Читать книгу Naraligian. Tierra de guerra y pasión - F.I. Bottegoni - Страница 11

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Amor y guerra

Argentian, la gran ciudad capital de los montañeses era magnifica en todo su esplendor. Se encontraba a los pies de las Montañas Plateadas, que según contaba la historia, en el interior de sus minas, poseían toneladas y toneladas de plata pura.

El señor de todo Goldanag y de esta ciudad era Pulerg, quien había peleado al lado del rey Alkardas, durante la época de la gran oscuridad y el alzamiento de Golbón Lenger. Este ya no era quien antes había sido, ahora su pelo y barba se habían vuelto bastante canosos por los años, pero su espíritu seguía intacto, algo que sus lores y súbditos respetaban mucho. Él no iba a dejar que un hombre de los bosques le diga lo que debía hacer con sus hornos, o qué debía utilizar para prenderlos.

El rey de Lodriner ya estaba harto de que los goldarianos entraran sin su permiso a su magnífico reino y talaran los bellos árboles que le habían sido regalados por su padre creador. Miles y miles de ellos habían sido volteados con el único fin de calentar los grandes hornos.

Ya todos en la ciudad capital, se habían preparado para el combate que se avecinaba. Los centinelas apostados en los muros, vigilaban las lejanías. En el caso de que ellos vieran a los enemigos acercarse, debían dar la alarma, para que todo hombre que supiera usar un arma, se dirigiera hacia los muros y puertas de la ciudad.

Pulerg se encontraba en lo alto del torreón principal del castillo de Argentian donde junto a sus más renombrados capitanes, decidían la defensa y como podrían escapar de la ciudad en caso de que los bosquerinos lograran penetrar los muros de la ciudad fortaleza.

—Mi señor –dijo el más alto y fortachón de los capitanes –deberíamos de advertir a nuestros aliados sobre nuestra situación, seguramente Hignar ya avanza contra este sitio y no tenemos un ejército para enfrentarlo.

—Ya es demasiado tarde, capitán Giotarniz –Pulerg se apoyaba sobre una de las ventanas de la habitación de planes y juntas –nadie llegará tan rápido en nuestra ayuda. Ni siquiera Lord Lactalion, señor del castillo Culprión, el más leal de mis señores vasallos.¡Capitán Mandorlak, necesito que de la alarma! Todo hombre, ya sea niño o adulto, debe prepararse para pelear.

—¿No sería conveniente, que enviemos a los niños y mujeres lejos de la ciudad, señor? –dijo Mandorlak.

Giotarniz tenía el cabello y los ojos color miel, mientras que Mandorlak era calvo, pero poseía una barba la cual daba a conocer que su cabello había sido alguna vez color plata, al igual que sus ojos. Pero no solo ellos dos se encontraban en ese lugar con el rey de Goldanag. También presente estaba la única capitana del ejército de Argentian. Su nombre era Kira. Su cabello era largo y ondulado. Lo tenía castaño oscuro, y sus ojos era marrón claro.

Según los hombres que servían en la ciudad, Pulerg la había elegido, por ser una de las más leales y aguerridas guerreras de todo el Valle del Alpinista. Lo único que la diferenciaba de los demás capitanes, es que era una persona alegre y no fría como Giotarniz y Mandorlak.

—No es una buena idea, capitán Mandorlak. –dijo Kira acercándose a una mesa, donde los consejeros de guerra, habían colocado un mapa de Naraligian. –Los caminos están infestados de bandidos y violadores. Enviarlos requeriría darles una protección o un escuadrón de caballeros, algo de lo que no disponemos en este momento.

—No hay alternativa, debemos defendernos como podamos. –el rey tomó asiento en la mesa –Ya envié un halcón a mi aliado y amigo, el rey Alkardas. Seguramente vendrá con un ejército a la batalla. Ruego a los dioses que haya recibido el mensaje de ayuda.

—Los lobos de Fallstore, no responderán a nuestro pedido –Giotarniz miró la lejanía por la ventana –Deben estar riéndose de nuestra mala fortuna. A ellos no les importa el dilema de los otros.

—¡Alkardas es un fiel aliado de Goldanag! –Kira se paró erguida, con la mirada seria en Giotarniz –¿Cómo puedes llegar a dudar de su honor? Ellos fueron quienes pelearon de nuestro lado cuando Golbón, se colocó su corona de hierro y volcó todas sus fuerzas contra Naraligian. Su rey fue quien evitó que asesinaran al nuestro.

—¿Por qué hablas como si hubieras estado allí? –Mandorlak, con una de sus manos en la empuñadura de su espada se acercó a la joven y pasando su mano por el cabello de esta le dijo –Eres joven, todavía no sabes lo que es estar en un campo de batalla, donde tus amigos mueren a manos de tus enemigos, donde los dioses no toman partido. Yo estuve en los campos cercanos a Fuerte Caos, donde tuvo lugar la gran batalla del bien y el mal. Recuerdo el grito de miles de compatriotas, los cuales eran heridos o mutilados por los algirianos. Si no hubiera sido por los Greywolf, hubiéramos perdido la guerra y la casa Lenger dominaría toda la tierra.

—Necesito que los guardias de la ciudad vayan a los muros, preparen los trebuchets, para bombardear al gran ejército de Casa del Árbol. –Pulerg sirvió en una copa sidra, la bebió, e inclinándose sobre uno de los apoyabrazos les dijo a los dos capitanes –Ustedes encárguense de esto. Kira y yo debemos hablar a solas.

Los bravíos capitanes saludando a su rey, salieron de la habitación. Pulerg le pidió a la capitana que tomara asiento junto a él. Este le convidó una copa donde le sirvió del néctar de la manzana.

—Lo siento mi señor, si he hecho algo mal, –dijo apenada la joven –es solo que no puedo permitir que hablen así de nuestros amigos del Sur.

—¿Cuántos años tienes Kira? –preguntó el rey a la capitana.

—Tengo dieciséis años, mi señor. –ella se sentó derecha contra el respaldo de la silla –Sé que es raro que alguien como yo pertenezca a la guardia. Cuando camino por la ciudad, escucho a las personas que dicen entre ellas:

»Mira lo joven y bella que es, no entiendo cómo puede pertenecer a un ejército, cuando debería estar comprometida con alguien y con niños sobre sus piernas».

Si usted piensa eso mi señor, con gusto renunciaré a la guardia. –Kira tenía los ojos rojos, como si fuera a llorar.

—Si eso es lo que tú quieres, aceptaré tu renuncia. –Pulerg colocó su mano en el hombro de la niña –Recuerdo cuando viniste a mi hace años, pidiéndome que te nombrara capitana de mi guardia. En ese momento, yo pensé lo mismo que piensan todos sobre ti. Pero cuando me dijiste porque lo deseabas, escuché tu juramento y acepté que fueras de mi guardia.

—¿Cuáles son mis órdenes?, gran rey del reino –Kira se puso en pie.

El rey se paró para hablar, y en ese momento, la campana de la ciudad sonó con toda su furia. Kira miró por la ventana y vio como una gran masa de color marrón se acercaba hacia Argentian. La capitana volvió sus ojos hacia Pulerg quien ajustando el cinturón del cual colgaba su espada, le pidió que reuniera a la guardia real para ir a la batalla. Kira corrió lo más rápido que pudo con su armadura puesta hacia el salón del trono, donde los cien hombres que componían la guardia del rey aguardaban de pie mirando hacia el gran sillón.

Ella les ordenó que se prepararan para marchar con su rey a los muros, donde la gran batalla los esperaba. En ese momento Pulerg apareció en el salón. Llevaba puesto sobre su cabeza un yelmo de hierro rojo con detalles en dorado. Todos, incluyendo la capitana, lo siguieron por toda la ciudad, hasta que subieron a las altas murallas. Pulerg, a diferencia de Kira, estaba relajado, ya que él sabía que sus muros eran casi tan altos como los de Filardin. Los bosquerinos tendrían que subir y ellos solo tenían que repelerlos.

—El sabio Hignar, va a la cabeza de sus fuerzas. –decía Giotarniz a su rey mientras tensaba su arco –¿Quiere que lo acabe?

—No sería tan valiente que digamos, si disparara una flecha contra él. –el rey miró al capitán quien estaba a la espera de órdenes –Deja que se acerquen, que confíen. En ese momento comenzaremos la ofensiva.

Hignar hizo sonar un cuerno para ordenar a sus tropas que se detuvieran. Un jinete se acercó a toda prisa hacia la ciudad, y quitándose el yelmo dijo a los que estaban sobre él:

—¡Saludos, nobles goldarianos! –haciendo una reverencia –Mi señor desea hablar con Pulerg de la casa Kropner. Me dio la orden de decirle que debe hablar con él entre la ciudad y nuestro ejército.

