Читать книгу Eldaryl. La mensajera del viento - Ferran Burgal Juanmartí - Страница 7

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Una velada bajo el olmo

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La mañana era fresca y una ligera brisa acarició el rostro de Eldaryl, que volvía de una fructuosa noche de caza. Había pasado dos días en los bosques cercanos a Tarrek, el pueblo donde vivía, en busca de una buena pieza con lo que tener suficiente para comer un par de días. Lo que no necesitara lo vendería al carnicero del pueblo, un grotesco hombre llamado Ernest. Este no lo apreciaba mucho, a pesar de ser su mejor benefactor y quien le traía los mejores ejemplares, especialmente de jabalís y ciervos.

No obstante, a Eldaryl eso no le importaba, desde que era pequeño siempre había sido tratado como un extraño por los de su entorno. Eso se debía principalmente a su aspecto, sus cabellos eran de un color gris plateado y sus ojos ambarinos. Sin embargo, esa no era la característica principal que lo diferenciaba de los demás. Siempre había sido extremadamente ágil, con unos reflejos fuera de lo normal y una visión equiparable a la de un elfo. De alguna manera, eso asustaba a los demás, como si se sintieran amenazados por él, a pesar de que Eldaryl nunca había hecho daño a nadie y siempre se había mostrado amable con todas las gentes, incluso con aquellos que lo repudiaban.

Lo que siempre había preocupado a Eldaryl fue el no comprender el origen de sus características poco habituales. No podía ser un elfo, puesto que sus orejas eran claramente humanas y, por encima de todo, su madre era humana.

Eldaryl pronto cumpliría los veinte años, pero no sentía una especial ilusión por cumplirlos. Su abuela, con quien había vivido toda su vida, había muerto de unas fiebres tres inviernos atrás. Ésta, antes de morir, le había explicado que su madre, Iridia, había perdido la vida en la guerra contra Malagoth en la batalla de los llanos de Ymiria. No obstante, nada sabía de su padre ni quién era, ni siquiera si estaba vivo. Lo único que su abuela le pudo contar al respecto fue que su madre conoció a su padre al principio de la guerra, cuando Malagoth aún estaba en el sur del Reino de Navaronia. Fue poco después de nacer que trajeron a Eldaryl hacia Tarrek, con su abuela, lejos de la guerra.

Cuando su abuela falleció, Eldaryl, entonces con quince años, decidió consultar la biblioteca de Gösul, la capital de la región de Aldor, para saber todo lo posible sobre la guerra que le había contado su abuela y poder así saber algo más sobre sus padres. Desgraciadamente, no encontró ninguna referencia con el nombre de su madre. No obstante, la lectura de los manuscritos históricos le sirvió para comprender lo ocurrido en aquella época y, por ende, las circunstancias en las que vivieron y murieron su madre y su padre. A este último también lo daba por muerto.

Eldaryl aprendió que la guerra contra Malagoth había empezado hacía unos veinticinco años, cuando este apareció por el sur del Reino de Navaronia, en la ciudad de Gazak. Una horda de más de ochenta mil krugols de las llanuras Yang Batör había atravesado el estrecho de las Mil Islas.

Los krugols eran una raza originaria del oeste, pero que también se encontraban en algunas montañas del este, escondidos en cuevas o antiguas minas. Estos grotescos seres tenían cuerpos muy musculosos, unos pequeños cuernos en la cabeza que crecían con los años y, lo más notable, sus piernas eran una mezcla de piernas humanas y de carnero. Éstas eran más robustas y fibrosas que las de un humano y sus pies, fuertes y robustos, tenían algo parecido a almohadillas. Esto los hacía rápidos, ágiles y resistentes en prácticamente todos los terrenos. El único medio donde se encontraban en desventaja era en el agua. Eran pésimos nadadores y no utilizaban transportes marítimos. En definitiva, estaban adaptados completamente a la tierra, pero evitaban en la medida de lo posible el agua.

También llamados vulgarmente hombres bestia por los humanos y los elfos, eran extremadamente rudos y fieros en el combate. Medían lo mismo que un hombre, pero su musculatura, su rapidez y su resistencia los hacían superiores. Además, sus rostros viles con dientes afilados que sobresalían de sus bocas causaban estragos en la moral de cualquiera que se pusiera por delante.

Los krugols, ya fueran de las llanuras de Yang Batör o de las montañas, vivían en manadas formando tribus o clanes que podían ir de unas pocas docenas a varios miles de ellos. Los conflictos entre diferentes tribus eran constantes, y prácticamente siempre estaban en guerra entre ellos. Cuando una tribu o clan era derrotado por otro, su líder era asesinado, si no había muerto ya, y dicho clan pasaba a formar parte del clan vencedor. De esta forma, iban apareciendo y desapareciendo sucesivamente diferentes clanes.

