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Un combate gélido

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Todo empezaba a encajar para Eldaryl. Todos aquellos sucesos que habían estado ocurriendo en aquella zona de Los Colmillos durante más de un mes, cobraban sentido. La disminución de los ataques de huargos y el aumento de los avistamientos de krugols, la repentina e inexplicable huida de la mayor parte de la fauna salvaje de aquellos lares, y aquel enorme campamento, todo cuadraba para Eldaryl. Los krugols habían conseguido realmente poner a los huargos de su parte. No sabía con qué medios ni de qué manera lo habían conseguido, pero ya no había duda. Sus peores enemigos formaban ahora uno solo, y Eldaryl sabía que sería una unión terrible y letal para él y sus compañeros.

A todos los exploradores que ahí se encontraban les dio un vuelco al corazón al oír aquellos aullidos. Muchos se quedaron paralizados de temor y no sabían qué hacer ni cómo reaccionar. Pero Zorel, haciendo honor a su rango, no perdió la calma.

—¡Exploradores, camaradas, mis hermanos! —exclamó Zorel con todas sus fuerzas—. ¡No olvidéis quienes somos ni por qué estamos aquí hoy! El enemigo quiere aniquilarnos y cree que lo va a tener fácil. Esas bestias creen que somos su presa y que van a cazarnos como a conejos. Pero hoy somos nosotros los cazadores y nuestra presa nos ha ahorrado tener que buscarla. ¡Sois los mejores guerreros de Aldor, no os quepa la menor duda! ¿Permitiréis que el temor os venza, o les mostraréis a esas bestias que nada ni nadie nos hará temblar? ¡Somos exploradores de Aldor y miles de personas cuentan con nosotros! Si me ha llegado la hora será un honor morir luchando a vuestro lado, ¡hacedles pagar muy caro lo que han hecho!

—¡Uh ah! ¡Uh ah! —gritaron todos llenos de valor con los brazos en alto.

—¡Formad un perímetro! —ordenó Zorel sin perder ni un segundo—. Gilbert y otros diez hombres en posición de media luna con los arcos cargados. El resto desenvainad y quedaos justo detrás de la primera línea. Cuando se acerquen y estén a tiro disparad una descarga, luego retroceded. Los demás avanzad cuando los arqueros reculen. ¡Enviemos de vuelta a esas bestias al agujero de donde proceden!

En cuestión de segundos, cada hombre se situó en su posición con enorme disciplina. En primera línea estaban Eldaryl, Gerald, Erik, Nolan, Hilur, Helior, Gilbert, y otros cuatro hombres, todos ellos con los arcos cargados y apuntando al frente. Justo detrás de ellos estaban los restantes diecisiete exploradores, con las espadas en mano, listos para cargar contra sus enemigos cuando llegara el momento.

Dada la geografía del lugar, puesto que tenían el río justo al sur y el acantilado al oeste, sus enemigos solo podían llegar por el ángulo entre el norte y el este. Así pues, formaron una media luna perfecta que cubría cualquier llegada al centro del campamento. Dada la cantidad de chozas que había, les sería muy difícil ver llegar a sus enemigos y no podrían tenerlos a tiro hasta que estuvieran a menos de veinte metros.

De repente, se puso a llover de nuevo y la fría agua empezó a empaparles. Soplaba una ligera brisa que, junto con el efecto de la lluvia, traía los diferentes olores del bosque.

Cada instante se hacía eterno, podían oír como se acercaban rápidamente hacía ellos. Eldaryl podía escuchar como cruzaban todo el campamento a una enorme rapidez.

—Ya están aquí —dijo Gilbert con sorprendente calma—. No intentéis asestar un golpe fatal, con herirlos será suficiente para que la segunda línea pueda rematarlos cuando se nos echen encima. Nada más retroceder recargad y disparad por segunda vez, a partir de ahí seguid retrocediendo a la vez que disparáis.

