Читать книгу Eldaryl. La mensajera del viento - Ferran Burgal Juanmartí - Страница 9
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Incertidumbre en las montañas
ОглавлениеApenas habían aparecido los primeros rayos de luz, pero ya estaban todos despiertos y vestidos. La mañana era fría y Eldaryl se sentía cansado, no había dormido muy bien aquella noche y notaba su cuerpo algo agarrotado. Gerald, por la cara que hacía, parecía que no había dormido mucho mejor.
—El teniente os espera a todos abajo, daos prisa —dijo Viktor que acababa de bajar del último piso. Sus ojeras eran notables y se le oía en la voz el cansancio de las interminables horas de guardia nocturna—. No han vuelto…
Eldaryl y Gerald asintieron mientras acababan de ajustarse las ropas. Bajaron juntos a la planta baja de la torre, donde se guardaban las armas y el equipo y donde se hacían los preparativos para cualquier expedición. Ahí se encontraron con el resto los miembros del escuadrón, estaban todos de pie alrededor de una mesa circular donde había diferentes mapas desplegados.
—Muy bien, ya estamos todos —dijo Gilbert apresuradamente—. Señores, Joras, Gormund y Lucas no han vuelto y ya han pasado cinco días desde que partieron. Como dije ayer, Gerald, Eldaryl y Erik saldrán a ver qué ha ocurrido.
Gilbert señaló en uno de los mapas la zona en la que deberían haber estado patrullando; un perímetro de no más de veinticinco kilómetros en dirección noreste, este y sureste.
—Esta es la zona de patrulla —señaló Gilbert a todos los que estaban ahí presentes—. Dado que el perímetro es demasiado grande para cubrir con solo tres hombres en poco tiempo, debemos decidir una zona más estrecha en la que buscar.
Todos miraron el mapa en silencio con caras serias. Eldaryl no tenía muy claro en qué dirección sería más oportuno empezar a buscar. Tampoco parecía que nadie estuviera muy seguro de qué hacer. No obstante, Viktor intervino.
—Si me permitís, creo que la mejor opción sería ir directamente en dirección al nacimiento del río Anura, todo siguiendo su curso desde el lado norte —dijo este con voz baja, se podía ver que estaba medio dormido.
—Explícate —pidió el teniente.
—Si realmente ha ocurrido algo, no podemos saber del cierto qué ha sido y, por lo tanto, todo son conjeturas — explicó Viktor adelantándose y señalando con un dedo en el mapa el nacimiento del río Anura—. Ahora bien, si hay que apostar por un lugar creo que ese es el indicado. Sabemos que en el mes anterior ha habido varios avistamientos de krugols por la zona. Si hay un campamento de krugols por los alrededores es muy posible que esté tocando el río, y muy probablemente cerca de una cascada.
—¿Una cascada? —preguntó Nolan sorprendido.
—Ya veo —asintió Gilbert, que había entendido a que se refería—. El ruido…
Varios de los que se encontraban presentes entrecortaron la respiración, habían comprendido que podía haber realmente un campamento krugol a menos de sesenta kilómetros. A Eldaryl un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Cuántos krugols pueden haber? —preguntó Erik preocupado por lo que le esperaba.
—La mayoría de krugols de Los Colmillos se encuentran en las profundidades de las montañas, en Drak Umbar, desde hace siglos —explicó Gilbert—. Los pocos que merodean por estas zonas son exploradores, como nosotros, y guardan las distancias vigilando todo lo que sucede por estos lares. Es muy raro ver a más de cinco juntos, pero no se puede saber. Sea como sea, creo que está decidido, Erik, Eldaryl y Gerald seguiréis el curso del río hasta su inicio por el lado norte. Si no encontrarais nada, volved por el lado sur. Vuestra principal misión es volver con nuestros camaradas y, si nos los encontráis, recoged el máximo de información sobre lo que haya podido ocurrir. Es prioritario que volváis para informar de lo que está pasando, por lo que os ordeno no intervenir en el caso de que hallarais un campamento krugol. Tenéis cuatro días, al finalizar el quinto daré por supuesto que la misión ha fracasado y pediré refuerzos. Sam, tú partirás inmediatamente a la atalaya número seis, donde está ahora mismo el capitán, e informarás de la situación. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada, había quedado muy claro lo que debían hacer, la única pregunta que tenía Eldaryl era si podrían encontrarlos.
—Entonces adelante, vosotros tres coged lo que necesitéis y partid cuanto antes—dijo Gilbert a Eldaryl, Gerald y Erik.
Eldaryl y Gerald cogieron sus espadas y se las pusieron a la espalda. Los exploradores siempre se colgaban las espadas a la espalda con un cinturón de cuero, permitiéndoles mayor movilidad que si la llevaran en la cintura. Cogieron sus arcos recurvados y los carcajes, con veinticinco flechas cada uno, que también se colgaron a la espalda. Los carcajes tenían un mecanismo, sencillo pero muy útil, que permitía evitar que las flechas se salieran mientras corrían. Se trataba de una cinta de cuero, con un pequeño gancho, que al tirar de ella creaba presión en el carcaj evitando que las flechas se movieran. Para deshacer el mecanismo solo hacía falta sacar el gancho.
