Читать книгу Naraligian. Tierra de guerra y pasión - F.I. Bottegoni - Страница 10
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Travesías y peligros
Amanecía, las aves cantaban al imponente sol, los ciudadanos de Filardin abrían sus negocios, los puestos de telas y alimentos se abrían paso a lo largo de las calles. Las campanas de la ciudad comenzaron a sonar. La gran multitud que circulaba por la Calle del Invierno, la cual cruzaba la ciudad en dirección a la fortaleza, comenzó a tirarse para los costados. Cabalgaba un grupo de caballeros. Todos ellos con armaduras color gris oscuro, un tabardo rojo cubría la parte superior de estas y sus capas eran color carmesí con ribetes dorados.
Ante las puertas de la fortaleza principal se hallaba el rey y a su derecha el joven príncipe que vestía un jubón de terciopelo blanco y su magnífica espada colgada a su derecha. El que parecía el líder de los caballeros descendió rápidamente de su caballo. Filead reconoció al instante el emblema que llevaba en el pecho. Un gran lobo negro sobre fuego dorado.
—Veo que lord Dreimod ha mandado a sus caballeros. –dijo Alkardas admirando las armaduras de estos –¿Cómo anda el viejo rufián? Se dice por aquí que ya no desea más seguir luchando.
—Puras mentiras mi señor –el caballero se sacó el yelmo. Su pelo era blanco como el platino y sus ojos dorados como el oro. –Temo mi señor que la ciudad de Minathan ha sufrido un ataque, que la ha dejado en ruinas.
—A qué te refieres con que ya solo son ruinas –dijo Alkardas tomando por los hombros a su hijo –¿La ciudad fue destruida? ¿Por quién?
—No lo sabemos mi rey –dijo desmontando el guardia, este se acomodó la cota de malla y erguido siguió contando –un hombre apareció en medio de la noche y con sus manos prendió fuego todo lo que se encontraba a su paso.
—Con una antorcha me imagino –dijo el capitán Filead.
—¡No! –refutó el hombre de Lord Dreimod –de sus manos desprendía oleadas de fuego, con los cuales destruyó y mató a la mayoría de la población de la ciudad. Mi señor huyó de allí cuando vio que no lo podrían vencer.
—Me encargaré de enviar constructores a reparar todo lo que haya sido destruido por el fuego –dijo el rey, este llevó a su hijo hasta un lugar apartado y le dijo –irás a Minathan, necesito que veas lo que pasó, y me digas, con detalle, todo lo que observes. El capitán Filead te acompañará, ten mucho cuidado Poni –el rey besó a su hijo en la cabeza.
—No te fallaré padre. –Ponizok miró a los ojos a su padre, quien parecía orgulloso de él –Reuniré un grupo de caballeros y partiré hacia el Norte.
—Lleva contigo a Sir Wandor, Sir Igalín, Sir Morwund y también a Sir Nódagan. –le recomendó el rey a su hijo –ellos son caballeros de confianza.
—También me llevaré a Sir Ruguen –dijo el príncipe –él es el más renombrado de entre todos ellos. Según lo que me contaste, él enfrentó solo a los hermanos Gargarant durante la rebelión de las Tierras de Fuego.
El rey asintió con su cabeza. Después de la charla, los dos volvieron a donde se hallaban los capitanes con los guardias reales. Los caballeros de Minathan haciendo una reverencia se retiraron del castillo. El rey le ordenó a Filead que buscara a los nobles caballeros para que los acompañasen en su travesía hacia el Norte.
El capitán, sin demorarse un segundo, partió en su búsqueda. Ponizok fue a su alcoba, donde se colocó su armadura y sobre ella un tabardo negro con el blasón de la casa Greywolf. En su cintura colocó la espada que le fue obsequiada. Cuando terminó, volvió a la puerta principal de la fortaleza donde lo esperaba Filead junto a los caballeros de Filardin. Todos llevaban armaduras color blanco con el emblema en su pecho de una luna atravesada por una espada. Este los distinguía como los caballeros de la luna, una antigua orden que juraba proteger el reino como también a su gente.
