Читать книгу Naraligian. Tierra de guerra y pasión - F.I. Bottegoni - Страница 8
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Sangre y espadas
El ruido de los caballos relinchando y hombres con armaduras de hierro desmontando o simplemente marchando, inundó toda la ciudad de Carpincho Rojo.
Todos los reyes de Naraligian habían respondido al llamado del soberano de Fallstore, quien desde la cima de una colina, admiraba el gran campamento que se había erigido a los pies de la fortificada ciudad. Con él se encontraban Pulerg, rey de Goldanag, un hombre de baja estatura, de cabello castaño rojizo y una barba que le llegaba a la barriga. También estaba Hignar, señor de Lodriner. Este era considerado como el rey más apuesto de Naraligian. Su cabello era dorado como el sol y sus ojos verdes como dos esmeraldas. Su talla y su pulcritud destacaban por sobre los demás, por lo que tuvieron que colocarlo en un desnivel para que estuviera a la misma altura de estos.
—No imaginé que vendrías –dijo Hignar mirando a Pulerg –Creí que preferirías quedarte en tu castillo bebiendo, teniendo relaciones con tus mujerzuelas o simplemente durmiendo. –Isnirir el rey de Ismiranoz no pudo contenerse y se rio en la cara del montañés.
Cuentan las historias de la creación de Naraligian que Gustan, el dios de las estrellas, no solo creó al reino de Lodriner, sino que también al gran reino norteño de Ismiranoz. Por lo que tanto los lodrinenses como los ismiranianos, llevan la misma sangre y también ciertos rasgos físicos.
Isnirir, también conocido como el Rey Bestia, era un hombre de similar estatura a la de Hignar, pero su cabello era rojo fuego y sus ojos marrones rojizos. También es bueno decir por qué fue apodada la Bestia, ya que carece de modales, y su comportamiento es como el de un animal salvaje.
—¡Basta caballeros! –dijo el fallstoriano tomando asiento alrededor de la mesa –El asunto, por el cual los he hecho llamar es el siguiente –los demás reyes tomaron asiento –: Golbón, en su locura ha decidido iniciar la guerra contra Naraligian. Está en nosotros atacar unidos, o simplemente rendirnos a sus pies.
—¡Está loco! –dijo Hignar –¿Cómo puede iniciar la guerra, sabiendo que nosotros somos cuatro y él está solo sin aliados? Y además de nuestro lado están ustedes –señalando a Alkardas –Un pueblo de grandes guerreros que han visto a la muerte a los ojos.
—Estoy de acuerdo con lo que dice el señor de Lodriner –Pulerg tomó ánimo al hablar –Es un estúpido al pensar que puede solo contra nosotros, a no ser que tenga algo escondido entre mangas que no sepamos.
—Lo que piensa hacer es una locura –dijo Isnirir tomando apresuradamente una copa con vino. El oscuro líquido cayó por su barba roja manchando así su camisa blanca con bordados en naranja –En mi opinión –golpeó la mesa con la copa –para Golbón, todo está perdido, no tiene posibilidad de vencernos.
Por la puerta del gran recinto entró un hombre, que arrodillándose ante los cuatro reyes, dijo con voz temblorosa:
—Perdonen mi intromisión ¡oh grandes reyes de Naraligian! –el hombre se puso de pie y dejó un pergamino sobre la mesa.
—¿Qué es esto? –dijo con desconfianza Pulerg, desenrollando el amarillento papel.
En este había una serie de dibujos, que, al parecer, el rey de Goldanag no logró interpretar con facilidad. El señor de Fallstore pidió a Pulerg que le entregara el papel. Este se lo entregó y se volvió a sentar. Alkardas miró y analizó por un momento lo dibujado en ese pergamino. Los demás señores no comprendían lo que estaba tratando de entender o deducir de ese escrito.
—Dime, ¿es esto todo lo que lograste ver? –dijo mirando al curioso personaje. –¿Estás seguro de lo que viste?
—Sí mi señor –dijo el sujeto –Usted me pidió que espiara a los algirianos y eso es lo que Pit hizo. Según lo que vi, las fuerzas algirianas están reuniéndose en Fuerte del Caos. Por lo que será difícil poder atacar Afnargat.