Mientras Gerald y Eldaryl acababan de colocarse las espinilleras y brazales de cuero curtido, Erik fue a la bodega a buscar víveres para cuatro días. Cada uno se guardó en pequeños sacos de piel varias raciones de carne y pescado seco, y un tipo de pan muy compacto que con un par de bocados uno ya se sentía satisfecho. Verificaron que los pellejos con agua estuvieran llenos y que no faltara nada. En pocos minutos estuvieron listos. Cuando salieron por la puerta de la atalaya vieron como Sam ya había ensillado a un caballo de color bellota y empezaba a dirigirse en dirección oeste.
—Muy bien, iremos en dirección este y rápidamente viraremos al sureste, luego seguiremos río arriba por el lado norte —dijo Erik mientras acababa de guardarse un pequeño mapa dentro de las ropas—. Los primeros kilómetros los haremos a paso ligero, luego empezaremos a buscar indicios y posibles pistas de su paradero y de lo que ha podido ocurrir. Andando.
Los tres exploradores partieron de la atalaya sin mirar atrás, los rayos del sol se desvelaban a través de los picos de las montañas y se reflejaban en las nubes del cielo, dándoles un matiz rojo anaranjado. Rápidamente, atravesaron los terrenos despejados que rodeaban la torre y se adentraron en el bosque.
Era un bosque denso, formado principalmente por abetos y pinos, así como algún roble o haya. La humedad y el frío eran considerables, pero a los pocos minutos de correr sus cuerpos empezaron a entrar en calor. Una fina capa de neblina cubría algunas zonas del bosque, lo que dificultaba la visión y debían ir con mucho cuidado de no tropezar con las diferentes raíces y piedras que formaban el lecho del bosque montañoso.
Se desplazaban con la suficiente cautela para no hacer demasiado ruido, ya que debían evitar a toda costa ser detectados por posibles enemigos. Los exploradores eran expertos en el sigilo, el rastreo y la supervivencia, ya fuera en bosques o montañas. A los nuevos integrantes se les enseñaba desde el principio a moverse con discreción y a no dejarse ver ni encontrar. También se les instruía en el arte del rastreo y la supervivencia, así como a dominar a la perfección el tiro con arco. Si bien era importante manejar correctamente la espada, era fundamental que un explorador pudiera dar en el blanco. Utilizaban tácticas de
emboscada, evitando las contiendas cuerpo a cuerpo y abatiendo a sus enemigos desde distancias seguras.
Los tres exploradores corrían separados entre sí en formación de punta de flecha. Erik iba a la cabeza. Unos diez metros más atrás estaban Eldaryl a la derecha y Gerald a la izquierda, a su vez separados por otros diez metros. Esta formación permitía a quien estaba al mando de la escuadra ajustar el rumbo y la velocidad, mientras que los otros dos le cubrían la espalda y los costados. De igual forma, al estar separados entre sí, y en diferentes ángulos, era más fácil reaccionar ante una emboscada o ataque enemigo.
Eldaryl era quien mejor aptitud tenía para ello, era extremadamente ágil y sigiloso, y se movía como una sombra, apenas hacía algún ruido y su presencia pasaba prácticamente desapercibida. De igual forma, su vista y su oído, sobrehumanamente agudos, les permitían detectar cualquier movimiento en las cercanías. No obstante, la mayor arma que tenía Eldaryl en esas situaciones era la capacidad que durante tanto tiempo había guardado en secreto. El hecho de poder sentir todo aquello que había a su alrededor le permitía adelantarse a los acontecimientos. Cuando corría o estaba en movimiento le costaba más concentrarse, pero aun así podía detectar cualquier animal de la talla de un jabalí o mayor a más de veinte metros de distancia.
Poco a poco fueron aminorando el ritmo, la pendiente en algunos momentos les obligaba a ralentizar. Algunas zonas aún estaban cubiertas de nieve del invierno y esta se hacía más abundante a medida que ascendían. Los picos de las montañas estaban todos nevados pero las laderas solo lo estaban en algunas zonas. De repente, Erik levantó la mano derecha como señal para que se detuvieran.
—Muy bien, pararemos unos momentos para beber y comer un poco —dijo Erik en voz baja.
Cuando estaban en misión, los exploradores hablaban poco y lo hacían en voz baja. De esta manera minimizaban el riesgo de ser detectados o de no poder oír algún sonido o ruido sospecho.
Erik se sentó en una roca, recubierta de musgo en su mayor parte, y abrió el pequeño saco con los trozos de carne seca. Gerald y Eldaryl hicieron igual, sentados en una gruesa raíz de pino que sobresalía de suelo, y comieron un par de pequeños trozos de carne de buey seca. Bebieron agua de manera generosa, sabiendo que el río estaba cerca y podrían rellenar en poco tiempo.