No obstante, de vez en cuando aparecía un krugol lo bastante aguerrido para desafiar a un jefe de otro clan en un duelo. Si este vencía, sería el nuevo jefe de sus respectivos miembros. Así pues, a través de este procedimiento, algunos clanes, si su líder era muy poderoso, podían llegar a congregar miles de krugols y formar hordas inmensas.

Sin embargo, era raro que un líder pudiera congregar un ejército suficientemente grande como para representar una amenaza para las ciudades del Imperio de Azuria. Todo y así, en el caso de que tal ejército pudiese llegar a formarse, el estrecho de las Mil Islas suponía un escollo para los krugols. Dicho estrecho separaba las tierras del oeste con las del este, y estaba formado por cientos de pequeñas islas. Para atravesarlo, había que hacerlo por mar o por aire.

Desgraciadamente, a pesar de todo lo mencionado, un mago muy poderoso llamado Malagoth consiguió unir a todas las tribus de Yang Batör y cruzar el canal de las Mil Islas con dicho ejército. Fue así como la ciudad de Gazak fue sorprendida y arrasada sin ni siquiera tiempo de enviar refuerzos. Se enviaron mensajeros a todos los reinos de los hombres, así como a los señores elfos del Bosque de los Antiguos y de Urian, y a los enanos de las Montañas Grises.

Malagoth conquistó toda Navaronia, hasta ser derrotado en la batalla de los llanos de Ymiria. No obstante, este no fue destruido y retrocedió fortificándose en Grundavak, donde hasta el momento presente aún permanece. O al menos eso era lo que Eldaryl pudo aprender a partir de manuscritos y relatos de antiguos combatientes.

Con el paso del tiempo, Eldaryl empezó a aceptar que nunca sabría nada más de sus padres ni de sus orígenes, y el dolor que le provocaba ese vacío, que siempre lo acompañaba, empezó a apaciguarse lentamente. Los cuatro años transcurridos como miembro de los exploradores de Aldor le ayudó en el proceso.

Aldor era un antiguo reino que había pasado a formar parte del vasto Imperio de Azuria. Actualmente, tan solo era una región semiindependiente, cuyas leyes y tropas dependían de la capital del Imperio.

Las tropas de la región estaban divididas en tres cuerpos principales. En primer lugar estaban las tropas regulares, soldados que formaban las guarniciones de defensa de los diferentes pueblos y ciudades, así como el eje central del ejército regional. Este cuerpo estaba formado por unos dos mil hombres.

En segundo lugar, se encontraba la guardia del senescal, un cuerpo de élite formado por los mejores hombres, unos doscientos, y que se encontraban siempre allá donde estuviera el senescal de Aldor, aquel que administraba la región en nombre del Reino de Azuria.

Finalmente estaban los exploradores, cuya función era vigilar los límites de la región, especialmente la sierra de Los Colmillos, de posibles ataques de criaturas como ogros, huargos o krugols. Su rol era de suma importancia puesto que no solo defendían Aldor de las oscuras criaturas de la región, sino que informaban a Gösul, la capital de la región, de cualquier suceso ocurrido en los límites de sus fronteras. El cuerpo de exploradores estaba formado por trescientos hombres y estaba dividido por tres regimientos que se iban rotando cada mes. De esta forma, se permitía que cada explorador, después de pasar dos meses de vigilancia en las montañas, pudiera descansar durante un mes.

A Eldaryl solo le quedaban dos días de descanso, pero ya tenía ganas de volver a las montañas con sus compañeros, especialmente con Gerald, su mejor amigo de la infancia y el único que lo había aceptado tal y como era. De hecho, Gerald era la única persona, además de su difunta abuela, que había admirado sus rasgos y sus habilidades poco comunes.

Ambos habían decidido ingresar en el cuerpo de exploradores cuatro años atrás. Gerald, con la única motivación de encontrar aventuras, y Eldaryl por la sencilla razón que le espantaba la sola idea de quedarse encerrado en algún palacio vigilando, sin hacer nada, el resto de su vida. De hecho, Eldaryl hubiese podido acceder al cuerpo de la guardia del senescal; durante las pruebas de selección fue el más habilidoso y derrotó a todos sus adversarios, tanto en la prueba de tiro con arco como las pruebas de combate con espada y con lanza. No obstante, Eldaryl siempre había sentido una atracción especial hacia la naturaleza y el mundo salvaje. Pasear por los bosques lo reconfortaba enormemente y le hacía sentirse ligado a las criaturas que allí habitaban. Amaba sus olores y sus sonidos, y no había nada que le diera más paz que perderse por la espesura que formaban de los bosques.

