Читать книгу Eldaryl. La mensajera del viento - Ferran Burgal Juanmartí - Страница 11

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Una tierra hostil

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Apenas había salido el sol, pero Kilian ya estaba de camino a las puertas de Ursuna. Iba montado en su caballo, al que había apodado Nube. Le tenía mucho apego a Nube, se lo habían entregado hacía cinco años, cuando le nombraron teniente, y desde entonces siempre le había servido bien. Era un cruce entre un caballo nórdico y un sureño, no tan alto ni tan rápido como los caballos de Azuria o Navaronia, pero mucho más fuerte y resistente. Tenía un patrón tordo, de color gris con tonalidades negras y pequeñas manchas blancas. Ver a su caballo le daba a menudo la sensación de estar mirando la noche estrellada.

Kilian iba al trote por la avenida principal de la ciudad, que enlazaba la fortaleza con las puertas de entrada de la ciudad, y estaba equipado y listo para partir. Llevaba la armadura completa de capitán, la parte más importante eran el peto y las hombreras, hechos de tiras de acero horizontales que daban a la vez dureza y capacidad de movimiento. Por debajo del peto y las hombreras llevaba una fina cota de malla que le daba mayor protección al torso. Después estaban los avambrazos, que le protegían los antebrazos, y las grebas que cubrían desde la rodilla hasta el tobillo, ambos hechos también de acero. Por último estaba el yelmo, también de acero, que protegía toda la cabeza, las mejillas y la nariz. El yelmo de los capitanes tenía en los costados unas pequeñas piezas de acero en forma de alas que distinguían a los capitanes de los demás, dándoles un porte mucho más bello y elegante. Además, toda la armadura tenía pequeños brocados en oro y plata, ofreciendo aún más distinción al conjunto. Finalmente, por debajo de la armadura y la cota de malla, Kilian iba vestido con ropas gruesas de lana, que le darían calor en el gélido viaje que le esperaba.

En cuanto a sus armas, el capitán llevaba su espada, con una hoja de casi tres palmos de largada, envainada y atada en el lateral derecho de la silla de Nube. También tenía una daga atada al cinto y un arco con flechas en la parte trasera de la silla de montar. Por último, llevaba un escudo triangular, colgado del lado izquierdo de la silla, hecho de madera y reforzado con piezas de acero en los bordes. Este estaba pintado de blanco por la parte frontal y llevaba un grifo de acero bañado en oro en el centro, representando así al Reino de Azuria y al ejército imperial de Auralia.

El blasón original de Azuria era el grifo dorado en un fondo azul marino oscuro. No obstante, aquellas regiones y reinos que no eran parte del territorio original del Reino de Azuria, pero que formaban parte del Imperio tras haber sido conquistadas por ésta, llevaban en sus blasones el grifo dorado sobre un fondo de color diferente. Aldor, región anexionada hacía más de mil años, tenía el escudo verde oscuro, Navaronia el rojo, y finalmente Auralia el blanco. De esta forma, se diferenciaban los ejércitos de cada región.

Cuando Kilian llegó a las inmensas puertas de Ursuna, se encontró con los doscientos cincuenta hombres y a sus cuatro tenientes listos para partir. Formaban una larga columna de lanzas y escudos, y únicamente los tenientes iban a caballo.

—Buenos días capitán —dijo Vincent acercándose al trote—. Está todo listo, partiremos a sus órdenes.

—Espléndido —respondió Kilian.

El capitán inspeccionó en silenció a los soldados que se encontraban delante suyo, fue paseándose a lo largo de la columna mientras observaba a los hombres que lo acompañarían. Cuando se sintió satisfecho por lo que veían sus ojos, se detuvo en mitad de la columna.

—¡Soldados! —exclamó de repente Kilian, desde lo alto de su caballo.

Acto seguido la columna entera, que miraba hacia las puertas, hizo un giro de noventa grados en dirección al capitán. Los doscientos cincuenta hombres se movieron al unísono. Kilian quedó aún más satisfecho al ver que sus tenientes habían escogido hombres disciplinados.

—Como ya sabéis, habéis sido reunidos para marchar hacia Pico Alto con el objetivo de reforzar la fortaleza y protegerla de esos bárbaros que la amenazan—dijo Kilian—. Serán cuatro días de dura y peligrosa marcha hasta nuestro destino. Estaremos acechados por enemigos más crueles y peligrosos que los nórdicos en los bosques y estepas que deberemos cruzar. Doy lo mejor y espero lo mejor. Habéis sido escogidos para esta misión y confío en vosotros, confío en vuestro valor y vuestra determinación. No me defraudéis. ¡En marcha!