Eladryl podía ver como unos veinte krugols, cada uno montado encima de un huargo, se abalanzaban sobre ellos a una velocidad estrepitosa. Por primera vez en su vida, sentía que la muerte era prácticamente inevitable. No obstante, no se dejó sucumbir al miedo y trató de aceptar su destino, fuera cual fuera. Sin quererlo, le vino a la mente una vez más que estaba solo, que nadie le esperaba en casa, que si moría pocos le recordarían. Eso le hizo sentirse vacío y triste durante un instante, pero transformó aquella tristeza en rabia, rabia hacia el mundo que le había arrebatado a sus padres. De pronto ya no había rastro de miedo en su corazón, solo una mezcla de emociones contrapuestas entre odio y aceptación de su fatídico destino. Pensó en su amigo Gerald, él tenía familia y una mujer que lo esperaba. Nunca se había sentido más preparado y determinado para luchar, daría lo mejor de sí mismo y, si moría, no lo haría con pesar. Defendería la vida de su amigo con la suya propia, y si él mismo no podía volver al menos Gerald lo haría.

Eldaryl inspiró profundamente y tensó su arco al máximo, ya podía ver claramente a sus enemigos. Esta vez, los krugols ya no iban con protecciones de piel sino con petos, hombreras y protecciones en los antebrazos hechos de acero. Incluso llevaban puesto unos yelmos hechos a medida con dos agujeros en la parte superior para que salieran los cuernos. Además, por si todo aquello fuera poco, varios de ellos llevaban unos gruesos escudos redondos hechos de madera, así como sus poderosas espadas o hachas.

Ya los tenían casi encima, a menos de veinte metros, dos docenas de huargos montados por fieros krugols y divididos en dos líneas. Estaban a tiro y ningún obstáculo se interponía ya entre ellos.

—¡Disparad! —gritó Zorel desde atrás.

A partir de ese momento todo sucedió muy rápido. Eldaryl disparó y acertó en la cabeza del huargo que tenía más cerca, haciendo que el krugol que llevaba encima saliera despedido. Los once hombres de primera línea dieron en sus respectivos blancos, pero no todos infringieron heridas fatales. Antes de que las respectivas flechas hubieran alcanzado a sus enemigos, Eldaryl y los demás arqueros retrocedieron rápidamente. Al mismo tiempo, los diecisiete hombres situados justo detrás se adelantaron listos para el combate cuerpo a cuerpo.

El choque fue brutal, Eldaryl apenas había podio recargar su segunda flecha cuando vio como varios de sus compañeros eran decapitados o atrapados en las fauces de los huargos. No obstante, algunos exploradores consiguieron esquivar la carga y contraatacar. Zorel cortó de un tajo la cabeza de un huargo mientras que Slein y Hamon acuchillaban a otros dos y a sus respectivos jinetes. Algunos hombres aprovecharon la fuerza con la que los huargos saltaron sobre ellos para clavarles sus espadas en el pecho o el cuello.

Eldaryl y los demás arqueros dispararon rápidamente la segunda descarga, cuatro huargos cayeron y otros dos fueron heridos. A partir de ahí Eldaryl siguió retrocediendo a la vez que disparaba, su concentración era máxima y su corazón latía a toda velocidad. Sin embargo, cuando la segunda línea de huargos cargó sobre los exploradores que estaban combatiendo cuerpo a cuerpo, la situación se torció gravemente. Siete hombres habían muerto ya en apenas unos segundos y, si bien unos doce huargos habían sido abatidos, muchos krugols seguían en pie luchando.

De repente, mientras Slein estaba ocupado esquivando las dentelladas de un huargo, un krugol lo atacó por la espalda. Este le hizo un corte oblicuo con su hacha, haciéndole caer al suelo para que el huargo lo acabara de matar.

—¡Gilbert huid! —gritó Zorel mientras luchaba contra dos krugols y un huargo a la vez.

Eldaryl, qué no podía dar crédito a lo que estaba diciendo su capitán, alcanzó a un krugol en la cabeza antes de que asestara un golpe a Zorel. Los arqueros habían podido retroceder bastante y estaban en un pequeño montículo cerca de la cascada y del río. Algunos huargos intentaban venir hacia ellos, pero eran rápidamente abatidos.

Zorel, Hamon y otros ocho hombres combatían codo con codo contra una fuerza que les doblaba en número. Realmente eran los mejores guerreros que Eldaryl había conocido, luchaban con una habilidad y una ferocidad dignas de las mejores canciones. No obstante, Eldaryl, igual que el capitán, había entendido que no durarían mucho rato más y que en breves instante estarían todos muertos.

—¡Retroceded, es una orden! —volvió a gritar el capitán después de ser herido en la pierna.

—¡Maldita sea! —exclamó Erik mientras seguía disparando.

—¡Rápido agrupaos aquí! —dijo de pronto Gilbert cerca de la cascada.

Eldaryl y los demás se acercaron al teniente a la vez que seguían cargando y disparando flechas.

