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Extraviados y condenados

La compañía de Ponizok ya se encontraba en el camino de Piedras y Lobos, el cual atravesaba el bosque de Alarbón, uniendo al reino de Goldanag, con el reino de Fallstore. Era la ruta que acostumbraban a usar mercaderes, tropas, mendigos y reyes. Todo aquel habitante que quisiera ir a cualquiera de esos dos reinos, debía tomar ese sendero o el camino de las Puntas Blancas, el cual era más peligroso y no tan confiable.

Su padre le había contado que ese bosque no era lo que parecía a simple vista. Grandes grupos de bandidos se ocultaban en ese lugar para no ser encerrados por los hombres del rey y terminar en calabozos o ultimados. Por eso todo aquel que usaba ese camino, debía ir armado, o con una escolta armada que lo protegiera.

El grupo más peligroso de este lugar era conocido como los Juramentados de la Ley. Estos, habían asaltado varias caravanas que venían con metales y gemas preciosas de Goldanag. Pulerg había enviado hombres para capturarlos, pero se escapaban como ratas entre los maizales. Por lo cual se decía que aún seguían allí, esperando al que estuviera desprotegido para tomarlo por sorpresa y capturarlo.

—Cuéntame más sobre tu hogar –dijo Kira mientras se acomodaba contra el pecho de su amado.

—Es un lugar frío, lleno de gente y de comida, la cual hace agua la boca de solo pensarlo. –dijo Ponizok acariciando el largo cabello de la joven –Las personas están felices, porque Faler nos regaló otro invierno. Ahora me gustaría que me cuentes algo sobre ti. Llevo todo el viaje contándote sobre quién soy, mi familia, amigos y mi hogar.

—Por mi parte no tengo lo mismo que tú. –dijo Kira –Mi familia fue asesinada cuando yo tenía doce años. Después de eso, me uní a la guardia de Argentian para poder seguir con mi vida y preparar mi venganza contra quienes me lo quitaron todo.

—¿Quién fue tu padre? –preguntó Ponizok –era alguna clase de mercader, prestamista o solo era un granjero.

—Mi querido padre era mercader en uno de los poblados de Strongrock, la actual fortaleza de la casa Ronhildum. –dijo la joven –Un día un grupo de asaltantes, trató de robarle, pero él se resistió y logró vencerlos. Pero eso no los detuvo de que, en la noche, vinieran y mataran a toda mi familia mientras dormían. Es por eso que no hablo mucho sobre ellos.

—Poni –dijo Nimbar acercándose al príncipe –deberíamos acampar. La noche se acerca y no hemos preparado fogata ni campamento aún.

El joven príncipe ordenó a sus hombres que se detuvieran y prepararan un lugar para descansar durante la noche. Con palos, ramas, troncos y hojas secas prepararon tres fogatas, de las cuales dos, ocuparía la guardia, mientras que la restante sería para Ponizok, Kira y Nimbar. Cinco de los veinte guardias, se introdujeron en el bosque con arcos, para poder conseguir algún conejo o faisán que les sirviera como alimento.

La oscuridad del bosque se hacía más espesa a cada segundo. Los hombres que habían ido a cazar no habían vuelto todavía. Hacía dos horas que se habían metido en el bosque y todavía no había ni una señal de ellos.

—Me parece muy extraño esto –dijo Ponizok mirando el oscuro lugar. –¿escuchan eso? –preguntó a sus acompañantes.

—Yo no escucho nada –dijo Kira –¿Qué tendría que estar oyendo?

—Justamente eso –respondió Ponizok –solo hay silencio, cuando tendríamos que estar oyendo el sonido de los arcos o de animales huyendo. Deberíamos ir a ver qué sucedió.

—Yo voy contigo, –dijo la joven a Poni –no quiero alejarme de ti, ni por un segundo. –El crujir de una rama la alertó –¿Qué fue eso? –preguntó tomando la mano de Ponizok con fuerza.

—¿Quién está ahí? –preguntó Ponizok con su mano en la empuñadura.

—Nadie importante, señor –dijo saliendo de la oscuridad un hombre vestido con un traje con hojas y ramas pegadas en él. –Lo único que quiero es saber si me podrían ofrecer unas monedas.

—¿Por qué deberíamos dártelas? –Nimbar se acercó al hombre para verle mejor el rostro –¿Eres un mendigo, o solamente estás ebrio?

—Yo solamente quería saber si eran caritativos, pero, por lo visto, lo tendremos que tomar por la fuerza. –levantó su mano derecha, como dando una orden. Del bosque salió una ráfaga de flechas y virotes, los cuales asesinaron a la mayoría de los guardias. A Ponizok, Nimbar, Kira y los demás fallstorianos, los hirieron solamente.

Poni acostado sobre el suelo, trató de extraer el virote que le había dado en su hombro. Por gracia de los dioses, a Kira solo le rozó el brazo como también le pasó a Nimbar. Los hombres, ocultos en el bosque, salieron y tomaron lo que podían de los muertos. Cuando estos vieron que los tres seguían vivos, les colocaron bolsas en la cabeza y los llevaron esposados.