El capitán Filead sostenía el caballo del príncipe, para que este pudiera subir sin problema. A Sir Wandor y Sir Morwund les extendieron dos banderas con el escudo de la casa regente de Fallstore. Estos las tomaron y así comenzaron su largo viaje hacia el Norte. La ciudad estaba repleta. La gente que los veía pasar, se inclinaba para saludar al príncipe o para darle palabras de aliento.
Todo el mundo abría paso para que la caravana se desplazara sin problemas por la Calle del Invierno, que era la que unía el castillo con la puerta principal de la ciudad. De pronto Sir Ruguen y Sir Nódagan, quienes iban a la cabeza del grupo, se detuvieron al ver que uno de los ciudadanos no les dejó el paso. Este estaba encapuchado, no le podían ver el rostro.
—Abrid paso al príncipe heredero al trono de Fallstore –dijo enojado Sir Igalín al desconocido que se encontraba en la calle –¿O acaso no lo sabes?
—Lo se mi señor –dijo quitándose la capucha el ciudadano. Este era un hombre joven. Posiblemente de la misma edad del rey. Su pelo era negro como la noche, y sus ojos verde claro miraban al caballero.
Ruguen desmontó de su caballo y acercándose al joven le volvió a decir.
—¡Nos dejarás pasar, o tendremos que sacarte a la fuerza del medio! –Ruguen parecía totalmente sacado de sus cabales –¡Tenemos que irnos, y tú no te corres!
—Sir Ruguen –dijo este colocando su mano en el hombro del caballero –no es bueno pelear entre nosotros, y menos sabiendo que perderás. –dijo sonriéndole.
Ruguen tomó su espada y colocó la punta en el pecho del ciudadano. Este pasó su mano sobre el frío acero, el cual se partió en varias partes. Ponizok, quien miraba el conflicto desde su caballo, rio. Los demás caballeros incluyendo a Filead lo siguieron.
—¿Cómo te llamas? –preguntó el príncipe descendiendo de su caballo –¿O acaso no tienes un nombre?
—Me llamo Nimbar mi señor –dijo el mago arrodillándose –he venido a suplicarle que me permita acompañarlo en su viaje.
—¿Cómo es el nombre de tu casa? –dijo Igalín a Nimbar, quien permanecía arrodillado.
—No tengo mi señor –Nimbar miró a los ojos al caballero –vengo de la Torre de la Hermandad, donde me criaron desde que era un simple niño.
—¡Perteneces a la hermandad de la magia! –dijo feliz el príncipe –¡Eres un hechicero! –Nimbar asintió con la cabeza –¿Por qué deseas acompañarme? –preguntó tomando por el hombro al mago.
—Desde que era un niño siempre he deseado servir a algún señor o rey de los reinos. Mi mentor me dijo, que un poder oscuro se alzaba sobre toda Naraligian, y que en este reino se concentraba más. El me pidió que lo ayudara a usted, mi príncipe.
—Dime Nim tienes experiencia en combates –el príncipe le giraba en torno al joven, quien se había parado erguido –¿prefieres usar una espada o simplemente un puñal?
—Ninguno de los dos, mi joven príncipe –afirmó el mago –se usar una espada, pero prefiero usar la magia antes que el acero.
—¿Tienes caballo o simplemente piensas seguirnos corriendo? –dijo sonriendo Poni.
Nimbar dándose vuelta se dirigió hasta un sector apartado de la calle de donde tomó un caballo color pardo. Este montó en él, cuando vio que Ponizok lo hacía. Ahora todos juntos devuelta iniciaron su vuelta hacia Minathan donde lo desconocido los esperaba. El mago tomó de la silla de su corcel una espada, con la empuñadura dorada. Este se la entregó a ser Ruguen, quien la tomó con desprecio.