—¡Un espía! –dijo sonriendo Hignar –¡Lograste infiltrar un espía, en Algirón! Temo que me has sorprendido sureño. Nunca creí que los servidores de Golbón, hubieran dejado sus fronteras desprotegidas.
—No fue fácil mi señor –Pit miró a Hignar mientras extraía otro papel, esta vez, uno más chico de su bolsillo. –Esto es un tratado algiriano, el cual únicamente los soldados y equipos militares poseen. Tuve la suerte de hurtar uno, lo cual me permitió, entrar como un fantasma al reino.
Alkardas ordenó a uno de sus hombres que acompañase hasta la salida a Pit, quien con una reverencia se retiró de allí. Pulerg llenó su copa con vino. Este era de color bordó y tenía un gusto ligeramente frutado.
Los otros dos, lo único que hacían era discutir entre ellos, sobre quien era el que debía ir al medio del ejército y quien en la vanguardia.
—Dime, hermano –dijo Pulerg a Alkardas –¿cómo será nuestro plan de ataque? Porque si dejamos que estos dos sigan peleándose como críos, no va pasar mucho hasta que seamos derrotados por los algirianos y sus fuerzas. –Pulerg movió su silla y la colocó junto a la del fallstoriano. –yo digo, nada más, es mi opinión.
—Tienes razón brazo de hierro –respondió el señor de Fallstore, poniéndose en pie y golpeando la mesa, con su mano. –Lo digo a todos y quiero que quede bien claro, nuestro ataque será por el flanco derecho y el flanco izquierdo de Fuerte del Caos. Yo encabezaré el golpe del lado izquierdo junto con Pulerg, mientras que ustedes dos –señalando a Isnirir e Hignar –atacarán el lado derecho de sus fuerzas ¡Marchamos al amanecer!
Alkardas se alejó de la habitación seguido por sus guardias personales, que lo protegían todo el tiempo y nunca lo dejaban solo.
Según los preparativos hechos por el señor de la ciudad, bajo las órdenes del rey de Ismiranoz, los reyes debían de tener las mejores habitaciones de toda la fortaleza. A Alkardas Greywolf, le dieron una habitación que daba al Sur, ya que, según él, en el Sur se encuentra la paz de Naraligian.
Sus aposentos eran bastante grandes para lo que el rey imaginaba. En este se había dispuesto de frutos secos en una especie de canasta y velas en distintos candelabros de oro macizo. La cama era dura como piedra, ya que nadie la había usado en años. Le resultó difícil quedarse tranquilo y dormir.
En sus sueños, veía a su hermosa familia, que lo esperaba a los pies de los grandes muros de su hogar. Todo era paz, salvo cuando de pronto, lo único que vio fue a las personas que más quería, ensangrentadas en el salón del trono. Las mujeres de la ciudad de Filardin eran violadas y los hombres asesinados. Lo último que el rey soñó, antes de ser despertado por uno de sus servidores, fue ver a Golbón riendo mientras la masacre ocurría.
Cuando este se despertó del sueño, ante él se encontraba su fiel escudero quien tenía en sus manos, la armadura de su rey.
—Ya es la mañana mi señor –dijo este colocando la pesada coraza a un costado –El rey Isnirir ha dicho que debemos iniciar la marcha.
—¿Ha dicho algo más, con respecto al ataque? –Alkardas se limpió la cara con el agua fría de una fuente –¿No dijo por dónde piensa cruzar? O solamente piensa avanzar.
—Él sugirió, mi señor, que debemos cruzar las Montañas Negras. el escudero, colocó la armadura a su rey –dice que los algirianos nunca esperarían que entremos por allí.
—No lo esperarían, porque es una locura cruzar por ese lugar –Alkardas colocó su espada en el cinturón del tabardo. –Además que no contamos con las fuerzas suficientes, como para afrontar la pérdida de hombres en esos caminos.
Cuando Alkardas estuvo listo, salió por la puerta seguido por Quitarin, su escudero. Estos emprendieron la marcha hacia las puertas de la ciudad, donde todos los esperaban. Hignar que los vio llegar les dijo:
—Mientras más tiempo perdamos más fuerte se vuelve Golbón –este dio vuelta su caballo hasta que quedó mirando al frente de las montañas.