No podían ver nada, pero si oler y escuchar lo que pasaba. Ponizok trataba de descubrir hacia dónde se dirigían, para poder encontrar el camino de regreso a su hogar. Sintió el agua que se le metía en las botas por lo que entendió que había cruzado uno de los ríos de Alarbón. En un momento del recorrido los hicieron agachar para pasar por un sector que tenía poca altura y en el cual sintieron frío. –Estoy en una cueva o en un hoyo –pensó primero.

Les quitaron sus armas, armaduras y las bolsas que los cubrían. Estaban en un lugar oscuro, iluminado por unas velas y una fogata en el medio. Tenía a sus atacantes tomándolos por los brazos y a varios de ellos apuntándoles con ballestas desde distintas partes del recinto. Frente a ellos, sentado en un gran asiento de madera, los miraba un hombre de mediana edad que vestía camisa y pantalón marrones, bastante sucios ambos, que no habían sido lavados en años. Ordenó con un gesto a sus hombres que los hicieran arrodillarse.

—Veo que la cacería fue bastante buena –dijo el hombre acercándose a Ponizok. Este tomó al príncipe por su camisola gris y lo analizó –que tenemos aquí. Algodón con bordados en plata. Debes ser de noble cuna, ¿no es así? –Poni no le respondió. El bandido abofeteó con fuerza el rostro del príncipe, a quien le sangró la nariz por el golpe. –Ahora respóndeme, ¿quién eres? y ¿de dónde vienes? –como el joven no le respondió, le dio un manotón en la otra mejilla.

—¡Déjalo en paz! –le gritó Kira al canalla.

—Que interesante. Al parecer esta jovencita, es tu pareja –dijo el malhechor, acercándose a Kira y acariciándole su bello rostro –Si él no me lo dice, puede que tú sí. Así que dime, ¿quién es él? y ¿de dónde provienen? –señalando a Ponizok.

Kira no quiso responderle, algo que enfureció más al canalla que parecía ser el líder del grupo de malhechores. La tomó por el cabello y colocó un cuchillo en su cuello. Poni se desesperó con ver lo que iban a hacer y trató de librarse de las esposas, pero no lo consiguió.

—¡Suéltala maldito! –dijo enojado al ladrón –¡Métete con alguien de tu nivel! –al criminal pareció no importarle y siguió con el cuchillo en el cuello de la joven.

—Sabes, hace años que no estoy con una mujer –dijo el malhechor besando en la mejilla a Kira, quien corrió el rostro –y no me molestaría estar contigo por unas horas solos en mis aposentos. Pero si tú no quieres, podrías por lo menos decirme su nombre y el tuyo. –tomó a la joven por su ropa y la arrastró hasta uno de los túneles del oscuro recinto, donde dos de sus hombres la sostuvieron por los brazos, mientras que el desabrochaba su cinturón.

—Soy Ponizok Greywolf, príncipe heredero de Filardin y del magnífico reino de Fallstore –Poni no podía ver lo que le iban a hacer a su amada, por lo que tuvo que dar su nombre –Mi familia es adinerada, por lo que te pagarán muy bien por nosotros tres, si nos llevas con ellos ¡Pero por favor no le hagan daño!

Uno de los hombres del líder de la banda de los juramentados agarró por el mentón al príncipe, y lo analizó mientras movía el rostro de este de abajo hacia arriba. El soldado le dijo a su señor que era cierto, que el prisionero era el heredero del Sur y que podrían ganar mucho, si lo vendían como un valioso rehén.

Por lo que Ponizok pudo entender de esa conversación, el jefe se llamaba Siago y al que parecía ser su mano derecha, lo conocían como Sombra. Pero lo que más le atrajo de lo que hablaban era la posibilidad que tenía de que los vendieran a su padre como rehenes. Todo cambió cuando Siago, mirando a sus prisioneros, les dijo:

—Puede que los venda a ustedes dos como siervos, para algún señor de Naraligian. Pero a ti te voy a entregar como un valioso prisionero fallstoriano. –Siago recibió la espada del príncipe, la cual le fue entregada por Sombra. El jefe de los criminales, admiró el bello objeto. –Tengo un conocido que pagará bien por tu cabeza. Solo la cabeza.

—Conozco a varios que la quieren desde hace años –dijo sarcásticamente Poni –lo que lleva a preguntarte. ¿cuál de todos ellos es? Y ¿cuánto te han ofrecido por ella, mil lunas de plata, quinientas estrellas doradas o algo más valioso?

—Han ofrecido tres mil estrellas doradas por tu cabeza, –dijo Siago colocando la Furia en el cuello de Ponizok, quien permaneció inmóvil en el lugar –y la persona que ofreció esa fortuna, es sin duda un viejo conocido tuyo. Es aquel que fue revivido por la venganza, contra aquellos que poseen tu nombre. El nombre del comprador es Golbón de la casa Lenger.