Pulerg se dirigía hacia el portón principal cuando Kira lo tomó por el brazo. Este miró a la joven quien, por debajo de su yelmo mantenía la vista en sus ojos.

—Mi señor, permítame que vaya con usted, –dijo inclinándose ante él –no confió en su rey, puede que trate de herirlo de algún modo. Si eso llegara a ocurrir, no habrá nadie que lo proteja.

—¡Acompáñame entonces! –dijo el rey sonriendo, ella le devolvió la sonrisa –Si tanto te preocupa mi seguridad, con gusto aceptaré que me acompañes.

Los dos juntos caminaron por el muro y la escalera de este hasta llegar a la gran puerta que separaba lo interno de lo externo de la ciudad. Los grandes barrotes que la cerraban, fueron extraídos y cinco hombres de cada lado abrieron un poco, para que ellos dos pudieran salir.

En el centro, como había dicho el emisario, estaba el rey de los bosquerinos, y junto a él, el que parecía ser su capitán con más renombre. Cuando ambos estuvieron a solo unos pasos de ellos, Pulerg, quien se quitó su pesado yelmo para ver mejor, mantuvo silencio al igual que Kira.

—¡Quién diría, que después de años de no vernos, nos iríamos a encontrar a los pies de la capital de tu reino como enemigos! –dijo sarcásticamente Hignar. Los guardias a sus espaldas se reían. –Recuerdo como si hubiera sido ayer, cuando peleamos hombro con hombro, contra las fuerzas de Algirón. Si me hubieran dicho en ese momento que yo iba a destruirte, me hubiera orinado de la risa.

—No sabía que me extrañaste tanto, –Pulerg le devolvió su sarcasmo al bosquerino –y ahora vienes con tus fuerzas, a tomar y destruir mi hogar. Posiblemente también matarás a todo aquel que se halle ahí dentro –dijo señalando la ciudad.

—Me gustaría que miraras mi ejército –dijo Hignar mostrando con sus manos la cantidad de tropas allí presentes –Te presento a todo el ejército de Casa de Árbol, mi castillo. Todos ellos me siguieron con el fin de que yo reduzca a cenizas todo lo que has construido aquí, en la gran ciudad goldariana de Argentian.

¿Quieres que mire a tus hombres y me espante? –Pulerg sentía que el cuerpo se le congelaba del miedo, pero no quiso demostrarlo –Lo único que veo son granjeros, panaderos y juglares, todos ellos vestidos con lo que sería una armadura de cuero marrón. De armas llevan picas y espadas según lo que logro ver. –el rey miró a la capitana quien por debajo del yelmo lo observaba preocupada. –En cambio, todos los míos poseen hierro y acero como medio de protección, nuestras armas te superan y tenemos artillería, algo que tú no traes.

—Eso crees –Hignar le regaló una sonrisa burlona a su enemigo. La persona que se encontraba a su derecha hizo sonar un cuerno, el cual fue más grave que el de su rey –Creo, si no me equivoco, que aquel artefacto a mis espaldas es una catapulta, o puedes conocerlo como mangonel de asalto. Mis hombres estuvieron días y días para crearlos y perfeccionarlos y te aseguro que están bien calibrados.

—¿Crees que unos varios pedazos de madera y sogas, podrán penetrar los muros y portones de la ciudad? –dijo Kira tomando la empuñadura de su espada acercándose a Hignar. Pulerg, al ver su intención, la detuvo colocando un brazo en el pecho de la joven –No tienes idea de con quién te has metido y te aseguro, que mucho antes de que la guerra acabe, tu estarás muerto a mis pies.

—Jajaja… no creí que el rey de los montañeses, elegiría a una niña como guardaespaldas –Hignar también colocó la mano en la empuñadura de su espada –Ten cuidado niñita, puede que seas tú, quien acabe muerta y no yo. ¡Comandante Igonder! Ya me harté de esta conversación –el señor de Lodriner se marchó seguido por su comandante.

Pulerg se dio la vuelta, y junto a la capitana, volvieron a la ciudad donde los otros dos capitanes aguardaban impacientes las noticias sobre la plática. Los ojos del rey miraban a la nada. Giotarniz trató de hacerlo entrar en razón, pero ya era tarde. El enemigo había iniciado el sitio de Argentian.

Mientras Kira subía junto a su rey, Giotarniz y Mandorlak, veían como varios compatriotas volaban por los aires hasta caer en el suelo de piedra de la ciudad. Al llegar a lo alto de los muros, el rey miró seriamente al ejército del enemigo, alzó su espada y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Muerte a los bosquerinos! –los arqueros y los que manejaban los trebuchets de la fortaleza, lanzaron con furia todo lo que tenían –¡No dejen que se acerquen a la ciudad!

Las tropas de Hignar que lograban llegar a los muros, extendían hacia ellos escaleras para poder subir. Los defensores repelían el ataque con aceite caliente y piedras. Giotarniz tuvo que enfrentar a varios enemigos, los cuales le dieron pelea. Uno de los bosquerinos logró dar con una flecha en el hombro del capitán, quien cayó rodando escalera abajo hasta dar contra una vasija de barro y quebrarla en pedazos.

Mandorlak, con su hacha en mano, se interpuso entre los asesinos y su caído amigo. Este, no reaccionaba con los toques que le daba el capitán con la punta de su bota en el pecho.

—¡Mandorlak! El portón principal está siendo atacado –Kira le gritaba desde lo alto de la muralla mientras protegía el indefenso muro.

—¡Soldados llévenselo! –ordenó el capitán Mandorlak a dos goldarianos para que sacaran a Giotarniz de la zona de conflicto. –¡Protéjanlo hasta que cese el ataque!

El asedio duró todo el día, ya que los lodrinenses no cesaban en su ofensiva. Una y otra vez los aguerridos defensores detenían cada asalto. Hignar ordenó a un grupo de sus hombres para que usaran un ariete del tamaño de la puerta de la ciudad para tumbarla ¡Boom, boom, boom! era el sonido del tronco del arma de asalto contra el hierro y la madera del portón.

Mandorlak, al otro lado de la entrada, había colocado barricadas para contener a quien quisiera entrar por allí. Los arqueros goldarianos, con las flechas preparadas, aguardaban al enemigo.

—¡Hombres de Goldanag! –gritó Pulerg con fervor a sus tropas –Esta es nuestra tierra, estos son sus hermanos y familias, Mindlorn es nuestro padre. Pelemos por él. ¡Uhhhhaaaaaaaa!

—¡Uhhhhaaaaaaaaaaaa! –gritaron todos los que se encontraban peleando a su lado.

Hignar, vio que el asalto no le era favorable en ese momento por lo que tuvo que ordenar una rápida retirada a sus hombres, quienes bajaban de los muros y retrocedían sin quejarse hacia donde se encontraba su señor.

Los defensores gritaban de júbilo por que habían hecho retirar a los bosquerinos. Kira quitándose el casco, se corrió el mojado cabello de su rostro. Ella miraba como todos festejaban por la victoria que habían logrado. Ya el miedo se había ido. Sabían que el primer asalto había acabado, pero lo batalla seguía.

Cansados y heridos, los goldarianos restantes se quedaron en los muros, para relajarse y descansar de todo un día de combate. Les fue entregado a cada uno de los combatientes una empanada de cordero con un plato de caldo de verduras. La joven capitana de la guardia, no tenía pensado cenar, porque deseaba primero ver en qué estado se encontraba su amigo Gio quien en ese momento estaba siendo atendido en la casa de sanación por los sabios de la ciudad.

El edificio se encontraba en el centro de la misma donde la Calle del Oro y la Pirita convergían. Era un edificio de piedra amarilla como la arena del desierto, con ventanas grandes para que entrara la mayor cantidad de luz posible.

Una de las mujeres que trabajaba allí, le indicó a la joven en qué lugar del recinto se había dispuesto una litera para el herido capitán. Este se encontraba aún inconsciente; en su hombro un agujero de color rojo bermellón donde antes había estado una flecha incrustada. Los sanadores le colocaban una especie de pasta color verde la cual desprendía un olor nauseabundo.

—Las curanderas dicen que no es nada grave. –dijo Mandorlak sentado en una de las esquinas de la habitación. Su armadura estaba roja por toda la sangre de sus enemigos –Tuvimos suerte que haya dado en su hombro y no en otro lugar, ya que la flecha traspasó de lado a lado su cuerpo ¡Malditos bosquerinos! Si vuelven a penetrar nuestros muros, sus cabezas terminarán en picas a lo largo de nuestro reino ¡Malditos todos aquellos que se hacen llamar nuestros aliados! Ellos deberían estar aquí apoyándonos y ayudándonos a destruir al rey sabio y sus tropas. –Mandorlak trató de ponerse en pie, pero a causa de su embriaguez cayó al piso. –¡Los odio a todos! ¡Si no hubiera sido por nuestros amigos, Gio ya no se encontraría en este mundo! –el enfurecido capitán, hubiera tomado su espada de no ser porque Kira colocó la suya en su cuello.

