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COMO CIUDADANOS DEL MUNDO, ¿ESTAMOS ACTUANDO CORRECTAMENTE?

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La respuesta a esta pregunta es ya tan evidente que no hay que invertir mucha energía en responderla. De todos modos, creo que hay que exponer tantas veces como sea necesario los motivos por los cuales hace falta una alternativa al modelo social actual. La responsabilidad que tenemos ahora los habitantes del planeta es muy grande, puesto que las acciones que llevemos a cabo a lo largo de los próximos años podrían condicionar la Tierra durante los siglos venideros.

Uno de los principales problemas que existen a escala global es y será el cambio climático, el calentamiento progresivo del planeta con todos los efectos que este pueda comportar. No podemos pretender que cambiar en pocas décadas la composición de una atmósfera creada a lo largo de millones de años no tenga un impacto sobre el clima. Actualmente hay una concentración de casi 420 partes por millón de dióxido de carbono en el aire1 que respiramos; para encontrar unos niveles similares a los actuales, habría que retroceder unos tres millones de años, hasta el periodo del Plioceno, momento en que la Tierra era muy diferente.

El modelo de vida de la sociedad actual, basado en el uso y abuso de las energías derivadas de los combustibles fósiles, genera una gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero, como el metano o el dióxido de carbono, entre otros. Cuando estos gases se concentran en la atmósfera, evitan que salga parte de la radiación solar que incide sobre la superficie de la Tierra. Esta radiación, básicamente los rayos infrarrojos, se queda en el interior de la atmósfera y contribuye así al calentamiento del planeta.

Según los cálculos realizados por la comunidad científica, las prácticas agrícolas son responsables de casi un 21 por ciento de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero2. Si bien los agricultores somos, en gran parte, responsables de estas emisiones, también tenemos la capacidad de cambiar esta tendencia y de contribuir a la reducción de las emisiones como te explicaré a lo largo del libro. Y no solo esto, sino que cambiando las prácticas agrícolas predominantes en las últimas décadas, podremos devolver grandes cantidades de dióxido de carbono al suelo.

Otro gran peligro para las personas que habitan la Tierra es la erosión y la desertificación progresiva del territorio. Cada año perdemos unos 36.000 millones de toneladas de tierra fértil que van directamente al mar, según un estudio de la Universidad de Basilea3. Más de 170 países sufren un elevado riesgo de desertificación, y en Europa el 40 por ciento del territorio se encuentra en riesgo de erosión. Los países más afectados son los que rodean el Mediterráneo, mientras que las zonas más septentrionales del continente son menos vulnerables a causa de las precipitaciones más regulares. Unos 250 millones de personas se ven afectadas por estos factores, según el Tribunal de Cuentas Europeo. Un ejemplo es el aumento de la migración de ciertos países del continente africano hacia Europa. Las desigualdades entre personas, las guerras por el poder y por el control de los recursos naturales o la calidad de vida tienen una estrecha relación con el grado de desertificación y la capacidad productiva de los suelos en cada uno de esos países. Este hecho es dramático para las personas que se ven obligadas a abandonar su país de origen, y complejo de gestionar para los países de acogida. En este contexto, parecería razonable que las entidades gubernamentales dedicaran grandes esfuerzos a la recuperación de los suelos agrícolas de los países con menor grado de desarrollo, ¿no?

Si fijamos el objetivo en la península ibérica y observamos cualquier mapa de esta área, podremos distinguir fácilmente zonas más verdes y zonas de color marrón: este último permite identificar los espacios más erosionados, cuyo grado de desertificación aumenta año tras año. Curiosamente, estos lugares se encuentran alrededor de los cauces de los ríos, donde principalmente se practica una agricultura intensiva. Las prácticas agrícolas basadas en el suelo descubierto y el constante laboreo favorecen la escorrentía y, por lo tanto, la erosión. La muestra más evidente la encontramos cuando llueve. El agua, que todos sabemos que es transparente y que toma tonalidades azules a partir de un cierto volumen, baja por ríos y arroyos completamente marrón.

A pesar de que solo pensando en términos ambientales ya se pone de manifiesto la urgencia de un cambio en las prácticas agrícolas, hay que hacer también referencia a otros motivos de igual importancia.

La alimentación, directamente ligada a la salud de las personas, también sufre los efectos del modelo agrícola actual. Diferentes estudios concluyen que la cantidad de minerales esenciales para la vida, como el zinc, el hierro, el cobre y el manganeso, presente en los alimentos se ha reducido casi a la mitad durante los últimos cincuenta años. Según David Thomas, autor de uno de estos estudios, si hoy te comes un trozo de queso cheddar estás ingiriendo un 40 por ciento menos de potasio y magnesio, y si te zampas un chuletón de ternera, un 40 por ciento menos de hierro y casi un 20 por ciento menos de fósforo4. La carencia de hierro contribuye a generar depresión, y un desequilibrio entre el potasio, el magnesio y el fósforo potencia la ansiedad.

Las personas tenemos ahora los mismos requerimientos minerales que teníamos hace cien años; por lo tanto, ahora debemos consumir el doble de alimentos para satisfacerlos, ingiriendo también el doble de calorías. Aparte de que esto implica que es necesario producir más para alimentar a la misma cantidad de personas, no hay que disponer de muchos conocimientos de medicina para imaginar los efectos de alimentarnos con más calorías y menos minerales. La mayoría de personas del siglo XXI, indistintamente de su procedencia y capacidad económica, conviven o convivirán con diferentes problemas de salud ocasionados por un desequilibrio nutricional; problemas de salud muy suculentos para ciertos lobbies económicos, como las empresas farmacéuticas.

Es necesario también interpretar un dato aterrador que generalmente pasa desapercibido. Varios estudios indican que a lo largo de los últimos veinte años se ha producido una reducción del 50 por ciento en el número de agricultores activos, y que casi la mitad de los restantes superan los 65 años5. No hay que hacer muchos estudios sociológicos para averiguar el motivo del abandono del campo. Básicamente hablamos de dinero. De su escasez en el mundo agrario somos responsables todos: productores y consumidores. Nos encontramos ante la paradoja de que entre todos estamos aniquilando el que probablemente sea el único sector con capacidad real para frenar el empobrecimiento de la Tierra en todos los aspectos.

Arraigados en la tierra

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