—¡Es mentira! –dijo enojado el príncipe –¡Él está muerto, y nadie puede traerlo de donde se encuentra! Pero si estás tan seguro de que el volvió, te digo, que mi padre te pagará el triple de lo que él te ha ofrecido. Lo único que debes hacer, es llevarme a Filardin, donde me entregarás y a cambio recibirás la recompensa. Confía en mí.

—No puedo hacerlo –dijo Siago, riendo por lo bajo –aunque quisiera más dinero, temo que te entregaré a los algirianos. –poniéndose de espaldas al príncipe –Debo admitir que la propuesta que me has dado es bastante jugosa. Si tu padre estuviera vivo para escucharte, se alegraría mucho. Perdóname, no te lo dije. Alkardas Greywolf, señor de Fallstore, ha sido asesinado por el mismo Golbón. Ahora que lo pienso, también tu madre falleció. –el bandido envainó la preciosa espada y se la entregó en manos a Sombra para que la colocara en el arsenal, junto con las otras armas. –¡Llévenselos a los calabozos! –donde aguardarían su hora de partida.

Los hombres de Siago los llevaron hasta lo más profundo de la cueva, donde la luz del sol ya no lograba llegar. Allí los colocaron en celdas separadas para que no pudieran escapar. Ponizok se apoyó contra una de las paredes de la montaña, cruzó sus brazos sobre sus rodillas y colocó su rostro sobre ellos. Kira sintió los sollozos de su amado, quien sufrió con la noticia de la muerte de sus queridos padres. Kiri se acercó hasta los barrotes que unían su calabozo con el del afligido joven. Nimbar golpeaba enojado las duras y frías barras de acero, que los separaban.

A la hora de haberlos encerrado, tres de los ladrones trajeron unos platos de hierro, con pan y un poco de queso. Los pasaron por entre los barrotes y los dejaron caer contra el suelo. El mago fue quien probó primero la comida, para ver si no estaba envenenada. Los guardias desde afuera se reían y burlaban de Ponizok.

—¡Oh arrodíllense, ante el rey del Sur! –dijo riendo uno de ellos. –ustedes, veneren al gran rey y protector de Fallstore ja ja ja. Pero miren nada más, el gran soberano del Sur, está llorando, pobrecito y nadie que pueda consolarlo. –Los malhechores se fueron, dejándolos solos.

—No saben con quién se han metido –dijo Kira a Ponizok y Nimbar –cuando se den cuenta, nos habremos escapado y estaremos lejos de este lugar.

—Tienes razón Kira, –afirmó el mago, dejando a un costado el plato que acababa de tomar –recordarán el día en que se metieron con el señor de Fallstore. Lo que necesitamos ahora es un plan para irnos. Así que dime Poni: ¿qué idea tienes? Si no tienes un plan, sería mejor preparar uno rápidamente.

—Mis padres han muerto, –dijo Ponizok con los ojos rojos como rubíes –pero eso no hará que deje a la gente de mis tierras a su suerte. No permitiré que Algirón crea que puede tomarnos por personas débiles y sin poder de lucha. –se puso en pie y tomó los barrotes –Volveré y les demostraré, qué clase de persona soy. Le enseñaré a los Lenger de Afnargat que mientras exista un Greywolf sobre esta tierra, no podrán vencer a Fallstore.

—Tú, eres el rey ahora –dijo Kira, tomando las frías manos de su amado –amas a tu pueblo, al igual que amas todo lo que es tu reino. Tengo fe en ti y sé que encontraremos la forma de escapar de aquí, lo que no se es dónde estamos.

—En una cueva en el bosque de Alarbón, claro –dijo Nimbar recostándose sobre el mugriento suelo –ya debe estar amaneciendo, pronto el sol aparecerá por las montañas. No sé ni que estoy diciendo, el aire viciado de este lugar me mata.

—No vayas a desmayarte. –dijo Ponizok –Según lo que pude escuchar y oler, debemos estar en Alarbón del Oeste. Las rustas silvestres crecen solamente en ese sector del bosque y al venir hacia aquí, pude detectar su penetrante aroma. Lo que me da a entender que nos encontramos en el interior de los Holnaras (cadena montañosa), por lo que, si logramos escapar, deberíamos dirigirnos al Sur, donde encontraremos mi hogar.

—La duda es, ¿en qué momento escaparemos de este lugar? –dijo Nimbar echando un vistazo al oscuro sitio donde se encontraban –Sabiendo que estamos en desventaja numérica y además que no poseemos armas, debo decir que, si hubiera una posibilidad de victoria, deberíamos utilizarla y mejor que sea rápido, porque no sabemos cuándo vendrán por tu cabeza.

—¡Cuando ellos vengan por mí, nosotros nos iremos de aquí! –dijo sonriendo Ponizok –Estamos en desventaja, eso es cierto, pero ellos no tienen las mismas habilidades que nosotros tenemos, como, por ejemplo, dos guerreros entrenados, como Kira y yo, o un mago poderoso como Faler. ¡Ese eres tú Nimbar! Deja que vengan, que se acerquen y vean que cometieron un grave error.