Quitarin, ayudó a su señor, para que pudiera subir sin problema alguno a su caballo. Este ya preparado, ordenó a sus fuerzas que avanzaran. Miles y miles de hombres iban siguiéndolo, todos ellos marchando al ritmo de tambores y cuernos. Quitarin tomó su lugar junto a su señor. Pulerg se acercó a toda velocidad y le dijo a su amigo:
—No entiendo la idea de cruzar por allí –dijo susurrando el montañés –Conozco las montañas más que nadie, pero esto es suicidio ¿Y si ellos nos esperan del otro lado? –dijo sosteniendo con fuerza las riendas –no estamos preparados para tal reto.
—Lo mismo digo Pulerg –respondió el fallstoriano –pero ahora que lo pienso, no hay otra forma. Los demás caminos son demasiado largos y llegaríamos tarde para el combate.
—Rezo a los dioses que nos protejan en ese lugar –Pulerg estaba asustado, como si supiera lo que iba a suceder, –ni siquiera sabemos lo que nos tiene preparado Golbón allí.
—Por lo menos, acabaremos con el mal de una vez por todas. –Alkardas colocó su mano derecha en el hombro de su amigo –Lo hacemos por nuestras familias para que nuestros hijos se sientan seguros y no tengan miedo..
La gran horda de Naraligian ahora se dirigía a las grandes y altas Montañas Negras, un grupo de cadenas montañosas las cuales según los habitantes de Ismiranoz, es donde nació la maldad del mundo, donde Halfindis, dios de la oscuridad, dio lugar a las criaturas más horribles y aterradoras sobre la faz de la tierra. Pero esas historias hablan de tiempos remotos, cuando aún existía la gran batalla entre la luz y la oscuridad.
El paso por este lugar fue difícil. Varios hombres perdieron la vida por sus caminos y senderos, ya que, en estos podían resbalarse o simplemente, un derrumbe podría acabar con ellos. Alkardas se lo veía venir, supo desde un principio lo que les costaría cruzar por ese lugar maldito.
Ya era de mediodía y el ejército se detuvo bajo las órdenes de sus comandantes para tomar el almuerzo merecido: pan con unas fetas de carne y vino para bajarlo todo. Los reyes se colocaron en un sector apartado de los demás hombres para discutir cómo sería su plan de ataque.
—Les dije que esta marcha nos costaría vidas necesarias –dijo enojado el señor de Fallstore a los otros reyes –pero no, ustedes no escucharon. Ahora yo les pregunto, ¿vamos a enfrentar a Algirón en su terreno, con lo que nos queda?
—No tenemos opción –dijo Isnirir mirando la copa repleta de vino –lo que debemos hacer, es decidir cómo acabar con los algirianos –bebió de su copa hasta que pudo seguir hablando.
Mi plan era atacar Fuerte Caos, solo así destruiríamos la mayor parte de las fuerzas algirianas.
—Si queremos destruir Algirón, estamos atacando la fortaleza equivocada –afirmó Alkardas –Afnargat, es de donde se controla todo ese reino. Si pudiéramos destruirla, ellos no tendrían más remedio que rendirse.
—Es verdad lo que dice el sureño –Hignar se puso de pie para que lo escucharan bien –Lo que yo digo es que debemos engañar a los hombres de Golbón, solo así conseguiríamos el paso libre hacia esa fortaleza –espero para recuperar el aliento –¿Cuántos hombres nos quedan? –preguntó.
—Seis mil goldarianos, diez mil fallstorianos, dos mil ochocientos lodrinenses y menos de un millar de ismiranianos –dijo Alkardas recostándose contra un tronco en el piso.
—Esto es lo que haremos –dijo Pulerg después de meditarlo por varios segundos –nosotros uniremos nuestras fuerzas, mientras que Alkardas y sus huestes atacan Fuerte Caos. Mientras que ellos se fijan en nosotros, dejan desprotegida su fortaleza.