—Hay algo raro en esta zona, está todo demasiado tranquilo —dijo Gerald después de hacer un último trago y guardar el pellejo.
Hasta ahora no habían visto ningún rastro ni pista que les pudiera dar indicios del paradero de sus camaradas. Sin embargo, Eldaryl notaba que la zona estaba inusualmente poco poblada por animales, cosa que lo extrañó.
—Llegaremos al río antes de mediodía, a partir de ahí lo seguiremos de cerca hasta su nacimiento —dijo Erik, listo para volver a partir—. Desde ese punto en adelante deberemos extremar la precaución. Vamos.
Los tres retomaron la marcha en dirección sureste, esta vez andando a paso ligero. El bosque se hacía en algunas partes muy denso, tanto que los rayos de luz apenas penetraban entre las copas de los árboles. Además, la neblina se hacía más y más espesa por momentos, dificultando aún más la visibilidad. La poca luz que penetraba se reflejaba en las hojas y el musgo, que a su vez se reflejaba en el manto de neblina, dando al conjunto un aspecto verdoso lúgubre pero extrañamente hermoso.
Eldaryl seguía detectando poca presencia de animales, algunas ardillas o pájaros de vez en cuando pero poco más. Normalmente los bosques de Los Colmillos estaban llenos de vida; ciervos, jabalís, tejones, zorros, osos y lobos habitaban esos lares. Sin embargo, desde que partieron de la atalaya, no habían visto nada más grande que una comadreja.
Momentos antes de que el sol alcanzara su cénit, llegaron al río Anura. A esas alturas el río no tenía más de quince metros de ancho y era poco profundo, pero bajaba muy rápido. La turbulencia y la velocidad del agua eran considerables, y el ruido que hacían los diferentes saltos de agua y cascadas podía oírse a doscientos de metros de distancia.
Con cautela, se fueron turnando de uno en uno para beber agua y llenar sus cantimploras de piel. Mientras uno bebía, los otros dos vigilaban los alrededores. Era un lugar peligroso, todas las criaturas de la zona, incluidas los huargos o los krugols, podían venir a beber ahí en cualquier momento. Además, el ruido de los rápidos impedía oír nada que se acercara. Entre el agua y la arboleda había unos diez metros, con lo que estaban completamente al descubierto.
—Rápido —dijo Erik cuando hubieron finalizado.
En un abrir y cerrar de ojos ya estaban de vuelta entre los árboles. Si bien desplazarse cerca del río les dificultaba poder oír posibles peligros, también les permitía no ser oídos mientras se desplazaban. Erik iba de nuevo al frente, pero esta vez iban mucho más juntos ya que el terreno no permitía separarse lateralmente más cinco metros. Avanzaron río arriba siguiendo su curso hasta que, de repente, Eldaryl se paró en seco.
—Pst —siseó Eldaryl para que sus dos compañeros se detuvieran.
Gerald y Erik se acercaron hasta donde estaba Eldaryl y este les señaló unas manchas rojas, casi negras, en las hojas de un arbusto.
—Sangre…—dijo Gerald mientras la tocaba con su dedo índice—. Creo que no tiene más de un día.
—Busquemos por la zona, quizás encontremos más —dijo Erik.
Los tres exploradores se separaron para buscar más rastros de sangre, pero apenas habían recorrido diez metros cuando Gerald llamó a Eldaryl y Erik.
—Aquí hay más, y parece que el rastro de sangre sigue río arriba —dijo Gerald señalando por donde seguían las pequeñas manchas rojizas.
—Hmm —hizo Erik mientras se pasaba la mano por la barba.
—¿Es posible que sean ellos? —preguntó Gerald preocupado y con cara de espanto.
—No podemos saberlo del cierto, por lo tanto, no sacaremos ninguna conclusión antes de tiempo —afirmo Erik con el ceño fruncido—. De momento seguiremos el rastro, que parece que conduce río arriba, hasta que encontremos nuevos indicios.
Los tres hombres retomaron la marcha siguiendo el rastro de sangre, el cual curiosamente seguía paralelo al río. En algunos tramos la pendiente se volvía muy pronunciada y debían ayudarse de las manos para poder avanzar de forma segura. Fueron siguiendo el curso del Anura y tuvieron que escalar varios saltos de agua y cascadas. Esa tarea les llevaba a veces un buen rato, puesto que debían ir con mucho cuidado con no resbalar con las rocas llenas de musgo resbaladizo. A veces perdían el rastro durante unos momentos, pero volvían a encontrarlo más adelante. Este se hacía cada vez más intermitente y temían perderlo, hasta que Erik se detuvo para coger algo del suelo.
—¡Maldita sea! —maldijo Erik, con lo que parecía un arco partido en dos en sus manos.
—¡Es uno de sus arcos! —exclamó Gerald, alarmado por lo que significaba aquello.