Acto seguido, Kilian se dirigió hacia la cabeza de la formación acompañado de los cuatro tenientes. Se dio la orden de abrir las colosales puertas, de casi cuatro metros de altura, y no tardó en oírse el crujido de la madera y el hierro. Los soldados que formaban la columna iban en filas de seis hombres, y avanzaban de manera casi simétrica los unos con los otros. La línea central la ocupaban los treinta y cinco arqueros del pelotón, de manera que estos estuvieran siempre protegidos desde todos los costados.

Cada soldado estaba equipado con el mismo tipo de armadura que un teniente o un capitán, solo que sus armaduras no tenían tantos detalles, no eran de tan buena calidad y los yelmos eran de una sola pieza, sin los adornos que llevaban los capitanes. De igual forma, los escudos de los soldados de a pie, hechos de madera con los bordes de acero, eran rectangulares, con la parte superior e inferior ligeramente ovaladas. Sus escudos medían casi un metro de largo por medio de ancho, y tenían dibujados en el centro un grifo dorado en un fondo blanco, siguiendo el patrón de los oficiales, pero en un estilo más rudimentario.

Sus armas consistían en una lanza de casi dos metros, una espada corta, que llevaban atada a la cintura, y un cuchillo. Los únicos que no llevaban lanza y escudo eran los arqueros, que en su lugar llevaban un arco recurvo en la mano y un carcaj al cinto con capacidad para veinticinco flechas. Todos ellos iban equipados con una ligera mochila de campaña donde llevaban dos gruesas mantas de lana impregnada con aceite para que fuera impermeable, una pequeña pala, una cantimplora con agua y las raciones de comida. Algunos de ellos, en vez de espada llevaban un hacha o una pequeña pala, que servían a la vez para combatir, talar árboles, cortar trozos de madera o cavar zanjas.

Cuando toda la columna hubo atravesado las puertas, y ya se encontraban fuera de la ciudad, cogieron el camino que llevaba a Tronheim, y se dirigieron hacia el sur. Había pocos árboles en la zona y la visibilidad era buena. El terreno era plano y estaba compuesto de hierba y arbustos, el todo cubierto por una capa de nieve de unos pocos centímetros.

—Armin, sitúate en costado derecho de la formación —intervino de pronto Kilian—, Boros en la izquierda y Guilias en la retaguardia. Quiero que cada uno de vosotros escoja cuatro hombres para que se separen cien metros de la columna, de manera a tener los costados y la retaguardia controlados.

Los tres hombres asintieron rápidamente con la cabeza y llevaron a cabo inmediatamente y con diligencia lo que el capitán les había pedido. Únicamente Vincent se quedó junto a Kilian, el cual le dirigió una mirada de aprobación. Inmediatamente Vincent se dio la vuelta, habiendo comprendido el mensaje.

—Vosotros cuatro —dijo Vincent señalando a cuatro hombres de la primera fila—, adelantaros cien metros, id en dirección sur hasta nueva orden. Cualquier señal de peligro o contratiempo avisad de inmediato.

Los cuatro soldados en cuestión se adelantaron corriendo hasta que apenas se les podía ver.

—¿Creéis realmente que alguien osaría atacarnos capitán? —preguntó Vincent, sorprendido por las precauciones que estaba tomando Kilian.

—Con doscientos cincuenta hombres lo dudo, pero me gusta saber si me están observando —respondió Kilian.

Durante toda la mañana, avanzaron al mismo ritmo y en la misma dirección sin más problemas. El único impedimento o molestia era el frío, que iba acompañado de constantes ráfagas de viento. No obstante, todos iban bien equipados para aguantar las bajas temperaturas y la única porción del cuerpo que tenían expuesta a la intemperie era la parte frontal de la cara. Dado que los yelmos dejaban al descubierto la boca, barbilla y ojos, todos los soldados tenían ya esas partes algo coloradas por el frío y el viento. Por suerte hacía buen tiempo y el sol les daba cierto calor, cosa que agradecían enormemente conociendo lo dura que podía ser una marcha mientras nevaba o hacía ventisca. No era raro que exploradores, cazadores, o patrullas enteras se perdieran en una tormenta para no volver a ser vistos jamás. De todas las tierras pertenecientes a Azuria, Auralia era la más peligrosa, no solo por la adversidad climática sino también por las criaturas que ahí habitaban.

Cuando el sol llegó a su cénit, Kilian ordenó detenerse en la cima de una pequeña colina despejada. Desde ahí tenían buena visibilidad y podían ver venir a cualquier animal o criatura a un kilómetro de distancia.

—No nos detendremos por mucho rato —dijo Kilian a los cuatro tenientes, que se habían acercado hasta él—. Que los hombres coman y descansen un poco, cuando retomemos la marcha no pararemos hasta el anochecer.

Los cuatro acataron la orden e informaron inmediatamente a toda la columna. También se mandó volver a los soldados que se encontraban apartados del grupo central. Todos los hombres se dejaron caer con un suspiro y no perdieron ni un segundo. Rápidamente, abrieron sus mochilas y sacaron sus raciones de carne desecada, pasta de judías y pan.

