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De vuelta a Los Colmillos

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Apenas era media tarde, pero ya empezaba a hacer frío. Hacía días que el tiempo no acompañaba y llovía con bastante frecuencia. La parte más baja de Los Colmillos a menudo estaba cubierta de una densa neblina que impedía ver más allá de veinte metros. Había estado lloviendo tres días seguidos y, para un explorador, era algo bastante tedioso. Hacía cinco días que Gerald y Eldaryl habían vuelto a su puesto, esta vez a la atalaya número nueve, la más adentrada en Los Colmillos, cerca de donde empezaba el río Anura.

Eldaryl se encontraba sentado en un banco de la segunda planta de la atalaya, afilando su daga cerca del fuego. Junto a él estaban Erik y Nolan, los cuales habían empezado a preparar la cena. Erik, que había cumplido treinta y dos años ese mismo invierno, era un hombre alto y robusto y, a pesar de su apariencia feroz, tenía un temperamento muy apaciguado. Siempre tenía una actitud sosegada y sabia mantener la cabeza fría en las situaciones más difíciles. Por su parte Nolan, algo más joven que Erik, tenía un temperamento algo agresivo, siempre profiriendo insultos y maldiciones.

—Maldita sea, de todas las atalayas esta es la peor —maldijo Nolan mientras cortaba cebolla para preparar con la carne de ciervo—. El frío es insoportable, apenas vemos el sol y, por si fuera poco, es la más peligrosa.

Los exploradores de dicha atalaya eran, sin duda alguna, los que estaban expuestos a más peligros. Dado que la atalaya número nueve era la que se situaba en una posición más adentrada en Los Colmillos, sus exploradores eran los que tenían más posibilidades de encontrarse con huargos, krugols e incluso ogros.

—Ya oíste el informe, no ha habido un solo avistamiento de huargos en todo el mes anterior —dijo Erik, mientras ayudaba a Nolan con la comida

—Oí perfectamente el informe y sigo sin creérmelo —contestó Nolan con el ceño fruncido—. Los hombres que estuvieron aquí este mes debían de estar todos ciegos. Quién sabe, a lo mejor con el frío dejaron de patrullar la zona y se quedaron encerrados en esta torre. Además, el informe decía que ha habido avistamientos de krugols.

—Lucas, Gormund y Joras no deberían tardar mucho en llegar, veremos que nos cuentan —intervino Eldaryl sin quitar la vista de su hoja.

Al día siguiente de su llegada, Gilbert, el teniente de la guarnición, había enviado a tres de ellos a hacer un reconocimiento de la situación en los kilómetros circundantes a la torre. Habitualmente, las rotaciones se hacían cada cuatro días pero, debido a la localización de la atalaya en la que estaban situados esta vez, el teniente había decidido acortar el tiempo que pasaban fuera a tres días. No obstante, habían transcurrido casi cinco días desde que los tres hombres habían partido y no se sabía nada de ellos.

Mientras los tres discutían tranquilamente la situación, se oyó el crujido de la puerta de entrada de la torre al abrirse. Eran Gerald y Sam que volvían de dar de comer a los caballos en el establo. Se quitaron las capas, que colgaron en la entrada, y subieron por las escaleras al segundo piso.

—Hace un tiempo horrible ahí fuera —dijo Gerald mientras se sentaba y ponía las manos junto al fuego.

Sam hizo lo mismo y se apretó en el banco junto a Gerald para calentarse junto al fuego. Sam tenía un año menos que Eldaryl, era de estatura media y constitución delgada. Este era bastante tímido y le gustaba pasar desapercibido, hablaba muy poco pero había cogido cierta confianza con Eldaryl y Gerald. Era el miembro más joven del grupo y solo llevaba dos años en el cuerpo de exploradores.

—¿Sigue arriba el teniente? —preguntó Gerald después de recuperar el calor en sus manos.

—Así es, lleva ahí todo el día, prácticamente solo baja para orinar. Ahora mismo, Viktor está con él —contestó Nolan.

—Ten cuidado Nolan, no vaya ser que decida aliviarse desde arriba cuando estés fuera —dijo Erik divertido dándole un codazo en el brazo—. Capaz eres de confundir su meado con la lluvia.

—¡Ja, ja, ja! —rieron Eldaryl, Gerald y Sam.

A Eldaryl le gustaba mucho el clima caluroso y divertido que había en aquel grupo. De alguna manera, era como una familia para él. Se sentía aceptado y no era discriminado por su apariencia. Incluso sus habilidades que lo hacían tan mortífero, como su agilidad, su velocidad o su vista aguda, no eran en absoluto temidas en el escuadrón, más bien todo lo contrario. Todos valoraban enormemente tener a un miembro como él en el cuerpo, de alguna manera se sentían más seguros con él cerca.