Eldaryl no dijo nada, pero se sentía igual de inquieto que sus compañeros. Aquello cada vez pintaba peor y todo parecía conducir a lo que Viktor y Gilbert habían supuesto; un campamento krugol cerca del nacimiento del río. No obstante, Eldaryl veía algo raro en todo aquello.
—Hay algo que no cuadra en todo esto —dijo Eldaryl sentado de cuclillas—. Por lo que sabemos los krugols no hacen prisioneros, los enemigos que matan los dejan pudrir, como mucho se los comen en el mismo lugar, igual que los huargos o cualquier otra bestia. Si estuvieran muertos habríamos encontrado algún cadáver.
—¿Crees que puedan estar vivos aún? —preguntó Erik, que veía razón en las palabras de Eldaryl.
—Es posible, en cualquier caso, hasta que no encontremos sus cuerpos no sabremos del cierto si están vivos o muertos —respondió Eldaryl mientras se levantaba.
Siguieron buscado río arriba, pero el rastró de sangre se fue haciendo cada vez más tenue, hasta que desapareció. Sin embargo, siguieron en la misma dirección, convencidos de que iban por el buen camino y que encontrarían otros indicios más adelante. No se detuvieron y fueron avanzando con cautela, los saltos de agua y las cascadas se hacían cada vez más numerosos.
Era media tarde y estaban ya a más de cuarenta kilómetros de la atalaya. Ninguno de ellos se había adentrado jamás tan adentro en Los Colmillos, y no sabían que les esperaba a cada nuevo paso que realizaban.
A un momento dado, al finalizar una pendiente de quince metros, se encontraron con un pequeño valle desprovisto prácticamente de árboles y donde la casi totalidad de la vegetación era un tipo de hierba alta que les llegaba justo por debajo de la cintura. El río cruzaba ese valle hasta las montañas que tenían en frente, a unos dos kilómetros de distancia.
Erik les hizo una señal con la mano para que se agacharan y se acercaran a él.
—Esto no me gusta, la única manera de seguir el río es atravesando este valle —dijo Erik en voz baja.
Eldaryl y Gerald echaron un vistazo a la zona y comprendieron a qué se refería; cruzar aquel valle implicaba exponerse a la vista de cualquiera que pusiera su mirada en él. No podían rodearlo por el norte, ya que les bloqueaba el paso la falda de una montaña demasiado escarpada para ser escalada, y tampoco podían cruzar el río y rodear el valle por el lado sur, dado que esto implicaba atravesar las aguas gélidas y quedarse empapados. Puesto que no podían encender un fuego para no ser descubiertos, no podrían secar la ropa y se arriesgaban a morir de frío.
—El sol pronto dejará de verse aquí, con lo que no debería quedar mucho para que se haga oscuro. Podríamos esperar a que anochezca y continuar —propuso Eldaryl.
—Si nos descubren y nos atacan en campo abierto estamos perdidos —continuó Gerald, que estaba de acuerdo con la propuesta de su amigo.
Eldaryl vio en el rostro de Erik muchas dudas sobre qué hacer.
—Perderemos mucho tiempo inútilmente… —dijo Erik—. Quizás nuestros compañeros no tengan ese tiempo, pero tenéis razón, de nada servimos muertos. Esperaremos a que anochezca y aprovecharemos para descansar y comer algo.
Así pues, los tres hombres se quedaron dónde estaban, entre los árboles y arbustos limítrofes al valle. Eldaryl depositó suavemente su espada, su arco y su carcaj contra una roca llena de musgo, mientras que Gerald se dejaba caer entero sobre la hierba, exhausto después de tan largo recorrido. Comieron algunos trozos de pescado y carne que llevaban, tan secos que apenas se notaba ya el sabor, acompañados por largos tragos de agua, aún fría de cuando habían llenado sus cantimploras en el río.
—Podéis dormir un poco se queréis, yo haré guardia —dijo Erik, ajustándose la capucha de la capa.
Eldaryl y Gerald no dudaron ni un instante y enseguida se estiraron para descansar y recuperar fuerzas. El suelo estaba algo húmedo y tenía algunas piedras, pero era lo suficientemente plano y cómodo para dormirse. Eldaryl utilizó su capa a modo de manta y se acostó boca arriba. La luz empezaba a hacerse tenue y lo único que podía oír era el ruido del agua al caer desde lo alto. Aprovechó esos breves momentos de descanso para relajarse e intentar detectar la presencia de animales. De nuevo, los alrededores estaban casi desiertos, solo pudo sentir algunos pájaros, pero se sorprendió al detectar lo que parecía ser una madriguera de marmotas a no más de veinte metros de ahí. De alguna manera, eso lo tranquilizó.
Poco a poco fue quedándose dormido y olvidó sus miedos y preocupaciones, como si un manto invisible cubriera el mundo.
No había pasado más de dos horas cuando Erik los despertó.
—Ya está casi oscuro, preparaos —dijo Erik sentado en una roca, dándoles a cada uno un ligero golpe con un extremo del arco para que se despertaran.
Eldaryl no tardó en volver a equiparse, pero Gerald no hacía buena cara.
