de porqué lo hacía y se entristecía, comprendiendo el vacío que sentía dentro de sí. Se sentía solo en el mundo, y a la vez culpable de su soledad.

Kilian se quitó la armadura nada más llegar y, acto seguido, pidió algo de comida al personal de la fortaleza. Los oficiales tenían todos entre dos y cinco sirvientes en la ciudadela que se encargaban de todo aquello que necesitaran. No tardaron en traerle medio pollo cocinado con miel y ciruelas, acompañado con judías y una copa de vino. Se comió el todo tranquilamente, como si el tiempo no existiera.

Cuando hubo terminado salió a su terraza, y su mirada se perdió en la ciudad. Se preguntaba por la vida cotidiana de cada persona, sobre las preocupaciones, miedos, esperanzas y alegrías de aquellos que ahí habitaban. Sus pensamientos y divagaciones sobre el mundo le condujeron, como era habitual en él, a sus recuerdos. Primero recordó los acontecimientos recientes y, poco a poco, fue reculando en el tiempo de manera inexorable. Al final, solo recordó dolor y amargura, se puso la mano en el pecho y se encorvó. Un dolor profundó quiso salir al exterior, pero algo lo bloqueaba, notó un gran dolor en el cuello, como si un veneno estuviera ahí bloqueado. Una sola lágrima cayó al suelo de piedra negra.

Eldaryl. La mensajera del viento

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