Читать книгу Eldaryl. La mensajera del viento - Ferran Burgal Juanmartí - Страница 12

6
Ofensiva

Оглавление

Empezaba a anochecer, pero la actividad en la atalaya número nueve de la región de Aldor era frenética. Habían pasado dos días desde que el grupo de Eldaryl, Erik y Gerald regresaran de su misión. Nada más llegar a la atalaya, los tres exploradores informaron de todo lo ocurrido al teniente y a los demás miembros de la guarnición.

Gilbert, al conocer la gravedad de la situación, fue inmediatamente a reunirse con el comandante en Elduin. El teniente, acompañado por Eldaryl, solicitó a Marcus reunir un contingente para atacar el campamento krugol. El comandante no dudó ni un instante y mandó mensajeros a diferentes atalayas para reunir los hombres necesarios para la incursión. De igual forma, mandó un mensaje al capitán Zorel, quien estaba al mando del regimiento al que pertenecía Eldaryl, para que dirigiera el ataque. Finalmente, Gilbert y Eldaryl, después de pasar la noche en Elduin, volvieron a la atalaya a la espera de que llegara el capitán con los refuerzos.

—Están tardando demasiado —dijo Gerald inquieto—, deberían haber llegado antes de que se pusiera el sol.

—No creo que les falte mucho —respondió Eldaryl.

Los dos amigos estaban en lo alto de la atalaya vigilando la zona por si aparecían los refuerzos que había prometido el comandante. Ambos habían podido pasar el día descansado y recuperando fuerzas después de los duros días que habían transcurrido. Gilbert les había permitido, a ellos dos y a Erik, saltarse las guardias para poder dormir unas horas más. Ahora estaban completamente recuperados y frescos de nuevo. Había sido un día nublado y había llovido a ratos. En esos instantes no llovía, pero las nubes iban en aumento.

—Temo por Gormund, Lucas y Joras —dijo Eldaryl con rostro preocupado—, no sé si cuando lleguemos estén…

La visión de sus compañeros atados y cubiertos de sangre le perturbaba la mente. No podía para de pensar en ello. Muchos de sus compañeros daban por hecho que estaban muertos y que los krugols los guardaban como algún tipo de trofeo. Pero la verdad era incierta.

—No lo sé Eldaryl, pero no creo que sigan con vida —dijo Gerald, casi inexpresivo y con la mirada perdida.

Ambos guardaron unos minutos de silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos y recuerdos de aquella larga noche de hacía tan solo dos días.

—Oye —dijo Gerald de pronto—, ahora que recuerdo, ¡en dos días cumples veinte años!

—Sí…—respondió Eldaryl con poca ilusión.

—Casi se me olvida con tanto ajetreo —dijo Gerald rascándose la cabeza—. Lástima que no estemos en Tarrek, te hubiese invitado a comer a casa y lo celebraríamos como es debido.

—No pasa nada —respondió Eldaryl cabizbajo.

Desde la muerte de su abuela siempre le había entristecido su cumpleaños, le recordaba de manera muy amarga que no tenía familia. No obstante, a pesar del vacío y la tristeza se sintió agradecido de tener a su amigo. A veces pensaba que sin él no sabría cómo seguiría adelante. Formar parte de los exploradores era una buena manera de no pensar en todo ello y sentirse útil y ocupado. No eran raras las veces que pensaba que hacía todo aquello para sentirse atado a algo en el mundo. De alguna forma, formar parte del cuerpo le hacía sentirse parte de una gran familia. Pero el fondo de su corazón, Eldaryl sabía que solo era una triste forma de engañarse a sí mismo.

De repente, y sin previo aviso, vieron aparecer de entre los árboles cercanos al establo varios exploradores. Ya era oscuro, pero pudieron ver como uno tras otro se iban se dirigieron directos hacia la torre.

—¡Por fin! —exclamó Gerald.

—Vamos —dijo Eldaryl.

Ambos bajaron rápidamente al segundo piso para avisar al resto de la guarnición de su llegada. Todos salieron a recibirlos al exterior.

—Capitán Zorel —dijo Gilbert haciendo una marcada inclinación de cabeza—, me alegra mucho verle de nuevo.

—Vamos Gilbert —dijo Zorel con tono amigable—, ya sabes que no hace falta que me trates con tantos honores. Me harás creer que soy alguna mujercita noble de la capital con tanta pomposidad, ¡ja, ja, ja!

El capitán bajó ágilmente de su caballo y le dio dos golpes en el hombro en señal de amistad. En la época en la que Gilbert había sido capitán, este y Zorel habían entablado una calurosa relación y establecido un vínculo muy fuerte. Cuando el comandante lo degradó, Zorel se opuso y pidió que se reconsiderara el castigo, pero se desoyó su petición. No obstante, Zorel seguía tratando a Gilbert como a un igual, incluso delante de sus hombres.

El capitán era un hombre que ya había visto cuarenta y tres inviernos y había pasado toda su vida en el cuerpo de exploradores. Su rostro, y su aspecto en general, transmitía la dureza de un guerrero veterano y mortífero. Sin embargo, lo que más le había llamado la atención a Eldaryl desde que lo conoció fue su peculiar sentido del humor, incluso en momentos importantes o graves podía bromear y hacer como si nada sucediera.

—Le estábamos esperando —respondió Gilbert, que insistía en tratarle como a un superior—, yo y los hombres que nos acompañarán están listos para partir inmediatamente.

—¡Magnífico! —exclamó Zorel.

Gilbert había escogido a Eldaryl, Gerald, Erik y Nolan para integrarse al resto de exploradores que formaban la expedición. El teniente decidió dejar en la atalaya a Sam y a Viktor para que se ocuparan de vigilarla mientras ellos no estaban. Decisión que no agradó especialmente a Sam, el cual quería ir con ellos para combatir y vengar a sus compañeros. Por su parte, Viktor aceptó sin más reticencias ni quejas.