—Temo que he destruido la suya, Sir Ruguen –dijo apenado Nimbar –por eso le doy la mía, la cual me fue regalada por mi maestro. Espero que no me guarde rencor por lo sucedido.
Sir Ruguen miró al príncipe quien le devolvió la mirada con el ceño fruncido, como si le dijera que no respondiera lo que tenía pensado.
—Será un honor llevarla conmigo en este viaje –dijo sonriendo el caballero –cuando acabe esta travesía se la devolveré.
El camino era largo, lo bueno era que ellos iban al galope por las grandes llanuras cercanas a Filardin. Ahora el príncipe era quien guiaba al grupo. Nimbar a su lado trataba de seguirle el paso. Todo estaba en paz. El hechicero le contaba al príncipe todo lo que sabía sobre la magia y le explicaba que ningún mago de su legión habría cometido tal ataque contra su reino.
Después de cuatro días de haber galopado. La pequeña compañía se encontró con un grupo de extraños personajes en las cercanías de la ex ciudad de Minathan. Estos llevaban puestas armaduras livianas de acero negro. Poni no reconoció el emblema que llevaban sobre el pecho, una calavera con una corona. El capitán Filead apresurando la marcha se acercó a este grupo.
—¡Quién lo diría! –dijo uno de los hombres a sus compañeros –era de esperarse. El rey Alkardas envía a su propio hijo a investigar lo que aquí sucedió.
—Mi nombre es Ponizok Greywolf, príncipe heredero al trono –dijo el príncipe tomando su espada –exijo saber quiénes son ustedes y por qué vienen armados a mis tierras.
Cuando Sir Ruguen, el más viejo de su guardia, observó el blasón que estos portaban, desenfundó su espada. Los demás caballeros lo siguieron al igual que los otros.
—Son hombres de la casa Lenger, mi señor –Ruguen apartó al príncipe de la situación actual. Este lo miró enojado. –Caballeros del reino, protejan al príncipe.
Uno de los enemigos que fue a atacar al príncipe, fue detenido por Nimbar, quien con sus manos lanzó un rayo de luz que atravesó el pecho del algiriano. Los demás formaron una media luna enfrentados a los hombres de Fallstore. Uno de ellos avanzó y se presentó ante Ponizok quien lo miraba con odio. Era un hombre de baja estatura, con ojos marrones anaranjados. Su nariz tenía la forma de un gancho de asalto.
—Saludos oh gran Ponizok Greywolf, hijo de Alkardas Greywolf, príncipe heredero al trono de Fallstore –este sonrió de forma burlona al joven. –Mi nombre es Redorn, capitán de las fuerzas de Algirón y he de pedirles que se retiren, antes de que tengamos que llevarlos detenidos –señalando a Poni.
Nimbar se colocó entre el joven príncipe y los que querían tomarlo por la fuerza. Los hombres de Algirón, lo miraban mientras se reían. No lograban entender como un hombre desarmado los enfrentaría. El mago con un movimiento de sus manos creó una oleada de viento que empujó a los enemigos, quienes cayeron como árboles talados.
—Si se meten con Ponizok Greywolf, se están metiendo conmigo. –este se apuntaba con su dedo índice, para decirles a quien se refería –Lo que implica que tampoco se meterán con los compañeros y amigos de este.
—¿Quién eres? ¿y de dónde eres exactamente? –Redorn extrajo un puñal de su armadura –responde así sabré a quien mandarle la noticia de tu muerte.
Nimbar lanzó un haz de luz blanca, el cual dio en el corazón del capitán algiriano. Este cayó de bruces sobre el pasto verde. Con su último respiro, volvió a preguntarle al mago, quien le respondió que no sería necesario ya que el viviría, pero lo bueno de eso era que él sabía de donde venía el capitán.