—Esto es el fin —dijo Nolan—, no hay a donde ir.

—Saltaréis —dijo Gilbert señalando la cascada y el río que seguía—, y cuando podáis saldréis por la orilla sur. A los krugols no les gusta el agua y además van con armadura. El río es bastante ancho y profundo para que no se atrevan a cruzarlo hasta unos kilómetros más abajo.

Había un salto de más de diez metros de altura desde donde se encontraban hasta el agua. El río tenía una anchura de unos diez metros en aquella zona y una profundidad de unos dos metros. Sin embargo, unos kilómetros más al este, había una parte del río donde la profundidad no pasaba de un metro y podía ser cruzado sin peligro.

—Está muy alto —dijo Gerald asomando rápidamente la cabeza.

—No hay alternativa —dijo Hilur, que sin pesárselo dos veces se puso el arco a la espalda y saltó.

Este fue seguido rápidamente por su hermano, ambos desaparecieron en la espuma y el vapor de agua, pero los vieron aparecer de nuevo varios metros río abajo, arrastrados por la fuerte corriente.

—¡Rápido, apresuraos! —instó Gilbert al ver que los demás se demoraban.

Nolan fue el siguiente y justo después fue Erik. Eldaryl miró hacia atrás una última vez y pudo ver como Zorel y Hamon, los últimos hombres que quedaban en pie, eran acuchillados y despedazados sin piedad.

Gerald saltó con los brazos apretados junto al pecho, a la vez que cogía una bocanada de aire.

—¿Teniente? —preguntó Eldaryl, al ver que Gilbert ponía una flecha en su arco.

—Mi pierna está malherida y no me dejará correr, solo seré una carga —dijo Gilbert con una sonrisa piadosa—. Tenéis que volver cueste lo que cueste, os intentaré ganar un poco de tiempo.

Eldaryl comprendió que era inútil discutir, pero sintió una punzada en el corazón al tener que despedirse de él.

Dejando de lado cualquier protocolo, Eldaryl abrazó fuertemente a Gilbert y este le devolvió el abrazo.

—Ha sido un honor —dijo Eldaryl con un nudo en la garganta—, nunca le olvidaré.

Y acto seguido saltó al vacío.

La caída no fue tan dura como esperaba, pero el agua estaba gélida y el frío fue tal que le pareció como si cientos de agujas se le clavaran por todo el cuerpo. La corriente era terrible y apenas tenía algún control sobre su cuerpo. Rápidamente dejó de luchar y se limitó a que su cabeza quedara fuera del agua para poder respirar. Pero todo y así, mantenerse a flote le fue muy costoso. Los torbellinos y corrientes lo zarandeaban de un lado a otro y, en algunos puntos, el torrente lo engullía.

Después de recorrer unos treinta metros, Eldaryl empezó a notar como las fuerzas empezaban a fallarle. Le era muy difícil mantenerse a flote con aquella corriente, y además completamente vestido y con todo el equipamiento encima. Las ropas, y sobre todo la capa, le impedían moverse con soltura. Las botas se le llenaron de agua y la espada le pesaba. El peso que lo hundía le obligó a doblar los esfuerzos para poder seguir a flote.

Pasados unos instantes, cuando Eldaryl recuperó la serenidad adecuada, decidió desprenderse de la capa. Eso le solventó muchos contratiempos ya que corría el peligro de que se le plegara encima de su cabeza y no pudiera respirar.

No obstante, morir ahogado solo era una de sus preocupaciones. En aquella zona del río los saltos de agua eran numerosos y corría el peligro de que, en la caída de uno de ellos, se golpeara con una roca y se rompiera un hueso, incluso la cabeza. Pasados varios de aquellos saltos de agua tan peligrosos, la corriente fue disminuyendo poco a poco en intensidad y el río se fue haciendo más ancho y más profundo.

Eldaryl ya había rebasado los límites del campamento y ambas orillas estaban rodeadas de bosque. A apenas veinte metros río abajo, pudo ver a Gerald nadando hacia la orilla sur. Eldaryl hizo lo mismo y se esforzó por alcanzar aquel lado del río. Sin embargo, no fue tarea fácil ya que, por cada metro que conseguía acercarse a la orilla, la corriente lo arrastraba otros cinco.

Antes de llegar a un nuevo salto de agua, Eldaryl pudo ver como Gerald era ayudado por Hilur y Helior a salir. Junto a ellos estaban Nolan y Erik.