Junto al capitán estaban otros dos tenientes, Hamon y Slein, y justo detrás de ellos fueron llegando el resto de hombres que los acompañaban. Todos venían a caballo y completamente equipados. Eldaryl no recordaba una misión que hubiese requerido nunca tantos hombres como los que estaba viendo, cosa que mostraba la importancia y transcendencia de lo que estaba sucediendo.

—¿Cuántos? —preguntó Gilbert.

—Traemos con nosotros cuarenta y cinco hombres —respondió Zorel—. Los hemos hecho venir de las atalayas más cercanas a ésta.

—Contando a mis hombres, y a nosotros oficiales, somos un total de cincuenta y tres —dijo Gilbert satisfecho con la cantidad.

—Si es cierto que el campamento es de unos treinta krugols, debería bastar —concedió el capitán—, aunque hubiese preferido más. Dada la premura con lo que ha sucedido todo, no se ha podido reunir a más hombres.

—Cuando fuimos a Elduin, el comandante envió un mensaje urgente a Gösul para avisar de lo que estaba sucediendo y pedir refuerzos de las tropas regulares.

—¡Ja! —exclamó Zorel con desprecio—. Para que eso sucediera deberíamos esperar una semana como mínimo. Los capitanes y el comandante del cuerpo de tropas regulares se han convertido en burócratas y han olvidado lo que es ser un guerrero. Se pasan el día bebiendo y comiendo mientras se rascan la panza asistiendo a algún espectáculo o torneo. Un ejército de krugols podría estar a sus puertas y no se enterarían si no fuera por nosotros. En cualquier caso, el comandante es consciente de ello y por eso estamos aquí.

Nadie dijo nada ante tales palabras, si el comandante o algún capitán de las tropas regulares hubiese escuchado aquello, sin duda alguna lo hubiesen juzgado y degradado. No obstante, ahí solo había exploradores y todos y cada uno de ellos estaba muy de acuerdo con aquellas afirmaciones.

Eldaryl sintió de repente un cierto desprecio por aquellos oficiales del ejército regular. No pasaba mucho tiempo en Gösul, pero sabía perfectamente cómo funcionaban las cosas. Algunos oficiales se habían vuelto corruptos y actuaban de manera impropia a su cargo. Incluso algunos jueces y personajes con altos cargos se habían visto envueltos en asuntos turbios y preocupantes.

—Si dices que ya estáis listos partiremos ahora mismo —dijo el capitán—, pero antes me gustaría hablar con los que vieron el campamento.

Eldaryl, Gerald y Erik se adelantaron e hicieron una rápida inclinación de cabeza.

—Así que tú estuviste ahí —dijo Zorel mirando a Eldaryl—. Me alegra tenerte en el regimiento chico. Decidme, ¿cuánto tardasteis exactamente de aquí a allá a pie, qué cosas raras o sospechosas visteis y qué otra información creéis que es relevante y que nos pueda ser útil?

—Contando algunas breves paradas para comer y descansar —dijo Erik—, tardamos casi un día y una noche para llegar hasta el nacimiento del río y al campamento. Nos atacaron tres huargos, poco antes de llegar, en un valle que es inevitable pasar si se quiere llegar lo antes posible. No los vimos llegar hasta que los tuvimos casi encima, sobrevivimos milagrosamente. En los últimos kilómetros, uno puede acercarse al campamento por un bosque, siguiendo el río, o siguiendo la falda de una montaña que se encuentra en el lado norte. Fuimos por la falda de la montaña para tener mejor visión y, puesto que era de noche, pasar mejor desapercibidos. Pero una vez es de día, si nos acercáramos por la falda de la montaña siendo un grupo tan numeroso se nos vería llegar desde lejos.

El capitán meditó en silencio las palabras de Erik, y entonces Eldaryl intervino.

—Si me permitís me gustaría añadir algo que puede ser de interés—dijo de pronto Eldaryl.

—Habla —dijo el capitán con tono seco y asintiendo con la cabeza.

—Durante el camino —dijo Eldaryl sopesando sus palabras—, me di cuenta de que el bosque parecía muerto. Casi no había vida en él, era como si los animales hubieran huido de toda la zona. Dicho esto, ¿qué hacían tres huargos tan cerca de ese campamento?, si no había animales que cazar por esa zona. Los huargos siempre están donde hay más presas, y en esa zona no había nada. No estoy seguro de qué puede significar todo ello, pero tengo la sensación de que algo se nos escapa, señor.

—Ya veo —contestó Zorel—, el mes pasado ya se había informado de la disminución de animales salvajes en la zona cercana al nacimiento del río Anura. En cualquier caso, todo apunta a que ese campamento de sucios krugols es la causa de todo ello. Los aplastaremos y no dejaremos a ninguno con vida. ¡Andando, coged los caballos!

Sin más dilaciones, Eldaryl y sus compañeros fueron rápidamente a buscar sus caballos en el establo, y todo el pelotón de cincuenta y tres exploradores partió a un trote ligero hacia su destino. Dado su considerable número, podían prescindir de pasar desapercibidos durante buena parte del trayecto. Además, debían apresurarse no fuera cosa que el número de enemigos aumentara. Debían asestar un golpe rápido y letal.

El camino no era fácil en algunos puntos y debían pasar de uno en uno. La oscuridad les impedía ver prácticamente nada y el terreno, debido a la lluvia, estaba muy resbaladizo.

Eldaryl iba a la cabeza de la formación, junto al capitán y a Gilbert, los otros dos tenientes se situaron en el centro y en la retaguardia. El capitán sabía perfectamente de las capacidades de Eldaryl desde que entró en el cuerpo, hacía casi cuatro años atrás.

—Justo antes de llegar al valle donde fuisteis atacados dejaremos los caballos —dijo Zorel—. Espero que podamos recorrer el trayecto hasta ahí antes de que amanezca.

—¿Y los caballos? —preguntó Eldaryl.