Mientras tanto, Kilian bajó de su caballo y lo ató a un joven abeto de tan solo dos metros. Sacó dos pequeños saquitos de cuero de detrás de la silla, y se fue a sentar en una enorme roca que había por ahí cerca. De dentro sacó un trozo de bacalao seco; no era muy sabroso, pero era suficiente para matar el hambre. Del segundo saquito cogió unos trozos de fruta seca, melocotón y manzana principalmente. Solo el capitán tenía derecho a esas delicias y Kilian las saboreó lentamente, deleitándose de la mezcla de sabores.

Boros, Vincent, Armin y Guilias no tardaron en unirse a él, los tres traían sus raciones y se sentaron junto al capitán para comer.

—Con un poco de suerte será un viaje tranquilo —dijo Armin mientras masticaba un trozo de carne de buey.

—Recemos a los dioses para que así sea chico —dijo Boros.

De los cuatro tenientes, Boros, con cuarenta y nueve años, era el más anciano y acostumbraba a tratar a Armin, que solo tenía veintidós años, como un niño. Eso se debía principalmente a que Boros tenía un hijo de dos años menos que Armin. Además, Armin aún vivía con sus padres y Boros no podía evitar mofarse de él. Guilias por su parte, tenía treinta y dos años y vivía con su esposa y dos hijas, de tres y cinco años de edad. Guilias era un hombre discreto y de pocas palabras y era el único con el que Kilian aún no tenía una relación tan cercana como con los demás, seguramente debido a que se incorporó a su regimiento hacía poco más de un mes.

En cualquier caso, Kilian se sentía muy a gusto en compañía de sus tenientes. Cada uno aportaba una cosa diferente y entre ellos se creaba un clima muy confortable y familiar. Todos respetaban enormemente a su capitán a la vez que él los valoraba abiertamente. Además, Kilian se sentía muy seguro con ellos a su lado ya que todos eran excelentes guerreros a la par que muy astutos.

En los ejércitos imperiales de Azuria, los ascensos se daban por criterios de calidad muy estrictos. Los tres aspectos principales que se tenían en cuenta eran las cualidades como guerrero, la inteligencia y el respeto del orden y la ley establecidos. Para que se valorara la posibilidad de un candidato a ser ascendido a teniente, se debía cumplir con esos tres criterios. Si un soldado destacaba mucho en uno o dos aspectos, pero no lo hacía en otro, se descartaba el ascenso. De esta forma, se conseguía que todos los oficiales del ejército fueran los mejores guerreros, los más astutos y los más disciplinados y obedientes con la escala de mando.

Una vez se ascendía a teniente, para obtener el rango de capitán debía haber una vacante, y en ese caso se escogía por los mismos criterios que a los tenientes. No obstante, podía ocurrir que un teniente destacara enormemente en alguna batalla o realizara alguna hazaña, como ocurrió en el caso de Kilian, y se decidiera nombrarlo capitán.

Finalmente, puesto que solo había un comandante por ejército, y el puesto era vitalicio, hasta que este no muriera, o fuera degradado por el propio rey de Azuria, no se escogía uno nuevo. En esos casos, los únicos que podían aspirar al puesto eran los capitanes de ese mismo ejército. Para ello, se reunían todos los capitanes y tenientes y escogían entre los candidatos. Aquel que obtenía más votos a favor era el nuevo comandante.

—Tomad —dijo Kilian, lanzándoles la bolsa de cuero con la fruta seca dentro

—¡Gracias señor! —exclamaron los cuatro sorprendidos, con los rostros llenos de agradecimiento.

A Kilian le gustaba cuidar a sus hombres, especialmente a sus oficiales, y sentía que no debía tratarse a sí mismo como mejor a los demás. A veces no le era fácil dar órdenes o imponer su opinión por encima de otros, sobre todo sabiendo que algunos de ellos eran muy experimentados y enormemente capaces. Sin embargo, intentaba seguir su instinto y no pensar demasiado.

El ambiente era relajado y Kilian perdió su mirada en el horizonte. De repente, algo le pareció moverse entre los árboles lejanos, como una sombra al acecho. Pero no dijo nada y siguió tranquilo comiendo en compañía.

Cuando hubo transcurrido apenas media hora desde que hicieron el alto, Kilian dio la orden de partir.

—Andando —dijo Kilian antes de montar a Nube—. Mantened la misma formación que hasta ahora. Guilias, los hombres de retaguardia que estén a cincuenta metros de la columna en vez de cien, y que sean seis.

—Sí capitán —respondió Guilias con mirada dubitativa.

Nadie dijo nada respecto a ese pequeño pero relevante cambio, ninguno de ellos quería que se interpretara que ponía en duda las decisiones de su capitán.