En contrapartida, Eldaryl odiaba las ciudades, desde el insoportable mejunje de ruidos constantes hasta el fétido olor que emanaban. No encontraba nada de bello en ellas, y pasar demasiado tiempo en una ciudad como Gösul lo deprimía enormemente.

Sin duda alguna, formar parte del cuerpo de exploradores era mucho más peligroso y duro que ser un soldado del ejército o un guardia del senescal. Sin embargo, su salario era igual de bueno que el de la guardia y, con los años de experiencia, acababan siendo los verdaderos combatientes de élite de las fuerzas de la región. Dado que eran los únicos que estaban siempre en estado de alerta, y combatían regularmente contra enemigos aterradores, los que sobrevivían al paso de los años acababan siendo verdaderos maestros del sigilo, el rastreo y el combate. No combatían en grandes números, más bien tendían emboscadas y hostigaban a cualquier criatura que pudiera amenazar a los habitantes de Aldor.

Los exploradores tenían una serie de atalayas, repartidas a lo largo del lado oeste de Los Colmillos, que les servían como puestos de vigilancia. En ellas se guardaban las provisiones, armas y equipo para las respectivas guarniciones. Antiguamente, cada atalaya tenía su propio nombre pero, desde que el actual comandante tomó las riendas del cuerpo, se decidió dar a cada una un número por orden creciente de sur a norte. Cada una de ellas era ocupada por diez hombres, de los cuáles siempre había tres en los bosques de la falda de Los Colmillos vigilando por si se acercaba algún peligro. Cada cuatro o cinco días, se hacía una rotación y estos volvían a la atalaya a la vez que otros tres cogían el relevo. De esta manera, los hombres siempre estaban frescos y con energía para afrontar cualquier dificultad que pudiese surgir. Solo uno de ellos, el teniente que estaba al mando de la atalaya, se quedaba prácticamente siempre en el puesto de vigilancia con los otros siete exploradores.

Había unas veinte atalayas en activo, dado que cada atalaya era ocupada por diez hombres y que el cuerpo tenía siempre doscientos hombres en ellas y cien de descanso. La mayoría se concentraba en la zona central oeste de las montañas, justo donde nacía el río Anura, puesto que era la zona donde abundaban más peligros.

Lo más común eran los huargos, enormes criaturas de cuatro patas parecidas a los lobos, pero del tamaño de un oso. A menudo aparecían en manadas que podían alcanzar la docena y suponían un enorme problema, tanto para los habitantes como para los exploradores. Eran muy rápidos y ágiles, y sus colmillos y garras desgarraban la carne como si fuera papel. Pero había criaturas más viles y oscuras que los huargos en las afiladas montañas de Los Colmillos.

Desde hacía siglos, una raza de krugols especialmente feroz habitaba la antigua ciudad enana de Drak Umbar. Dichos krugols habían ocupado hacía casi un milenio la fortaleza enana que se encontraba en el corazón de Los Colmillos. Se podría decir que los krugols de Drak Umbar eran una versión más feroz que los de las llanuras Yang Batör. Dado el limitado espacio que ofrecían las montañas y sus respectivas cuevas y minas, los krugols de las montañas se disputaban el territorio de manera feroz y solo los más fuertes sobrevivían. Este proceso de selección natural llevó a que se creara una raza de krugols más mortífera que cualquier otra. De hecho, se decía que los enanos de Drak Umbar fueron derrotados y expulsados de las montañas porque los krugols habían decidido dejar las disputas entre clanes y aliarse para formar una poderosa y mortífera horda y ocupar el corazón de las montañas.

No obstante, las criaturas más temidas y peligrosas eran los ogros. Enormes monstruos con forma humanoide que podían llegar a medir hasta cuatro metros de altura. Eran extremadamente corpulentos y fuertes, con gruesas pieles y poderosos colmillos, pero lo que les hacía más temibles era su maldad. No dudaban en torturar a sus víctimas antes de acabar con ellas, y les gustaba especialmente la carne humana. Eran criaturas solitarias y no obedecían a nada ni a nadie. Sin embargo, podían congregarse en pequeños grupos, aunque muy raramente, para arrasar algún poblado.