—Y si ellos lograran vencernos, –dijo Kira angustiada –lo último que veré de ti, será tu cabeza rodando en el suelo y a Nimbar tratando de defenderte. Pido a Faler y Mindlorn que nos ayuden en este momento. Toda mi vida he soñado con encontrar a quien comparta conmigo el resto de mi vida, con quien tendré hijos, los cuales a su vez tendrán otros hijos y así mi descendencia será magnifica. Si te hicieran daño, mi futuro se desvanecerá en un instante.

—Prometí que los sacaría de aquí, y eso es lo que haré. –dijo Ponizok –No tienes por qué preocuparte, mi luna de invierno (apodo de Kira) que me encargaré de que lleguemos sanos y salvos a Filardin, donde cenaremos y beberemos como reyes, mientras que mis tropas arrasan con este horrendo sitio.

Los tres amigos se acostaron sobre el sucio y empolvado suelo de roca, para poder dormir y dejar que el tiempo les diera la oportunidad exacta para lograr su cometido. Kira sentía el frío de la roca contra su piel, al igual que en su nariz, la cual le dolía cuando trataba de calentarla con sus manos. Ponizok por entre las rejas, le extendió su camisola de algodón, para que se la colocara y no sufriera el frío encierro.

—Tu pecho se congelará, si no te colocas esto –dijo Kira, mientras se ponía la abrigada prenda.

—Relájate y duerme –le respondió Poni, colocando sus manos en la nuca –cuando salgamos de aquí, y lleguemos a las Torres Blancas, conocerás lo que es realmente el frío. Pero mientras estemos aquí encerrados, deberías conservarla para mantener la temperatura corporal. Ahora descansa, necesitaré que estés preparada para mañana.

Kira, al igual que su amado, cerró los ojos para lograr descansar. Fuera de los calabozos, en el recinto principal de la cueva, Siago ordenaba a uno de sus hombres que se dirigiera hacia Ismiranoz donde entregaría el mensaje a Golbón, de que habían capturado con vida al nuevo rey de Fallstore y que le darían su cabeza, a cambio de la recompensa y alguna de las fortalezas de los cinco reinos.

Lo que les jugó en contra, fue que una de las patrullas argentianas, atrapó al malhechor mientras cabalgaba hacia el Norte y lo llevaron ante Brazo de Hierro, quien ordenó que prepararan una fuerza de ataque, con la cual rescatarían a los tres fallstorianos.

Mientras tanto, los días pasaban tan rápido que los tres amigos no se daban cuenta si era de día o de noche y siempre era lo mismo a la hora de comer. Nimbar, sentía asco por el aroma del pan rancio y el queso duro. Durante una de sus comidas, el príncipe de un salto se puso en pie. Estaba feliz, como si hubiera omitido un detalle importante durante su encierro. De una de sus botas, extrajo una pequeña daga, la cual en el filo tenía una inscripción que decía:

“Las Amistades, son eternas. Gracias por brindarme la tuya”.

J.E.

—¿Quién es J.E.? –preguntó Kira, admirando el bello acero en el que había sido escrita la frase.

—Un amigo –respondió Ponizok tomando el arma de las manos de su amada –su nombre es Jaclen Eraliar, su padre es el guardián de la fortaleza de Mantorialen y sus feudos allegados. Desde los inicios de nuestro reino, los Greywolf y los Eraliar han sido grandes aliados en las guerras de conquista, en las cuales todos los que ahora son servidores de mi padre, hace años atrás, fueron sus más grandes enemigos. Nosotros, los Greywolf, fuimos los constructores del reino, hemos hecho cada una de las ciudades, castillos y fuertes de todo Fallstore. Por eso digo que los lores de mi padre son guardianes de las estructuras donde viven.

—Pero en el caso de que uno de ellos se revele, las fortalezas les pertenecen a ustedes, por lo cual, no tienen lugar donde esconderse –dijo Kira tomando un trozo de pan.

—Nadie lo ha intentado todavía –dijo el joven príncipe –ya que ven las desventajas de tenernos como enemigos y lo piensan dos veces antes de hacerlo. Mi padre solía decirme que, si quieres gobernar un reino, debes tener de tu lado a todos tus vasallos. Por eso cuando era niño, recorrimos juntos el reino y el me presentó a todas las diferentes casas.

—Y a este Jaclen, le tienes bastante cariño ¿no es así? –preguntó Nimbar –desde el momento en que te regaló una daga con esa inscripción, deben de ser muy amigos.

—A Jac lo conocí durante ese viaje. –respondió Poni –Él compitió a mi lado, en el torneo del Bosque Nevado cuando yo tenía apenas trece años, y nunca dejó de escuchar mis órdenes. Lord Holargoth Eraliar, el padre de Jaclen, habló hace años con el mío para comprometerme con la hermana de mi amigo, pero Jaclen me hablaba y me pedía, que no la aceptara, ya que, si no, sería una tortura tenerla como futura reina. Hablé en persona con mi padre y le expliqué la situación y me respondió que no habían llegado a un acuerdo, por lo que ella cree que me casaré con ella. Pero lo malo es que yo elegí a una bella mujer como mi futura reina, y prometo a Faler y Mindlorn que los sacaré de aquí con vida.