—Culpa a cuantos quieras. A los dioses, nuestros amigos, familias, perros, al que nos vende pan. Pero después mírate a ti mismo y dime: ¿Has hecho algo más además de quejarte sobre nuestra situación actual? Estamos siendo asediados por un ejército que nos supera en número. Si nos derrotan, y es una posibilidad, armarán una montaña con nuestros cuerpos. Pero yo seguiré peleando sin importar el final. Moriré por mi tierra, por mis amigos a los que considero mi familia, pero más muero por Goldanag –Kira quitó el arma del cuello de Mandorlak y la volvió a envainar.

El consejero del rey se acercó a los dos capitanes y les dijo que su señor Pulerg había solicitado su presencia en el castillo Argelon. Había recibido la respuesta del señor de Fallstore. Después de escuchar la noticia, los dos corrieron a toda prisa hacia la fortaleza de la ciudad, donde su rey los esperaba.

En el salón del trono, sentado en este estaba Pulerg; los miró al entrar, su rostro parecía alegre por la noticia, por lo que Kira, al igual que Mandorlak, asumieron que el mensaje era bueno.

—¿Qué noticias han llegado de Fallstore, mi señor? –dijo Mandorlak hincándose sobre una pierna. Kira hizo lo mismo.

—Alkardas Greywolf, ha respondido a mi pedido de ayuda. –Pulerg se recostó contra el espaldar del gran asiento de piedra y oro –En este momento una fuerza de veinte mil hombres de tropas sureñas está cruzando el bosque de Alarbón.

—¿Hace cuánto envió el mensaje de ayuda? –preguntó interesada Kira.

—Lo envié hace apenas dos semanas junto con la espada que le he regalado al príncipe Ponizok Greywolf. –respondió el rey mientras bajaba de su asiento. Tomó de la mesa la respuesta a su mensaje y la entregó a Kira, quien con ansias esperaba verla.

—Esta fuerza de combate, es guiada por el mismo Ponizok –la joven miró a su rey. Ella sentía que el corazón se le saldría del pecho.

—Dicen que el muchacho es un gran espadachín. –Mandorlak tomó el papel –Según lo que se cuenta, su madre es una de las herederas de las tierras de Thoms. Por lo que, en su muerte, este joven será rey del más grande de los reinos. –se rascó la cabeza y le volvió a entregar el mensaje a su rey –Lo único que espero, es que no sea egocéntrico, y crea que aquí podrá mandarnos, como lo hace con su gente en el Sur.

—No es como tú piensas –Kira se apoyó contra la mesa, colocó sus manos sobre esta y siguió –Yo me lo imagino como alguien gentil, caballeroso y que ama a los suyos –la joven suspiró de tal forma que los dos que allí estaban la escucharon. En eso vio que Pulerg y Mandorlak intercambiaban miradas, algo que le dio a entender que se habían dado cuenta.

—¡Ay Kira! –dijo sorprendido el rey, acercándose a ella y colocándose a un costado de brazos cruzados –Dime que lo que estoy pensando, es solo una idea. –miró sonriente a la capitana mientras ella movía su cabeza de un lado a otro –¿No me digas que te gusta el príncipe de Fallstore?

Kira miró hacia el suelo. Unas lágrimas cayeron sobre este dejando pequeños charcos. El rey le ordenó a Mandorlak que los dejara solos, y que si quería podía ir a cenar. Mandorlak, despidiéndose muy cortes mente, se alejó de la sala. Lo único que se escuchó antes de que saliera por la puerta principal, fue el choque de su bota contra el suelo de piedra de la fortaleza. Cuando hubo salido, Pulerg prosiguió con la charla.

–Te conozco de hace casi tres años Kiri y sé que cuando quieres algo, haces todo lo posible para obtenerlo – Pulerg secó con uno de sus dedos, las lágrimas en las mejillas de la niña – Cuando llegue el momento, tendrás que decidir entre tu vida aquí, sirviendo como capitana o tu futura vida, con alguien que te proteja y te de tanto amor como lo deseas...

–¡Siento como si lo conociera! – dijo fregándose los ojos con los nudillos – He escuchado sobre él, en las aldeas cercanas a Alarbón, donde se cuenta que es la persona más bella de su reino. También traté varias veces, durante mis horas de patrullaje de ir hacia allí y conocerlo. Creí que tal vez, y solo tal vez, podría llegar a enamorarse de alguien como yo.

–¿Qué te dice tu corazón? – le preguntó el rey a Kira.

–Me dice, que no lo imagine más – respondió con tristeza, mientras volvía a tomar el mensaje de la mesa – Él es el hijo de un rey, y yo soy una simple capitana del ejército de Goldanag. Nunca se fijaría en mí. Seguramente ya está comprometido con alguna lady de Fallstore.. Pulerg abrazó a la joven con toda su fuerza. Ella se dejó abrazar, pero con eso dejo salir otras lágrimas, las cuales esta vez, fueron a parar al traje de terciopelo de su señor, quien al ver esto, le dijo que no se preocupara y que debía ir a descansar, porque la guerra proseguiría, y ella estaba muy tensa por la batalla. La joven capitana despidiéndose se dirigió a su humilde hogar, el cual quedaba en la zona Norte de la ciudad, sobre la Calle de la Esperanza. Era una casa de piedra gris mapache, un techo de madera de pino y un par de ventanas. Cuando ella entró, en la mesa aún había pan del desayuno y una jarra de agua a un costado de este. Tomó un vaso y se sirvió un poco para poder hidratarse. Su mente estaba corrompida por la duda de su futuro. ¿Podría ella ser amada por la persona que deseaba? En ese momento le pareció primordial la idea de acostarse sobre su lecho con un colchón de plumas, y sentir como la noche pasaba y el día se alzaba luego de la oscuridad total. A la mañana siguiente el ruido de un cuerno la hizo saltar de su cama. Se colocó su armadura lo más rápido que pudo y cogiendo un trozo de pan duro se dirigió devuelta a los muros, donde ya Mandorlak la esperaba junto a los hombres restantes de la defensa. Este, cuando la vio llegar, le explicó que los bosquerinos, habían decidido atacar en la madrugada, pensando que todos en la ciudad estarían durmiendo. Pero Pulerg había solicitado que a lo largo de los muros hubiera centinelas, que avisaran en caso de ataques imprevistos. Del lado opuesto de las murallas, ya formados, las tropas de Hignar se disponían a atacar Argentian, la cual en ese momento, se encontraba con muy poca seguridad. Una sonrisa de satisfacción recorrió el rostro del rey de Lodriner al ver que del otro bando, no recibía señal alguna de resistencia como bombardeos, o lluvias de flechas. .

–Si reorganizamos las defensas, Argentian caerá –le dijo Kira al capitán Mandorlak, quien en ese momento desenvainaba su espada.

–La defensa está preparada, lo único que hay que hacer, es dejar que ellos crean que no – respondió a lo dicho por la capitana. –El rey me pidió que les hiciera un regalo a los bosquerinos y eso es lo que haré ¡Soldado! – dijo a uno de los allí presentes – Pueden iniciar ¡Libérenlos! –Los hombres dispararon con todo lo que tenían. Piedras y flechas volaban sin rumbo fijo por los aires, hasta que daban contra algún enemigo que estuviera desprevenido. Pero eso no impidió que la infantería de Lodriner, volviera a colocar sus escaleras y arietes donde correspondían. Ya no eran cientos. Ahora eran miles de bosquerinos los que lograban penetrar los muros de Argentian.

Kira miró a Mandorlak, quien combatía a más no poder contra todo aquel que lo enfrentara. En ese momento el capitán, mirando a un grupo de arqueros que se encontraban en la parte baja de los muros, les dio la orden de enviar lo acordado. Ellos dispararon una oleada de flechas incendiarias contra los campos repletos de enemigos. Los que manejaban los trebuchets, cargaron estos con proyectiles que poseían en su interior aceite, con el cual, prendieron fuego a varios bosquerinos, haciéndolos huir a causa del dolor y las heridas. Cada uno que formaba parte de la protección real del rey de Lodriner, trataba de hacer volver a los desertores, que escapaban ciegos de la batalla. Espadas contra cuellos, cuchillos en el pecho, ballestazos en los ojos. Esa fue la forma de terminar con la huida.