Los sobrevivientes de Algirón comenzaron una rápida huida hacia el Norte. Los caballeros que venían con Ponizok los siguieron hasta que acabaron con todos y cada uno de ellos. Quemaron a los muertos para evitar que la peste los destruyera, como ya lo había hecho tiempo atrás. Suerte que, gracias a sus plegarias, Faler, su padre protector, les brindó la cura con la cual la combatieron.
—¿Desde cuándo los algirianos se aventuran tan al Sur? –preguntó Sir Morwund, a sus compañeros, quienes trataban de encontrar algo entre las vestimentas de los enemigos, que les pudiera responder a ese interrogante.
Sir Igalín, quien buscaba en la armadura del hombre que había sido atravesado por la magia de Nimbar, halló en ella un trozo de papel viejo y amarillento, el cual decía:
Volvemos.
»Mis queridos hermanos de sangre como de nación.
Hoy vengo a decirles que nuestro tiempo ha regresado.
Pronto todo volverá a ser como nos lo habían prometido.
Y para que vean que lo que digo es cierto, he destruido
una de las ciudades del reino de los lobos. Su amada
Minathan ha sido incendiada por mi fuerza.
Es hora de que todos los naraligianos sientan otra vez
la ira de Algirón.«.
El señor de la oscuridad eterna.
—¡No puede ser posible! –dijo Sir Igalín entregando la carta al capitán Filead –el reino de Algirón volverá a levantarse en contra de los demás reinos. El ataque a Minathan solo fue una demostración de su poder total.
—No entiendo esto –dijo Filead mostrando lo escrito en el papel –este documento fue firmado por el señor de la eterna oscuridad. Que yo sepa, el único que fue llamado de esa manera, fue aquel a quien tu padre asesinó hace varios años –señalando al príncipe.
—Golbón Lenger. –Poni negaba con la cabeza, el no creía que un mal tan poderoso pudiese renacer –Nadie puede volver de la muerte, es totalmente imposible que la persona que escribió esta carta sea el antiguo rey de la tierra del Norte.
—Mi señor, es posible que un ser pueda ser revivido, pero, solo una persona con gran poder podría hacerlo. –Nimbar, miró a Ponizok quien estaba tratando de procesar esta información –Pero no hay nadie en esta tierra que pueda lograr tanto poder.
—¿Quién afirma que no fue uno de tus compañeros, de la Torre de la Hermandad? –dijo Ruguen tomando por su chaleco de cuero al mago –Podría ser que después de años tratan de tomar Naraligian con su magia.
El mago soltándose del caballero, prendió sus manos fuego, las llamas parecían no hacerle ningún daño, pero con eso él pensaba hacerlo. Poni agarró el brazo de este, quien, al verlo, apagó sus manos. Sir Ruguen, estaba convencido de que este sujeto tenía algo que ver con el ataque al reino. Pero, si fuera así ¿por qué entonces no ayudó a las tropas de Algirón?
—Juro por los cuatro dioses, que mis hermanos no tuvieron nada que ver en esto. –dijo Nimbar acomodándose el chaleco –Nuestra misión en esta tierra es la de proteger a sus habitantes, no de iniciar una guerra, la cual acabaría con todo lo que respira y camina.
—¡Basta de esta pelea absurda! –el príncipe se colocó en medio de los dos, quienes bajaron la cabeza, cuando este los miró. –Alguien o algo, destruyó la ciudad norteña del reino de mi padre. Nos fue encargado, ver que lo que pasó fuera cierto, y también hallar al culpable, para llevarlo a Filardin, donde enfrentará la justicia del rey.
Todos volvieron a montar, y callados continuaron su viaje. Tomaron el Camino Escarchado, el cual los dejaría justo a la entrada de la ciudad fortaleza. Un par de horas tardaron en llegar hasta lo que antes fue el gran arco de piedra. Este indicaba a los viajeros, que en las proximidades se encontraba Minathan.