—Golbón sospechará la trampa, cuando vea que nuestras filas no poseen el estandarte de los Greywolf. Por lo que nos tratarán de destruir, para luego acabar con los fallstorianos que estén en su castillo –dijo Hignar, mirando serio al rey de Goldanag.
—Por eso, tendremos estandartes de Fallstore, pero no sus hombres –dijo sonriendo Pulerg –así y solo así, les daremos paso libre por las llanuras pantanosas –se puso de pie y ajustando su cinturón siguió –Cuando salgamos de este paso nos separamos. Alkardas –dijo mirando a su viejo amigo –espero que no falles.
—Por mi vida lo juro –respondió mientras se ponía en pie.
Después de haber comido placenteramente, la compañía siguió en viaje. Ya llevaban unos días marchando cuando se encontraron al final del sendero. Los fallstorianos despidiéndose de sus compañeros tomaron el rumbo Este hacia la fortaleza enemiga mientras los bravos hijos de Gustan y Mindlorn siguieron por el camino marcado.
Estos sentían que el miedo los invadía, parecía como si sus corazones fueran a detenerse en caso de ser sorprendidos. Hignar cruzaba cada dos por tres la mirada con Isnirir y con Pulerg. Eso fue algo que llamó la atención del montañés, el señor de Lodriner sentía miedo a lo que podría pasar. Ya a lo lejos pudieron distinguir grandes torres de humo que se alzaban en los aires.
—Así es como se ve un ejército algiriano –Hignar tomó su espada –les digo para que no queden dudas. Debemos resistir hasta que llegue la ayuda de Alkardas, cuando eso pase, avanzamos sin detenernos hacia el Norte, donde aguarda la peor de las ciudades de este reino.
—Estamos contigo señor de Lodriner –dijo Pulerg, también tomando su pesada masa de hierro –Como dijo nuestro amigo y señor de Fallstore, lo hacemos por los que amamos.
Isnirir asintió con la cabeza al igual que Hignar. Después de eso nadie más emitió un sonido hasta que estuvieron cerca de las fuerzas enemigas. Estas habían armado un monstruoso campamento en el cual fundían o preparaban las armas para la guerra que se avecinaba.
En ese momento cuando las fuerzas de los tres reyes se disponían a atacar, una flecha certera dio en el pecho de Hignar quien cayó de su caballo. Fue cuando las tropas enemigas atacaron por sorpresa al recién armado ejército.
Estos armaron un círculo de escudos y se defendieron de las repentinas oleadas de miles y miles de algirianos. Pulerg guio a sus hombres contra la caballería de Golbón. El señor de Goldanag golpeó con su masa el torso de uno de los jinetes, cuya armadura se abolló rompiéndole así el pecho. Fue entonces cuando los malvados algirianos detuvieron su ataque, pero rodearon al ejército rival.
De entre los millares de enemigos, salió un jinete el cual llevaba puesta una armadura negra, con un casco con dos cuernos. Este enigmático personaje, descendió de su caballo y se quitó el yelmo de la cabeza.
—Vaya, vaya –dijo el caballero, que era Golbón –veo que han tenido el coraje de venir a enfrentarme en mis tierras. Y díganme –mirando el ejercito de los reyes –¡dónde esta Alkardas, o no vino con ustedes?
—Que te hace pensar que no está con nosotros –dijo Hignar colocándose al frente de sus hombres. Un hilo de sangre corría por su pecho –¿Acaso no ves que sus hombres están aquí?
—No trates de engañarme –dijo enfurecido el villano –conozco bien a los fallstorianos como para no reconocerlos. ¡Estos hombres tienen miedo! –señalándolos –un soldado de Fallstore no lo tendría, por lo contrario, sentiría un impulso de asesinar a sus enemigos. –Golbón desenfundó su espada, la cual era de acero negro como el carbón –así que lo preguntaré por última vez, y aquí termina nuestra plática. ¿Dónde está Alkardas Greywolf?
—Lejos de aquí –dijo Pulerg colocándose al costado de Hignar –Pero eso ya lo sabías ¿no? O simplemente te acabas de enterar.