La columna no tardó en ponerse en marcha y pasados pocos minutos ya estaban en formación y dirección al sur. Apenas habían recorrido unos pocos kilómetros cuando Guilias se acercó al galope hacia la vanguardia del pelotón.

—¡Capitán! —exclamó Guilias, aún a veinte metros de Kilian.

Kilian y Vincent se giraron y vieron como Guilias frenaba delante de ellos.

—Señor —dijo el teniente apresuradamente—, los hombres de retaguardia han avistado a un huargo. Al parecer nos está siguiendo.

Kilian apenas reaccionó a la noticia y, durante unos instantes, no dijo nada. Vincent lo miró intrigado.

—Nos viene siguiendo desde medio día —dijo Kilian tranquilo—. Seguramente no está solo, debe haber algunos más por los alrededores. Ordenad a los hombres de los costados y la vanguardia que se queden a cincuenta metros de la columna y reforzarlos con dos hombres más. No nos atacarán, guardarán las distancias, pero estad alerta.

Los tenientes se ocuparon rápidamente de llevar a cabo las órdenes de Kilian pero, al poco tiempo, fue Armin quien se dirigió a la vanguardia para informar del avistamiento de dos huargos por el flanco derecho. Y casi al mismo tiempo, Boros dio parte de otros dos por el costado izquierdo.

—Señor, estamos rodeados —dijo Vincent, que empezaba a sentirse nervioso ante la idea.

—Mantener la formación y seguir informando de cualquier novedad —se limitó a decir Kilian, igual de imperturbable.

Fue transcurriendo el día y, mientras seguían avanzado kilómetro tras kilómetro, los tenientes iban informando al capitán del movimiento de los huargos que los seguían. Contabilizaron un total de cinco, pero nadie descartaba que pudiera haber más, y formaban un semicírculo alrededor de la columna. Se mantenían a una cierta distancia y no parecía que fueran a atacar, sencillamente se limitaban a seguirles.

A media tarde, cuando quedaban ya pocas horas de luz, el viento aumentó notablemente y así lo hizo el frío. Kilian notaba como se le empezaban a agarrotar los dedos de las manos, a pesar de los guantes de piel que llevaba, y su rostro, azotado por el gélido viento, comenzó a dolerle.

El terreno seguía siendo llano, con algunas colinas bajas, y la vegetación seguía consistiendo en espesos arbustos y abetos diseminados por aquí y por allá. Sin embargo, a medida que avanzaban, los árboles se hacían más y más numerosos, todos cubiertos de nieve en la su mayor parte.

A pesar de las duras condiciones climáticas, ningún soldado aminoró el paso. Todos y cada uno de ellos seguían al mismo ritmo con el que habían partido de Ursuna aquella misma mañana. Kilian sabía que sus hombres no flaquearían ante un poco de viento y frío. No obstante, no quería desgastarlos más de lo necesario. Habían recorrido más de treinta kilómetros y la noche se acercaba.

—No tardaremos en acampar —dijo Kilian a Vincent—. Informa a los demás y diles que hagan volver a los hombres que están en la retaguardia y en los costados.

—¿Y los de vanguardia señor? —preguntó el teniente.

—Yo me encargo, quiero echar un vistazo a lo que tenemos delante —contestó el capitán.

Vincent asintió con la cabeza, pero en su rostro se podía leer la preocupación. Era evidente que no le hacía ninguna gracia que su capitán se separara de grupo.

Cuando el teniente hubo partido a informar a los demás oficiales, Kilian espoleó a su caballo y fue rápidamente en dirección al pequeño grupo de avanzadilla. En un abrir y cerrar de ojos los alcanzó, y los seis hombres se giraron al oír las pisadas de Nube en la nieve. Todos se sorprendieron al verle, esperando que fuera un teniente que hubiese venido a transmitir una orden del capitán.

—Capitán… —dijo uno de ellos.

—Acamparemos en breves —dijo Kilian cuando hubo llegado a su altura—. Reagrupaos con el resto de la formación, ahora vuelvo.

—Sí señor —dijeron los seis hombres a la vez, que se detuvieron a esperar a que el resto del pelotón llegara hasta ellos.

Kilian siguió avanzando por el camino a un trote ligero, y no tardó en alejarse lo suficiente para perder completamente de vista a sus hombres. Viró ligeramente a su derecha, saliéndose del camino, y avanzó a través del bosque de coníferas. Por primera vez desde que salió esa mañana de su residencia en la fortaleza de Ursuna, estaba completamente solo. Se detuvo unos instantes, solo se escuchaba el ruido del viento acariciando las copas de los árboles y la fuerte respiración de su caballo. Se tomó su tiempo, disfrutando de ese pequeño momento de paz y tranquilidad, pero enseguida emprendió la marcha. Hacía unos momentos le parecía haber visto por aquella zona una pequeña colina despejada de árboles. Peinó los alrededores y no tardó en encontrarla, a tan solo doscientos metros del camino. Era una pequeña colina, cuya altura apenas sobrepasaba la de los abetos y pinos circundantes, pero tenía la forma perfecta para poder montar un campamento. Inspeccionó con detenimiento la zona y, cuando se sintió satisfecho, decidió regresar.