Por la puerta, seguido por una escolta armada, entró Siago quien miraba con una sonrisa en el rostro a los tres amigos. Poni escondió la daga bajo la manga de su camisola para que no se la quitaran y entorpecieran el plan de escape que había planeado durante los días de encierro. Varios ballesteros apuntaban desde afuera de las rejas al joven príncipe, quien desde adentro los miraba con odio.

—Veo que estar encerrados, les enseñó a todos a no abrir la boca en mi presencia –dijo Siago, mientras recibía la Furia del Sur que le era entregada por Sombra. –Envié un mensajero hace varios días, quien debía notificarle a Golbón de tu captura, y este debía enviar hombres para llevarse tu cabeza y darme la recompensa. Igualmente, la vida juega con nosotros, porque, lo único que recibí, fue una gran decepción por parte de mis queridos servidores.

—Lo único que aprendí del encierro, fue el valor de la ira y la venganza. –dijo Ponizok, clavando la mirada en el bandido –Se hacen llamar los Juramentados de la Ley, lo que me hace preguntar: ¿De qué ley están hablando? Ustedes son bandidos, violadores, ladrones y desertores que buscan la forma de ganarse el pan a través de los secuestros y asesinatos.

—Nuestro lema es “recibimos de la justicia” –dijo Sombra abriendo la puerta de la celda de Ponizok –por impartirla, somos recompensados, por lo que no nos importa lo que piensen los demás. Somos simples burgueses en esta tierra de mentiras y traiciones.

—No perdamos más tiempo, –dijo ansioso Siago entregándole la Furia a su compañero y consejero –tengo asuntos que atender, por lo que deberé dejarlos. Pero no teman, ellos se encargarán de terminar el trabajo con rapidez, por lo cual, no escucharán los gritos de dolor de su amigo. –El malhechor salió de los calabozos, dejando solamente a Sombra y cuatro bandidos, para que sostuvieran al príncipe mientras este último le rebanaba la cabeza.

Los ballesteros que apuntaban desde afuera, conservaban sus dedos en los gatillos, por si el prisionero intentaba escapar.

Sostuvieron de los brazos al príncipe para que no pudiera moverse, obligándolo a arrodillarse. Sombra colocó sobre el cuello de Ponizok el filoso acero del arma y calculó donde iba a producir el corte.

—Todos recordarán el día, en el que el último de los Greywolf murió. –dijo levantando el arma.

—No te importa si te digo uno mejor. –dijo Ponizok –Todos recordarán el día en que unos inútiles, trataron de mantener encerrado a un lobo.

Poni logrando librarse de los que lo sostenían, sacó de la manga de su camisola la daga que le había sido obsequiada por su amigo y con un movimiento rápido de manos, dio muerte a los dos que lo habían retenido. Los ballesteros, dispararon los virotes de sus armas, pero estos dieron contra las paredes rocosas del calabozo. Lanzó la daga contra uno de ellos, en el momento en que este recargaba nuevamente su ballesta.

Cara a cara quedaron el joven príncipe con Sombra, el cual quedó paralizado por la velocidad, con la que el fallstoriano dio muerte a sus secuaces.

—Creo que eso me pertenece –dijo Ponizok señalando la espada –pero no te preocupes, en unos segundos la tendré en mis manos.

Sombra atacó con todas sus ganas a Ponizok. Este lo tomó por el brazo y usó de escudo al bandido, contra el virote que había sido disparado. El ballestero, tiró el arma al suelo y se arrodilló ante el fallstoriano, quien decía algo al oído del difunto Sombra.

Tomando su espada y las llaves que se hallaban en el cinturón del muerto, salió por la puerta en dirección a donde estaba rendido uno de los malhechores, que rogaba por su vida y le pedía que lo perdonara porque él solo seguía órdenes. Pero Ponizok, lleno de rencor, decapitó sin piedad al sumiso enemigo. Luego, con las llaves en mano, fue liberando a sus amigos. Estos miraban impresionados los cadáveres que esparcían sangre sin cesar sobre el piso. Nimbar le entregó la daga a su amigo, para que la pudiera guardar nuevamente.

—No tardarán en darse cuenta que hemos escapado –dijo Ponizok, abriendo la puerta que llevaba a los salones superiores de la cueva –Primero deberíamos recuperar nuestras cosas. Las necesitaremos en el viaje de regreso, por si nos siguen.

—El único inconveniente, sería saber dónde las dejaron –dijo Nimbar –pero para un mago, encontrar su anillo, no es ninguna complicación. Nosotros formamos un vínculo con nuestro poder. El me conducirá hasta su paradero.

Nimbar los guio, por los oscuros y fríos senderos de la cueva de los juramentados. Cuando alguno de ellos escuchaba el sonido de alguien que se acercaba por los corredores, los fugitivos lo esperaban y lo asesinaban antes de que pudiera pedir ayuda a sus compañeros. Kira tomó de uno de estos una espada, para poder ayudar durante la recuperación de sus pertenecías.