Hasta el momento presente Eldaryl y Gerald, en los cuatro años de servicio que llevaban, solo habían tenido que enfrentarse a huargos y algún que otro krugol. Pero a pesar de los potenciales peligros que acechaban, la tranquilidad del bosque y el compañerismo entre los miembros del cuerpo hacía sentir a Eldaryl una quietud sin igual.

Solo faltaban dos días para partir, y a Eldaryl no le quedaba más que acabar de pulir su espada. Todas sus armas, tanto la espada como la daga, así como su arco, le fueron entregadas el día que oficialmente pasó a formar parte del cuerpo de exploradores. No eran de la mejor calidad, pero sin duda alguna eran más de lo que podía permitirse con lo que tenía ahorrado. Las mejores armas las poseían los altos oficiales o aquellos que pudiesen costeárselas.

Eldaryl fue al mercado de Tarrek a vender el jabalí que había cazado. No le gustaba especialmente el olor de ese lugar; se mezclaban olores de sangre, vísceras y pescado podrido. Fue a ver a Ernest, quien le saludó con cierto desprecio.

—Vaya, vaya, tú por aquí… —le dijo este mirándolo de reojo mientras afilaba sus cuchillos—. ¿Qué me traes esta semana?

Eldaryl depositó el jabalí de más de cuarenta kilos en la mesa de trabajo de Ernest.

—¿Cuánto me das por él? —preguntó tranquilo—. Esta vez solo me quedaré con un kilo de lomo.

El carnicero examinó el ejemplar atentamente de arriba abajo y le dio un par de vueltas.

—Doce monedas de cobre y soy generoso —masculló.

—Hecho, volveré en un rato a buscar el lomo —dijo Eldaryl mirándole fijamente a los ojos.

Eldaryl cobró las doce monedas de cobre y salió de allí. Sabía que su jabalí valía como mínimo veinte piezas de cobre, pero el carnicero debió de intuir que, al solo quedarse con un kilo de carne para él, debería partir en menos de tres días. Por lo tanto, de nada le serviría el jabalí entero, por lo que este podía bajarle el precio. Sin embargo, a Eldaryl tampoco le importó en exceso, no tenía ganas de pasar un minuto más de lo necesario en aquel sitio, y menos discutiendo con él.

Fue a comprar un par de cebollas, unos puerros, algunos ajos, un repollo y algunas hierbas aromáticas con las que cocinaría y acompañaría la carne. El mercado de Tarrek no era muy grande, apenas había quince comercios, pero la calidad de los alimentos era excelente. Dio una vuelta por el mercado para ver si había algo interesante, pero nada llamó su atención. Cuando no supo más que hacer fue a sentarse al lado de un imponente haya que había en los laterales del mercado, y esperó un buen rato. Se dedicó a observar el vaivén de la gente que entraba y salía del mercado; madres con sus hijas, ancianos, muchachos… Pasó desapercibido para todos ellos, nadie se fijó en él, como una hoja muerta a finales de otoño.

Tarrek era relativamente pequeño, vivían alrededor de doscientas personas, contando los veinte hombres del ejército regular que estaban asignados para la salvaguarda del orden público, así como la protección del pueblo. No obstante, bien era sabido por todos que a menudo, quien ponía en peligro las vidas de los pueblerinos y alteraba la paz eran estos mismos hombres. Algunas noches, se emborrachaban en las tabernas y utilizaban su poder para cometer todo tipo de fechorías impunemente.

Cuando Eldaryl hubo considerado que Ernest ya habría acabado de prepararle el lomo, se levantó y volvió a la carnicería. Recogió la carne que había sido envuelta en una fina tela y se despidió.

—Adiós —dijo rápidamente mientras se giraba para encarar la puerta.

El carnicero no respondió, tan solo se limitó a hacer un leve movimiento con la cabeza. Estaba claro que se alegraba de que se fuera.

Eldaryl no sentía odio hacia Ernest, con el tiempo había aprendido que era una persona sencilla, con sus preocupaciones y sus miedos. Entendía que, para alguien que no se había alejado nunca más de cincuenta kilómetros de donde había nacido, Eldaryl era algo raro e incomprensible y, por lo tanto, potencialmente peligroso a pesar de haber mostrado siempre amabilidad y cordialidad hacia él. No era el único que lo repudiaba, pero con el tiempo la gente lo toleraba más, hasta el punto que muchos se limitaban a evitarlo y nada más.