El príncipe recordó que esta ciudad había sido construida por Rothakan Greywolf quien la edificó como medio para proteger el Este, en caso de que el enemigo viniera por ese lado. Poni tuvo la gran suerte de haberla visitado una vez, cuando su padre, lo llevó por todo el reino para que todos los lores que le habían jurado lealtad, conocieran al que sería el heredero al trono. También que él pudiera entablar alguna relación con los hijos de estos.
Cuando al fin estuvieron frente al gran agujero en donde estaban las grandes puertas de madera y acero de la ciudad, todos descendieron de sus caballos y con espadas en mano avanzaron hacia el interior. Ya era de noche, por lo cual encendieron unas antorchas para iluminar el camino. Sus pasos hacían eco contra las paredes de oscuridad.
—¿Quién sería capaz de provocar tal desastre? –preguntó Poni mientras tomaba del piso escombros de una de las casas –Espero poder encontrar al culpable de esto, y cuando lo haga, lo mataré con mis propias manos.
—¡Ayuda! –gritó una voz.
El príncipe miró en todas las direcciones para encontrar quien pedía auxilio. Los caballeros y Filead buscaron por todos lados, hasta que, entre un grupo de piedras y vigas de madera, encontraron a un hombre, todo raspado y en varias partes de su cuerpo tenía quemaduras. Sir Wandor quien era el más fuerte de los cinco caballeros, sacó al sobreviviente y lo colocó contra una de las paredes de la fortaleza. Filead le convidó agua de su saco. Este, aceptándola, tomó un sorbo para refrescarse.
—Gracias, son muy amables –dijo el hombre, tratando de acomodarse de una mejor manera –creí que ya estaba muerto, que nadie me ayudaría. Perdí toda esperanza cuando vi que al que nos atacó no le bastó con solo quemar la ciudad, también atacó y mató a la mayoría de los habitantes del castillo.
—¿Pudiste reconocer al atacante? ¿Tuviste la oportunidad de ver su rostro o algo de él? –pregunto Sir Igalín, quien miraba lo que antes había sido la gran Minathan.
—No pude ver mucho, –respondió, mientras se rascaba la cabeza –lo único que recuerdo, fue una luz que venía del otro lado de los muros de la ciudad. Los hombres de la guardia, apresurados corrían hacia la puerta o a las murallas. Yo, por mi parte, quise ver lo que sucedía, pero cuando me acerqué al portón principal, este voló hacia donde me encontraba. Tuve suerte de poder esconderme en ese momento. –el hombre temblaba de miedo –Eso fue todo que lo vi. Un hombre vestido de negro, su rostro era alargado, y sus ojos brillaban en el medio de la noche. Varios guardias trataron de enfrentarlo, pero no lo lograron ya que él los mandaba por los aires, contra los muros o el adoquín de las calles.
—¿Este hombre, llevaba algo como un anillo, bastón o un medallón que lo identifique? –dijo Nimbar mirando a los ojos del sujeto.
—No llevaba nada. –el hombre quedó enmudecido por un momento, sus ojos se agrandaron como si hubiera recordado algo –Ahora que lo pienso, llevaba algo en su pecho, una especie de collar que tenía la forma de un cuervo sosteniendo a un hombre por los hombros.
—¿Un cuervo dices? –dijo Nimbar –Ese animal no se usa en ningún estandarte, ni como un emblema, ya que simboliza la muerte. Por eso se acostumbra a enviar cuervos como mensajeros, cuando la noticia es mala. Es utilizado, por los que acostumbran a usar la magia negra, como los nigromantes.
—¿Cómo te llamas? –preguntó el príncipe, mientras prendía una fogata para que se mantuvieran calientes.
—Me llamo Lunebal, soy un simple panadero. –respondió llorando –¿Y su nombre mi señor?