Apenas se había dado la vuelta cuando le pareció oír un ruido, como el crujido de una rama, muy cerca de donde se encontraba. Miró en todas direcciones, pero no conseguía ver nada. El bosque era bastante espeso en aquella zona y la luz se hacía ya escasa. Kilian decidió continuar y volver al camino, podría haber sido cualquier cosa. Pero cuando apenas había llegado a la estrecha y nevada carretera, vio a su derecha el brillo de unos ojos a treinta metros de él. Aminoró el paso de su caballo y puso instintivamente su mano en el puño de su espada. No podía ver con claridad de que se trataba, el animal lo observaba tras la espesa vegetación, pero se dio cuenta inmediatamente de que aquello no era un huargo. Se trataba de algo más grande y sin duda más peligroso, pero no se quedó ahí para averiguarlo. El capitán espoleó a Nube y volvió rápidamente al camino, donde se encontró con el pelotón. Todos se sorprendieron al verlo aparecer por el costado, y no de frente, y más de uno se pensó que se trataba de algún enemigo que los atacaba desde el flanco.

—¡Alto! —ordenó Kilian de un fuerte grito—. Acamparemos en una colina a unos doscientos metros de aquí.

—Capitán —dijo Armin que se encontraba justo por donde apareció Kilian—, al parecer los huargos han desaparecido. Dejaron de seguirnos más o menos cuando partisteis.

—Ya veo —respondió Kilian poco sorprendido y pensado en la criatura que lo estaba acechan hacía unos pocos instantes—, creo que no nos molestaran, pero seguid alerta.

El pelotón se internó en el bosque y no tardaron en llegar a la colina en cuestión. Los soldados parecían aliviados al ver que en breves podrían descansar. Sin embargo, aún quedaba un último esfuerzo que hacer.

—Preparad el campamento —ordenó Kilian a sus tenientes—. Quiero una zanja que rodee el perímetro con estacas en la parte superior.

—Señor, con el debido respeto, los hombres están exhaustos, y pronto anochecerá —intervino Boros con el mayor de los cuidados.

—Esta zona es segura —continuó Guilias—, no hay nórdicos por aquí, y mucho menos lo suficientemente numerosos como para osar atacar una fuerza como la nuestra. Además, ningún huargo o criatura se acercará tampoco al ser nosotros tantos.

Kilian era tan consciente de ello como sus tenientes, en poco menos de dos horas sería oscuro y los hombres estaban agotados. Además, la fuerza del número y la zona en la que se encontraban les daban todas las garantías de que sería una noche tranquila. Sin embargo, a pesar de todo ello, Kilian estaba decidido.

—Tenéis toda la razón y os agradezco la sinceridad de vuestra opinión —dijo Kilian con tono sereno—. No obstante, no pienso arriesgar la vida de mis hombres solo porque los números estén de nuestro favor. Prefiero que mis hombres estén cansados que muertos.

Los tenientes se quedaron todos perplejos y, acto seguido, Kilian espoleó su caballo y se dirigió a la cima de la colina para poder ser visto y oído por sus hombres. Todos le prestaron atención.

—¡Camaradas! —exclamó el capitán—. Sé que todos estáis exhaustos y algunos apenas podéis dar un paso más, pero debo pediros un último esfuerzo. Quiero cavar una zanja con estacas que rodee el perímetro y nos de protección para esta noche. Será una labor tediosa y más aún después de tan ardua marcha. No obstante, prefiero que caigáis agotados a que muráis esta noche en vuestro sueño. Esto es Auralia y cada criatura que mora estas tierras quiere vernos destruidos. No se castigará al que no participe y quiera descansar, si hace falta construiré yo solo esta zanja. Los que estén dispuestos a ayudarme dejadlo todo y coged las palas y las hachas.

Se hizo un instante de silencio, que a Kilian le pareció una eternidad, pero de repente se oyó un fuerte estruendo.

—¡Uh ah! ¡Uh ah! —gritaron los doscientos cincuenta hombres al unísono, levantado sus lanzas en el aire.

Inmediatamente, todos dejaron sus equipos y sus armas en lo alto de la colina y cogieron las palas y hachas que llevaban. Aproximadamente un tercio de ellos fue a talar los árboles circundantes mientras el resto cavaba la larga zanja. Kilian bajó de su caballo y le dio las riendas a Vincent, que se guía en su caballo.

—Atad los caballos de manera segura y ayudad —dijo Kilian, que ya había cogido una pala.