—¡No dejaré que unos simples montañeses me dejen en ridículo! –dijo enfadado con sus capitanes. Hignar desenfundó su sable y seguido por sus hombres se acercó al portón del enemigo donde el ariete seguía tratando de abrir la única entrada a la ciudad –¡Pero abran esa puerta de una vez! –les dijo a las cansadas tropas que sin más no poder movían el pesado tronco del arma de asalto.

—Es muy fuerte mi señor, –dijo cansado el que parecía ser el capitán de aquel contingente –llevamos horas golpeando y ni siquiera la hemos rajado.

—¡Túmbela de una vez por todas! –gritó más enojado su rey. Ya no podía contener más su ira –¡Si para mañana, ese paso no está abierto yo mismo me encargaré de que paguen por su ineficacia! –Hignar se retiró junto con los demás capitanes de su ejército hacia el campamento que habían levantado. Sus fuerzas hicieron lo mismo.

El humo que los cubría imposibilitó la visión de los goldarianos, quienes trataban de ver si sus enemigos preparaban algo más poderoso que un simple ataque. Kira se cubrió con su brazo la cara para que este, no se le metiera por la boca y la hiciera toser. Miraba en todas direcciones con el fin de encontrar algún alma que pudiera ayudarla a hallar el camino para descender de los muros. Mandorlak logró encontrarla, le indicó por donde debía ir y que debía hacer una vez que hubiera bajado.

—Debes ir y ver si Gio se encuentra bien. –le pidió el capitán a la joven quien aceptó con gusto.

Giotarniz fue quien le había enseñado a dirigir grandes masas de hombres en una batalla, también, cómo defenderse a sí misma. Kira lo quería como un amigo, alguien que nunca le había fallado en la vida. Por eso había aceptado en ir a verlo. Sabía que lo necesitaba.

Al llegar a la casa de sanación, varios de los curanderos y sanadores fueron a recibirla y le explicaron que el capitán, herido como estaba, se había levantado y colocado su armadura. Ellos le dijeron que todavía no estaba totalmente recuperado para irse, pero que él no les prestó atención y siguió vistiéndose. Habiendo escuchado esto, Kira entró en el recinto donde Gio se estaba colocando el gorjal.

—¿Qué haces? –le preguntó enojada la joven al robusto capitán allí presente –Los sanadores te dijeron que todavía no estabas listo para irte.

—Si les hiciera caso a ellos, Argentian sería destruida –le respondió con una mirada amenazante –Ya estoy bien, no siento nada, ni siquiera me sangra la herida. Debo hablar con el rey. Debe saber que ya estoy de vuelta.

—¡No irás a ningún lado! –la capitana tomó su espada y apuntó con ella a su compañero –Debes obedecer a los curanderos. Si ellos te dijeron que no estás bien, es porque así es. –se paró en posición de combate, tomando su espada con las dos manos –Si deseas irte, tendrás que pasar sobre mí.

Giotarniz sonriendo, se acercó hacia el arma, tomó el filoso acero y lo corrió de su camino. Kira desenfundó rápidamente su daga y la colocó en el cuello del capitán, quien se enfureció mucho más. A ella no le importó su enojo, ya que lo que le interesaba era que este respondiera a lo pedido por los sabios sanadores.

—¡Kira, necesito ver al rey! –Giotarniz apretó con su mano derecha el acero del filoso elemento en su cuello. Hilos rojos de sangre corrieron por su mano, la cual, ni por un segundo dejó de apretar el arma –¡Debo hablar con Pulerg, debe saber que estoy listo para la acción! –tomó un trozo de tela y se vendó la ensangrentada mano –¿Cómo fue la defensa del segundo ataque? –preguntó mientras salía junto a la capitana por la puerta.

—¡Otra gran victoria para los grandes defensores de Argentian! –dijo emocionada la capitana mientras caminaba hacia el castillo. –Yo creo que no volverán a atacarnos. Hemos quebrado la moral de sus filas. Los sureños se acercan, sus fuerzas son superiores a las de Lodriner. No tienen más oportunidad.

—Tienes mucha esperanza. Eso es bueno en tiempos así –Gio paró en uno de los puestos del mercado, compró un pan y ofreciéndole la mitad a la niña siguieron su camino. –Si no te conociera, diría que sientes algo hacia el príncipe de Fallstore.

Kira sintió que se le enfriaba la sangre. Su corazón disminuía sus latidos, con cada paso que daba. El rostro de su amigo le dio a entender que sabía lo que pensaba en ese momento, por lo que tuvo que disimular para que cambiara de idea. Simuló una sonrisa de alegría, provocando un cambio de pensamiento en el capitán, quien había apostado todo a la respuesta de la joven. Tenía su esperanza en que los sentimientos, la irían a traicionar y quedaría al descubierto todo lo que estaba oculto en las sombras.

Pulerg, tomando una copa de vino tinto, se recostó sobre las escalinatas que llevaban a su trono, esperando recibir noticias del resultado del combate. O su amada ciudad había sido tomada, o una posible victoria se avecinaba, no lo sabía. Sentía como la transpiración, a causa de los nervios, corría más y más rápido por su rostro y barba.

—¡Mi señor Pulerg, hemos alcanzado otra gran victoria! –gritó Giotarniz. El eco de su voz se dispersó por todo el salón hasta llegar a los oídos del cansado señor –Hignar retrocede otra vez, nuestras fuerzas festejan a lo largo y ancho de Argentian.

—¡Qué gran noticia! –el rey se puso rápido de pie y fue a darles la mano a los capitanes. Se las apretó con fuerza (símbolo de poder) –¿A caso el sabio señor de los bosques no pudo predecir esta victoria? Vale más la venganza que el perdón. Siempre lo he dicho y lo seguiré diciendo: no hay poder sobre esta tierra que pueda vencer al acero.

—En eso lo apoyo mi señor. La magia ya está desapareciendo, pero nuestras poderosas armas y las resistentes armaduras, son las que decidirán el destino de nuestros días –decía Giotarniz mientras se apoyaba contra la mesa del salón. Tomó una de las violáceas uvas y la colocó en su boca –¿O no lo crees así, Kira?

—Hay algo en todo esto que no encaja –dijo la capitana apoyándose a un costado de Gio quien le ofreció un racimo de uvas. Ella lo tomó y comió uno de los frutos muy lentamente, mientras trataba de recordar, lo que siempre le decían sobre los bosquerinos y las historias que había escuchado de Hignar, el señor de Casa de Árbol –Ya hemos detenido dos asaltos a esta ciudad y nuestro enemigo nos sigue atacando. ¿Cuál es el punto? ¿Acaso no valen las vidas de sus hombres? Si prosigue con esto todos han de morir.

—Conozco a ese rey desde hace años, –Pulerg les mostró una cicatriz en su brazo –esto fue durante la gran batalla de antaño. Yo defendí un ataque que iba hacia el sabio Hignar. Este se hallaba inconsciente sobre el húmedo suelo algiriano. Lo protegí de Golbón y su espada, la cual iba a darle muerte a mi amigo, si es que lo puedo llamar de esa manera en este momento. –Su cara reflejaba tristeza, pero no soltó una lágrima por temor a los comentarios de sus leales súbditos. –Si pudiera revertir aquello, no estaríamos en este embrollo.

—Nadie podía predecir lo que iba a suceder –dijo la Capitana, ingiriendo otra uva –quizá nuestro problema hubiera sido más grande y nuestros enemigos, serían otros. Posiblemente otro rey u otro reino.

—O al revés. –supuso Giotarniz, mientras maniobraba con perfecto equilibrio el cuchillo mantequero en su mano. De arriba abajo, de izquierda a derecha lo movía. Cuando lo volvió a depositar sobre el pequeño plato, vio que la mano con la cual lo había sostenido, se encontraba brillante y grasosa. –Si atacamos su campamento mientras duermen puede que obtengamos la victoria deseada.

—No tenemos suficientes hombres como para atacarlos. –dijo Kira a Giotarniz quien parecía satisfecho con esa idea –Si fallamos, la ciudad quedará totalmente desprotegida y todos los que viven aquí sufrirán la muerte por nuestra mala decisión.

—Tienes razón. –respondió el esbelto capitán. Este, mirando a su rey dijo –Permítame enviar una docena de mis mejores jinetes, para que prendan fuego su campamento con todos sus hombres durmiendo en él.

El rey miró a Kira, quien le decía con la cabeza que no lo hiciera, pero el monarca escuchó a su corazón antes que a su cabeza. Le ordenó al capitán que escogiera de entre las fuerzas de la ciudad a doscientos hombres, para que marcharan junto a él. Giotarniz agradecido, partió hacia el cuartel para hacer su elección de compañeros.