—No te preocupes por los caballos —dijo Zorel—, saben volver a donde les dan de comer. Quizás alguno se pierda, pero ahora mismo eso es irrelevante. Debemos llegar los antes posible y hacerlo lo más descansados posible, para eso están los caballos. Sin embargo, de nada nos sirven para luchar en un terreno como este ni para combatir de la manera que nos es más adecuada. No somos la caballería del ejército, somos exploradores, nuestra fuerza está en la discreción, la precisión, maniobras rápidas y acribillar al enemigo de lejos. En definitiva, hacer una guerra de guerrillas. En campo abierto diez hombres a caballo valen por treinta hombres a pie, pero en bosques espesos y terrenos montañosos, los caballos son más un estorbo que una ayuda.

Eldaryl no dijo nada, pero asintió para sí mismo. Sabía perfectamente que el capitán estaba en lo cierto, y la verdad era que él mismo se sentía mucho más a gusto con los pies en el suelo que a lomos de un caballo. Nunca se sabía cuándo podría asustarse, encabritarse y echar al jinete. Además, dificultaban la precisión de los tiros con arco y eso era algo vital para un explorador.

—Dime otra cosa Eldaryl —dijo el capitán—, ¿estás seguro de que no se dieron cuenta de vuestra presencia?

—Lo estoy capitán —respondió Eldaryl algo tenso por la pregunta—, juraría que ninguno de ellos se percató de que los observábamos. La prueba es que pudimos volver a la atalaya sin contratiempos. Si hubiésemos sido detectados, nos hubiesen perseguido inmediatamente para que no pudiésemos informar de su presencia.

—No dudo de tus palabras chico —replicó Zorel—, pero dime, ¿y si sabían de vuestra presencia, pero os dejaron marchar a propósito?

Un escalofrío recorrió la espalda de Eldaryl, la sola idea de pensar que hubiesen podido saber de su presencia le aterraba. No obstante, le costaba creer tal cosa, él mismo no detectó a ningún krugol cerca de ellos en ningún momento.

—¡Ja, ja, ja!, te has quedado pálido muchacho —exclamó Zorel riendo, divertido por la reacción de Eldaryl—. No te preocupes, esas sucias bestias no son tan listas. Es solo que con el paso de los años uno ya se espera lo inesperado, y no me gusta que me sorprendan.

Durante horas siguieron avanzando en la oscuridad. En algunos momentos llovía, pero lo hacía de forma suave e intermitente. Eldaryl guio al escuadrón por los diferentes bosques y montañas que tuvieron que atravesar. Una vez más, a Eldaryl le pareció inquietante la escasa o nula presencia de animales salvajes a medida que se aproximaban a su destino. Tenía todos sus sentidos en máxima alerta por si detectaba algo inusual o algún posible peligro, pero nada ocurría. Parecía como si estuvieran atravesando un cementerio, el silencio era casi absoluto y solo se oía el ruido de los caballos.

Antes de que apareciera la primera luz del día, pudieron alcanzar la cascada que se encontraba justo antes del valle en el que fueron atacados.

—Aquí es —dijo Eldaryl señalando con el dedo en dirección a la cascada.

El sonido del agua al caer era considerable, prácticamente tapaba el ruido de los relinchos y los pasos de los más de cincuenta caballos.

—Muy bien —dijo el capitán—, desmontad y coged lo que necesitéis, solo lo indispensable. Debemos llegar ligeros.

A medida que todo el pelotón fue llegando a la cascada, los hombres fueron bajando de sus caballos. Cada uno de ellos cogió su espada, su arco y el carcaj con las flechas, además de la cantimplora y algunas raciones de comida para no más de un día.

Dejaron los caballos ahí mismo, y no esperaron ni un instante para empezar a subir por la escarpada pendiente que llevaba hasta el valle más arriba. A Eldaryl le supo mal dejar a su caballo, a pesar de las palabras del capitán, ya que temía por lo que le pudiese ocurrir. Los caballos estaban entrenados para responder a su llamada, normalmente un fuerte silbido, y para volver a donde se les daba de comer. Sin embargo, una cosa era Aldor y otra Los Colmillos. En aquellas montañas no estaban a salvo del ataque de los huargos, y estos verían en sus monturas una presa fácil.

Eldaryl volvió a escalar aquella pendiente de más de quince metros, esta vez más resbaladiza por la lluvia. Tardaron más de lo esperado en llegar todos arriba, dado que debían subir en fila y de uno en uno. Cuando Eldaryl hubo llegado, dirigió su mirada hacia el valle que podía verse entre los árboles. Avanzó unos metros y fue a esperar justo donde había dormido hacía pocos días. Se concentró durante unos breves instantes, cerró los ojos, ralentizó su respiración e intentó detectar a aquellas marmotas que había sentido la última vez. Pero éstas habían desaparecido por completo y Eldaryl no podía ni sentir ni oír ningún otro animal por las cercanías.

Su pequeño momento de trance fue interrumpido por la llegada del capitán, Gilbert, Slein y Hamon. Los tres tenientes se reunieron junto a Zorel para poder discutir sobre lo que ocurriría a partir de entonces.

—Cruzaremos ahora mismo y a paso ligero —dijo Zorel, mientras observaba detenimiento toda la zona—. En breves amanecerá y no quiero atravesar este valle a la vista de cualquier mirada. A partir de ahora nos dividiremos en tres grupos, Slein y Hamon cogeréis diez hombres cada uno, el resto de hombres vendrán con Gilbert y conmigo. Nosotros iremos por el centro, Slein por la izquierda y Hamon la derecha. Mientras estemos en el valle iremos juntos, pero una vez lleguemos al otro lado os separaréis, cado uno a veinte metros del grupo principal. Dado que cuando lleguemos ya será de día, deberemos ir por el bosque así que iremos directos hacia el campamento.

Los tres tenientes asintieron y, sin más dilaciones, cuando el último hombre hubo llegado a lo alto de la pendiente, salieron a campo abierto. Eldaryl, Gerald, Nolan y Erik iban en el grupo central, con Gilbert y el capitán.

Avanzaron rápidamente a través de la hierba alta. Trotaban al ritmo adecuado para no cansarse, pero a la vez para ser lo bastante veloces como para cruzar aquel sitio antes de que la luz los iluminara. En su camino se cruzaron con los cuerpos de los tres huargos que habían matado. Estos habían sido devorados en su mayor parte, y el aspecto de todo ello consiguió helar la sangre a más de uno.

