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7. EL SENDERO Y EL CENTRO

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Los elementos más característicos del laberinto son: el sendero o camino que hay que recorrer y el centro, el lugar que hay que alcanzar, la meta que hay que conseguir y que supone aparentemente el objetivo del laberinto, adonde hay que llegar y desde donde habría que salir. Sin embargo, hay que destacar la importancia del sendero; es el recorrido que se hace, la actitud que se mantiene en el trayecto, lo que genera unas transformaciones internas, que culminan al llegar al centro y salir del laberinto. Llegar al centro supone que has tenido que hacer un viaje, haber realizado el difícil camino de transformación personal, de transformación de la conciencia.

Frecuentemente los laberintos –exceptuando los más simples o pseudolaberintos– son recorridos que tienen varios senderos, varios caminos, muchas opciones. Pero sólo uno de ellos será el adecuado, y no se sabe cuál. Eso es lo que genera confusión, desorientación. El laberinto es un recorrido que induce a la desorientación, a la confusión. Produce una sensación de locura («no tiene lógica»), vivencia de muerte («¿saldré viva/o de aquí?», «¿llegaré a encontrar el centro?»...).

Podría decirse que es un «enredo desorientador de caminos en los cuales puede perderse el incauto, pero que sin embargo tiene un auténtico camino hacia el centro».23

Incluso en los más simples, como veremos en el capítulo III, se generan también ciertas sensaciones y percepciones especiales al recorrerlos.

Los laberintos de la vida cotidiana

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