Los ojos del señor de Algirón se encendieron como fuego, en su interior su corazón se llenaba de ira y odio. Sin previo aviso ordenó a sus hombres que acabaran con el ejército y le trajeran las cabezas de los reyes. Estos avanzaron contra los enemigos, quienes con todas sus fuerzas aguantaban cada asalto.
Estuvieron luchando por horas hasta que Golbón se abalanzó con su último ataque, el cual logró destruir el muro de escudos del enemigo. Los arqueros algirianos lanzaron lluvias de flechas sin piedad contra los lodrinenses, quienes caían como moscas. Hignar con valor enfrentó a su enemigo, quien parecía feliz por la valentía del sabio.
Sus espadas se cruzaban simultáneamente provocando sonidos vibrantes en el ambiente. Pulerg trató varias veces de ayudar a su compañero, pero este simplemente, lo apartaba del conflicto. El rey de Ismiranoz, cegado por el miedo, cuando vio la oportunidad junto con sus hombres emprendió la retirada, de vuelta hacia sus tierras. Eso hizo que Hignar se distrajera, dejando que Golbón asestara un golpe en el casco del bosquerino, quien perdió la razón y cayó al suelo desmayado.
El rey de Algirón levantó su espada para matar a Hignar, pero Pulerg se interpuso y bloqueó el arma de su enemigo antes de que cumpliera con su objetivo.
—Ya no tienen oportunidad contra mí y mis fuerzas –Golbón tomó con una de sus manos el mango del maso de Pulerg, quien trataba de soltarse –Los ismiranianos los abandonaron, sus hombres mueren contra los míos y además tu aliado sureño no vino a ayudarte.
En el furor del combate, se escuchó el sonido profundo de un cuerno, que sonó en lo alto de una de las colinas cercanas al campo de batalla. Como fantasmas, salieron del otro lado los estandartes del ejército fallstoriano, con el blasón de la casa Greywolf como insignia. Los hombres del señor del Sur marchaban contra los algirianos, quienes no entendían lo que pasaba.
Golbón miró a Pulerg, quien le mostraba una sonrisa burlona, mientras dejaba salir una carcajada.
—Te equivocas, traidor –dijo el señor de Goldanag, soltando su maso y tomando la espada de Hignar –estuviste ciego, y en tu ceguera de poder no te diste cuenta que todo fue para tomar Fuerte Caos.
—¡Nooooooooo! –gritó con toda su furia Golbón, quien tiraba golpes contra Pulerg. –Nadie puede conmigo, ni siquiera ese maldito lobo de Fallstore.
—Eso es algo que yo no pienso. –Alkardas frenó la espada de Golbón con la suya –Te metiste con mis amigos y aliados, traicionaste a los dioses, pero por sobre todas las cosas involucraste a mi hijo, Ponizok –El imponente rey, hizo descender con tanta furia su espada que quebró la de su contrincante en varias partes. –Si me hubieras escuchado, esto no habría pasado, y la cantidad de muertos el día de hoy, no existiría. –Alkardas golpeó con la punta de su bota en la rodilla de su enemigo, quien ensangrentado, cayó de bruces al suelo. –¡Ahora, Golbón, señor de la casa Lenger, muere por tu traición! –El imponente rey de los fallstorianos decapitó a su enemigo y su cabeza rodó por los suelos hasta golpear la bota de Pulerg.
Este la tomó y la alzó en el aire para que todos los algirianos la vieran, lo cual provocó que toda la masa de enemigos emprendiera la retirada. Ya no eran un ejército, ahora eran soldados atemorizados que corrían en todas las direcciones.
El ejército de los vencedores gritaba de júbilo por la victoria que habían obtenido, ya nada sería lo que fue antes. Pulerg se agachó y trató de despertar a Hignar quien yacía en el piso. Cuando este reaccionó, lo primero que vio fue la cara del montañés y escuchó la voz de Alkardas que le decía:
—¡No te rindas! Aún tenemos un castillo que tomar para poder volver a nuestros hogares, con nuestras familias. –este lo ayudó a ponerse en pie –Ya todo acabó, la guerra terminó. La paz llegó de vuelta a toda Naraligian.
Cuando Hignar se recuperó del golpe. Todos juntos marcharon contra el Norte de Algirón donde la victoria final los aguardaba.