—Mi nombre es Ponizok Greywolf, ellos son Filead, Wandor, Igalín, Ruguen, Nódagan y Morwund. –señalando al capitán y a los caballeros, quienes saludaban cuando eran nombrados –Mi padre me envió con el fin de descubrir que ha pasado en este sitio. También tengo que encontrar a Dreimod Dunkoren, protector de la ciudad y vigía del Noreste del reino.
—Lord Dreimod escapó, cuando la derrota era inminente mi señor. –Lunebal, trató de ponerse en pie, algo que le fue difícil por las quemaduras y raspones. –Huyeron hacia el Puerto del Lobo. Deben haber establecido un campamento allí, o tal vez Lord Félonen les ofreció refugio en la ciudad.
—Mi padre enviará hombres, para poder reparar este lugar. –dijo el príncipe colocando su mano en el hombro del panadero –No dejaremos que alguien trate de intimidarnos destruyendo uno de nuestros fuertes. La reconstruiremos y la haremos más bella de lo que fue. Tu tarea es ir al Puerto del Lobo y notificar a Lord Dreimod que haber abandonado esta fortaleza a su suerte es imperdonable. Y dile también que, si le queda algún gramo de honor en su ser, entonces debería venir a ayudar.
—Partiré a primera hora de la mañana, mi señor. –decía, haciendo una reverencia al príncipe, quien lo miraba serio. Este se mordía sus finos labios, como método para descargar toda la ira que sentía –Le daré su mensaje y volveré aquí inmediatamente. Estaría agradecido mi señor si pudiera brindarme un caballo, para evitar caminar por las heridas.
Sir Ruguen extrajo de unos sacos pan y carne seca para alimentarse en la oscura y fría noche. Este lo trozó en partes iguales y le fue dando una porción a cada uno. Ponizok tomó la suya y comió un trozo de carne primero. Nimbar, colocó unas copas en el piso y sirvió aguamiel que había traído escondida en una de las alforjas del caballo. El mago tomó asiento junto al príncipe, quien parecía haberle cogido cariño.
El viento soplaba entre los miles de huecos donde antes había casas y edificios. Su sonido era como el de una flauta. Poni se recostó sobre una antigua viga mientras ingería otro trozo de pan con carne. La música del viento y el sabor de la comida y la bebida en su garganta tranquilizaron sus penas y lo hicieron pensar en lo imposible y en todo lo que había conocido durante su juventud que ya no sería lo mismo.
—Aún no comprendo este asunto de magia y odio. –Nimbar le dijo en voz baja al príncipe, quien le dio toda su atención –Nunca un nigromante se atrevió a levantarse contra las fuerzas de la luz y la paz. Si esto fue causado por uno de ellos, el líder de la hermandad de la magia, debería tomar acción inmediata en el asunto. Él es sabio y poderoso, él sabrá que hacer.
—Este problema es nuestro y solo nuestro. –el príncipe bebió de su bolsa un poco de agua. El aguamiel, le iba a nublar los sentidos, y le parecía conveniente estar en buen estado en caso de que hubiera más enemigos en los alrededores –Alguien llamó la atención de mi padre y no sé por qué. Pero si intenta hacer algo más como matar a alguno de los consejeros reales, atacar un poblado o destruir la muralla Duntenidan te aseguro que el rey iniciara una guerra.
—Si eso sucede, ten en cuenta de que yo pelearé a tu lado, –Nimbar tomó la mano de Ponizok –mi intención es cuidarte. Cuando mi maestro nos otorgó los lugares, los cuales deberíamos proteger, le solicité que me enviaran a Filardin, sentí que ese era mi lugar. En fin, cuando llegué allí, supe sobre tu existencia y me dije:
»Es por eso que vine a este lugar, a proteger a este joven príncipe. Él, en algún momento, me va a necesitar«.
Y vine.