—Ugh… Me he clavado una piedra en la espalda —gruñó Gerald medio encorvado.
—Será para tanto —bromeó Eldaryl divertido, consciente de que su amigo tenía la costumbre de ser algo exagerado.
El sol había desaparecido por completo y solo los picos de las montañas circundantes aún eran iluminados ligeramente, dándole a la nieve un color anaranjado.
—No deberíamos tardar más de una hora en cruzar el valle —dijo Erik listo para salir a campo abierto—. A la mínima señal de peligro agachaos, la hierba es suficientemente alta para escondernos parcialmente. Tened los arcos a mano.
Sin más preámbulos, los tres hombres se adentraron en el valle. Andaban medio agachados, para que sus figuras destacaran lo menos posible, e iban con paso tranquilo para no hacer ruido. A medida que fueron avanzando, el rugir de la catarata fue disminuyendo progresivamente, hasta que solo fue un ligero murmullo. Avanzados más de trescientos metros, solo oían sutilmente el fluir del río que bajaba paralelo a ellos, a unos cien metros de distancia. Incluso Eldaryl no alcanzaba a oír nada más que el agua, sus propios pasos y los de sus compañeros, así como el sonido del viento al acariciar suavemente la hierba alta.
La oscuridad se hizo rápidamente casi total, solamente la luz de las estrellas y la luna iluminaban ligeramente la zona a través de unos pocos claros entre las nubes. Esta vez, era Eldaryl quien iba delante, mientras que Erik y Gerald iban detrás de él a menos de tres metros. Erik, igual que la mayoría de miembros del cuerpo de exploradores, sabía de las capacidades de Eldaryl, especialmente su agudeza visual y acústica. A diferencia del común de las gentes, el cuerpo de exploradores estaba muy agradecido al tener a alguien con dichas habilidades. Poder ver mejor en la oscuridad y oír ruidos imperceptibles para el común de los mortales era algo que sus compañeros apreciaban enormemente. Por lo tanto, cuando caía la noche, siempre era Eldaryl quien dirigía la marcha.
Avanzaban como espectros en la oscuridad, casi invisibles y sin hacer prácticamente ningún ruido. Habían recorrido algo más de tres cuartos del recorrido y ya podían ver claramente la línea de árboles que marcaba el final del valle, y hacia donde se dirigían.
A medida que se acercaban, Eldaryl empezó a relajar los músculos que tenía en tensión desde que habían penetrado en el valle. Sintió un ligero alivio al pensar que no les ocurriría nada y que realmente era imposible que fueran descubiertos. Inmediatamente, se arrepintió.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gerald, apenas susurrando, al ver a Eldaryl detenerse en seco y agacharse.
Los tres se quedaron inmóviles y agachados, solo sus cabezas sobresalían de la hierba alta.
—No estamos solos —dijo Eldaryl en voz baja, mirando hacia sus compañeros.
Durante unos instantes no se movieron ni hicieron ningún ruido, intentado averiguar qué les amenazaba. Eldaryl había oído movimiento a no más de cien metros de distancia. Su capacidad para sentir a otros seres vivos no alcanzaba más de treinta metros, así que tuvo que concentrarse en escuchar atentamente y descubrir de qué se trataba. Respiró hondo e intentó relajarse, poco a poco focalizó su atención en el casi imperceptible ruido que había escuchado, y este se fue haciendo más claro. De pronto, un escalofrío recorrió su espalda, ya no albergaba ninguna duda de qué se trataba.
—Huargos —susurró lentamente Eldaryl—, dos, quizás tres. A menos de cien metros al norte.
—¡Mierda, los tenemos encima! —exclamó Gerald con los dientes apretados para no hacer ruido—. ¿Cómo no los hemos oído antes?
—Se mueven muy despacio —respondió Eldaryl—. Están cazando, han debido de olernos.
Lo único que podía delatarlos en esas condiciones era su olor; por muy oscuro que estuviera y por muy silenciosos que fueran, no podían esconder sus olores. Y quienes mejor olfato tenían en esas montañas eran los huargos. Podían detectar presas a kilómetros y, si bien eran grandes, cuando acechaban a una presa eran más silenciosos que la misma muerte.
Eldaryl vio como Gerald se quedaba petrificado. Se habían enfrentado a huargos antes, pero siempre eran ellos quienes tenían la iniciativa. Normalmente planificaban una emboscada o se situaban en zonas ventajosas para acribillarlos con sus flechas. Pero esta vez habían sido sorprendidos y estaban en campo abierto. Si corrían se les echarían encima a la velocidad del rayo, y no podrían recorrer más de cincuenta metros antes de que los alcanzarán. Además, con esa oscuridad era casi imposible para un hombre acertar a un blanco a menos de veinte metros.
—Está bien, acercaos —dijo Erik, forzando un tono más calmado de lo que realmente estaba—. No tenemos muchas opciones, nos sopla el viento en contra y es cuestión de momentos a que nos encuentren.