Después de aproximadamente poco menos de media hora, consiguieron llegar al otro lado del valle sin ningún percance, cosa que pareció sorprender a más de uno.

—Siendo más de cincuenta no ocurre nada, pero siendo tres no atacan tres huargos —dijo Gerald con aparente frustración—. No tiene ningún sentido.

—¿Preferirías que nos volvieran a atacar? —preguntó Erik con tono irónico.

—Tiene todo el sentido —intervino Eldaryl serio—. Siendo tres somos una presa fácil, siendo más de cincuenta ya no somos la presa sino el cazador.

Tal y como había ordenado el capitán, los grupos de Slein y Hamon se separaron de veinte metros respecto al grupo principal. Ya estaba amaneciendo, pero las espesas nubes cubrían el cielo y dentro de aquel espeso bosque parecía que aún fuera de noche. No se oía ni un ruido, más que los silenciosos pasos que hacían al desplazarse. De repente, empezó a llover, primero de forma suave pero rápidamente lo hizo intensamente. Por suerte para ellos, al estar ya dentro del bosque, los árboles les cubrían parcialmente.

—Perfecto —dijo Zorel con una sonrisa en la cara—. Todo está yendo acorde a nuestros planes, encima tenemos la suerte que llueva.

—¿En qué narices es una suerte que llueva justo ahora? —preguntó Nolan entre dientes, molesto.

—No se nos oye al caminar —respondió Gerald.

—Tampoco oímos si nos atacan —dijo Eldaryl.

—Hoy quien ataca somos nosotros y esas sucias bestias lo pagarán —dijo Gerald.

A Eldaryl le hubiese gustado compartir el mismo optimismo que su amigo, pero la última vez que lo hizo fueron atacados por tres huargos.

Siguieron avanzando paralelos al río durante más de tres largas horas. Estaban todos empapados, a pesar de las capas para la lluvia, y muchos empezaban a ponerse nerviosos y tensos. A pesar de ser completamente de día, las nubes y las copas de los árboles filtraban en gran medida la luz del sol, con lo que en el interior del bosque seguía siendo parcialmente oscuro.

De pronto, tras mirar a su izquierda, en la montaña que subieron con Gerald y Erik, Eldaryl llamó a Zorel.

—Capitán —dijo Eldaryl acercándose hasta él—, estamos muy cerca, quizás a menos de un kilómetro.

—De acuerdo chico —respondió el capitán—, preparaos y estad alerta.

El capitán hizo una señal con el brazo derecho y, acto seguido, aminoraron el paso y empezaron a avanzar medio agachados. Todos sacaron una flecha de sus respectivos carcajes para tenerla lista en cualquier momento.

Paso a paso, los más de cincuenta exploradores avanzaron silenciosos entre las raíces y los arbustos. Cada uno de ellos estaba en máxima alerta y listo para reaccionar ante cualquier amenaza. Eldaryl agudizó todos sus sentidos, pero seguía sin notar nada extraño. A medida que se acercaban fueron oyendo el ruido de la cascada, que se hizo cada vez más intenso hasta el punto que casi solo se oía el sonido del agua.

De repente, a cien metros de distancia, Eldaryl pudo ver el campamento krugol a través de los espacios entre los árboles.

—Está justo delante —susurró Eldaryl al capitán.

Zorel, sin decir nada, se detuvo y levantó el brazo durante algunos segundos para que todos pudieran verlo. Con algunos movimientos de su mano hizo el signo de “avanzar con sigilo” y “esperar orden”. Eso significaba que había llegado el momento de atacar y era muy importante acercarse sin dar la alarma para poder sorprenderlos.

—Ya ha empezado —murmuró Gerald mientras cargaba su flecha en el arco.

Siguieron acercándose muy lentamente y casi totalmente agachados, como felinos antes de hacer un salto sobre su presa.

De pronto, vieron a los primeros enemigos en lo que parecía ser los límites del campamento. Eran tres krugols armados con pesadas hachas de dos manos y parecían estar haciendo guardia. Cada uno llevaba un peto de cuero, así como protecciones de piel en los brazos y piernas. El campamento no tenía ninguna protección y se podía acceder a él desde casi cualquier lado. Dentro parecía haber algún tipo de actividad, pero Eldaryl no alcanzaba a ver con claridad qué sucedía ni cuántos enemigos había.

Después de tanta incertidumbre y tan larga espera, el capitán hizo la muy espera señal de ataque. Rápidamente, varios hombres del grupo principal, entre ellos Eldaryl y Gerald, se incorporaron ligeramente, tensaron sus arcos y dispararon prácticamente al mismo tiempo sus flechas.

Todas las flechas dieron en el blanco y los tres krugols, cada uno con tres flechas clavadas, cayeron casi sin hacer ningún ruido. Ya no había marcha atrás, el grupo principal avanzó rápidamente mientras que los grupos de Slein y Hamon lo hicieron de forma oblicua, de manera a rodear parcialmente la zona.

Eldaryl sacó otra flecha del carcaj y la cargó en el arco, listo para disparar al próximo enemigo que viera. Estaban casi en la entrada del campamento y ya tenía visibilidad total sobre sus enemigos. Desde su posición podía contar a más de quince, pero sabía que había más. El campamento estaba formado por docenas de chozas hechas de ramas y hojas, y había pequeñas hogueras repartidas por toda la zona.

De repente, se oyó el estremecedor ruido de un cuerno de guerra y todos los krugols se encararon en dirección a los exploradores, los habían descubierto.

—¡Atacad! —gritó Zorel con toda su voz.

Eldaryl y todo el grupo central dispararon sus flechas, que salieron volando como un enjambre de abejas hacia sus enemigos. Cinco krugols cayeron muertos y otros dos fueron heridos, ya no contaban con el factor sorpresa y dar en los blancos fue mucho más difícil. Los krugols se movían con gran agilidad y era muy difícil acertar a uno que estuviera en movimiento.