Cuando hubo salido del mercado, en vez de dirigirse hacia su casa, que se encontraba en las afueras del pueblo, fue en dirección opuesta. Esa noche cenaría en casa de Gerald, donde este vivía con sus padres, que ya pasaban de los cincuenta años. De pequeños, Eldaryl y Gerald habían sido amigos inseparables y ahora eran como hermanos. Siempre habían compartido mucho tiempo juntos y se habían ayudado mutuamente en incontables situaciones. Sus personalidades eran completamente diferentes; Eldaryl era tranquilo y siempre tenía una actitud reflexiva y sosegada mientras que Gerald era enérgico, inquieto y poco contemplativo. No obstante, esas mismas diferencias era lo que les hacía sentirse cómodos el uno con el otro. Gerald ayudaba a Eldaryl a ser más decidido y este último aportaba a Gerald una cierta paz y tranquilidad. Para Eldaryl, Gerald era la única persona, además de su difunta abuela, que le había hecho sentirse aceptado por como era.

Desde que empezaron a formar parte del cuerpo de exploradores de Aldor, tenían la costumbre de hacer una cena en casa de Gerald la penúltima noche de cada período de descanso. Era su manera de darse ánimos, pasar un buen rato y disfrutar de un abundante y jugoso banquete antes de volver a las duras condiciones que suponía ser un explorador. Cuando estaban de guardia en los bosques de Los Colmillos, las raciones asignadas eran limitadas y se reducían a alimentos básicos y con pocos condimentos; diferentes carnes o pescados secados o en salazón, pasta de judías y pan. La mayoría de los víveres eran suministrados desde Gösul y guardados preciosamente en los diferentes puestos de vigilancia. También complementaban su dieta con algunas raíces y frutas que podían encontrar, así como de la caza que pudieran llevar a cabo.

Después de una corta y tranquila caminata, Eldaryl llegó a la casa de su amigo. Atravesó uno de los campos que formaban parte de la propiedad de los padres de Gerald. En él se cultivaban todo tipo de frutas y hortalizas; tomates, berenjenas, calabacines, judías y fresas. Sin duda alguna, era uno de los campos mejor mantenidos de Tarrek y de los que generaba más beneficios. Desgraciadamente, la mayoría de ingresos que se producían eran recaudados como impuestos.

Eldaryl picó dos veces a la puerta de la casa y, al cabo de unos breves instantes, la puerta se abrió.

—¡Ya era hora! —exclamó Gerald con una sonrisa en la cara—. Vamos entra, se nos echa la noche encima y aún no hemos preparado la comida.

Gerald tenía dos años más que Eldaryl, su cabello era castaño claro y siempre lo llevaba muy corto. Llevaba una barba de medio dedo, castaña con tonos pelirrojos, y sus ojos eran marrones verdosos. Ambos medían lo mismo, pero Gerald era algo más musculoso, en gran parte debido a que ejercitaba la musculatura en sus tiempos libres.

—Disculpad la tardanza —dijo Eldaryl mientras se daba un caluroso abrazo con Gerald—. Tomad, he traído lomo de jabalí que cacé ayer y algunas cosas más para acompañar.

Eldaryl dio todo lo que traía a los padres de su amigo, Henrich y Moira, a quienes también saludó con afecto. Ambos eran personas muy afectuosas y consideraban a Eldaryl casi como otro hijo. Siempre que venía le preguntaban por su vida y por si todo marchaba bien, y le repetían cada vez que los veía que si necesitaba algo podía contar con ellos. A Eldaryl eso lo reconfortaba inmensamente, aunque en muy raras ocasiones les pedía favores ya que le daba miedo abusar de su confianza. La verdad era que tanto Gerald como sus padres eran las personas en vida que más quería. Sin ellos no tenía a nadie y le asustaba perderlos. Eran personas humildes, pero con un corazón más rico que el tesoro de un rey.

Tardaron un buen rato en preparar la cena y cuando empezaron a comer ya era de noche, pero no había prisa. La casa entera estaba ahora impregnada de un olor a cocido que les despertó a todos el apetito, incluso se podían oler los diferentes matices de las distintas hierbas aromáticas utilizadas. Sin más preámbulos, empezaron a comer.

—¡Está delicioso! —exclamó Gerald mientras soplaba con la comida en la boca para no quemarse la lengua—. Hacía tiempo que no comía algo tan bueno.

—Le han quedado muy bien a la carne las hierbas que has traído Eldaryl —afirmó Moira mirándole con una sonrisa cariñosa.

—Sin duda —respondió Eldaryl agradecido.

Tranquilamente, los cuatro fueron disfrutando de la sabrosa comida mientras charlaban y reían. El ambiente era cálido y agradable y, como cada vez cada vez que disfrutaba de la compañía de aquella familia, Eldaryl dejó de sentirse solo, como si un vacío dentro de sí se llenara lentamente.