Hasta que no hubieron terminado de preparar la cena, siguieron charlando animosamente, como si nada más ocurriera en el mundo. Una vez todo estuvo listo, se sentaron para comer, solo faltaban Viktor y Gilbert.

—¿Quién va a avisar a esos dos? —preguntó Nolan mientras ponía los últimos cubiertos en la mesa.

—Ya voy yo —dijo Eldaryl mientras enfundaba su daga rápidamente.

Eldaryl recorrió en unos instantes los escalones que formaban la escalera de caracol de la torre. Cuando hubo llegado arriba, abrió la trampilla hecha de madera de roble que separaba el interior del exterior de la torre. Tan solo sacó la cabeza para advertirles de que la comida estaba lista. Allí estaba Gilbert de pie, bajo el techo de madera, escrutando el horizonte a través de las almenas. A su lado estaba Viktor sentado, parecía que estaban discutiendo sobre un tema serio.

Toda la estructura de la atalaya era de piedra excepto las puertas y el tejado, que eran de madera. El tejado tenía forma cónica y no estaba unido a las almenas, permitiendo una mayor visibilidad. Este se aguantaba con cuatro gruesas columnas también hechas de madera. Su principal y casi única función era proteger de la lluvia a los exploradores que debían hacer guardia. Desde lo alto de la torre se podía observar todo a kilómetros de distancia, si el clima lo permitía, por lo que siempre había como mínimo una persona vigilando, ya fuera de día o de noche. Normalmente se hacían tres rotaciones al día; de desayuno a comida, de comida a cena y de cena a desayuno. Sin embargo, salvo en los meses de más frío, siempre había voluntarios para hacer guardia. La verdad era que las vistas desde lo alto de según qué atalayas eran preciosas y, sobre todo, la persona de guardia estaba exenta de las diferentes tareas que debían hacerse de forma cotidiana.

—Señor, la cena está lista —dijo Eldaryl aguantando la trampilla con un brazo.

El hecho de que la entrada al último piso fuera horizontal y no vertical, se debía a una razón estratégica muy importante. Si se daba el caso que algún enemigo conseguía entrar en una de las atalayas, sus defensores se refugiaban en el último piso. A partir de ahí, puesto que la entrada era en horizontal y el enemigo llegaba desde abajo, los que defendían la torre obtenían una ventaja enorme contra cualquier atacante, ya que tenían la posición superior y la entrada era lo suficientemente estrecha como para no dejar pasar a más de una persona a la vez. Así pues, con tan solo cinco hombres bien equipados, disciplinados y tenaces, se podía defender el último piso de una atalaya contra decenas de enemigos.

—Estupendo, ya era hora —contestó Gilbert que, sin más preámbulos, siguió a Eldaryl camino abajo por las escaleras.

Viktor se quedó arriba haciendo guardia, a la espera de que Gerald acabara de cenar y subiera a hacer el turno de noche.

El teniente se sentó en el centro de la mesa, entre Eldaryl y Erik, y pareció satisfecho con lo que veía. La mayor parte de la comida que solían comer era la que se traían en las provisiones desde Gösul. Por lo tanto, cuando cazaban un ciervo o un jabalí, los cuales abundaban en toda la zona, todos se deleitaban como si no hubiesen comido nada bueno en un mes.

—¡Excelente! Enhorabuena a los cocineros —exclamó Gilbert con la boca llena—. Sin olvidar a nuestro infalible cazador.

Eldaryl, dado sus agudos sentidos y su habilidad, era quien en la mayoría de veces volvía con alguna pieza. Normalmente, cuando se encontraban en la atalaya, solo los tres hombres que estaban de reconocimiento cazaban, y el resto debía quedarse en los alrededores de la torre. Pero Gilbert hacía una excepción con Eldaryl y le permitía alejarse algo más, hasta un par de kilómetros de la zona. De esta forma, sin arriesgar demasiado, se podía conseguir carne fresca para varios días siempre que hiciera falta.

Cuando Eldaryl entró en el cuerpo de exploradores y conoció a Gilbert, este le pareció un hombre duro, severo y extremadamente disciplinado, demasiado incluso para su gusto. Sin embargo, con el tiempo también descubrió que era muy justo, siempre escuchaba los consejos e ideas de los demás y, por encima de todo, sabía valorar a sus hombres y animarlos. El teniente, pasados ya los cuarenta años, era muy respetado y valorado por sus hombres. Su pasado era misterioso a la vez que notorio; era sabido por todos que, con tan solo veinticinco años, fue nombrado teniente, y con veintinueve se le ascendió a capitán, convirtiéndose así en el capitán más joven que el cuerpo había tenido. No obstante, debido a circunstancias y hechos que nunca se desvelaron, y que el teniente nunca había confesado a nadie, fue degradado a teniente tan solo tres años después de su ascenso.