De pronto, empezaron a salir krugols de detrás de las chozas y cargaron a toda velocidad contra ellos. A duras penas tuvieron tiempo de recargar sus arcos y, tras disparar la siguiente andanada, más de seis krugols cayeron a menos de tres metros de Eldaryl. Cuando este volvió la mirada hacia el interior del campamento, se estremeció.

—¡Cubríos! —exclamó Eldaryl al ver a una docena de enemigos apuntándoles con sus arcos.

Sin apenas tiempo para agacharse, una nube de flechas salió volando en su dirección. Una de ellas le pasó a poco más de un palmo de su cabeza. Cuatro exploradores cayeron desplomados justo detrás de él, Nolan fue herido en el hombro.

—¡Arg! —exclamó Nolan.

Eldaryl no dudó un instante y corrió a toda velocidad hacia la choza más cercana, a la vez que recargó y disparó otra flecha. Dio en el blanco, pero solo hirió a su enemigo en una pierna antes de que este se escondiera detrás de una choza.

Gerald, Erik, Gilbert y otros exploradores hicieron lo mismo y avanzaron rápidamente hacia las chozas más cercanas para cubrirse. Algunos de ellos se quedaron a las afueras y se cubrieron detrás de los árboles. Durante unos instantes, krugols y exploradores intercambiaron múltiples disparos, pero ya nadie acertaba. Las flechas pasaban de largo antes de que el enemigo se cubriera o sencillamente daban en las paredes de las chozas.

Por su parte, los grupos de Slein y Hamon también intentaron penetrar en el campamento, pero se vieron frenados por las flechas.

—Esto no pinta bien, los tenemos a pocos metros pero no podemos avanzar —dijo Gerald, que se encontraba junto a Eldaryl y Gilbert.

—Eldaryl, tú eres el más rápido de nosotros —dijo de pronto Gilbert después de disparar una flecha que se estrelló en un poste—. ¿Crees que podrías llegar hasta ellos si te cubrimos? Si conseguimos acabar con ellos o hacer que reculen, el capitán y los demás podrán llegar hasta aquí.

Eldaryl había comprendido a lo que se refería, si conseguían que aquellos krugols no disparan durante unos segundos, tendría tiempo de correr hacía ellos con la espada en mano.

—Lo intentaré —respondió Eldaryl—. Hay tres en las chozas de la derecha y creo que dos más en las de la izquierda.

—De acuerdo, aguarda —dijo Gilbert.

El teniente hizo unos gestos con la mano a los hombres que habían llegado hasta las chozas. Cuando estos asintieron, esperaron unos largos instantes. Eldaryl había dejado su arco y su carcaj en el suelo para poder correr más rápido y tener más libertad de movimiento, y ya tenía su espada desenvainada.

—¡Ahora! —ordenó Gilbert.

De manera perfectamente sincronizada, los más de doce exploradores que se encontraban escondidos tras las chozas salieron de sus escondites, con los arcos tensados al máximo, y dispararon. Ninguna flecha dio en el blanco, pero no importó. A Eldaryl le dio tiempo de salir corriendo como una liebre, mientras los krugols se cubrían de las flechas, y llegó justo a tiempo a la parte opuesta de una de las cabañas en las que estos se cubrían. Inmediatamente, los exploradores descargaron otra andanada para que los krugols no se mostraran y no pudieran ver como Eldaryl se les echaba encima. Justó cuando la segunda descarga de flechas pasó por su lado, Eldaryl salió de su escondite y llegó hasta los krugols situados a la derecha.

Los tres krugols se quedaron atónitos a verlo justo ahí, pero Eldaryl no se entretuvo y, de un tajo horizontal, cortó el arco y la cabeza del primer krugol. El segundo krugol intentó golpearlo con el arco, pero Eldaryl esquivó el golpe, que pasó por encima de su cabeza, y le hundió la espada en el vientre. En ese momento, los dos krugols que estaban a diez metros detrás de él, le dispararon por la espalda.

No obstante, habiendo previsto aquello, Eldaryl se hizo rotar a sí mismo con el krugol que tenía aún atravesado, de manera a que el cuerpo de este le cubriera. Cuando notó que las flechas se clavaron en el cuerpo ya inerte que le había servido de escudo, quitó la espada y se encaró al tercer enemigo. Este había tenido tiempo de tirar el arco y coger una enorme espada. Esta era de un único filo y sin guarda, era un palmo más larga que la suya, así como el doble de ancha. Un solo golpe con aquella arma le sería fatal.

El krugol lanzó un tajo vertical rapidísimo, a pesar de lo que debía pesar aquella arma. Eldaryl, sabiendo que no podría bloquear un golpe tan fuerte, utilizó su hoja para desviar la trayectoria del tajo descendente. Aprovechando que su enemigo estaba ahora expuesto, Eldaryl hizo un movimiento oblicuo de abajo arriba con la hoja de su espada. Un enorme y profundo corte apareció de repente en el torso del krugol, que cayó de espaldas con un ruido seco.

En los escasos segundos que habían transcurrido, Gilbert y los demás habían avanzado hasta la altura de los otros dos krugols, que fueron rodeados y acribillados. El capitán y los demás hombres también avanzaron y se reunieron con ellos.

—Gilbert —dijo Zorel—, con diez hombres sigue avanzado por la derecha y apoya a Hamon, yo lo haré por la izquierda en dirección a Slein. ¡Vamos!

En un abrir y cerrar de ojos, Eldaryl, Gerald, Erik, Nolan y otros seis hombres siguieron a Gilbert. Nolan estaba herido en el brazo derecho, pero aún podía luchar.

—Toma, tu arco y tus flechas —dijo Gerald, que los había recuperado del suelo.

—Gracias —respondió Eldaryl, mientras enfundaba su espada y se la volvía a colgar a la espalda.

Rápidamente se encontraron con más krugols y su avance se vio ralentizado. El combate se hacía a distancia, cosa que les extrañó.

—Parece como si no quisieran acercarse al cuerpo a cuerpo —dijo Erik mientras disparaba una flecha.

—No tiene sentido, combatiendo así tenemos ventaja —dijo Gerald mientras recargaba—. Hay algo que no encaja.