Cuando hubieron acabado, Eldaryl y Gerald salieron fuera y se sentaron junto a un enorme olmo. Juntaron algunas piedras y las pusieron en círculo, luego utilizaron algunas ramas y piñas secas como yesca y, con un pedernal, encendieron una pequeña hoguera. Era principios de primavera y por las noches hacía algo de frío. Ambos habían traído sus jarras de cerveza que habían vuelto a llenar antes de salir.

—Que bien que se está aquí —dijo Eldaryl mientras se acomodaba la espalda en el tronco del árbol y depositaba su jarra en una piedra plana a modo de posa vasos.

—Desde luego —respondió Gerald mientras acababa de avivar un poco más el fuego.

Cuando Eldaryl venía a cenar a casa de su amigo, tenían la costumbre de dormir al aire libre debajo de aquel olmo. El musgo que se acumulaba a su alrededor hacía de colchón y ambos dormían muy a gusto ahí. Además, cuando no había nubes, como en esa misma noche, ambos se quedaban contemplando ensimismados la belleza del cielo con su infinidad de estrellas. También era un buen momento para poder relajarse, antes de la partida hacía las montañas, y poder hablar de algunas cosas en privado.

—¿Alguna novedad sobre Los Colmillos? —preguntó Eldaryl.

Aquel era un tema que preferían no hablar junto a los padres de Gerald, no querían inquietarlos innecesariamente.

—La verdad es que sí… —respondió Gerald, en cuyo rostro se podía interpretar cierta preocupación—. Al parecer los avistamientos de krugols han aumentado considerablemente en el lado oeste. Además, no ha habido ataques en todo este mes, ni si quiera de huargos, cosa que es muy inusual en esta época del año.

En invierno y principios de primavera, los ataques de huargos eran más frecuentes ya que, debido a que había menos presas en las montañas por el frío y la nieve, estos bajaban a menudo de Los Colmillos y no dudaban en atacar si podían a campesinos desprotegidos y sus rebaños. Esos meses eran los más difíciles para los exploradores, no solo por el frío sino por la frecuencia de los ataques. No obstante, más raro era aún ver krugols por esa zona. Los krugols de Los Colmillos hacía tiempo que se encontraban muy adentro en las montañas, y era muy raro ver alguno al oeste de Drak Umbar.

—Sin duda es extraño —concedió Eldaryl con los ojos entrecerrados—, que aumenten los avistamientos de krugols pero que al mismo tiempo no haya ataques...

Ambos se quedaron unos instantes en silencio, inmersos en sus pensamientos. Solo se oía el crepitar de las llamas.

—¿Está informado el capitán de nuestro regimiento? —preguntó Eldaryl preocupado.

—Imagino que sí, la información me la dio uno de los que traen víveres a la guarnición de una de las atalayas al sur del río Anura —respondió Gerald—. Me lo encontré la semana pasada cuando fui a Gösul a comprar un nuevo arado.

Había un total de tres capitanes en el cuerpo de exploradores, uno por cada regimiento de cien hombres, con lo que siempre había dos en activo y uno en reserva. La rotación se hacía de manera idéntica que con el resto de hombres. No obstante, si bien todos los hombres tenían asignadas una determinada atalaya durante su período de actividad, los capitanes decidían ellos mismos donde situarse, siempre y cuando fuera en la zona asignada a sus hombres y no a los del otro capitán. Lo más común era que permanecieran en la atalaya que se situara en el punto más central del territorio que les estaba designado a sus respectivos regimientos. Esto permitía que el capitán estuviera lo suficientemente cerca de todas las atalayas para poder comunicar lo más rápidamente posible con los otros puestos. Sin embargo, siempre que había un ataque, este acudía inmediatamente a la zona y se instalaba en la atalaya más próxima durante el tiempo que hiciera falta.

—Bueno, en cualquier caso, si todavía no tiene noticias, pronto las tendrá —siguió Eldaryl mirando al cielo—. El comandante sí que estará informado y sabrá qué hacer.

—Ese hombre nunca me ha gustado —afirmó Gerald con cara de amargura.

El comandante de los exploradores de Aldor, un hombre llamado Marcus, era la máxima autoridad de dicho cuerpo y únicamente estaba a las órdenes del mismísimo Senescal. Si bien los capitanes eran quienes tomaban las decisiones en el terreno, la organización y gestión del cuerpo la llevaba el comandante. No obstante, rara vez se le veía puesto que se encontraba siempre en la fortaleza de Elduin.