La joven capitana, sentía culpa por las vidas de los inocentes, quienes sufrirían por la decisión del rey. Los niños, niñas y bebés que no volverían a sentir el calor de sus padres una última vez. Con una simple reverencia se fue caminando hacia el ¨ Zafiro mío ¨. Esta era la más grande de todas las tabernas de la ciudad y la más preferida por su guardia.

El lugar era una casa de madera y piedra de dos pisos de alto. La luz del interior salía por las ventanas de vidrio y hierro. Kira tomó el picaporte de la puerta y entró en la taberna, la cual se hallaba repleta de personas. Desde burgueses hasta simples porqueros había en el lugar. Todos miraron con atención a la recién llegada. Ella colgó su capa en uno de los percheros y tomó asiento en la barra donde pidió como almuerzo queso, pan y cebollas avinagradas, con un jarrito de cerveza roja. El tabernero, un hombre de mediana edad con una barba y bigote que tapaba su cuello, se acercó a ella, quien lo miró atentamente.

—Se cuenta por aquí que se planea atacar esta noche el campamento de los bosquerinos –dijo el robusto hombre, mientras limpiaba una copa de hierro, la cual escupía una y otra vez cuando esta se secaba. –¿Es verdad esto, o solo son comentarios?

—Tomaron decisiones equivocadas y peligrosas para todos los argentianos. –La capitana tomó un trozo del pan de salvado, con una de las cebollitas y las comió. El gusto avinagrado le produjo asco. Estaban más fuertes de lo normal –Si la fuerza de ataque sufre una derrota, que es lo más probable, necesitaremos más que un milagro, para que estos muros no caigan.

—Si eso llegara a suceder, solo por curiosidad, ¿qué deberíamos hacer? –susurró el hombre a la joven. Su aliento a ajo hizo que esta se sintiera descompuesta, pero como una dama, se lo aguantó y no pronunció ningún sonido –¿Debería abandonar la ciudad, o simplemente, rendirme ante el enemigo? –dijo el hombre.

—Lo que haría yo, sería tratar de escapar. Ellos no desean piedad para con nosotros –respondió Kira, apoyando el rostro sobre su brazo. Estaba muy cansada por la lucha y no deseaba seguir hablando –Si no le molesta, descansaré un rato, antes de seguir con mi guardia.

Cerró los ojos, hasta que quedó profundamente dormida. A su alrededor, las personas charlaban y reían de historias o de que tan borrachos estaban. El tiempo pasó tan rápido que nadie se percató de que la joven descansaba sobre el frío acero de su cota de malla. Mandorlak entró a la taberna acompañado por dos de sus hombres y tomó asiento junto a ella. Su intención no era molestarla, sino tratar de despertarla para notificarle de la reciente partida del escuadrón comandado por Giotarniz.

Mojó sus dedos en agua y los colocó sobre el rostro de la niña, haciéndolos gotear sobre esta. Kira se levantó asustada. Tal fue su temor, que desenfundó la daga y la colocó en la cabeza del capitán.

—¡Eres ágil hasta cuando duermes! –dijo Mandorlak, mientras tomaba el plato que el tabernero le entregaba. –Me pregunto si lo fuiste igual para detener a Gio en su locura. ¿Déjame pensar? No, no lo hiciste ¡Algo que no debió pasar! –tomó un trago de su jarro de cerveza negra, que era su favorita. –¿Quién dio la orden, el rey o Giotarniz?

—Gio propuso la idea y el rey aceptó. –respondió, mientras con sus manos se fregaba los cansados ojos –Le dije a Pulerg Kropner, que no estaba de acuerdo, pero le interesó más tener una guerra ganada. Sé que te preguntas como no los he detenido, pero me fue imposible.

—En ese caso, necesitaré que me acompañes esta noche al muro Este. –pidió el capitán a la joven quien tomó un sorbo de la rojiza cerveza. –Giotarniz es un gran capitán. El más estupendo líder que ha visto la guardia de la ciudad. Tiene una posibilidad de victoria, pero si la desperdicia, cada goldariano en esta ciudad tendrá que valer por mil enemigos.

—De ser así, tendré que valer por más de mil bosquerinos, quizá por unos tres mil. –Kira bebió lo que quedaba en su jarrito y comió el poco queso que quedaba sobre el plato. Se puso de pie y tomando su capa le dijo. –Te espero en los muros. Trata de no embriagarte de más. Me alegrará ver que pelees contra bosquerinos y no contra tus compatriotas. Ja ja ja.

Kira le dio cinco monedas de cobre al dueño del lugar por el almuerzo y salió hacia el exterior, donde la noche predominaba y el frío gobernaba sobre el calor. Ella tomó esto como una señal de que el ejército de Fallstore ya estaba cerca. Podía sentir como el viento que venía del Sur movía su largo cabello castaño y daba contra su rostro. Lo acomodó por detrás de las orejas y con alegría puso rumbo hacia el muro.

La escarcha se depositaba sobre las almenas, enfriaba el acero y mojaba el cuero de las armaduras. Los hombres se dormían en pie al igual que los búhos en las puntas de las torres. Cuando llegó hasta una de las pequeñas hogueras, miró por encima de una de las almenas, con la esperanza de ver el fuego alzarse sobre el campamento enemigo. Lo único que escuchaba era el sonido del viento que rozaba el acero de las picas y hachas que estaban apoyadas contra el muro.

La capitana pateó a uno de los soldados que dormía tranquilamente detrás de una de las salientes de la muralla. Este se levantó alarmado por el golpe y trató de desenvainar su espada, pero le resultó difícil, ya que la había dejado sobre el helado suelo.

—Perdone mi señora –dijo angustiado el pequeño hombre, mientras se acomodaba el yelmo –no fue mi intención, quedarme dormido. Es solo que estoy cansado de tanta lucha y conflicto.

—Todos estamos igual, –le respondió. Colocó su mano derecha en el hombro del muchacho –lo necesito atento para cuando vuelvan los jinetes. Si esto acaba pronto, todos descansaremos. –miró a lo largo del muro, donde la gran mayoría se encontraban reposando. –Siga descansando. No dejaré que todos lo hagan y solo usted sea el responsable de cuidar la ciudad.

El fino hombre agradeció a la joven capitana y se volvió a recostar en el suelo. Todo era silencio y oscuridad, salvo por las fogatas, que iluminaban o emitían sonido cuando las chispas saltaban al aire. En uno de los bolsillos de su pantalón, había guardado un trozo de pan duro, que le había sobrado del almuerzo de ese día. Su sabor se había deteriorado un poco con el contacto que tenía el pantalón de algodón con este.

Pasó un tiempo hasta que uno de los vigías distinguió el sonido de cascos de caballos contra el suelo. Este, avisó a Kira quien trató de ver en qué dirección y quiénes eran los que se acercaban. Sus ojos no se acostumbraron a la oscuridad que se hallaba al otro lado. No podía ver nada, excepto el brillo de la luna sobre las aguas cristalinas del Río Dorado.

—Notifica al capitán Mandorlak, debe estar en ¨ Zafiro mío ¨. ¡Apresúrate! –Kira estaba totalmente nerviosa. No sabía si eran enemigos o amigos los que venían.

El guardia a toda prisa fue hacia la taberna, con el fin de encontrarse allí a Mandorlak. Debía estar dormido para no haberse presentado en la guardia. El sonido de los cascos cesó y Kira miró sobre el muro hacia la iluminada entrada de la ciudad. Eran jinetes goldarianos, los que habían preocupado a la joven. Sus armaduras estaban manchadas de sangre y tierra y los estandartes de la casa Kropner estaban rotos y desgarrados.

—Capitán Giotarniz, ¿está usted allí? –preguntó Kiri a los hombres del portón.

—Lo siento mi lady –dijo uno de los hombres, tomando de la silla del caballo un mandoble de empuñadura gris con la forma de un toro en la punta. –hicimos lo que pudimos, pero nos estaban esperando. El capitán Giotarniz fue asesinado por el rey de los bosques.

Kira volvió a ponerse donde los de abajo no la vieran. Su corazón estallaba por la pena. Trató de controlarse, pero sus ojos se llenaron de lágrimas que mojaron su rostro y su ropa, y se escurrían por la armadura. Mandorlak llamaba a Kira desde la base de los muros, le notificaba que abriría las puertas para que los hombres pudieran entrar a recuperarse.

La joven, entró en la garita para notificar a los guardianes del puente que debían bajar el rastrillo luego de que los jinetes hubieran entrado. Los hombres de adentro esperaron a que Mandorlak diera la orden. El capitán ordenó que abrieran las puertas para que sus compañeros entraran y, entre varios guardias corrieron los grandes bloques que servían para trabarlas. Abrieron ambos portones, por los cuales ingresaron sus compatriotas.