Apartado de todo peligro, en una de las pequeñas salas junto a varios tesoros hurtados a viajeros, se encontraban los objetos pertenecientes a los tres amigos. Se colocaron sus armaduras y armas. Nimbar se puso en el dedo medio derecho su anillo rojo. Después de haber recuperado todo, salieron de la sala con dirección a la superficie. Tanto el mago como el príncipe, sabían que debían hacerlo rápido, para que, los Juramentados, no pudieran encontrarlos.

Ponizok deseaba con todo su corazón que, en el viaje hacia la salida, apareciera Siago, así él podría enfrentarlo y sacarle el corazón. Pero esto no ocurrió. Junto a la entrada, había una fila de arqueros los cuales vigilaban el ingreso de quien quisiera atacar la cueva o entrar en ella. Kira, al igual que Ponizok, desenvainaron sus espadas de forma lenta, para que no los descubrieran y alertaran a los guardianes de la entrada. Rápido y sin emitir sonido asesinaron a los cuatro bandidos, los cuales no supieron quien los estaba atravesando con sus espadas.

—Ahora debemos dirigirnos al Sur. –dijo Ponizok tomando de una mesa en el recinto de entrada, los cuatro panes, que según Nimbar debían ser la cena de los guardias –No dejaré este hecho en el olvido, por lo que tenemos que encontrar la forma de marcar la cueva, para que un batallón de mis mejores hombres, los encuentren y lleven a todos sus habitantes, ante la justicia.

—¡Los prisioneros han escapado! –se escuchó el grito de uno de los malhechores desde lo más profundo de las cavernas de la montaña.

—Debemos irnos. ¡corran! –gritó Ponizok mientras se dirigía hacia el Sur del bosque.

Nimbar hizo con sus poderes una marca en la montaña, para que cuando los hombres de Ponizok vinieran en la búsqueda de ese lugar, lograran encontrarlo.

La travesía por el bosque se volvió difícil y muy cansadora, debido a los montículos de tierra y pasto, los troncos volteados o los arroyos y ríos. Kira trastabilló con un pozo que había en su camino y cayó en el suelo. Poni, que la vio lastimada y dolorida, corrió en su ayuda. Se había torcido el tobillo con el agujero. El joven príncipe trató de ayudarla, pero cuando le tocaba la pierna, Kiri gritaba por el dolor.

Tras de ellos, venían los Juramentados de la Ley, a toda prisa, y con un deseo de venganza en sus cabezas por la muerte de sus compañeros a manos del príncipe y sus acompañantes. Kira no podía caminar, por lo que Ponizok la cargó en su espalda y la llevó de ese modo, hasta que encontraron un lugar escondido junto a uno de los ríos de Alarbón donde descansaron. El mago revisó el tobillo de la joven que estaba morado como la remolacha.

—Debemos inmovilizarlo para que no se empeore el daño –dijo Nimbar, tomando de su bolso, una venda de algodón con la cual enroscó la pierna de la niña, junto a dos cortezas de roble, las cuales le sirvieron como sostén. –Si lo dejamos así puede que sane en uno o dos días, no más que eso. Lo que si debemos hacer, cuando lleguemos a la ciudad, es poner sobre ella una pasta de dalbonas, actuará sobre la inflamación y la reparará.

—Lo que ahora más importa, es comer algo –sugirió Ponizok, tomando los panes que había agarrado en la cueva. Poni buscó entre los arbustos cercanos, uno que poseyera frutos maduros para darle sabor. Extrajo de una de las plantas altas quince frutos redondos color violeta –¡Sabía que el olfato, no me había engañado! Encontré Rustas silvestres. Nada se les compara en sabor.

—Dicen los que saben –dijo Nimbar a Kira –que los fallstorianos, no poseen ninguna debilidad, salvo la tentación de comer sus amadas Rustas. No hay nada más que los vuelva locos.

Ponizok partió uno de los cuatro panes en tres partes y colocó sobre la miga de estos la pasta de Rustas que había preparado en ese momento. El jugo se esparció por el pan, como la miel en un cerdo asado. Por un momento Kira, desconfió de los extraños frutos, pero cuando vio a su amado darle un mordisco al trozo de pan con la pasta, ella hizo lo mismo. Su sabor era dulce como la miel y su tacto líquido como el jugo de las uvas.

Luego de haber disfrutado de una deliciosa cena, siguieron su largo camino a Filardin, donde seguramente los esperarían con un festín, música y juglares para divertirlos. A pesar de la noticia de la muerte de sus queridos padres, el joven príncipe parecía feliz por haberse sacado de encima a todos los criminales que intentaron decapitarlo. En cambio, Kira, estaba asustada por la simple idea de que sus captores, los encontraran indefensos y los asesinaran mientras dormían en el frío y húmedo suelo, repleto de suave y verde hierba. Su amado, al verle la cara de preocupación, se acostó junto a ella, la abrazó y le explicó que, si alguno de estos trataba de hacerle daño, se arrepentirían al instante.