Todos estaban de acuerdo que aquello era muy extraño, pero nadie supo averiguar por qué sus enemigos se empeñaban en detenerlos con flechas y no atacarlos cuerpo a cuerpo, donde estos tenían más ventaja.

Siguieron avanzando paso a paso, consiguieron eliminar a más de seis krugols pero dos exploradores fueron alcanzados y cayeron muertos. Finalmente, pudieron reunirse con Hamon y sus hombres, al parecer tres de ellos habían sido abatidos. Entre el grupo de Gilbert y el de Hamon sumaban diecisiete exploradores. Tres de ellos estaban heridos, pero aún en condiciones de seguir combatiendo.

—Se están replegando hacía en interior del campamento —le dijo Gilbert a Hamon cuando se encontraron.

—Eso parece —respondió Hamon jadeante—, creo que ha llegado el momento de asestar el golpe final.

—De nuestro lado creo que quedan una docena —dijo Gilbert guardándose el arco a la espalda—. El capitán, con el resto del grupo principal, ha ido a unirse al grupo de Slein. Imagino que estarán en la misma situación que nosotros ahora mismo. Debemos conseguir penetrar hasta el centro, de esta forma los tendremos rodeados.

—Lo sé —concedió Hamon—, pero no será tarea fácil. Son tan buenos arqueros como nosotros y cuesta mucho avanzar sin llevarse un flechazo en el vientre.

—No te preocupes —dijo Gilbert a la vez que desenvainaba su espada—, tengo un plan que ya ha sido puesto en práctica con buenos resultados. ¿Hay alguien que sea rápido, ágil y que tenga un muy buen dominio de la espada en tu grupo?

—Tengo dos —respondió Hamon intrigado—, ¿cuál es tu plan?

—Con los cuatro o cinco mejores espadachines que estén entre nosotros —dijo Gilbert—, atacarlos al cuerpo a cuerpo. El resto cubrirá su avance con andanadas de flechas constantes e ininterrumpidas. A medida que los primeros avancen, los arqueros seguirán detrás.

—Me vale —dijo Hamon mientras se giraba—, ¡Helior, Hilur, venid aquí!

Los dos exploradores se acercaron rápidamente al lugar donde estaban los dos tenientes. Eldaryl pudo ver inmediatamente como aquellos dos hombres eran gemelos. Ambos con cabello castaño y ojos color bellota, no debían tener más de veinticinco años.

—Guardad los arcos y desenvainad las espadas —dijo Hamon—, tendréis el honor de cortarles la cabeza a esas bestias.

Gilbert les hizo una señal a Eldaryl y a Gerald para que se acercaran, Eldaryl comprendió que también formarían parte del pequeño grupo de ataque.

—Muy bien escuchad —dijo Gilbert al pequeño comité ahí reunido—. Helior y Hilur vendréis conmigo por la izquierda, Gerald y Eldaryl iréis por el lado derecho. Apenas quedan cincuenta metros hasta el centro, debemos ser rápidos o moriremos. No intentéis matar a cada enemigo si no es necesario, el hecho de distraerles por unos segundos permitirá que nuestros compañeros les puedan dar desde lejos.

Los cuatro exploradores asintieron mientras se sujetaban firmemente el arco a la espalda y desenvainaban sus espadas. Una vez todo el grupo estuvo preparado, y los arqueros con los arcos tensados al máximo, se esperó a que algún enemigo intentara dispararles.

—¡Adelante! —ordenó Gilbert.

—¡Disparad! —ordenó a su vez Hamon.

Una ráfaga de flechas salió volando por ambos lados. En ese mismo instante, Eldaryl y Gerald salieron corriendo a toda velocidad por el lado derecho de la choza en la que se cubrían, mientras que Gilbert y los gemelos lo hacían por la izquierda.

Eldaryl y Gerald apenas recorrieron diez metros cuando se encontraron con dos enemigos, que dieron un salto hacia atrás cuando los vieron aparecer con sus espadas. Gerald lanzó una veloz y poderosa estocada que atravesó a uno de ellos en el pecho y Eldaryl hizo un ataque vertical que cortó el brazo y el arco de su enemigo en dos. Antes de que aquel hombre bestia ni siquiera tuviera tiempo de sentir el dolor, Eldaryl le cortó la cabeza de un tajo horizontal. En ese instante, una flecha pasó casi rozando el hombro de Gerald. Venía de un krugol que no habían visto, a pocos metros más adelante a su derecha. Sin embargo, antes de que este tuviera tiempo a recargar, cuatro flechas se clavaron en su torso y se desplomó.

Siguieron avanzando igual de rápidos de choza en choza y, con el mismo proceder, fueron aniquilando a todos los enemigos con los que se topaban. Finalmente, los cuatro últimos enemigos los esperaban con armas de combate cuerpo a cuerpo. Dos de ellos llevaban pesadas hachas a dos manos y los otros dos tenían el mismo tipo de espada que llevaba el krugol con el que se habían enfrentado hacía apenas un rato.

Eldaryl y Gerald dudaron unos segundos, pero cuando vieron llegar por el otro costado a Gilbert, Helior y Hilur, les hicieron una señal y se lanzaron como un rayo hacia sus enemigos. Los cuatro krugols se dividieron rápidamente en dos y cargaron con enorme furia contra ellos. Era un combate desigual, pero solo esperaban distraerlos y ganar unos segundos para que Gilbert y los gemelos aparecieran por detrás, o que sus compañeros más atrás los acribillaran a flechazos.

Gerald desvió un tajo oblicuo con su espada y esquivó un poderoso hachado que pretendía cortarle la cabeza. Hizo un par de ataques, que fueron bloqueados por ambos krugols, y tuvo que volver a defenderse de varios ataques mortíferos. Por su parte, Eldaryl hizo una pirueta hacia delante cuando el enemigo que tenía más cerca le intentó cortar por la mitad. Justo al reincorporarse, bloqueó un tajo vertical del segundo krugol y, acto seguido, desvió una estocada del primero. Intercambió algunos golpes más con sus enemigos hasta que consiguió hacer tambalearse a uno de ellos. Eldaryl no desaprovechó la ocasión y, con un rápido salto hacia delante, lanzó una rápida estocada que hirió a su adversario, pero no fue un golpe fatal.