—Es una alegría que hayan vuelto y a la vez una oscura pena, por la noticia de que hayan fallado en su misión –Mandorlak tomó la espada que el soldado le entregó. El capitán miró el arma. No podía creer lo que sostenía.

El soldado que se la entregó, acercándose a este, colocó una mano en su hombro. En su rostro conservó una sonrisa oculta por el yelmo, la cual atrajo la atención del gran capitán, a quien no le gustaba nada su actitud en una tragedia como esa.

—Yo estuve ahí cuando Giotarniz murió –dijo el hombre quitándose el casco, dejando al descubierto su pelo corto de color oro y sus ojos verdes como el pasto –lo último que dijo fue. ¡Maldito bosquerino! ¿Sabes lo que yo le dije cuando escuché eso?

—No lo sé –respondió Mandorlak con ojos llorosos.

—Le daré mis condolencias a tus amigos –el hombre atrajo rápidamente al capitán hacia él y ensartó un puñal en su corazón –Has hecho mucho, pero el resultado de la guerra, ya se sabía desde un principio.

Los recién llegados apuñalaron a los guardias de la puerta, mientras les tapaban la boca para que no emitieran ningún sonido que alertara a la ciudad de su presencia. Un grupo de estos, subió a los muros para dar muerte a los cansados goldarianos, mientras que los otros, esperarían para volver a abrir las puertas y que todas las fuerzas de Lodriner entraran.

Kira se empezó a poner nerviosa ya que no escuchaba la orden de Mandorlak para bajar el pesado rastrillo de hierro. Ella escuchó del otro lado de la puerta del cuartucho, el sonido de pisadas que subían por las escaleras de los muros. Abrió un poco la puerta para ver lo que pasaba. En eso observó como un grupo de goldarianos asesinaba a las tropas que descansaban de pie o acostadas sobre el piso.

—¿Qué sucede mi señora? –dijo uno de los encargados del rastrillo que se encontraba con ella acercándose a la puerta de madera –¿Qué son esos extraños ruidos?

—Ese es el sonido de espadas dando muerte al guarda muros. –La joven capitana desenfundó su espada lentamente para no emitir ningún sonido. –Debo dar la alarma, sino, nadie presentará resistencia y todos los ciudadanos de la ciudad capital no despertarán más.

En un acto de valentía, abrió la puerta y salió en punta de pies para que sus botas no hicieran ruido contra los charcos de sangre que cubrían los empedrados pisos. Abajo, los lodrinenses, se preparaban para el ataque final. Ella buscó por todos lados, cuerpo por cuerpo un cuerno que le permitiera alertar a todos sobre el ingreso inesperado de los bosquerinos. Halló uno prendido al cinturón de un piquero, al que le habían perforado la cabeza con la flecha de una ballesta.

Colocó en su boca el instrumento para soplarlo, cuando un soldado de Hignar la atacó por sorpresa. Este trató de asestar un golpe de muerte en el cuello protegido de la joven quien lo previno, y defendiéndolo con su espada, combatió contra el ágil invasor quien una y otra vez atacaba a la cabeza o al estómago. Pero fue inútil, ya que Kira peleaba muy bien y defendía cada uno de los golpes.

Las espadas, al chocar, producían tanto ruido que varios hombres más cayeron en la ayuda del bosquerino, que peleaba fervientemente con la capitana de Goldanag. Estos tomaron a la joven por los brazos para inmovilizarla. Uno de ellos le quitó el yelmo para ver su rostro.

—¡Vaya, vaya! –dijo el que se lo quitó –quien diría que una hermosura como esta, estaría peleando para el ejército de Goldanag ¿Qué dicen si le demostramos lo que es divertirse un poco?

—Diría que es una gran idea, pero primero deberíamos ver lo que oculta por debajo de esa cota de malla –dijo uno de los que la agarraba, tratando de desprender los ajustes laterales de la coraza de la capitana.

Kira logró soltar uno de sus brazos y hacer sonar el cuerno. Ruuuuuuhuuuuuuuuuu hizo el aire al salir del instrumento. Después de eso todo volvió a ser silencio, salvo por los hombres que la sostenían. El que le quitó el yelmo, la abofeteó tan fuerte que ella volteó su rostro para un costado por el dolor. Las tropas de Lodriner ya estaban ingresando salvajemente a la ciudad, arrasando todo a su paso. Los soldados goldarianos, al haber escuchado la señal de alarma de la capitana, tomaron sus armas y salieron a combatir con lo que llevaban puesto en ese momento. Sin camisas o prendas superiores se abalanzaron contra los hombres de Hignar, quienes flecharon a la gran mayoría.

Aquellos que lograban acercarse luchaban, y a duras penas, lograban abrirse paso hacia el portón. Este permanecía abierto permitiendo el paso a millares de enemigos, incluyendo al comandante Igonder quien guiaba a la infantería, mientras que su rey iba al mando de la caballería, la cual entró y derribó a varios de los indefensos goldarianos.

Pulerg apareció en el medio del conflicto, seguido por su guardia personal. Este no llevaba puesta su armadura, ni nada que protegiera la parte superior de su cuerpo, a excepción, de su brazo derecho en el cual llevaba un guante de hierro plateado. Por esta razón era conocido como el rey con brazo de hierro.

Con un hacha en su mano izquierda y una espada en la derecha, aniquiló a todo aquel que se atreviera a enfrentársele. Sangre iba y venía todo el tiempo, manchando los muros y los rostros de los hombres.

Kira, quien aún seguía recostada boca abajo sobre el piso, era sostenida por dos hombres, y otro de ellos, desabrochaba los ajustes de la armadura de la joven. Ella trató de salirse, pero estos eran más grandes y más fuertes y la sostenían con mucha facilidad.

—¿Sabes que me pregunto? –dijo el que desabrochaba la armadura a uno de los que la sostenía.

—¿Qué es lo que te preguntas? –dijo este último mientras se reía de lo que iba a suceder.

—¿Qué engendro saldría de la mezcla entre un lodrinense con una mujerzuela de Goldanag? –dijo el hombre sacándole la coraza y desatando los cordones de la cota de malla. Debajo de esta, llevaba solo una camisola de algodón que impedía que el acero rozara su piel, haciendo que se lastimara. El hombre con una daga cortó la vestimenta, dejando al descubierto la espalda blanca de la niña. Este la besó desde el cuello hasta donde comenzaba el pantalón. Cuando trató de quitárselo, el golpe imprevisto de una masa lo hizo volar hasta caer hacia la base de los muros. Los que la sostenían, la soltaron y tomando sus armas, enfrentaron al hombre quien llevaba puesta una armadura que parecía ser bastante pesada, para una persona normal. Cuando logró dar muerte a los dos hombres, se acercó para ayudar a la capitana quien trataba de atarse la cota de malla nuevamente.

—No creí que la mejor guerrera de Goldanag, podría ser derribada por unos pocos bosquerinos –dijo el hombre atándole la cota de malla a la niña.

—¡No te conozco! –Kira miró al hombre, quien luego de ayudarla se quitó el pesado yelmo. Sus ojos quedaron sorprendidos por lo que estaban viendo –¡Gio!, pero ¿cómo es posible?

—Cuando vas a pelear contra un enemigo que te supera en número, lo mejor es no ir a la cabeza de tus hombres, debes dejar a alguien como un señuelo –Giotarniz le colocó la coraza y ayudándola a pararse le dijo –es hora de proteger Argentian, todos sus habitantes nos necesitan.

Kira junto al capitán, corrieron hacia donde se hallaba su rey. Pulerg estaba luchando, cuando divisó entre la gran multitud el yelmo verde de Hignar. Llevaba puesta una armadura de hierro del mismo color en oscuro con el emblema de la estrella de la sabiduría en su pecho. Una capa blanca colgaba de sus hombros. La dejó caer sobre el suelo, desenfundó su espada y enfrentó en combate al señor de Goldanag.

La noche se nublaba más a cada segundo que pasaba, los truenos rugían en los tapados cielos como leones que se enfrentan entre sí. Las gotas de lluvia apagaban las prendidas viviendas y negocios, dejando salir humo de estos, el cual cubrió gran parte de los campos cercanos a la ciudad.

Pulerg gastaba toda su energía tratando de acestar un golpe, mientras que su rival, lo único que hacía era bloquear cada uno de ellos. Cuando el montañés se cansó, Hignar pateó con la planta de su pie su pecho haciendo que trastabillara y cayera desarmado al suelo.