—Señor, ¿cuándo cree que llegarán Lucas, Gormund y Joras? —preguntó Gerald a Gilbert con tono serio.

Existía una regla fundamental en el cuerpo de exploradores, la puntualidad en lo que refería al regreso de una patrulla. Esta debía volver siempre como muy tarde el día posterior al acordado, si los hombres no volvían en el tiempo previsto se daba por supuesto que algo había ocurrido y se enviaba una segunda patrulla para localizarlos. Por lo tanto, retrasarse por causas injustificadas era muy grave, puesto que se obligaba a la guarnición de la atalaya en cuestión a poner en peligro a más hombres inútilmente.

Hasta entonces, desde que Eldaryl estaba a las órdenes de Gilbert, nunca había ocurrido tal cosa. Los exploradores eran hombres muy resistentes, expertos en la supervivencia y el sigilo en el bosque, así como guerreros muy habilidosos. Por lo tanto, si bien cada año moría una media de unos diez exploradores, eran raros los accidentes o las pérdidas teniendo en cuenta que se enfrentaban constantemente a multitud de peligros y amenazas.

—Quizás con esta niebla se hayan retrasado… —respondió Gilbert con el semblante sombrío—. Si mañana al salir el sol no han vuelto iréis Erik, Gerald y Eldaryl.

De repente, Gerald, que estaba sentado enfrente de Eldaryl, miró a este con rostro serio. Eldaryl comprendió que su amigo estaba preocupado, era la primera vez que deberían realizar una salida de aquel tipo. Una cosa era evitar ser visto y la otra buscar compañeros que no sabían dónde estaban ni qué les había ocurrido.

Finalizaron la cena y cada uno se encargó de recoger sus cosas, el encargado de limpiar esa noche era Sam, el cual inmediatamente se puso a limpiar la mesa, los platos y los cubiertos, así como la marmita y la sartén. Era una labor que nadie deseaba hacer, pero a la que todos debían contribuir regularmente. El único exento de cualquier tarea de limpieza y mantenimiento de la atalaya era el teniente.

—Gerald, esta noche no harás guardia, la hará Viktor —dijo Gilbert mientras se dirigía a las escaleras que conducían al piso de abajo—. Quiero que tú, Eldaryl y Erik descanséis bien esta noche por si debéis marcharos mañana.

—De acuerdo señor —contestó Gerald medio sorprendido.

Erik y Eldaryl asintieron con un movimiento rápido de cabeza.

—Que alguien le suba algo de comida a Viktor y le informe del cambio —finalizó el teniente, ya con el primer pie en las escaleras.

—Enseguida —contestó Eldaryl.

Eldaryl llenó un cuenco con un trozo de carne y media cebolla que habían sobrado, cogió algo de pan y un vaso de vino caliente. Haciendo equilibrios, subió las escaleras hasta el piso de arriba, donde se encontraba Viktor tapado con su capa. Este, al ver llegar a Eldaryl con todo aquello, comprendió que esa noche la pasaría ahí arriba.

—El teniente ha hecho un cambio en la guardia de esta noche —dijo Eldaryl que no veía en el rostro de su compañero ninguna señal de sorpresa.

—Ya veo… —respondió Viktor mientras ayudaba a Eldaryl a pasar la trampilla—. Además de Gerald, ¿quién formará el grupo para ver que ha ocurrido con esos tres?

Eldaryl se quedó algo atónito. Como siempre, Viktor conseguía sacar las deducciones más exactas con la más mínima información.

Viktor era un hombre físicamente poco dotado, bajito y algo enclenque, y sin duda el menos habilidoso en el combate de los diez hombres que formaban el escuadrón. Antes de conocerlo, muchos se preguntaban cómo un hombre como él podía estar en el cuerpo de exploradores. No obstante, este suplía su inferioridad física y su falta de talento en el combate con una inteligencia fuera de lo normal. Siempre tenía una solución a la mayoría de problemas y su capacidad de deducción era sorprendente. Sus ideas parecían ser siempre acertadas, a pesar de que fueran a menudo poco ortodoxas, y era capaz de tomar decisiones correctas de manera rápida en las situaciones más peligrosas. Tenía veintiséis años, pero parecía que acumulara la sabiduría de un hombre de sesenta.

En cualquier caso, a Eldaryl siempre le gustaba conversar con él. Viktor se sentó en un taburete y depositó el plato y el vaso de vino en una pequeña mesa. Eldaryl se quedó de pie, apoyado en una almena, escrutando el horizonte. A pesar de que su vista era muy aguda, le costaba ver más allá del establo debido a la espesa niebla. Intentó afinar el oído, pero no oyó ningún ruido inusual, solo el canto del algún pájaro entre las ramas de los árboles circundantes. Una ráfaga de viento acarició su rostro y este se ajustó la capa con la que había subido puesta. En lo alto de la torre siempre soplaba viento y, cuando hacía frio, donde más se notaba de toda la atalaya era ahí arriba.