Antes de que Eldaryl llegara a su altura, Hilur se situó en la punta de un saliente y extendió su arco hacia él.

—¡Cógete al arco! —gritó Hilur, extendiendo su brazo al máximo con el arco sujeto por una de las puntas.

Eldaryl sabía que, si fallaba, la corriente lo arrastraría hacia la cascada. Cuando tan solo les separaban cinco metros de distancia, Eldaryl hizo dos fuertes brazadas en su dirección y, por pocos centímetros, consiguió agarrarse al otro extremo del arco. Inmediatamente Hilur, ayudado por su hermano y Gerald, tiró de él hacia sí mismo y, entre todos, pudieron sacar a Eldaryl del agua.

Todos estaban extenuados por aquella agónica lucha de varios minutos contra la poderosa fuerza del río. Se dejaron caer boca riba en la orilla para recuperar el aliento. Eldaryl se dio cuenta en ese momento del frío que tenía, todo su cuerpo temblaba y le costaba respirar correctamente. Los demás también temblaban de frío y sus movimientos era lentos y torpes. Por suerte para ellos, había dejado de llover y parecía que el cielo empezaba a esclarecerse.

—Hay que encender un fuego o moriremos de frío —dijo Helior tiritando y con los brazos cruzados.

—No hay tiempo para eso —dijo Nolan poniéndose en pie—, apenas estamos a medio kilómetro del campamento. Esas bestias habrán visto como nos lanzábamos al río y ahora mismo deben estar viniendo hacia aquí.

—Pero están al otro lado del río —replicó Hilur con cara de frustración—, y no pueden cruzarlo. Si no hacemos un fuego y nos secamos podemos darnos por muertos.

—¡Maldita sea si encendemos un fuego el humo delatará nuestra posición! —exclamó Nolan temblando.

A pesar de lo que argumentaba Nolan, Eldaryl estaba de acuerdo con los gemelos. Era consciente de que el frío le nublaba la mente, pero no le importaba, en ese instante lo único que deseaba era recuperar el calor corporal.

—Al parecer, hagamos lo que hagamos vamos a morir —dijo Eldaryl—. Por le menos que sean nuestros enemigos que acaben con nosotros. Prefiero morir con el cuerpo caliente y llevarme conmigo a varios de ellos que perecer aquí congelado.

Nadie dijo nada y parecía que Nolan no iba a replicar, pero fue Erik quien habló.

—Tengo una idea —dijo el robusto explorador—. Si nos quitamos la ropa mojada y la untamos con tierra, parte de la humedad se absorberá, y si hacemos lo mismo con nuestros cuerpos también nos ayudará a secarnos. Eso no evitará que muramos de frío, pero nos dará mucho más tiempo. Debemos llegar a una de las atalayas cueste lo que cueste e informar de todo lo que ha ocurrido. Escuchad, podemos dividirnos en dos grupos, uno iría directamente hacía la atalaya nueve, siguiendo el curso del río, y el otro se dirigiría a la número siete. Cuando hayamos avanzado varios kilómetros, y estemos lo suficientemente separados, cada grupo encenderá un fuego para calentarse y secarse. De esta forma, dado que estaremos separados, si el enemigo cruza el río, será poco probable que nos encuentren a todos. Por lo tanto, por fuerza alguno de los dos grupos llegará a su destino y podrá informar de todo esto.

Todos estuvieron de acuerdo y rápidamente empezaron a desvestirse. No fue tarea fácil ya que la ropa empapada se les pegaba al cuerpo, también mojado. Una vez completamente desnudo, Eldaryl sintió como el aire gélido le rozaba la piel, aumentando aún más la sensación de frio. Todos temblaban y tiritaban y sus pieles habían perdido casi todo su color.

Eldaryl a duras penas sentía sus manos y sus pies, y le costaba mucho hacer fuerza con sus dedos. De la manera más rápida que sus cuerpos les permitieron, los seis exploradores recogieron abundante tierra del suelo del bosque y se frotaron con ella todo el cuerpo de manera generosa. La tierra estaba húmeda y fría de la lluvia, y Eldaryl se preguntaba cómo aquello iba ayudarlos.

—Hacedlo varias veces y la última pasada dejar que quede tierra en la piel —dijo Erik mientras se untaba—. La tierra que quede enganchada al cuerpo se secará con el calor corporal y hará de aislante contra el frío y el viento.