—Al llegar a Filardin, lo primero que haré es presentarte ante la corte y mis consejeros, para que te conozcan y sepan quién será la madre de mis hijos. –dijo Ponizok juntándose más a la joven y tapándola con su capa –Luego tendremos un festín de bienvenida, en el cual servirán los más deliciosos platos del reino y por supuesto los postres más suculentos. Tú solo dime y yo ordenaré que preparen tu favorito.

—Pasteles de nuez y miel, –dijo Kira, mientras se le hacía agua la boca –desde muy pequeña los he consumido y siempre me han gustado. Mi padre solía colocar sobre ellos azúcar espolvoreada para que pareciera nieve. Yo no conozco lo que es, por lo que al llegar a Fallstore lo sabré y juzgaré si estaba en lo cierto.

—Ya la verás. –dijo Ponizok abrazándola con fuerza, hasta que no hubo espacio entre su pecho y la espalda de Kiri, a quien le gustaba como lo hacía –Te agradará tanto mi hogar, que desearás no haber vivido en Goldanag, donde el calor vence y el frío es derrotado. Tú viviste cerca de Strongrock, me has dicho. Por lo que debo suponer que conoces mucho las lluvias al igual que los Bormón de Goldston.

—Es algo de lo que nunca me cansaba. –respondió Kiri dándose vuelta y abrazando ella también al joven príncipe –Mi padre solía decirme que los norteños de Goldanag, teníamos un cierto parecido a los fallstorianos. Decía que nuestras lluvias torrenciales, son las grandes nevadas para ustedes y que nuestros rasgos físicos son casi idénticos.

—Nunca lo vi por ese lado. –dijo riendo Ponizok –Que extraño que no me diera cuenta que lo que dices es verdad. En cierta forma somos parecidos, pero no en todo. Serán del mismo color de tez y cabellos parecidos a nosotros, pero nosotros tenemos algo que ustedes no tienen, y eso es nuestra valentía.

Ponizok, apretado a su futura reina y esposa, se quedó dormido en medio de las largas noches sureñas. Los lobos que habitaban las montañas Puntas Blancas aullaban a la enorme y hermosa luna, que desde los cielos iluminaba con su resplandor las copas de los árboles de Alarbón. En los altos y oscuros robles, las lechuzas y búhos veían como los jóvenes descansaban en la eterna paz del gran bosque.

Extraños sonidos llamaron la atención del príncipe, que mirando hacia los matorrales desenfundó a la Furia del Sur, por si atacaban los Juramentados o algún animal salvaje. Como una sombra, de entre los arbustos, salió un lobo, de pelaje como plata y ojos de color azul claro. Poni sentándose, tomó un pedazo de pan y lo extendió hacia el gran animal. Desconfiado al principio, se acercó muy lentamente oliendo el agradable aroma que emanaba de la comida, en la mano de Poni. Cuando el lobo agarró con sus afilados dientes el alimento, el príncipe acarició el sedoso pelaje de la criatura, la cual aceptó la muestra de afecto y lengüeteó el rostro del joven.

Finalmente, Nimbar y Kira abrieron los ojos y se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo. El enorme animal al ver que los amigos de Poni se habían levantado de su siesta, se dio la vuelta y volvió a la oscuridad de Alarbón donde su manada lo recibió aullando.

—Un gran lobo plateado, si mi vista no me falla –dijo desconcertado el mago.

—¿Esa criatura era un lobo? –preguntó Kira –Pero es más grande que un perro.

—Todo aquel que no es fallstoriano, y ve a una de estas criaturas, dice exactamente lo mismo que has dicho tú, –respondió Ponizok a la pregunta de su amada –por eso, lo llevamos en nuestro blasón. Para que todos sepan que se metieron con algo muy grande y peligroso. Mi padre solía contarme una historia sobre un gran lobo que venció a todo el ejército de Halfindis. Es bueno recordar que se cree que esto sucedió antes de la Edad Nueva, cuando los dioses se disputaron su posición en el Fontaner; nombre que le pusieron los reyes sureños, mis predecesores, a la guerra de posición.

—Deberíamos avanzar, –propuso Nimbar, poniéndose en pie y escuchando los acelerados pasos de hombres y sabuesos –hemos descansado demasiado y nuestros enemigos nos están pisando los talones.

—Kira no podrá correr. –dijo el príncipe cargándola en su espalda –Si se acercan lo suficiente, debemos pelear. No tenemos otra opción, salvo que lleguemos a las dos torres guardianas, que están ubicadas al final de este bosque, y allí los guardias que las custodian nos ayudarían contra ellos.

—Lo que estén pensando, mejor háganlo rápido –recomendó Kira, sujetándose más fuerte del cuerpo de su amado –Ellos están cerca y avanzan muy rápido ¿Cuántas leguas hay de aquí hasta la entrada de Fallstore?

