Читать книгу Naraligian. Tierra de guerra y pasión - F.I. Bottegoni - Страница 9
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Entre problemas y acertijos
Después de varios años Naraligian volvía a estar en paz. La batalla en los campos de Algirón ya solo era un recuerdo en la mente de todos. Pero se sabe, que las cosas deseadas no perduran mucho tiempo. Con la llegada de un mensajero a la ciudad capital, los fallstorianos de Filardin, comenzaron a estar más preocupados. Este portaba el estandarte de una casa del reino de Goldanag.
—He traído un mensaje para el rey –de su bolsillo tomó un pequeño papel enrollado, en él, un sello de cera dorado cerrándolo.
El consejero real lo tomó y se dirigió al castillo donde le fue entregado al mismo Alkardas en persona. El señor de Fallstore no mostró ninguna emoción al leer la carta. En ella decía:
Lobo gris.
»Mi querido amigo. El tiempo ha volado y la edad por fin nos ha llegado.
Tu hijo, el heredero al trono de tu reino, ya no es más un niño. En el día de hoy celebra el décimo sexto día de su nacimiento, por ello le envío un regalo digno de reyes. Esta espada fue forjada por el mejor herrero de mi tierra, la cual fue apodada como la “Furia del Sur”. Ten cuidado, el mal está surgiendo, la tierra nos lo dio a conocer. No bajes la guardia.«.
Pulerg señor de Trono de piedra.
La felicidad de Alkardas se desvaneció al instante. La sangre comenzó a enfriarse en su interior. Su consejero le entregó en sus manos la espada que estaba envuelta en lienzos.
—Capitán Filead –dijo este mientras tomaba la espada –¡Venga de inmediato!
Por la puerta de la fortaleza entró un hombre alto, de pelo castaño y ojos azul oscuro. Llevaba puesta la armadura color plata que representaba a todos los capitanes del ejército fallstoriano. Este se detuvo frente a su rey.
—Para servirle –dijo Filead mientras colocaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada.
—Me ha llegado cierta nota –dijo el rey inclinándose para un costado y apoyando su brazo en el gran asiento –la cual me ha dejado perplejo. Dime mi fiel capitán ¿cuántos hombres componen nuestros ejércitos en este momento? Me refiero a que si debemos temer a una posible amenaza externa o simplemente me relajo.
Los ojos del capitán miraron hacia el techo, su pensamiento fijo en la pregunta. Su rey comenzó a mostrar impaciencia por el tiempo en que tardó en responder. De la boca de Filead se pudieron distinguir un grupo de palabras.
—Decenas de miles mi señor –dijo este con la barbilla en alto y sus ojos fijos en su rey. –Nuestros reclutas siguen siendo entrenados de la forma tradicional. Ya nadie se equipara con nuestras fuerzas, ni siquiera los goldarianos, quienes afirman poseer armaduras tan duras como la piedra misma.
Alkardas se sentó en el trono, el cual era de piedra, y en él se había tallado un gran lobo con montañas a su espalda. Él ordenó a Filead que fuera a buscar al joven príncipe e hijo de Alkardas, era necesaria su inmediata presencia en aquel salón. Con una pequeña reverencia, el capitán se dirigió al patio del castillo. Ahí en el jardín de pinos se encontraba la reina Valeri, quien se estaba cepillando su largo cabello rubio.
—Mi señora, ¿cómo se encuentra en esta hermosa mañana? –dijo Filead.
Valeri volteó a mirar al capitán, sus ojos eran de color azul como el agua del océano.
—¡De maravilla! Se podría decir que el inicio de la primavera es la mejor época del año, salvo que todos ustedes prefieren más el frío invierno como los lobos que son. Lo que menos me gusta es no poder distinguir el verano del invierno. Aquí todo es igual un día, como en otro –La reina continuó cepillándose cuando Filead le preguntó:
—Por esas casualidades de la vida, ¿sabrá el paradero actual de su hijo? –dijo Filead inclinándose hacia adelante –Su señor esposo y mi rey, me ha solicitado que vaya en su búsqueda.
Valeri dejó el cepillo a un costado mientras una pequeña sonrisa de felicidad nacía de su rostro; sus ojos miraban con detenimiento un viejo y arrugado pino que se hallaba justo delante de ella.
—Mi amado hijo, el príncipe Ponizok, en este momento se encuentra practicando lucha con espada en lo alto de la torre Oeste. Si lo llega a encontrar allí dígale que lo quiero con toda el alma.
El joven capitán se despidió gentilmente de su señora reina para poder emprender su marcha. El camino hacia la torre Este consistía en un grupo de espacios. La gran sala del trono siempre fue la parte que más le gustaba al capitán Filead. Sus columnas de piedra talladas formando cabezas de lobos que miran el centro del salón, sus bellos murales con ilustraciones de cómo se originaron los fallstorianos y representaciones de batallas y dioses. En la torre Oeste se encontraba la gran biblioteca, a la cual, solo con autorización del señor se podía entrar. Era el lugar donde los señores de Filardin y el maestro de la fortaleza iban a estudiar o meditar. La inmensa escalera de caracol a los pies de la gran torre llevaba a la cima de esta.