Acto seguido, una vez estaban todos prácticamente marrones de arriba abajo, repitieron el mismo procedimiento en sus ropas. Fue una tarea tediosa, pero a Eldaryl le ayudó a recuperar un poco el calor y a sentirse menos expuesto. Sus ropas no se secaron ni de buen trozo, pero había conseguido quitar una buena parte del agua acumulada.

—Muy bien con esto bastará —dijo Erik después de varios minutos cogiendo y untando tierra—. Volveros a vestir, pero de cintura para arriba no os pongáis nada más que las protecciones de cuero. El resto cargadlo y cuando lo sequéis con el fuego ya os lo volveréis a poner.

Eldaryl siguió el consejo de Erik y, a pesar de seguir medio muerto de frío, se sentía mejor que hacía unos minutos. Tenía todo el vello de su cuerpo erizado y seguía temblando, pero se notaba en condiciones para poder avanzar.

—Hilur, Helior y Nolan formareis el primer grupo y yo iré con Gerald y Eldaryl —dijo Erik mientras se colocaba la espada a la espalda—. ¿Alguna objeción?

Todos estuvieron de acuerdo con ello, o bien porque les parecía bien o porque no les importaba en absoluto.

—¿Y quién va en qué dirección? —preguntó Nolan.

Erik cogió un guijarro del suelo, se puso las manos detrás de la espalda y luego las volvió a poner delante de él con los puños cerrados.

—Helior —dijo Erik con los brazos extendidos hacia Helior—, si aciertas la mano con la piedra tú, Hilur y Nolan iréis hacia la nueve, si escoges la otra os toca la siete.

Helior no se lo pensó mucho, probablemente porque tanto le daba y quería largarse cuanto antes de ahí.

—Ésta —dijo señalando a la mano izquierda de Erik.

Erik abrió la mano y ahí se encontraba el pequeño guijarro, lo que significaba que Eldaryl, Gerald y Erik se dirigirían hacia la atalaya siete.

Acabaron de ajustarse las espadas y los carcajes a la espalda. Gracias al sencillo mecanismo de cierre de los carcajes, no habían perdido ni una sola flecha mientras estaban en el agua. No

obstante, los llevaban prácticamente vacíos ya que habían utilizado casi todas las flechas.

Los dos grupos se despidieron con pocas palabras, sabían que probablemente uno de los dos grupos no llegaría con vida a su destino.

El grupo de Hilur, Helior y Nolan partió primero, adentrándose en el bosque para luego virar hacia el oeste.

—Esperad un segundo —dijo Erik mientras cogía las cuatro flechas que le quedaban.

Acto seguido cogió el carcaj y el arco y los lanzó al río. Eldaryl y Gerald se quedaron pasmados ante aquello.

—¡¿Qué haces?! —preguntó Gerald escandalizado.

—Aprovechar las flechas —respondió Erik a la vez que se las entregaba a Eldaryl—. Toma, de los tres, eres con diferencia el mejor arquero. Solo te quedan tres flechas, pero si sumamos las mías y las de Gerald, que le quedan cuatro también, suman once. Si nos atacan, una sola flecha puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Gerald se quedó un instante dubitativo, pero acabó haciendo lo mismo y entregó sus flechas a Eldaryl. Acto seguido, arrojó malhumorado su arco y su carcaj a las frías aguas del Anura.

—Bueno, al menos iré más ligero y cómodo —dijo Gerald con tono sarcástico.

Eldaryl no sabía que decir, y se limitó a asegurar bien las flechas en su carcaj.

—Andando —dijo Erik.

Los tres exploradores empezaron a correr en dirección oeste suroeste. A pesar del agotamiento tras tantas horas sin dormir, el largo trayecto de la atalaya hasta el campamento, la dura batalla y la lucha contra las aguas heladas del río Anura, los tres hombres pudieron encontrar las fuerzas para seguir adelante a buen ritmo. Estaban entrenados para aquel tipo de situaciones y condiciones, y en esos momentos su mayor amenaza era el frío que pronto les pasaría factura si no se calentaban.

Sin embargo, lo que más incapacitaba a Eldaryl era la pérdida de sus compañeros, especialmente Gilbert y Zorel. Aún no podía dar crédito a todo lo que había ocurrido y le costaba creer que ya no estuvieran.

—Maldigo a esas bestias —dijo Eldaryl casi para sí mismo—. Juro que vengaré a nuestros camaradas, aunque sea lo último que haga.