—Unas seis leguas, más o menos. –dijo Ponizok, caminando velozmente hacia el Sur –Esperemos que el viento nos mienta y nuestros perseguidores no estén tan cerca, como nosotros pensamos.

Horas y horas caminaron por el gran bosque, el cual permanecía todavía en la oscuridad. Cansado por la larga marcha y el peso, el príncipe se desplomó sobre el suelo. Nimbar lo ayudó a levantarse y siguieron caminando. Desde una de las pequeñas colinas, lograron distinguir las dos torres grises con el estandarte de los Greywolf a su alrededor.

Los bandidos, quienes no habían detenido su marcha en ningún momento, los rodearon, apuntándoles con sus arcos y picas. Poni desenvainó su espada y Nimbar hizo aparecer de sus manos dos bolas blancas las cuales se mantenían enganchadas a estas. Kira, sosteniéndose de su amado, desenfundó también su espada y se la entregó a este, quien la sostuvo con su mano derecha.

—¡Qué lástima! –dijo uno de los malhechores, saliendo de entre sus compañeros –Hubiera sido grandioso que llegaran a las torres y se dirigieran escoltados por guardias a Filardin, donde vivirían felices y seguros, alejados de todos los peligros de este mundo. Lamentablemente no será así porque mi señor quiere vuestra cabeza en bandeja de plata.

—¡Kira, colócate detrás de mí! –dijo Ponizok moviendo con una de sus manos a su amada –Si tanto quiere mi cabeza, tendrá que venir por ella. Pero deberás quitársela a mi cadáver, porque voy a defenderla antes de entregarla. –Poni desvió su vista por un segundo hacia los rayos de sol que lograban penetrar por los árboles, que estaban detrás de los rodeadores –Mi nombre es Ponizok Greywolf, hijo del difunto Alkardas. Soy el heredero al trono de Fallstore y señor de Filardin, por lo que les digo que se arrodillen ante mí y nadie saldrá herido.

—Acaso está ciega, princesita –dijo el líder de los bandidos refiriéndose a Ponizok –¿no ves que somos más y te estamos rodeando? ¿o tú crees que podrán detenernos?

—Temo tener que afirmar lo que dije –respondió Ponizok levantando en alto su espada –pero yo no soy el que está ciego, ese eres tu mi amigo. Acaso no te diste cuenta donde estas parado. Esto no es el bosque donde puedes huir y ocultarte. ¡Estás en Fallstore!

—Yo le haría caso, si fuera tú. –dijo un hombre colocando la punta filosa de su espada en el cuello del bandido. Lo mismo hicieron los demás soldados fallstorianos con el resto de los malhechores.

Obligaron a los ladrones a tirar las armas al suelo y a ponerse de rodillas. Ponizok se acercó al líder de sus captores y le ordenó que se pusiera de pie. Este, arrastrándose, besó las botas del príncipe, quien le pateó la cara cuando vio lo que hacía. Colocó su espada en el cuello del criminal y le dijo:

—Nunca debieron meterse con mi familia –Ponizok atravesó con la Furia, el cuello del hombre, y dirigiéndose a los demás les dijo: –Hace años debieron aprender que con un príncipe no deben meterse jamás. Mi difunto padre los perdonaría a todos ustedes, porque solo seguían órdenes, así que yo les diré únicamente esto: –mirando al jefe de sus tropas –coloquen sus cabezas a los costados del Camino de Piedras y Lobos, para que los demás aprendan lo que pasará, si osan desafiarme.

Rápidamente y sin emitir el mínimo de los sonidos, las espadas de los fallstorianos cortaron los desprotegidos cuellos de los criminales, que suplicaban por el perdón. Sus cabezas fueron colocadas, como lo había ordenado su señor en picas a lo largo de todo el camino.

El capitán Lobaron, era el encargado de proteger y custodiar la entrada al reino sureño, lo que implicaba, patrullar las cercanías de las dos torres y cobrar por el paso de mercaderes y señores a Fallstore. Ponizok fue conducido junto con Kira y Nimbar hasta una de estas fortalezas, donde les fueron ofrecidos platos con sopa de hongos y cebolla, con agua para pasarlo todo. Lobaron les proporcionó dos caballos, para que pudieran seguir su rumbo a la capital.

—Dime Capitán. ¿Quién quedó al mando del reino durante mi ausencia? –preguntó el príncipe –Cuéntamelo con lujo de detalles y no te vayas a olvidar de nada.

—La casa de senescales tomó el trono de Fallstore durante su ausencia, mi señor. –respondió Lobaron –Creyeron que al no regresar usted de la batalla de Argentian, ellos quedarían como los soberanos del reino y señores de Filardin, su hogar. Según lo que mis hombres cuentan, las tropas de los fuertes allegados a la ciudad comentan que Lord Trybanion, ha tomado como prisioneras a varias aldeanas y las llevó a su cama donde abusó de ellas y las maltrató. Los hombres perdieron todo respeto por la casa Trybanion, y no se sienten conformes con sus mandatos.

Naraligian. Tierra de guerra y pasión

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