En lo alto de la estructura se encontraba el gran maestro. Un hombre de mediana edad, su pelo era color cobre. Este llevaba puesta la armadura de cuero marrón oscuro sobre una cota de malla.
—Filead mi buen amigo –dijo este extendiéndole una mano al capitán. –¿qué te trae a la cima del mundo?
—He venido a buscar al príncipe Ponizok –Filead estrechó su mano con la del maestro. –Me dijeron que se encontraba aquí practicando contigo. A juzgar por lo que veo, aquí no se encuentra.
—Exactamente –dijo el maestro mientras se tiraba para atrás su corto pelo colorado –El joven príncipe en este momento está trepando esta torre desde sus cimientos. Mire con sus propios ojos si no me cree. –el maestro señaló un costado de la torre. El capitán fallstoriano asomó su cabeza por el borde. Allí, en el medio entre el piso y el final de la gran estructura, se encontraba un joven de cabello castaño oscuro al igual que sus ojos y piel blanca como la nieve.
—¡Mi señor príncipe! –Filead le gritó al joven –el rey demanda su presencia inmediata en el salón del trono.
—Un segundo –dijo el joven –Capitán Filead, dígale al gran maestro de armas Stebanis que seguiremos con la práctica y el estudio más tarde. Ponizok tomó una soga que tenía atada a su cintura, en la punta de esta, había atada una piedra. El joven príncipe arrojó ese extremo hacia la viga de la ventana de la biblioteca. Cuando la soga se enganchó, este se dejó caer hacia el suelo. Al llegar allí, se desató la cuerda de la cintura y a paso veloz fue a la sala del trono.
Filead corrió hacia el gran salón donde su rey y el príncipe Ponizok se hallaban. Alkardas se encontraba sentado en el trono mientras que su hijo permanecía parado delante de este.
—Padre –dijo Ponizok mientras se acomodaba sus vestimentas –¿Cuál es el motivo de esta repentina necesidad de mi presencia? ¡Tú mismo me has solicitado que no detenga mis estudios antes de tiempo!
—Lo sé y me arrepiento de haberlo hecho, pero el rey Pulerg te envía esto. –Alkardas tomó del costado del gran asiento la espada envuelta en lienzos.
Ponizok extrajo el bello objeto de entre su fina envoltura. Era un arma digna de reyes. Su empuñadura era color negro azabache y en la unión del mango con la hoja de esta había tallado un perfecto lobo que parecía estar gruñendo.
—Pulerg dice que la han nombrado como la Furia del Sur. También explicó en su carta que fue hecha por el más fino de los herreros goldarianos –El rey se levantó del esbelto trono y con toda su fuerza abrazó al muchacho. –¡Feliz día hijo mío! Quiero que sepas que a partir de hoy ya eres un hombre adulto destinado a grandes cosas.
—¡Gracias padre! Pido permiso para poder retirarme. El gran maestro Stebanis me está esperando. –Ponizok coloca su arma en su cinturón.
—Hazlo entonces –dijo Alkardas asintiendo con la cabeza. –Capitán Filead –Filead volteó a mirar a su señor –¿sería tan amable de acompañar a mi hijo?
—No es ninguna molestia mi señor, con gusto lo haré –Este se dirigió al patio del castillo donde el gran maestro aguardaba al príncipe.
—¿Qué te sucede Filead? –dijo Ponizok mientras miraba al capitán. –Tú no eres así. Te preocupa algo.
—No mi joven señor. Es solo que se acerca la guerra contra el rey Hignar y sus vasallos. El mismo señor de Goldanag ha pedido a vuestro padre que les brinde el apoyo, en caso de necesitarlo.
Ponizok dejó escapar una carcajada. Sus ojos no dejaban de mirar el cielo mientras se reía.
—¡Hignar es un cobarde! Sus hombres carecen de disciplina. –dijo Ponizok –Yo te advierto que, si decide atacar Goldanag, el mismo Pulerg enviará emisarios para pedirnos ayuda. Con nuestras fuerzas en el campo, Hignar, se verá obligado a retirarse. Siempre huye de nosotros.
Filead se detuvo un momento frente a la gran estatua que se hallaba en el centro del patio. No dejaba de rascarse la barba color marrón que poseía.
—Joven príncipe –dijo este mientras se erizaba con las manos el cabello de la frente –No por nada conocemos al bosquerino como el rey sabio. Le puedo asegurar que, si él lleva a sus fuerzas a su terreno, la victoria estará de su parte. Nosotros somos guerreros de campo abierto, en un bosque, nuestras tropas caerían. Creo que Stebanis le debe haber ya explicado el arte de la guerra, sino, debería estudiarlo por si solo.
—Tienes razón, nunca había pensado en esa posibilidad –Ponizok asentía con la cabeza mientras se mordía los labios.