—¿Crees que habrá ocurrido algo? —preguntó Eldaryl.

—No hay manera de saberlo —contestó Viktor mientras comía resguardado del viento tras una almena—. Lo único que sabemos del cierto es que llevan más de un día de retraso, y eso no ocurre muy a menudo. Por no decir casi nunca…

Esa respuesta no convenció a Eldaryl, estaba convencido de que algo más había en la mente de su compañero.

—No me digas lo que ya sabemos, dime qué crees tú —dijo Eldaryl girándose para mirarle.

Viktor cogió el vaso de vino y bebió un largo sorbo, dejó que el líquido caliente le recorriera el cuerpo dándole una ligera sensación de calor. Normalmente se tomaba una jarra de cerveza para acompañar la comida pero, para los que tenían que hacer guardia en lo alto de la atalaya, el teniente permitía que se diera vino caliente. Ese pequeño lujo, reservado a los tenientes y capitanes, era valorado enormemente por los hombres de Gilbert y estos le estaban muy agradecidos.

—La verdad es que algo me huele mal, hay algo que no encaja con lo sucedido en los últimos meses —concedió Viktor con tono misterioso—. La disminución de los ataques de huargos de forma repentina y el aumento de avistamientos de krugols en esta zona… Parece la calma que precede a la tempestad.

Eldaryl se sentó en otro de los taburetes que había y reposó el hombro derecho contra una almena. Era exactamente lo mismo que pensaba, desde la noche que hablaron de ello con Gerald en su casa, no dejó de venirle a la mente la idea de que algo iba a ocurrir. Sin embargo, no alcanzaba a comprender qué podía ser.

—¿Puede ser que los huargos se escondan de los krugols? —preguntó Eldaryl sabiendo que la pregunta no tenía mucho sentido.

Los huargos eran extremadamente feroces y no huían ante nada ni nadie, si decidían atacar lo hacían y la única manera de pararlos era matándolos.

—No son los huargos lo que más me preocupa, son los krugols —contestó Viktor con el semblante serio—. Hay poca información escrita sobre ellos y, a pesar de que se escribieron varios manuscritos sobre estas bestias después de la guerra contra Malagoth, lo único que conocemos de manera precisa es su aspecto, su fuerza, su velocidad y su ferocidad en el combate.

Ya había oscurecido y el bosque se quedó en un silencio casi total, solo se oía el ruido del viento. Ambos se quedaron inmersos en sus pensamientos, Viktor acabó la cena y, con un último trago de vino, se levantó y se tapó de nuevo con su capa de color verde oscuro. Eldaryl recogió el plato y el vaso para devolverlos a la cocina.

—Buena guardia —dijo Eldaryl antes de bajar.

—Gracias, hasta mañana —replicó Viktor, que ya tenía la capucha puesta y el pañuelo que cubría el cuello y la parte inferior de la cara subido.

Cuando Eldaryl volvió al segundo piso, la mayoría de candelas estaban apagadas, únicamente un par todavía daban algo de luz en el pequeño comedor. Solo Gerald y Sam se encontraban ahí, el resto de la guarnición se había ido a dormir.

Todos los hombres, excepto el teniente, dormían en el segundo piso, en unas estrechas camas de madera con colchones de paja que había en una habitación que ocupaba la mitad de la planta. Gilbert dormía en el sótano, en una habitación que tenían todas las atalayas para los oficiales. En el sótano también se guardaban los víveres y los toneles de agua, cerveza y vino, así como ropas y equipamientos de recambio.

—Espero que vuelvan esos tres —dijo Gerald preocupado, mientras Eldaryl se sentaba junto a él en el banco del comedor —. Me temo que algo raro está pasando en estas malditas montañas.

—No eres el único —replicó Eldaryl con tono seco.

—Si realmente ha pasado algo, ¿por dónde crees que deberíamos empezar a buscar? —preguntó Gerald mirando a Eldaryl.

Había poca luz en la sala, pero en los ojos de Eldaryl se reflejaban los destellos de luz de una de las candelas.

—Creo que no es el momento de pensar en ello. Mañana, si se da el caso que debemos partir, lo hablaremos con todos —contestó Eldaryl—. Creo que lo mejor que podemos hacer ahora es dormir y descansar para estar frescos al amanecer. Esas han sido las órdenes del teniente, así que te recomiendo que no pienses en ello ahora y duermas.

Eldaryl se hacía la misma pregunta que Gerald, la respuesta que le dio a este fue más bien una manera de convencerse a sí mismo de que no servía de nada pensar en ello en aquel momento. La noche se fue haciendo más fría y no tardaron en unirse a sus compañeros en un sueño atormentado por miedos y preguntas sin respuesta.

Eldaryl. La mensajera del viento

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