—No eres el único, amigo —respondió Gerald con tono enfurecido—. Todavía me pregunto si lo que hemos visto ha sido real. Huargos con krugols, maldita sea, ¿cómo íbamos a prever esto? Hemos caído en una maldita trampa y ahora nuestros camaradas están muertos.

—Era imposible de saber —dijo Erik—, en todos mis años de servicio en el cuerpo jamás había visto tal cosa. Que yo sepa los huargos y los krugols nunca han sido aliados, siempre han mantenido las distancias entre ellos.

—Hay algo que se nos escapa —dijo Eldaryl—, alguna pieza que no vemos en todo este rompecabezas.

—Hubo una cosa que me llamó la atención —dijo Gerald—. Los krugols que iban sobre los huargos llevaban todos armaduras pesadas. Hasta ahora nunca había visto un krugol con aquel tipo de armadura, siempre van con protecciones hechas de piel, pero jamás con equipo tan pesado. Para hacer ese tipo de armadura hace falta una forja y en ese campamento no había ninguna.

—Drak Umbar —dijo Erik sombrío—. Tiene que haber venido por fuerza de ahí, y eso me preocupa. Normalmente los krugols que merodean las montañas próximas a Aldor son exploradores, y van equipados como tal. Se limitan a explorar y patrullar toda la cordillera, pero nunca hacen campamentos tan grandes ni van tan equipados, tan solo se limitan a pasar desapercibidos. En cambio, los krugols que iban a lomos de aquellos huargos no eran exploradores, era guerreros venidos directos de Drak Umbar, estoy seguro.

—Esto es más grave de lo que podíamos imaginar —dijo Eldaryl preocupado por las implicaciones de todo aquello.

—Sí —afirmó Erik—, y si no conseguimos alertar al resto del cuerpo, todo Aldor puede estar en peligro. Esto ya supera a la capacidad de acción de los exploradores, aquí hacen falta a las tropas regulares.

El bosque era lúgubre y Eldaryl temía que, en cualquier momento, aparecieran los enemigos por cualquier costado y acabaran con ellos antes de que tuvieran tiempo de reaccionar. Apenas debían de haber recorrido un kilómetro, pero este empezó a notar como el frío hacía mella en sus fuerzas. Notaba como le empezaba a faltar energía para seguir al mismo ritmo. Al parecer no era el único, Erik y Gerald corrían medio torcidos y su ritmo había disminuido considerablemente. Más que correr, a Eldaryl le daba la sensación que trotaban o que andaban rápido.

—Estoy agotado y ya no soporto más el frío—dijo Gerald jadeando—. Encendamos ya el fuego.

—Aún no —respondió Erik con la respiración entrecortada—, hay que aguantar un poco más. Cuanto más nos alejemos menos probable será que nos localicen.

Siguieron avanzando, pero su marcha se hacía cada vez más pesada y parecían moribundos a punto de caer.

Era media tarde y Eldaryl calculaba que debían quedar unas dos horas antes de que el sol se pusiera. El frío iba en aumento y le dolían prácticamente todas las partes del cuerpo. Ya casi no sentía sus extremidades y tenía que ponerse los dedos de las manos en las axilas para que tuviera algo de calor.

La tierra que se había untando estaba empezando a secarse, a pesar de la humedad, y cómo mínimo se demostró eficaz para cortar el viento y ofrecerle algo de protección. Sin embargo, a duras penas podía continuar y notaba que su cuerpo empezaba a fallarle. Eldaryl sentía que en breves instantes caería al suelo. Intentó avisar a sus compañeros, pero ya no tenía fuerzas ni siquiera para hablar. De repente, se le nubló la visión y notó como su cuerpo perdía el equilibrio y caía sin remedió sobre el lecho del bosque.

Medio inconsciente, Eldaryl pudo oír como Gerald y Erik se detenían y se apresuraban a ayudarle.

—¡Eldaryl! —exclamó Gerald corriendo rápidamente hacia Eldaryl.

Eldaryl notó como su compañero intentaba despertarlo dándole algunos golpes en la mejilla, pero Eldaryl no tuvo fuerzas para recomponerse.

—Erik encendemos el fuego aquí y ahora —dijo Gerald taxativo.

—De acuerdo —respondió Erik.

Aquello fue lo último que pudo oír Eldaryl antes de perder el conocimiento completamente.

Eldaryl. La mensajera del viento

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