Bueno, aquí nos separamos. Espero capitán Filead, que cuando se produzca este conflicto, este a mi lado en el campo de batalla. –Filead hizo una reverencia al joven príncipe y se retiró a la gran taberna de la ciudad donde los capitanes del ejército solían pasar las noches.
Las puertas de los muros de la fortaleza permanecían todavía abiertas mientras que los guardias, apostados en ellas, vigilaban el ingreso y salida de personas. El Capitán fallstoriano cruzó la inmensa entrada de piedra y recorrió las calles de la ciudad, las cuales rebosaban de gente. Los escuadrones de la guardia patrullaban todas las calles de Norte a Sur y de Este a Oeste, manteniendo la seguridad en la capital.
El Faleriano, ese era el nombre de la taberna, era un viejo edificio de piedra por el cual subían enredaderas. Al ver a Filead llegando los guardias abrieron las puertas. La oscuridad prevalecía en este lugar. En una mesa de la esquina derecha, Filead logró distinguir las capas negras con lobos plateados bordados en ellas.
—¡Mis amigos! –Filead tomó uno de los asientos y se sentó. Llamó a uno de los camareros –Una pinta de cerveza rubia por favor.
Uno de los hombres sentado a la mesa miró al Capitán. Era un hombre viejo, sus ojos eran grises como el hierro y su pelo negro como la oscuridad.
—¿Qué noticias traes? –dijo este mientras tomaba un trago de cerveza –¿o acaso no traes ninguna?
—Déjalo Benogac –dijo otro de los hombres –de seguro no tiene noticias o nada importante que decir. Desde que lo mandaron al castillo se ha vuelto un niño mimado.
El capitán Filead se reía entre dientes, tenía sus manos cruzadas delante de su boca.
—Muy cierto Capitán Wolfhem –Filead se levantó colocando su mano en la empuñadura de su espada –Pero este niño mimado podría arrancarte la cabeza del cuerpo con un solo movimiento de su espada. –los ojos del joven capitán se posaron sobre los de Wolfhem.
Este con una sonrisa en el rostro se sirvió más cerveza en su jarro, Los demás hicieron lo mismo salvo Filead que aún permanecía de pie con la mano en su arma. De pronto un grito los hizo saltar de sus asientos, en la calle la gente corría despavorida, un hombre de la guardia de la ciudad entró rápidamente a la taberna y viendo a los capitanes sentados les gritó:
»¡Fuego! ¡Se queman las cercanías de la ciudad! «.
Los tres capitanes corrieron rápidamente a las murallas donde miles de soldados y personas del pueblo miraban el fuego. Alkardas llegó montado en su caballo, lo seguía Ponizok junto con toda la guardia real. El calor golpeó con fuerza en los rostros de todos.
—¡Wolfhem! –dijo Alkardas mientras cogía un catalejo que fue brindado por uno de sus guardias. –¡Toma todos los hombres que creas necesarios y dirígete al sector más cercano al fuego! Busca por todos lados al causante de este incendio.
El capitán miró a su rey. Sus ojos demostraban temor y duda.
—Mi señor, el fuego permanece allí. –dijo Wolfhem –Si el viento cambia de dirección puede que nos asesine o arrase con la ciudad.
De pronto, el cielo se nubló, y de él, comenzaron a caer gotas de lluvia tan grandes como diamantes. Alkardas admiró el milagro que estaba sucediendo. Los hombres agradecían a sus dioses que las mandaran para detener el mal que los azotaba.
—Recuerda esto –le dijo el príncipe al esbelto Capitán –Faler es nuestro padre y como tal protege a sus hijos.
Wolfhem tomó un numeroso grupo de los mejores soldados y se dirigió a donde yacía el fuego que se extinguía a pasos agigantados. Filead comprendía que algo malo estaba pasando. Su rey no estaba siendo muy sincero con ellos.
—¿Alguien en esta ciudad ha visto como sucedió esto? –Alkardas gritaba a los presentes.
De la gran multitud se oyó hablar a una sola persona. Un simple carnicero de la ciudad, el cual pasaba todas las noches admirando las tierras de más allá y todas las estructuras de la ciudad.
—¡Mi gran rey! –dijo este a gritos –Una bola de luz blanca cayó del gran cielo. Al impactar con la tierra una gran explosión de fuego emergió de esta.
Filead analizó lo dicho por el hombre, los ojos de este demostraban seguridad al hablar por lo que dedujo que decía simplemente la verdad.
—Debió ser una estrella errante de las que hablan los sabios. –dijo Filead a su rey.
—¡Déjate de cuentos para niños Filead! –Alkardas no parecía contento, más bien parecía nervioso –¡Estrellas errantes, son viejas leyendas nada más! ¡Ahora todos se retiran, solo los guarda murallas permanecen aquí!
La gente comenzó a retirarse, el capitán Filead caminaba por la calle solo. Sus pensamientos estaban en las viejas leyendas. Ponizok logró alcanzarlo y casi susurrando le dijo:
—Yo te creo. Si fue una estrella errante, cuantas leyendas deben ser ciertas –El joven príncipe le sonreía al capitán y este le devolvió la sonrisa.