—Tuviste tu oportunidad de rendirte, pero no la utilizaste. –Hignar colocó la punta de su espada en el pecho del goldariano. Un trueno sonó con toda su fuerza en el cielo. –No debiste tomar lo que no te correspondía, –otro más resonó, más fuerte que el anterior –y ahora Pulerg Kropner, es hora de morir. –en lugar de un trueno, se escuchó el sonido de algo más fuerte que este.

Era el sonido de voces, las cuales gritaban algo que al bosquerino le fue difícil escuchar. Cuando pudo entender lo que decían, miró a su enemigo quien desde el piso le sonrió de costado. Kira dirigió su vista hacia las puertas de la ciudad por donde los enemigos volvían a salir para poder ver lo que eran esos gritos, pero el humo les imposibilitó la visión. Hignar al igual que Kira y Giotarniz, salieron para ver lo que sucedía.

De pronto, las extrañas voces cesaron y el silencio predominó en todo el lugar. Los hombres pensaban que el viento les había hecho una jugarreta, por lo que, dando la vuelta, voltearon sus miradas nuevamente hacia la ciudad, donde los defensores de esta, se habían puesto en sus puertas para defenderla.

—¿Tienes miedo? –preguntó con la boca llena de sangre Pulerg al señor de Lodriner.

—¿Por qué debería tenerlo? –dijo mientras se reía de su rival –¡Hombres de Lodriner! Entremos en la ciudad. ¡Que no quede un goldariano con vida!

Pulerg se paró delante de sus hombres, los cuales temblaban por la posible muerte que les aguardaba. En cambio, su rey, permanecía sonriente mientras golpeaba el filo de su espada contra la protección de su brazo. Sus dos capitanes, al igual que cada uno de los defensores, hicieron lo mismo que su rey. Golpearon tanto sus armas contra sus armaduras, que el comandante Igonder perdió la paciencia, y acercándose con su espada en mano, les gritó:

—Creen que con solo hacer ruido harán que nuestras fuerzas…… –no logró terminar lo que quería decir, cuando el repentino zumbido de una flecha, atravesó el yelmo de cuero que llevaba puesto.

Hignar miró entre sus hombres buscando al responsable. Ninguno de ellos se movió con intensión de huir, por lo que dedujo que la flecha había venido de mucho más lejos. Miró hacia el enorme muro de humo negro que se había armado en el campo de batalla, tomando la forma de la gigantesca cabeza de un lobo.

—¡Filardin! –gritaron los hombres que salían corriendo de la humareda en dirección al ejército de Lodriner.

Estos miraban desesperados a la gran horda que se acercaba. A la cabeza de esta, iba un hombre vestido con la armadura típica de las fuerzas fallstorianas, salvo que a diferencia de los demás, su tabardo era de color gris oscuro. A unos pasos del ejército de los bosques, este caballero, pisó una de las rocas del campo y saltó por encima de la primera hilera de hombres, los cuales, al ser más bajos que los demás, le facilitaron el salto. La espada de este guerrero surcó los aires dando muerte a todos aquellos que se encontraban rodeándolo. Uno de ellos, trató de tomarlo por la espalda, pero rápidamente este cortó su armadura, dejándolo sin prenda superior que lo protegiera, por lo que su espada penetró sin conflicto por el medio del pecho del bosquerino.

Varias personas trataron de matarlo, pero él, simplemente, se defendía de cada uno de los golpes y acababa con todo enemigo que se encontrara a su paso. Dos arqueros del castillo Pino Hachado dispararon sus flechas, las cuales daban en sus propios compañeros que eran usados como escudos contra este ataque.

Kira miró al extraño hombre quien, resbalando por el suelo, rebanó las piernas de otro enemigo, haciéndolo caer de bruces. La capitana se acercó a este y lo ayudó para acabar con la amenaza lodrinense. Una flecha incendiaria dio en la capa del hombre quien se la sacó al instante para no terminar prendido fuego.

—Antes de que te suceda algo, me gustaría saber, ¿cómo te llamas? –dijo la capitana colocándose espalda con espalda con el soldado.

—Mi nombre es Ponizok Greywolf, hijo de Alkardas Greywolf, rey de Fallstore –respondió volteando la cabeza para ver a quien le estaba hablando –Dudo que me vaya a suceder algo, por lo que te preguntaré tu nombre en caso de que a ti sí.

—Si crees que me harán daño, ¡te equivocas! –la capitana Goldariana, lanzó un puñal por el aire, el cual dio en el ojo de un capitán lodrinense –y me llamo Kira.

Hignar colmado por el odio, se enfrentó al príncipe fallstoriano, quien se quitó el casco para ver bien la cara de su oponente. El señor de Lodriner hizo lo mismo, y sin aviso previo, los dos lucharon sin cesar hasta el final. Ching, Ching, Ching hacían la Furia del Sur y Cornamenta Gris al chocarse una y otra vez. Ponizok era quien manejaba el combate, mientras que el bosquerino, intentaba golpear con la punta en la cabeza del joven, que la movía muy hábilmente en cada ataque.

El príncipe golpeó el arma de su enemigo, la cual salió volando hasta dar contra la cara de uno de los guerreros lodrinenses, dejándolo inconsciente. Hignar levantó las manos cuando Poni colocó la espada en su cuello.

—¿No sabes acaso que cuando te metes con el lobo, te tocan los colmillos? –dijo el príncipe fallstoriano al bosquerino.

—¡No tenías por qué estar, niño tonto! –el derrotado señor se arrodilló en el suelo mojado, con la mirada en los ojos del joven lobo –Tú no sabes a quien defendiste hoy, no tienes idea de lo que nos han hecho.

—Defendí a los habitantes de Argentian, la capital Goldariana y sí, sé que ellos se defendieron de ti, que deseabas destruirlos para gobernar esta tierra –Ponizok apretó más el arma contra el cuello, del cual brotó una pequeña línea de sangre roja cual rubí.

—Cuando seas el rey del Sur, –dijo Hignar quitándose la filosa espada del cuello y retrocediendo unos pasos –te darás cuenta de que las acciones que inician las guerras, pueden variar según quien lo cuenta. –Koff koff tosió el bosquerino –Si fuera tú, primero pediría la verdad a los goldarianos, luego elegiría el bando para el cual lucharía. –Hignar emprendió una rápida retirada hacia su campamento.

Ya no era él solo, ahora eran miles de personas, quienes corrían de los fallstorianos. Nadie los persiguió esta vez.

Todos se detuvieron a festejar por la gran victoria que habían obtenido –¡Victoria! ¡Hemos alcanzado la victoria! –gritaba Giotarniz a todos. El señor de la casa Kropner cansado por el combate se recostó sobre el suelo, dejando que el agua limpiara todo su cuerpo. Poni en cambio, buscaba a la joven con la que había combatido, espalda contra espalda. Ella se había sentado en la escalinata de la muralla, estaba quitándose la sucia y ensangrentada coraza, cuando este la encontró. Tomó la protección superior de la joven y la colocó a un costado donde a nadie le estorbara el paso.

—¿Está herida? –dijo preocupado el príncipe luego de ver el lado de atrás de la cota de malla, todo lleno de sangre.

—Es por eso que me estaba quitando la armadura, el dolor en mi espalda me está matando –respondió colocando ambas manos en su cintura –uno de los que logró meterse en la ciudad, junto con sus compañeros me agarraron y me acostaron en el suelo, donde desprendieron mi armadura y me tocaron el cuerpo. Logré escaparme por lo que no me pudieron hacer nada más. –colocó sus brazos cruzados sobre sus piernas y apoyando la cara en ellos lloró hasta que Poni le dijo:

—¡Necesitas que te vean eso! –dijo señalando la cortada en la espalda de la joven –¿Te importaría si te llevo hasta la casa de curación? Debemos tratar esa herida. Necesito que me digas donde queda primero.

Kira asintió con la cabeza. El príncipe la cargó en brazos y la llevó por donde ella le indicaba que debía ir. A sus lados, los hombres, tanto de Fallstore como de Goldanag, trataban de salvar a los heridos que suplicaban ayuda.

Al llegar al lugar de sanación, la gente encargada del recinto señaló una cama donde Ponizok recostó boca abajo a la capitana. Este fue a retirarse cuando ella le solicito que no lo hiciera. No quería quedarse sola con los sanadores. Poni tomó una silla y se sentó junto a la joven. Los curanderos extrajeron la pesada cota de malla, dejando al descubierto la ropa que había sido cortada y la gran línea de carne roja abierta. Nimbar, que había buscado por todos lados a su amigo, le dijo que Pulerg pedía verlo con ansias. El príncipe le explicó que no iba a ser en ese momento, ya que Kira le había solicitado que se quedara con ella. El mago aceptó la respuesta y los acompañó a ambos.