—Cuando era un niño, una noche soñé que me caía por un barranco. Mi cuerpo golpeaba contra las filosas piedras que me iban dejando tajos adonde tocaran –Poni se acomodó, hasta que su cabeza terminó totalmente apoyada sobre su capa, la cual había colocado como almohada –en mi sueño, yo terminaba herido y un niño venia y me ayudaba. No sé quién era, pero trataba de curar mis heridas.
—No vas a creerme, pero yo también soñé lo mismo. –dijo sorprendido el mago. –Pero en el mío, yo era el que ayudaba al niño que estaba herido y tirado sobre el pasto.
—Mi señor padre, me dijo que los sueños pueden llegar a ser visiones de nuestro futuro. Que solo nosotros mismos nos podemos dar cuenta de ello. –cerró los ojos para poder dormir en la fría y nublada noche de primavera. –Si ese fue de verdad, entonces lo respetaré.
Cuando se relajó y dejó que el sueño lo invadiera, todos los sonidos del mundo, se disiparon y callaron, y él, cayó dormido.
Los lobos aullaban en las montañas y en los bosques a la gran luna que iluminó la noche. El capitán Filead, se quedó despierto varias horas, para proteger el campamento. Sus ojos miraban en todas direcciones, buscando alguna señal de vida o problemas. Sin pensar en lo que pasaría, el joven capitán se quedó dormido, contra la espalda de sir Wandor, quien del susto se despertó y tomó rápidamente el puñal. Al ver que solo había sido el capitán quien se había dormido en su vigía, este se puso en pie y caminó por las calles oscuras de la ciudad. No volvió a la fogata hasta que se hizo de día, cuando un jinete se acercó con prisa hasta donde se encontraban. Este bajó de su semental y despertó al príncipe, quien no entendía lo que sucedía.
—Mi señor príncipe –dijo quitándose el yelmo e inclinándose ante él. –por orden del rey, su señor padre: Debe marchar hacia el Norte, hacia la ciudad goldariana de Argentian.
—¿Por qué? –preguntó sin entender Ponizok.
—El rey, dijo que usted encabezará un ejército, el cual se enfrentará a las tropas del Rey Hignar de Lodriner. –El jinete, poniéndose en pie, le entregó un pergamino que contenía el sello real. –El comandante Elarkan está a la espera de sus órdenes señor, al igual que los veinte mil hombres que aguardan a las puertas de la ciudad.
Poni levantándose y acomodando su ropa, ordenó a sus acompañantes que se prepararan para partir. A los caballeros les dijo que debían acompañar a Lunebal, quien debía cumplir con su misión de buscar y comunicar el mensaje del príncipe a Lord Dreimod.
Filead al igual que Nimbar, serían los únicos que lo acompañarían al combate. El Mago parecía satisfecho por la decisión que había tenido su señor, al parecer su sueño, era un mensaje que les decía a los dos, que su amistad, sería provechosa y los beneficiaría a ambos. Cuando todos se hubieron colocado devuelta sus armas y capas, montaron en sus corceles y cada uno siguió con la orden que se le había dado.
Ante las puertas de la fortaleza se encontraba un ejército de los mejores soldados del reino, los cuales vestían corazas plateadas, con cotas de malla por debajo. Ese era el vestuario obligatorio de todo soldado fallstoriano. Varios estandartes con el blasón de los Greywolf se alzaban de entre toda esa gran masa.
El que iba a la cabeza se acercó al príncipe, y este le dijo:
—Comandante Elarkan, me honra que mi padre lo haya elegido a usted para seguirme. Espero que su destreza en la batalla me sea muy útil, al momento de enfrentarnos a los lodrinenses.
—Haré todo lo posible para que no se decepcione mi señor. –el comandante, con una mano en el corazón inclinó la cabeza. –Si Hignar quiere guerra, eso es lo que recibirá–.
Ponizok se colocó su yelmo y ordenó a los miles de hombres allí presentes que avanzaran hacia Goldanag, donde la batalla los aguardaba.