De repente, aquella colina parecía un hormiguero. Todos pusieron su máximo empeño en aquello que estaban haciendo. Se cavó una zanja, de casi un metro de profundidad por medio metro de ancho, que daba la vuelta a la parte media alta de la colina, dejando únicamente un espacio de diez metros para entrar y salir. La circunferencia tenía unos ciento veinte metros aproximadamente y, a pesar de la largada, pudo realizarse en menos de una hora. Lo que más costó fueron las estacas; se talaron más de veinte árboles y, con sus ramas y troncos, se crearon púas de madera de poco más de un metro de larga. Estas fueron clavadas en el borde superior de la zanja, de manera a crear una barrera sencilla y rudimentaria pero eficaz.

—Ahora entiendo mejor por qué lo nombraron capitán —dijo Guilias, en presencia de los demás tenientes, mientras ayudaba a transportar madera.

—Es capaz de ganarse el corazón de la gente con pocas palabras, no hay duda de ello —añadió Boros—. Incluso a mí me han dado ganas de ponerme a cavar zanjas y talar árboles, ¡ja, ja, ja!

—No son solo palabras, yo estuve ahí en la batalla del Lago Helado, yo estuve ahí… —intervino Vincent con tono sombrío—. Cuando nos atacaron esos nórdicos nos cogieron desprevenidos, nos superaban en más de cinco a uno y rápidamente muchos de nosotros nos dimos por muertos. Sin embargo, el capitán guardó la sangre fría en todo momento y no tardó ni un segundo en reaccionar. Fue como si ya supiera de antemano por donde nos podían atacar y por donde retirarse. Conseguimos llegar rápidamente a lo alto de una colina rocosa y, en un cuello de botella conseguimos resistir. El capitán supo infundirnos valor y tranquilidad, no dejó que sucumbiéramos al miedo y, después de todo un día resistiendo, el enemigo se retiró. Fue una victoria que desde un principio parecía imposible, al comienzo solo luchábamos para resistir y matar un máximo posible de enemigos antes de morir. Pero el capitán, luchando a nuestro lado codo con codo, nos hizo creer en nosotros mismos y vencimos contra todo pronóstico. Es un hombre muy exigente pero su corazón es más noble que ninguno. En una batalla hará todo para proteger y salvar a sus hombres, aunque le pueda costar su vida. Algunos creen que es demasiado temerario para un capitán, dicen que un capitán tiene el deber de protegerse a sí mismo y considerar su vida como prioritaria por encima de la de sus hombres. Pero es justamente el hecho de que arriesga su vida por salvar la de sus camaradas, que hace que sus soldados luchen con un ímpetu y un arrojo nunca vistos.

Boros, Guilias y Armin quedaron en silencio, cada uno con sus pensamientos. Los tres sabían la historia de aquella batalla, pero nunca habían oído a Vincent explicar aquellos detalles ni lo que sentía respecto a ello.

Terminaron la construcción cuando el sol ya se había puesto, y solo quedaba la poca luz que se reflejaba el cielo. La temperatura había bajado considerablemente, pero nadie tenía frío ya. El calor de tan ardua tarea les había hecho recuperar el calor corporal. No obstante, esa sensación duraría poco y no tardaron en encender varias hogueras con los restos de leña que quedaban.

Guilias, Boros y Armin se encargaron de trasladar a los caballos del árbol donde estaban y atarlos a una estaca, que clavaron previamente en el suelo, en el costado oeste del campamento. Mientras tanto, la mayoría de soldados empezaron a comer sus raciones con gran voracidad junto a los diferentes fuegos que habían encendido. Si bien encender tantas hogueras podía desvelar su posición fácilmente desde lejos, era un riesgo que debían correr si no querían morir de frío durante la larga y gélida noche. Además, bien era sabido por todos ellos que el fuego era prácticamente lo único que temían los huargos y otros depredadores que les podían estar acechando.

Kilian se sentó en un pequeño tronco junto a una de las hogueras, en el centro del campamento. Se quitó lentamente los guantes y se calentó las manos junto al fuego. Acto seguido se retiró el yelmo y lo depositó lentamente en el suelo, ligeramente nevado, y notó un gran alivio al volver a sentir su cabeza en contacto con el aire libre. Los cuatro tenientes no tardaron en unirse a él e hicieron lo mismo.

—¡Por fin un poco de descanso! —exclamó Boros dejándose caer en el suelo—. Ya no tengo la espalda tan flexible como antes.

—Si algo denota tu avanzada edad, no es tu falta de flexibilidad, ni siquiera tu cabello gris —dijo Armin bromeando—, sino tu constante refunfuño. Pareces una viejita quejándote del dolor de muelas.

—¡Ja, ja, ja! —rieron efusivamente Guilias y Vincent, incluso Kilian sonrió abiertamente con la broma.