Poni ayudó a los sabios a calmar a la niña mientras ellos volcaban vino sobre su espalda para desinfectarla. Colocaron vendajes alrededor de su cuerpo para cubrirle la parte dañada, los cuales apretaron con fuerza evitando dejar huecos por donde se pudieran meter moscas para colocar sus huevos, y así, infectar la herida.

Kiri se relajó para poder descansar, sabiendo que el amor de su vida la protegería y estaría con ella en todo momento. Horas y horas durmió en la casa de sanación, donde enemigos y amigos fueron tratados, curándoles sus heridas y arreglando huesos rotos.

Filead fue tan amable de traerle al príncipe, unas empanadas de cordero para que pudiera almorzar. Este les convidó a ambos, de los cuales, solo Nimbar aceptó. Filead, ya había comido una en el camino.

Cuando la joven capitana se despertó de su sueño, vio que Ponizok y el amigo de este, se habían quedado dormidos con los brazos cruzados en la panza. Pulerg entró apresuradamente al lugar y fue hacia donde estaban dormidos el príncipe y el mago, quienes no se despertaron con el golpe que le dio a la puerta para abrirla.

—¡Veo que no ha respondido a mi mensaje! –dijo enojado el montañés.

—¡Y usted no escribió toda la verdad en el mensaje que envió a mi padre! –Poni se estiró en su asiento. Varias veces bostezó antes de seguir hablando –¿Qué fue lo que hizo para que el Rey sabio lo atacara? No me mienta, porque juro por los cuatro dioses que aquí se termina la alianza con Goldanag.

—¡Cómo te atreves a decirme mentiroso! No olvides que yo soy el señor de esta ciudad, también lo soy del gran reino de Goldanag –dijo enojado el rey de los montañeses.

—Pero ¿Quién tiene un ejército en tu ciudad? mmm… –le respondió Ponizok ante el intento de amenaza –En cierto modo estoy controlando la ciudad de Argentian, por lo que volveré a preguntarte ¿Qué hiciste para que Hignar decidiera atacarte?

—Necesitábamos madera para nuestros hogares y fraguas –Pulerg se apoyó contra una de las mesas del lugar –Mis lores nos negaron los materiales, por lo que tuvimos que optar por tomarlos de otro lugar. El bosque de Kanen (al Este de Lodriner) nos daba la oportunidad de obtenerla, pero el sabio, se volvió contra nosotros. Dijo que no teníamos ningún derecho de tocar lo que les fue entregado por Gustan, su dios creador –tomó aire para continuar, mientras miraba a Kira que, a su vez, miraba detenidamente al fallstoriano –A mí no me importó lo que su dios, llegara a pensar de mí, ya que Mindlorn es mi señor y le soy devoto a él.

—Según las leyes de los cinco reinos, meterse en las tierras de otro rey y tomar lo que no es tuyo, es considerado un acto de invasión por lo que el regente de ese territorio, está en su derecho de declararle la guerra –dijo Ponizok –Pero lo que fue más irresponsable, fue habernos pedido ayuda. Nosotros respondimos cuando habías sido tú el que ocasiono esta guerra, no ellos.

—Por favor –dijo Kira –paren de pelear, solo deténganse. No ven que acabamos de terminar una guerra y ustedes van a iniciar otra aquí mismo.

—Es verdad –dijo Poni, calmando su enojo –luego seguiremos con esta plática. Ahora me gustaría estar solo, aunque sea un momento en paz.

Pulerg estrechó su mano contra la de Ponizok. Este permaneció en la habitación todos los días necesarios hasta que, a la joven capitana de la ciudad, se le cicatrizara la herida. Ese día Ponizok, Nimbar, el capitán Filead y un grupo de veinte hombres partirían hacia Fallstore, donde los estarían esperando para saborear una victoria. El grueso del ejército hacía varias noches que había partido guiados por el comandante Elarkan.

Kira corría por las calles rebosantes de personas que despedían a los sureños y les agradecían por su ayuda. Todos tiraban flores blancas en la Calle del Carnicero, por donde pasaban los fallstorianos para salir de la ciudad. Entre empujones y tropiezos logró filtrarse por entre la multitud. Ponizok no había pasado todavía por ese sector de la calle. Pulerg desde una plataforma, los esperaba con la reina Jailena y sus hijos Oleon, Durilen y la pequeña Solani quienes disfrutaban de los grandes festejos y celebraciones en Argentian. Todos ellos llevaban en su pecho un collar con el emblema del martillo de justicia.

Cuando Ponizok apareció por la calle, la joven capitana se acercó a él. Este, tiró de las riendas de su caballo para detenerse junto a ella. Kira lloraba desesperadamente. Poni se bajó del semental y levantó el mentón de la capitana con su mano. Esta sollozaba sin parar, por momentos se atragantaba con su propia saliva.

—¿Qué sucede Kiri? –preguntó el joven príncipe –¿Por qué lloras?

—Lloro porque sé que no te volveré a ver. –dijo Kira –Estos últimos días que pasé a tu lado, fueron los más felices de toda mi vida. Cuando estoy contigo, mi corazón late como si fuera a explotar.

—Sentí lo mismo que tú, –dijo sonriendo el príncipe –temo que, si me voy ahora, me arrepentiré toda la vida, por no decirte lo que en este momento pasa por mi cabeza. –se arrodilló ante ella –El lema de mi casa es: en la gloria antes que doblegarnos, pero el amor que siento hacia ti, me hizo arrodillar. –tomó las manos de la joven entre las suyas –Kira, sería un gran honor que vinieras a Fallstore. Solo así no me arrepentiré en el futuro.

Kira le sonrió. Ya no estaba triste por la partida de Poni, ya que ella, iría con él hacia el Sur. El príncipe la subió delante en su bravío corcel y se colocó detrás de ella. Con un leve taloneo, el animal siguió su marcha. Únicamente se volvieron a detener al llegar a la plataforma donde se encontraba la familia real de Goldanag. Pulerg miraba felizmente a Kira. Ponizok lo saludó muy cortésmente con la cabeza.

—Pulerg de la casa Kropner –dijo –debo solicitarle, que libere de su cargo actual a Kira, ya que he decidido que ella vendrá a Fallstore, donde pasará el resto de su vida.

—No hay nada que la ate a esta ciudad, salvo sus amistades y compañeros –dijo Pulerg –Es su voluntad y la de Mindlorn, por lo que te libero de tu cargo como capitana. Deseo que encuentres lo que buscas en el frío y nublado lugar al que ustedes llaman hogar –dijo mirando a Ponizok.

—Muchas gracias alteza, y agradezco a los cuatro, por haberme traído ante usted –Kira se quitó el prendedor que tenía enganchado a su ropa, el cual simbolizaba el juramento a la capitanía de la ciudad, y se lo entregó en manos a Giotarniz.

—¡Mucha suerte y felicidad Kiri! ¡Nunca te olvidaré! –dijo Giotarniz, inclinando la cabeza hacia delante.

Estaban preparados para iniciar el viaje de regreso, cuando uno de los mensajeros de la torre de alas (lugar donde se contienen los halcones y cuervos mensajeros) trajo un mensaje al rey, quien tomó el enrollado trozo de papel y miró el sello que lo cerraba. Este era el blasón de la casa de Ponizok por lo que entendieron que algo pasaba.

—¿Qué animal trajo este mensaje? –preguntó Pulerg –¿Cuervo o halcón?

—Fue un cuervo, mi señor –el hombre se inclinó ante el rey –creo que se lo han enviado a él –señalando a Ponizok.

Pulerg entregó el mensaje al príncipe, quien rompiendo el lacre leyó el mensaje. Estaba firmado por el capitán Wolfhem, quien les decía que Alkardas solicitaba su rápido retorno. Ismiranoz había caído ante el enemigo. Poni guardó el mensaje en uno de los bolsillos de su armadura y saludó por última vez, taloneó al caballo y galopó hacia la entrada, por donde salieron con dirección Sur. Kira sentía que el viento helado, golpeaba su rostro como si el calor del mundo se terminara en ese sector de Goldanag y de allí en adelante, todo sería de un frío mortal.

—¡Que frío hace aquí! –dijo Kira. Miró a poni quien sonrió al escuchar eso.

—Si tienes frío ahora, es porque no conoces Fallstore –dijo el príncipe, quien extendió una especie de chaleco de lana a la joven.

Ella se colocó el abrigo y acostándose contra el pecho del príncipe le dijo sonriendo:

—“Me encantaría conocerlo”. –¡No habrá frío alguno que logre quebrar mi espíritu!

Naraligian. Tierra de guerra y pasión

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