Antiguamente, los comandantes del cuerpo de exploradores, así como los comandantes de los otros dos cuerpos, siempre se quedaban en Gösul. Sin embargo, desde que empezó la guerra contra Malagoth, los ataques provenientes de Los Colmillos

habían aumentado de manera muy alarmante y se decidió situar al comandante de los exploradores más cerca de las montañas. Esto permitía recibir información de las diferentes atalayas mucho más rápido y poder enviar órdenes a los capitanes con más premura.

La fortaleza de Elduin se situaba en una pequeña colina cerca de Los Colmillos, al sur del río Anura. No era especialmente grande pero sí fácilmente defendible con pocos hombres y, en cualquier caso, era la fortaleza más cercana a la cara suroeste de Los Colmillos. Las únicas fortalezas activas que quedaban en Aldor, además de la de Gösul, eran Elduin y Arnur, esta última situándose en Punta Náufrago. Arnur era fría y austera, constantemente azotada por los fuertes vientos y servía como punto de vigilancia costero. En cambio, Elduin era una fortaleza más acogedora, si existía realmente tal cosa. Esta estaba mejor abastecida, muy bien comunicada y el clima en aquella zona era más suave que en Punta Náufrago.

Dado que los comandantes no tenían períodos de descanso y estaban siempre en activo, aunque su trabajo era más burocrático que otra cosa, cuando Marcus se trasladó de Gösul a Elduin, lo hizo con su mujer y sus dos hijas. Así pues, los cuatro hicieron de Elduin su hogar.

—Sea como sea, pronto saldremos de dudas. Mira el lado bueno, ya es primavera y no hará tanto frío —dijo Eldaryl, intentando animar a su amigo.

Gerald se removió ligeramente y atizó el fuego, Eldaryl notaba que estaba inquieto por algo más. Lo conocía desde hacía mucho y sabía leer su lenguaje corporal.

—¿Hay algo que te preocupa que no me has contado aún? —preguntó Eldaryl expectante.

—Maldita sea, no se te escapa nada eh —contestó Gerald con una ligera sonrisa—. Verás… se trata de una chica —continuó este sintiéndose un poco sonrojado.

Pasaron unos segundos en silencio, Gerald parecía dubitativo, como si no supiera por dónde empezar.

—¿Y bien? —insistió Eldaryl.

—¿Conoces a la hija del carpintero? —preguntó Gerald.

—¿Pelo castaño oscuro y ojos marrones? Anya, creo que se llamaba —dijo Eldaryl casi convencido.

—Esa misma —replicó su amigo cada vez más nervioso—. Resulta que… bueno… Todo empezó en el anterior período de descanso. Cuando volvimos, tuvimos que hacer venir al carpintero para arreglar unas vigas del techo y vino su hija para ayudar. Puesto que la reparación tardó una semana, nos vimos cada día y pasamos bastante tiempo juntos. Fue extraño, estábamos muy a gusto juntos, como si nos conociéramos desde siempre. El caso es que cuando el carpintero hubo terminado, ambos buscábamos cualquier excusa para seguir viéndonos. Estuve casi todo ese mes viéndola a diario, pero no ocurrió nada, estábamos muy a gusto juntos y el tiempo pasó volando. Fue al volver a Los Colmillos cuando me di cuenta de que no podía parar de pensar en ella y sentía que la echaba de menos. Nunca me había ocurrido algo así con ninguna chica. Me prometí que al regresar le diría lo que sentía. Lo hice nada más llegar a Tarrek y me confesó que ella tampoco podía parar de pensar en mí, y entonces… bueno… una cosa llevó a la otra. El caso es que hemos hablado que, cuando regrese de aquí dos meses, nos casaremos. Le pedí que se casara conmigo la semana pasada, creo que fue lo más duro que he hecho en mi vida.

Eldaryl se quedó con la boca abierta, incrédulo a lo que le acababa de confesar su amigo. Ahora todo tenía sentido; desde hacía unos meses lo notaba distante y distraído, como si su espíritu estuviera en otro sitio. A Eldaryl no le sorprendía que Gerald tuviera un romance, este siempre había tenido mucho existo con las chicas, lo que le generó más estupefacción en toda esa historia era que su amigo estaba enamorado e iba a casarse y a formar su propia familia.

—Vaya… —dijo Eldaryl sin saber realmente qué decir.

—No te había dicho nada hasta ahora porque era como si ni yo mismo me creyera lo que estaba ocurriendo. Es como si fuera demasiado bonito para ser cierto, a veces me da miedo que solo sea un sueño —confesó Gerald melancólico.