—Ya veréis ya cuando tengáis mi edad —replicó Boros—, necesitaréis ayuda para limpiaros el trasero.

—¡Ja, ja, ja! —Vincent, Guilias y Armin.

Rápidamente se volvió a crear aquel ambiente distendido y agradable que a Kilian tanto lo apaciguaba. Comieron sus raciones de la noche y Kilian distribuyó un pequeño pellejo de vino, que llevaba en uno de los sacos de la silla de montar. Todos hicieron un par de sorbos agradecidos y siguieron charlando distendidamente.

Todos los soldados formaron grupitos alrededor de las más de veinte hogueras que había distribuidas por el campamento. Todos hablaban y reían de manera relajada, como si nada ocurriera más allá de aquella colina. Si bien cada uno de ellos era consciente de los peligros que acechaban en aquellos lares, sabían que en esos momentos no servía de nada preocuparse y que lo mejor que podían hacer era descansar y relajarse un poco.

Apostaron cinco guardias en la entrada y unos veinte distribuidos a lo largo de la zanja. Así pues, nada ni nadie podía acercarse al lugar sin ser visto y sin alertar a todo el campamento.

Con un pequeño reloj de arena muy sencillo, cuya capacidad de arena daba para media hora, controlaban el tiempo para hacer las rotaciones de guardia. Éstas se hacían cada dos horas y, por lo tanto, cada vez que la arena del reloj dejaba de caer cuatro veces seguidas se cambiaba la guardia. Esto permitía que hasta que saliera el sol, momento en que deberían volver a emprender la marcha, todo el mundo pudiera dormir por lo menos unas ocho horas.

En todos los turnos de guardia debía haber siempre como mínimo un oficial despierto por si ocurría algo. Normalmente aquella norma hacía referencia a los tenientes y no a los capitanes. No obstante Kilian hacía consigo mismo una excepción y también hacía guardia en algún momento que él escogía.

El capitán cogió cuatro pequeñas ramitas del suelo y las sujetó con el puño cerrado, de manera que no se pudiera saber la largada real de cada una de ellas.

—Señores, va siendo hora de ver a quién le toca cada guardia —dijo Kilian mostrando a sus tenientes su puño con las cuatro ramitas—. Quien saque la más corta hace la primera guardia, la segunda más corta hace la segunda guardia, y así sucesivamente hasta la última.

Los cuatro tenientes se acercaron al capitán e inspeccionaron con detenimiento las cuatro pequeñas ramas. Nadie quería las guardias segunda y tercera, ya que suponía no poder dormir sin interrupciones toda la noche. Por lo tanto, todos estaban concentrados en adivinar cuál de ellas era la más corta o la más larga, las que garantizaban un sueño ininterrumpido.

Cada uno de ellos retiró lentamente una ramita, con nerviosismo y expectación, y las juntaron para ver cuál sería el orden. A Armin le tocó la más corta, a Boros la segunda, a Vincent la tercera y Guilias la última.

—¡Maldición! —exclamó Boros tirando la rama al fuego.

—Nunca he tenido mucha suerte con estas cosas —dijo a su vez Vincent algo descontento.

—¿Cómo querrás que te despierte Boros esta noche? —preguntó Armin con mirada traviesa—. ¿Un poco de nieve en el cuello para despejarte rápidamente, o quizás algo más tierno y caluroso? Puedo traer a tu caballo para que te dé un beso de buenos días, ¡ja, ja, ja!

—Maldito mocoso —respondió Boros con cara de enojo—. Espero que no nos ataquen contigo de guardia, de lo contrario vamos listos.

Armin, divertido, le hizo una mueca mientras Boros empezaba a preparar sus cosas para irse a dormir.

—Yo acompañaré a Armin en la primera guardia —dijo Kilian mientras se levantaba y se volvía a poner los guantes y el yelmo—. Los demás podéis descansar, partiremos con la primera luz de la mañana. Buenas noches.

Acto seguido, después de haber cogido su espada y el reloj de arena, el capitán se dirigió a la entrada del campamento, seguido por Armin. Los demás tenientes sacaron sus mantas para disponerse a dormir. Cada uno llevaba dos mantas, una más gruesa y menos flexible que desplegaban en el suelo y la otra para taparse. De esta forma, y junto al fuego, podían dormir relativamente calientes. Todo el campamento, excepto aquellos que hacían guardia, fuero haciendo progresivamente lo mismo. Ninguno de ellos se quitó la armadura y solo se desprendieron de los yelmos. En poco tiempo, dejó de oírse el ruido de las conversaciones para solo escucharse el crepitar del fuego y el sonido que hacían los árboles al mecerse con el viento.

—¿Alguna novedad? —preguntó Kilian a los hombres de la entrada.

—No señor, todo parece muy tranquilo —respondió uno de ellos.