Con una voz casi imperceptible, Erik les explicó lo que iban hacer. Fue una explicación sencilla y rápida pero, cuando hubo terminado, a los dos jóvenes exploradores se les heló la sangre.
—Es muy arriesgado —dijo Eldaryl, que apenas podía digerir el plan que acababa de exponer Erik.
—Lo es, pero no nos queda otra —replicó Erik—. Preparaos.
Los tres sacaron cada uno una flecha de sus respectivos carcajes y las dispusieron en sus arcos. Se mantuvieron a la espera arrodillados entre las hierbas, escuchando los sonidos que traía consigo la oscuridad.
Eldaryl notaba como su corazón latía con fuerza contra su pecho y cada instante parecía una eternidad. Podía oír cómo se iban acercando lentamente los temibles huargos y notaba como su cuerpo se llenaba de miedo a medida que avanzaban. Intentó luchar contra el terror que lo invadía, respirando lentamente, pero de poco servía. Su cuerpo le estaba pidiendo que hiciera algo, pero debía esperar. Ya estaban a cincuenta metros, a cuarenta, a treinta…
—¡Ahora! —exclamó Eldaryl, esta vez sin temor a ser oído.
Inmediatamente, Erik y Gerald salieron corriendo en dirección oeste, hacia el final de valle, con sus arcos en la mano. De repente, un terrible aullido rompió el silencio sepulcral de las montañas. Tres inmensos huargos se lanzaron veloces como el viento tras los dos hombres. En cuestión de segundos estarían encima de ellos. Los dos exploradores no miraron atrás y siguieron corriendo, pero cambiaron el rumbo de su carrera hacia su derecha, en dirección al rio.
Eldaryl seguía escondido entre la hierba, inmóvil y silencioso como una piedra más del lugar. Veía como las tres bestias estaban ya a pocos metros de sus compañeros. Entonces, todo sucedió en pocos segundos.
—¡Ahora! —ordenó Erik con un grito atronador.
Erik y Gerald pararon en secó y se dieron la vuelta con los arcos cargados. Vieron como el primer huargo estaba tan solo a diez metros y, a pesar de la terrorífica imagen que suponía, consiguieron dominar su miedo y disparar. Las dos flechas dieron en la cabeza del huargo, que se desplomó y rodó varios metros hasta acabar casi a sus pies. Exactamente al mismo tiempo, Eldaryl salió de su escondite, también con el arco cargado, y apuntó hacia el tercer huargo, el que iba más atrás y estaba más cerca de él. Apenas habían pasado a unos pocos metros de donde estaba. Ya no tenía suficiente ángulo para apuntar a la cabeza, así que fijó su mirada en el costado del animal. Si fallaba o no acertaba en algún punto vital de la bestia, Erik y Gerald morirían. Confió en su instinto y disparó. La flecha salió volando a una velocidad casi imperceptible para la vista y acabó clavándose en la caja torácica del huargo, que tropezó y cayó con un agudo gemido de dolor. Apenas la flecha hubo acabado de penetrar la carne, que Eldaryl salió corriendo en su dirección.
Quedaba un huargo, y este ya estaba encima de Erik y Gerald. Los dos hombres no tenían tiempo de recargar otra flecha y desenvainaron sus espadas en el último instante. El huargo saltó sobre ellos, que estaban hombro con hombro. Pero justo antes de que cayera encima de los dos exploradores, estos se separaron tirándose al suelo en direcciones opuestas. El huargo aterrizó en la hierba pero inmediatamente se giró en dirección a Gerald, que todavía no se había acabado de levantar, y saltó sobre él.
Gerald apenas tuvo tiempo de levantar la espada para protegerse de la feroz dentellada. La enorme bestia intentó arrancarle el cuello de un mordisco, pero Gerald consiguió poner la espada delante de él. Sin embargo, el huargo mordió la hoja y se la quitó de las manos, lanzándola a varios metros. Gerald estaba desarmado y con el monstruoso animal encima. Se dio por muerto.
En lo que trascurriría un parpadeo, a Gerald le vino a la mente su familia, su querida Anya de la que tanto estaba enamorado y con quien tenía planes de formar una familia, y su estimado amigo Eldaryl. Se le hizo un nudo en la garganta y cerró los ojos esperando a la muerte mientras una única lágrima le recorría la mejilla.
La bestia abrió la boca para acabar con su presa, pero en ese mismo instante se oyó el ruido de una flecha al penetrar la carne. Acto seguido, se escuchó el rugido de Erik y una espada atravesó la nuca del animal, haciendo salir la punta del arma por su garganta. Este cayó muerto sobre Gerald, que quedó medio aplastado por su peso y a duras penas pudo liberarse de él. Cuando consiguió ponerse en pie vio a Eldaryl y a Erik a pocos metros de él, apenas podía creer lo que acababa de ocurrir.