Por el rabillo del ojo Eldaryl vio que su amigo tenía problemas y trató de acercarse a él, pero sus dos enemigos le bloqueaban el paso. Fue entonces cuando pudo ver como Gerald era arrinconado contra la pared de una choza, los dos krugols con los que se estaba enfrentando lo acorralaron.

—¡Gerald! —gritó Eldaryl desesperado.

Eldaryl cogió con la mano izquierda su daga y la tiró a modo de arma arrojadiza al krugol que estaba herido. Este tuvo que detenerla con el brazo, ya que iba dirigida a su rostro y no tenía tiempo de esquivarla. Al clavarse en la carne y cortar la musculatura del antebrazo, la mano que sostenía el hacha se abrió como acto reflejo y su arma cayó. Eldaryl se abalanzó hacia él, no sin antes esquivar con una finta un golpe del otro krugol. En un abrir y cerrar de ojos decapitó a su enemigo y, cuando se encaró al segundo, vio como una flecha se clavaba en el cuello de su adversario. Antes de que este cayera, Eldaryl corrió en dirección a Gerald, pero estaba demasiado lejos.

Los dos krugols lanzaban tajos y estocadas de manera frenética contra Gerald, y este apenas podía bloquear o esquivar los duros golpes. De repente, los hombres bestia se abalanzaron contra él, si no lo mataba uno lo haría el otro. Pero en ese mismo instante, dos flechas se clavaron en uno de ellos y dos espadas atravesaron por detrás al otro.

—Por qué poco —dijo Hilur mientras sacaba la espada de aquel cuerpo.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Gilbert que llegaba detrás de los dos gemelos.

—Eso parece —respondió Eldaryl intentando recuperar el aliento.

—¡Teniente! —dijo Gerald a ver llegar a Gilbert cojeando— ¡Estáis herido!

—De nuestro lado eran unos cuantos —dijo Gilbert con una sonrisa forzada—, uno de ellos consiguió clavarme una flecha en la pierna, pero estoy bien.

Mientras Gilbert se vendaba fuertemente la herida con un trozo de cuero, el resto de hombres llegó rápidamente hasta su posición. Habían conseguido llegar prácticamente al centro del campamento. Sin perder tiempo, cuando estuvieron todos reunidos de nuevo, avanzaron rápidamente hasta lo que parecía ser la zona central de todo aquel lugar. Cuando llegaron, no pudieron dar crédito a lo que vieron sus ojos.

—No puede ser —dijo Gerald atónito ante lo que estaba viendo.

Eldaryl y los demás se quedaron pálidos durante unos instantes. Delante de él estaban Gormund, Lucas y Joras, cada uno atado a un enorme poste de cuatro metros de alto. Estaban semidesnudos y cubiertos de manchas de sangre seca. Se podían ver marcas por todo su cuerpo de cortes y golpes.

—¡Rápido, desatadlos! —ordenó Gilbert, horrorizado por lo que estaba viendo.

Eldaryl y los demás se apresuraron en cortar las gruesas cuerdas que los ataban, y depositaron gentilmente y con mucha cura sus magullados cuerpos en el suelo. Durante unos segundos comprobaron si aún estaban con vida.

—No —dijo Erik con tono triste y negando con la cabeza mientras sostenía la cabeza de Lucas.

—¡Maldita sea! —gritó Eldaryl con rabia, al comprobar que el cuerpo de Joras también estaba sin vida.

—Esperad —dijo de pronto Gerald, con dos dedos debajo de la nariz de Gormund—, ¡creo que respira!

Gerald puso su oreja contra el pecho desnudo, frío y ensangrentado de Gormund, intentando escuchar el latido de su corazón.

—¡Está vivo! —dijo Gerald incrédulo.

—¡Rápido tapadle! —ordenó Gilbert.

Gerald y Helior se quitaron sus capas y lo taparon de arriba abajo, dejando solo la cabeza al descubierto.

—Está inconsciente —dijo Gerald mientras ajustaba su capa a modo de manta alrededor de Gormund.

—Gilbert, debemos reunirnos con el capitán —dijo Hamon—. Se puede oír a sus hombres combatir desde aquí, deben de estar a menos de cincuenta metros. Puedo coger a diez hombres, atacaré por la retaguardia a los krugols que estén frenando el paso de los demás.

—Tienes razón —concedió Gilbert, con una mano en su pierna herida—. Acabemos con esto de una vez.

Rápidamente, Hamon y otros nueve exploradores salieron corriendo en dirección a los diferentes ruidos de gritos y golpes producidos por el entrechocar de los aceros. Eldaryl, Gerald, Nolan, Erik, Gilbert, Hilur y Helior se quedaron donde estaban, junto a Gormund.

—Este lugar me pone la piel de gallina —dijo Gerald mientras observaba con detenimiento toda la zona—. Maldigo a estas bestias.

Eldaryl también se sentía inquieto en aquel lugar, todo lo que les rodeaba desprendía un aura de maldad. No había prestado excesiva atención a los detalles de aquel campamento hasta entonces. Muchas de las chozas estaban adornadas con huesos de animales, especialmente calaveras. Además, todo el lugar tenía tonos rojizos debido a que utilizaban sangre para pintar y dibujar símbolos que nadie podía entender ni descifrar.

Después de un pequeño rato de espera, el capitán, Hamon y Slein llegaron al centro del campamento con otros dieciocho exploradores, de los cuáles tres estaban heridos. Eldaryl se quedó sorprendido al ver a tan pocos hombres.

—Ha sido muy difícil atravesar este maldito campamento —dijo Zorel, limpiándose de sangre que no era suya—. Demasiados buenos hombres han caído hoy a manos de esas bestias inmundas. Pero no han dado sus vidas en vano, hemos conseguido limpiar este lugar de esas sucias alimañas. Formad un perímetro alrededor de la plaza y ayudad a los heridos. ¿Cómo se encuentra Gormund?, Hamon me ha dicho que sigue vivo.