—Muy bien, seguid alerta —contestó el capitán.

Kilian y Armin cogieron un tronco y lo depositaron a dos metros de la barrera de estacas. Ambos se sentaron en él y Kilian apoyó en el suelo el reloj de arena, de forma que se dio por empezado el primer turno.

—Dime Armin, ¿qué te está pareciendo esto de ser teniente? —preguntó Kilian.

—La verdad es que tiene sus ventajas, pero la responsabilidad es muy grande —contestó el joven teniente—. Que tantas vidas dependan de mis decisiones da cierto vértigo.

Armin había sido ascendido por el propio Kilian, igual que Vincent, hacía dos meses. Kilian conoció a Armin en Ursuna, en pleno invierno, durante unos ejercicios de entrenamiento. En dichos ejercicios se hacía tiro con arco y combates cuerpo a cuerpo con espadas de madera. El caso fue que Kilian descubrió un talento innato en Armin para el combate. Este era capaz de vencer con cualquier arma a más de cinco adversarios a la vez, e incluso estando desarmado conseguía defenderse con gran desenvoltura. Kilian no dudó en poner a prueba sus capacidades y le pidió que luchara contra él. Armin y Kilian se enfrentaron en un duro combate muy igualado, pero el capitán fue derrotado por el joven muchacho.

Kilian comprendió que ese soldado tenía un don para el combate, y quiso ver si era igual de talentoso a nivel estratégico. Lo sometió a algunos problemas de estrategia militar y Armin los supero con creces, fue entonces cuando lo ascendió. Sin embargo, los capitanes Molovic y Galamir se opusieron completamente a dicho ascenso, argumentando que era demasiado joven y que aún no había demostrado su valía. No obstante, el comandante decidió dar la última palabra a Kilian, a quien tenía en alta consideración, y se aprobó dicho ascenso.

Desde entonces, Kilian había supervisado con detenimiento la evolución del joven teniente y le había adiestrado en materias de estrategia y tácticas de combate. Armin aprendía rápido, Kilian estaba convencido de que estaba destinado a llevar a cabo grandes hazañas y que podía llegar a ser un buen capitán algún día.

—Señor, ¿cree que los nórdicos atacarán realmente Pico Alto? —preguntó Armin.

—Buena pregunta —dijo Kilian, sorprendido y satisfecho por la pregunta—. Dime, ¿tú qué crees?

—La verdad es que, si yo fuera ellos, atacaría Ursuna o incluso Tronheim —dijo Armin—. Pico Alto está en medio de la nada y no tiene mucho valor estratégico. Los nórdicos poco tienen que ganar con Pico Alto. En cambio, Ursuna es la ciudad que controla el norte y Tronheim, además de ser la capital, controla la frontera entre Azuria y Auralia.

—Quizás el enemigo quiere que creamos eso y espere a que dejemos desprotegido Pico Alto —replicó Kilian expectante—. Lo que has dicho es muy cierto, pero ellos son tan conscientes de ello como nosotros. Tomando Pico Alto se consigue el control casi total de todo el oeste de Auralia. Se aislaría a Ursuna por completo y Vröel quedaría protegida.

Armin quedó algo desconcertado con lo que Kilian le acababa de exponer, pero aun así el capitán quedó muy satisfecho por el razonamiento de su joven teniente.

—Por lo que sabemos, lo que los capitanes nos habéis hecho llegar y otros rumores que circulan—dijo Armin con tono inquisitivo—, se están congregando muchos nórdicos en las proximidades de Pico Alto. Si nosotros decidiéramos llevar a cabo un ataque y un posible asedio, ¿no lo haríamos, en la medida de lo posible, por sorpresa? Esto parece más una llamada de atención que otra cosa, obligando a nuestras fuerzas a ir a Pico Alto. Si realmente quieres atacar un sitio, no te anuncias, lo haces cuando el enemigo menos se los espera.

—Exacto —respondió Kilian, orgulloso de las sabias palabras de Armin—. Debo confesarte que yo me opuse a reforzar Pico Alto, Galamir y Molovic querían enviar quinientos hombres. Finalmente, tras exponer mis reticencias, el comandante decidió enviar doscientos cincuenta hombres y esperar a que los enemigos muevan ficha. En cualquier caso, no podemos permitir que caiga ningún enclave más. Si el enemigo ataca realmente Pico Alto, y lo hace con todas sus fuerzas, mil hombres no bastarán.

Durante el transcurso de toda la guardia de Armin, ambos siguieron discutiendo de diferentes temas estratégicos. Era algo que a ambos les reconfortaba, a Kilian le hacía fortalecer su vínculo con su teniente y disfrutaba ayudándolo a mejorar, y Armin se sentía agradecido por la confianza que depositaba en él su querido capitán.

Eldaryl. La mensajera del viento

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