—¡Ja, ja, ja! —rió efusivamente Eldaryl, divertido esa nueva faceta de su amigo —Quién lo diría, el que decía que se pasaría la vida yendo de flor en flor y le daba miedo casarse y formar una familia. Me alegro mucho por ti la verdad. Os deseo lo mejor —acabó diciendo Eldaryl, feliz por ver a su amigo tan ilusionado.

Pasaron un rato charlando sobre dónde y cómo harían la ceremonia. El caso era que Gerald quería algo sencillo, sin mucha parafernalia y con poca gente. Este también había decidido ir a vivir en su propia casa justo al finalizar la boda; con su salario de explorador podía comprar un pequeño terreno a las afueras de Tarrek y hacer construir su propia casa. Tenía escogida la zona, no muy lejos de la casa de sus padres, y pensaba comprar el terreno y empezar las obras nada más empezado su próximo período de descanso, justo en dos meses.

A pesar de alegrarse enormemente por su amigo y sus planes de futuro inmediatos, Eldaryl empezó a sentir poco a poco una cierta angustia en su interior. Al principio se sorprendió, no entendía por qué sentía una mezcla de tristeza y miedo. Con calma intentó comprender lo que implicaba esa nueva realidad para él mismo. Si Gerald formaba su propia familia, sin duda alguna se verían menos en los períodos de descanso. Por otra parte, todo ello le recordó que estaba solo, que no tenía a nadie y que nada indicaba que fuera a cambiar. Siempre había querido formar su propia familia pronto, pero las chicas siempre se mostraban asustadizas cuando lo veían. Tener el pelo plateado a esa edad era para los demás un indicador de brujería o de algún tipo de maldad o enfermedad. Ese rechazo nunca dejó de dolerle y cuando pensaba en ello le invadía una profunda tristeza. Incluso en los últimos tiempos empezó a pensar que acabaría solo, sin nadie a su lado. Esos pensamientos todavía lo hundían más en un pozo de dolor del cual le era muy difícil salir.

De repente, Eldaryl se dio cuenta de que se sentía celoso de Gerald. Este tenía a sus padres y una mujer que le quería, pero él no tenía a nadie. Eso lo espantó enormemente y se sintió terriblemente avergonzado de albergar esos oscuros sentimientos. Intentó serenarse y dejar la mente en blanco, como cuando cazaba o luchaba. Se concentró en las sensaciones de su cuerpo y poco a poco pasó su atención a sus alrededores. A medida que su respiración se fue haciendo más lenta empezó a sentir de manera tenue la energía vital de los animales que los rodeaban; pájaros, ratones, ardillas… Incluso, si se esforzaba mucho, podía sentir la energía de algunos insectos.

La capacidad que tenía de percibir la energía que emanaba de cada ser vivo, era algo que había empezado a sentir y a desarrollar desde bien pequeño. Si bien para él era como un sentido más, y por lo tanto algo normal, enseguida comprendió que no era tan normal, puesto que parecía ser el único que podía hacer tal cosa. Así pues, nunca había dicho nada a nadie sobre ello, ni si quiera a Gerald, puesto que temía que este se asustara y acabara creyendo que realmente era algún demonio.

A menudo utilizaba dicha capacidad para detectar posibles peligros en el bosque, así como cuando cazaba y buscaba una presa. No obstante, en lo que más le ayudaba era a relajarse. Cuando se concentraba en la energía que surgía de cada ser vivo que había cerca de él, se daba cuenta de que estaba rodeado de vida. Eso le reconfortaba de una extraña manera, se sentía conectado a cada ser vivo que lo rodeaba y, de alguna manera, le hacía sentir que no estaba tan solo como creía.

Cuando estuvo más tranquilo, apuró un último trago a la cerveza que le quedaba y se estiró sobre la manta de viaje que había depositado sobre el musgo que rodeaba el imponente olmo. Gerald hizo lo mismo, y ambos se quedaron tranquilamente mirando las estrellas.

—Mañana me levantaré temprano para volver pronto a casa y hacer los últimos preparativos antes de irnos —dijo Eldaryl—. Seguramente aún estarás dormido, así que ya nos veremos cuando vayamos hacia Elduin.

—De acuerdo —asintió Gerald medio dormido.

Poco a poco, mientras lo único que se oía ya eran los restos de la hoguera que aún crepitaban, Eldaryl se fue quedando dormido. Sus pensamientos fueron pasando de uno a otro hasta que su consciencia se perdió en el vacío de los sueños.

Eldaryl. La mensajera del viento

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