En el momento en que Eldaryl había alcanzado al huargo que iba detrás, había cargado inmediatamente otra flecha y fue corriendo hacia donde estaban sus compañeros. Apenas tuvo tiempo de avanzar unos metros cuando el huargo que había saltado sobre Erik y Gerald estaba a punto de matar a su amigo. Eldaryl no dudó ni un instante y, desde más de veinte metros, disparó al animal. Por su parte, Erik, al ver que la bestia le daba la espalda y saltaba hacia Gerald, había corrido hacia ella sin pensárselo dos veces y, con un salto, le clavó la espada justo un instante después de que la flecha de Eldaryl acertara en el pulmón.
Los tres exploradores habían conseguido acabar con tres enormes huargos, y teniendo todos los factores en su contra. Sin duda alguna, podían estar muy agradecidos de seguir con vida.
—¿Estás bien? —preguntó Eldaryl preocupado por su amigo.
Gerald, impulsado por un profundo sentimiento de agradecimiento abrazó a Eldaryl y a Erik.
—Gracias —dijo Gerald con la voz entrecortada, mientras unas lágrimas de desahogo y gratitud se deslizaban en su rostro.
Eldaryl no encontró palabras ante el repentino gesto de su amigo y se limitó a corresponderle con un profundo abrazo. Erik por su parte, algo más frío, le dio unas palmaditas en la espalda.
—No íbamos a dejar que ese maldito animal te cenara —dijo Erik riendo—. Pobre bestia, con lo sucio que estás le hubiese cogido una indigestión, ¡ja, ja, ja!
Eldaryl y Gerald rieron también y juntos se liberaron de la tensión y el miedo acumulados. Los tres eran conscientes de que habían escapado a la muerte por muy poco y, paradójicamente, se sentían ahora llenos de vida.
—Bueno, va siendo hora de que sigamos —dijo Erik—. El aullido de antes se debe haber oído a kilómetros de aquí, así que mejor que no nos demoremos más en este valle.
Recogieron las fechas que habían utilizado y las limpiaron con un poco de agua y tierra para quitarles la sangre. Lo mismo hizo Erik con su espada, la arrancó del cuello del huargo y la limpió con esmero, acto seguido la guardó en su vaina y se la volvió a cargar a la espalda. Gerald se frotó la sangre que le había salpicado el huargo al caerle encima con abundante tierra. De esta forma, disminuían en gran medida la posibilidad de que otros posibles huargos, o cualquier animal, los olieran con más facilidad de lo que ya de por sí podían hacerlo.
Finalizada esa tediosa pero necesaria tarea, siguieron en dirección este, hacia el final del valle. Esta vez fueron corriendo a un ritmo medio y, en pocos minutos, llegaron a la arboleda.
—Por fin —dijo Gerald—. ¿Ahora qué?
—Seguimos adelante en la misma dirección —contestó Erik—. Quedan pocos kilómetros para el nacimiento del río.
El bosque era muy denso, la oscuridad era casi total y lo único que podía oírse era el viento al pasar entre los árboles y el bailar de las hojas.
Los tres exploradores avanzaron en la penumbra del bosque en completo silencio. A medida que transcurría la noche, el frío iba en aumento y pequeñas nubes de vapor les salían de la boca y la nariz cada vez que expiraban. De nuevo, Eldaryl iba primero, pero esta vez mucho más tranquilo que hacía tan solo un rato en el valle. Debían andarse con mucho cuidado ya que el terreno era muy irregular, las raíces y piedras cubrían la mayor parte del suelo del bosque y cualquier paso en falso podía implicar caerse y herirse gravemente.
De repente, volvieron a oír el sonido del agua a lo lejos, pero esta vez el ruido indicaba que se trataba de una cascada importante.
—Ya estamos cerca —dijo Erik—, ese es el lugar. En vez de llegar de frente, empezaremos a subir por esta montaña que tenemos a la izquierda para poder echar un vistazo desde arriba. No subiremos mucho, lo justo para poder observar si realmente hay algo ahí.
Así pues, empezaron a subir la falda de la montaña, cuya pendiente era bastante pronunciada. Afortunadamente, esta estaba cubierta de hierba y matojos, y había pocas piedras. Eso les evitaba tropezar o, aún peor, causar desprendimientos que causaran ruido y revelaran su presencia. Apenas había pasado una hora cuando los tres se quedaron perplejos con lo que veían sus ojos. A tan solo dos kilómetros, justo en el lecho del río y cerca de la inmensa cascada, había varias hogueras, así como incontables antorchas encendidas.
—Esto es peor de lo que podíamos imaginar —dijo Erik, que no daba crédito a lo que veían sus ojos—. Eldaryl, ¿qué ves?
—Sin duda son krugols —respondió Eldaryl forzando la vista al máximo—. El campamento es enorme, pueden haber más de veinte, quizás treinta…
—No puede ser —dijo Gerald incrédulo—. ¿Cómo es posible que haya un campamento tan grande sin que nadie se haya dado cuenta hasta ahora?