—Sigue inconsciente señor —respondió Eldaryl.

—Si hace falta lo cargaremos a la espalda para volver —respondió Zorel—, nadie se quedará atrás. Descansaremos unos instantes y en breves partiremos, pero a antes quemaremos este maldito sitio hasta que solo queden cenizas.

Durante los siguientes minutos, Eldaryl Gerald y Erik se aventuraron unos metros hacia el lado oeste del campamento, el único lugar donde nadie había pasado aún. Apenas treinta metros hacia el sur estaba el río, pero si seguían hacía el oeste se encontraban con un alto acantilado desde donde caía la enorme cascada de más de veinte metros. El ruido que hacía era atronador y apenas se oían a sí mismos cuando hablaban.

Cuando llegaron a la pared del acantilado, se sorprendieron al ver una cueva iluminada por algunas antorchas. Eldaryl se puso tenso de golpe al imaginarse qué podía haber ahí dentro. Gerald y Erik también parecían nerviosos.

—No me gusta esto —dijo Erik mientras desenvainaba.

—A mí tampoco —dijo Gerald cargando una flecha en su arco—, no sabemos si pueden quedar algunos escondidos ahí dentro, ni cuántos.

—Debemos asegurar el perímetro y esta cueva está justo detrás de donde están los demás —dijo Eldaryl tajante—. Debemos asegurarnos de que no queda ninguno, así que estad alerta.

Con suma cautela, los tres exploradores se adentraron en la cueva. Al principio estaba bien iluminada, pero rápidamente la luz se hizo más escasa hasta que solamente se podía ver gracias a las antorchas colgadas en los laterales. La humedad era terrible y todas las paredes estaban recubiertas de un musgo viscoso. No tuvieron que avanzar mucho hasta que llegaron al final de la cueva, donde esta se ensanchaba de repente formando una gran sala de más de quince metros de diámetro. Cuando vieron lo que ahí había, se quedaron petrificados.

—Son jaulas —dijo Gerald con la voz trémula—, y son enormes.

—Sí, pero para encerrar qué —dijo Erik—. Estas jaulas no son para contener a hombres.

—Son para huargos —dijo Eldaryl a la vez que un escalofrío recorría su espalda.

Los tres exploradores estaban delante de más de veinte enormes jaulas. Se podía ver como en ellas había restos de carne y huesos de multitud de animales de todo tipo. Lo que más llamó la atención a Eldaryl fue que, en una de las esquinas, había algunas estanterías con raros equipamientos que no comprendía para qué servían.

—Esto no me gusta nada —dijo Erik nervioso—, salgamos de aquí inmediatamente e informemos al capitán.

—Estoy de acuerdo, larguémonos —respondió Gerald que ya empezaba a retroceder.

Eldaryl asintió sin decir nada, también quería salir de aquel lugar nauseabundo. Enseguida se reunieron con los demás y Eldaryl fue rápidamente a hablar con el capitán, pero todos parecían preocupados por algo que estaba ocurriendo.

—Capitán…—dijo Eldaryl.

—¡Silenció! —ordenó Zorel de pronto—. Gormund se ha despertado.

Para sorpresa de Eldaryl, así era. Gormund seguía estirado, pero tenía los ojos medio abiertos y parecía balbucear algunas palabras que apenas se podían oír.

—Es…—empezó diciendo Gormund, al parecer con mucho esfuerzo—, es una…

Cada palabra o pequeña pronunciación le dejaba prácticamente sin aliento y debía coger lentamente aire para poder hablar.

—Tranquilo amigo —dijo Gilbert sujetándole la cabeza entre sus brazos—, estamos aquí. Respira poco a poco, cuando puedas habla despacio.

Gormund inspiró lentamente y, con lo que pareció un esfuerzo terrible y una mueca de dolor, pudo empezar a hablar.

—Es una… trampa —empezó diciendo con cara de sufrimiento—. No están aquí… corred… huid…

—¿Cómo que no están aquí? —dijo Hamon confuso—. Los acabamos de matar a todos, el campamento ha quedado limpio.

—No… los demás…—continuó Gormund entre tosidos—, no están aquí… los huargos… Os han hecho venir hasta aquí…

—¿Qué estás diciendo Gormund? —preguntó Zorel nervioso—. ¿Qué pasa con los huargos?

—Están con ellos —respondió Gormund, con un último esfuerzo, para no volver a hablar jamás.

—¿Gormund? —dijo Gilbert alarmado —. ¡Gormund despierta!

—¡Maldigo a esas bestias! —exclamó Zorel.

Un silencio doloroso se apoderó de todos. Gilbert depositó suavemente la cabeza de Gormund en el suelo, le cerró cuidadosamente los parpados y le cubrió la cara con la capucha de la capa que lo tapaba.

—Descansa en paz amigo —dijo Gilbert mientras una lagrima recorría su mejilla.

—¿Cómo pueden estar los huargos con ellos? —preguntó Hamon malhumorado.

—¡Capitán! —interrumpió Eldaryl.

—¿Dime Eldaryl qué ocurre? —preguntó Zorel con notable crispación en su voz.

—Hemos encontrado una cueva justo detrás de nosotros —explicó Eldaryl—, dentro había enormes jaulas para encerrar a bestias enormes. Señor, lo que dice Gormund es cierto, inverosímil pero cierto. Creo que de alguna manera los krugols han aprendido a utilizar a los huargos a su favor.

Se hizo un largo silencio entre los hombres, para ellos aquello cobraba dimensiones nunca vistas. Jamás habían oído decir que los krugols utilizaran huargos como mascotas. Los huargos no obedecían a nada ni a nadie, o eso tenían todos entendido.

—Pero, ¿cómo es eso posible? —preguntó el capitán, aún vacilante con lo que estaba oyendo—. Nunca en mi vida había…

De repente, un terrible aullido resonó en todo el campamento, y este fue seguido de otros muchos.

Eldaryl. La mensajera del viento

Подняться наверх