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ОглавлениеROMA, ITALIA
1.
Greta conoce a Henrik tras el mostrador de la heladería de Roma. Descubre el italiano balbuceado y fuerte, el inglés correcto con acento de academia británica y, detrás de todo eso, el noruego nativo que le hace dar un vuelco al corazón. Henrik le sonríe y ella nota, con pericia de odontóloga amateur, una muela que Henrik no tiene. Ese detalle la enternece hasta la humedad de los ojos. Greta sabe que está perdida.
—Estoy perdida —musita.
No hay certeza de que él la haya escuchado decirlo. Tampoco de lo contrario. Los comienzos están compuestos por millones de detalles que se pierden, que nadie es capaz de retener. Porque, de hacerlo, los finales tendrían pruebas para sus juicios, y eso nadie lo quiere.
Desde adolescente Greta soñaba con coger en París, como si el aire francés tuviese algún efecto afrodisíaco. Como si ella fuese a volverse otra, quizás aquella que adivinaba en sueños. Viaja primero a París detrás de un nombre propio y luego cae en Roma atraída por el magnetismo de otro nombre propio: un napolitano que se la coge en París hasta dejarla pulverizada y que ahora se muestra esquivo. Literalmente esquivo, porque no da señales ni de vida ni de muerte.
De todas formas, Greta se convence con una lista de pros y contras que arma en su mente. Con esa resignación complaciente que suele acompañarla, Greta odiaba la manera en que Pietro le pedía que le chupara la pija. En ese jeringozo entre italiano, inglés y un supuesto español que establecieron como tercer idioma en común, pero era un mero invento. Ninguno de los dos hablaba el mismo español y las palabras en la oscuridad del sexo sonaban extrañas. No existe un solo español y el aprendido por Greta en Chile en nada se parecía al colombiano de Pietro. Esos dialectos chocaban y hacían un ruido que se resolvía en un inglés que ambos detestaban, pero al menos volvía las palabras indiscutibles. Todo inglés es inglés.
Greta planea pedirle a Henrik que se la coja en noruego. Pero, aun así, aunque se lo pidiera y ella intentara convencerse de que todo terminará como una aventura, ella sabe que está perdida. Porque esas cosas se saben, se intuyen, se presienten. Greta lame el helado con intención y nota que Henrik se detiene en los movimientos de su lengua. Greta es alevosa. Le clava los ojos mientras sigue sorbiendo. Le demuestra todo lo que tiene para ofrecerle. Se le endurecen los pezones bajo la blusa blanca y Henrik también lo nota.
En la habitación minúscula cercana a Termini, Greta se queda observando la fotocopia que cuelga de la pared como única decoración. Sabe que es un Escher. Esas escaleras retorcidas que se muerden la cola. Él le dice, más tarde, que va a tatuarse un fragmento de esa fotocopia ajada. Ese segmento en particular está borroneado. Greta sabe, entonces, por el desgaste del dibujo, que él ha señalado ese mismo detalle a muchas otras mujeres que desperdigaban sus jugos en esas sábanas y sabe, una vez más, que está perdida. Todos sus demonios reencarnados en las pestañas traslúcidas de Henrik. Quizás dice en voz alta que está perdida, quizás no. De alguna forma, estar perdida es el leit motiv.
Su amiga Agnes le explicó una vez a Greta que amar es pescar con mosca. Hay que tirar la línea lejos y tener paciencia oriental. Haciendo las cosas bien, finalmente el amante pica.
—¿Qué es «hacer las cosas bien»?
—Gestionar los tiempos, aceptar los cambios, no presionar. Ser imperturbable.
—Eso es todo lo contrario al amor.
Greta no comulga con esa idea cursi de que el amor es una entidad que hay que dejar libre. No. Al amor hay que agarrarlo del cuello y apretar hasta la asfixia. No permitir que se escape. Presionar todos los botones a la vez hasta que alguno funcione o el mecanismo estalle.
Greta no llega a leer entero ni el manual de instrucciones de la tintura, va directo al tiempo de exposición, ni se detiene en cómo se aplica. Con esa lógica, no sabe cómo funcionan las cosas entre las personas. Las personas tienen un manual de funcionamiento; de eso Greta está segura, aunque a veces venga en ruso o en chino mandarín. Greta se siente demasiado perezosa para detenerse a ver qué partes componen a esa persona. Dónde tiene los botones. Prefiere probar. Apretar todo. Ver para qué sirve ese cable, dónde meter el conector y qué sucede si gira esa perilla. A veces descubre rápidamente la fuente de luz. A veces se queda llorando porque nada funciona como espera.
Pero así es con los manuales. Y así es con la gente.