—No lo sé, pero están ahí y eso implica que esta zona debe estar vigilada —dijo Erik con tono serio—. Lo raro es que no nos hayamos cruzado con alguno hasta ahora. Nos acercaremos siguiendo la falda de la montaña hasta que estemos a la altura del campamento. Desde ahí tendremos una mejor visión y podremos determinar con más detalle sus fuerzas. Luego volveremos de vuelta a la atalaya por el mismo camino.
—¿Y Joras, Gormund y Lucas? —preguntó Eldaryl preocupado.
Al ver el campamento los tres exploradores se imaginaron lo peor, pero Eldaryl rechazaba creer que sus compañeros estuvieran muertos.
—Eldaryl… —dijo Erik con tono compasivo—. Nuestra misión ha cambiado, debemos obtener información sobre la naturaleza de ese campamento e informar inmediatamente al teniente para que pueda transmitir la información a todo el cuerpo. Esto es grave y sobrepasa la prioridad de encontrar a nuestros compañeros, por mucho que nos duela.
Eldaryl no contestó y se limitó a bajar la cabeza, sabía que Erik tenía razón y era igual de consciente de las dimensiones del descubrimiento que acababan de realizar, así como de la amenaza que suponía.
Siguieron por la falda de la montaña despacio y sin hacer ruido, con las miradas puestas en las luces del campamento. A su altura apenas había árboles y únicamente había algún que otro arbusto. Aún estaban a cierta distancia y la oscuridad los escondía. No obstante, al amanecer la luz del sol los revelaría en esa posición tan descubierta. Debían apresurarse para acercarse lo más posible, sacar un máximo de información y volver con los primeros rayos del día.
No tardaron mucho en llegar a un risco situado justo encima del campamento krugol, a poco más de doscientos metros de distancia. La posición no podía ser más ventajosa para observar sin ser visto. Los tres exploradores se desplazaron hasta la punta del precipicio, de más de veinte metros de altura, y se estiraron en el suelo húmedo para no ser vistos. Únicamente sacaron sus cabezas para observar desde lo alto. El rugido de la enorme cascada era atronador y se preguntaban cómo esas bestias podían comunicar entre ellos con tanto ruido.
Desde esa posición esperaron a que la luz se colara entre las diferentes crestas de las montañas que rodeaban el río. La espera les pareció eterna pero, después de poco menos de una hora, empezó a amanecer. Poco a poco, la luz fue iluminando los picos de las montañas y descendió por sus faldas hasta tocar los árboles y, finalmente, el campamento. Aún era medio oscuro, pero fue suficiente para que Eldaryl pudiera ver con detalle lo que ahí ocurría. Su cara palideció de repente y sus ojos se le pusieron como platos.
—Tienen a Gormund, Lucas y Joras —dijo Eldaryl aturdido por lo que estaba viendo—. Están atados junto a unos postes y están… cubiertos de sangre. Ninguno se mueve.
Se hizo un completo silencio y ni Gerald ni Erik respondieron, apenas capaces de digerir la información. Pasados unos instantes, Eldaryl continuó.
—Puedo ver a más de veinte krugols, pero ignoro si hay más en el bosque —dijo Eldaryl con un nudo en la garganta—. Por el tamaño de este sitio podría haber perfectamente treinta o incluso más.
—¡Malditas sean esas bestias! —exclamó Gerald con rabia.
—Lo que no alcanzo a comprender es por qué los tienen como prisioneros —dijo Erik con tono inquisitivo—. Los krugols no hacen prisioneros, matan a los enemigos donde los encuentran y dejan sus cadáveres para que se pudran. Como mucho cogen sus armas. Hay algo que huele mal aquí.
—Podríamos intentar liberarlos —dijo Eldaryl, consciente de antemano de la respuesta de Erik.
—¿Te has vuelto loco amigo? —dijo Gerald atónito por lo que acabada de decir Eldaryl—. Probablemente nos superen en diez a uno y ni siquiera sabemos si esos tres aún están vivos. Y si lo estuvieran, en el estado en el que dices que están no creo que pudieran correr ni cien metros. La única manera de sacarlos de ahí es matando a todos los krugols que hay ahí abajo. Soy consciente de lo hábil que eres Eldaryl, pero los tres solos no tenemos ninguna posibilidad.
—No podemos hacer nada por ellos, de momento —dijo Erik—. Si conseguimos volver rápidamente a la atalaya e informar de lo que hemos visto, estoy convencido de que volveremos, y con refuerzos. El comandante del cuerpo no perdonará lo sucedido a nuestros compañeros. Quizás en tres o cuatros días estemos aquí de vuelta, y esta vez acabaremos con esas alimañas.
—Está bien, pero no creo que Gormund, Joras y Lucas tengan tanto tiempo —contestó Eldaryl, dolido profundamente al ver a sus queridos compañeros en aquel estado.
En el silencio más absoluto, los tres hombres recularon lentamente hasta que, cuando estuvieron a varios metros del risco, se dieron la vuelta y no volvieron a mirar atrás. El cielo empezaba a tomar un color carmesí y la luz del sol ya iluminaba todas las montañas, sus respectivos valles y bosques, sus ríos y arroyos.