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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеSoy agricultor; agricultor y asesor en agricultura y ganadería. Y cuando digo que soy agricultor es porque lo siento profundamente. Y no solo porque es parte importante de mi trabajo actual en nuestra finca Can Font, sino porque he crecido en el campo en una familia que, por parte de mi padre, trabaja la tierra como mínimo desde el año 1700, que nos conste. Por parte de mi madre no tenemos referencia, pero también sabemos con certeza que son un montón de generaciones las que nos preceden. He tenido la suerte y el honor de conocer bien a mis abuelos, a mis abuelas e incluso a algunos bisabuelos. Sin duda, parte de mi aprendizaje y de mi pasión por el campo se la debo a ellos, los encargados de trabajar la tierra, y a ellas, que gestionaban la casa, la familia y el ganado. Así funcionaba antes la vida del campo.
Durante los años setenta, los abuelos de uno y otro lado tuvieron el valor de comprar la finca, entera o a trozos, a los antiguos propietarios, y a pesar de que vivieron unos años muy complicados, gracias a ello ahora trabajamos nuestras propias tierras. Muchos de los agricultores actuales somos hijos o nietos de antiguos masovers, es decir, de quienes vivían y trabajaban en explotaciones que a menudo eran propiedad de grandes empresarios urbanos.
Una anécdota que me gusta contar es el hecho de que, hasta hace unos años, los visitantes que venían a casa podían encontrar cuatro generaciones de agricultores trabajando bajo el mismo techo. Bueno, mi bisabuelo hacía escobas de brezo y yo arreglaba las ruedas de la bicicleta del demonio, que no paraban de reventarse, pero a nuestra manera, los cuatro faenábamos.
Que yo recuerde, hemos cultivado viñas, olivos, almendros, todo tipo de cereales y otros cultivos extensivos. Incluso años atrás fuimos copropietarios de una granja de vacas de leche, engordamos cerdos y hasta tuvimos gallinas ponedoras.
Durante mi niñez, entre tractores y animales, tenía claro cuál sería mi oficio. Durante la adolescencia, prefería las motocicletas de 49 centímetros cúbicos, la música y los fines de semana largos a las campañas de la cosecha del cereal, las olivas o la vendimia, y ya no tenía tan claro a qué me dedicaría de mayor. Pero después de acabar los estudios universitarios y licenciarme como ingeniero técnico agrícola, me incorporé a la explotación familiar con la ilusión de aquel que hace realidad su sueño.
Era una explotación convencional, donde siempre empleamos toda la tecnología que éramos capaces de adquirir y gestionar. De hecho, sesenta años atrás tuvimos uno de los primeros tractores de la comarca, y no hace mucho fuimos de los primeros en el uso de tractores que se maniobraban sin conductor. La pasión de mi padre por la maquinaria y su visión de futuro nos han situado casi como pioneros en el campo de la agricultura de precisión. Hemos adquirido o autoconstruido todo tipo de máquinas innovadoras que nos han permitido mecanizar prácticamente todas las tareas que tienen que ver con los cultivos.
Siguiendo los pasos de mi familia, al menos de las dos últimas generaciones, gestionábamos la finca utilizando los criterios de la agricultura convencional. Esto significa que hasta hace pocos años utilizábamos todo el paquete tecnológico que ofrecen las multinacionales del sector, como son los pesticidas, herbicidas, fertilizantes químicos… No me siento orgulloso de ello, pero tampoco me avergüenzo de conocer prácticamente todas las materias activas de estos productos, así como el comportamiento de las diferentes plagas o enfermedades al aplicarlos y los momentos óptimos para hacerlo, ni de haber utilizado toneladas de abonos químicos o pesticidas.
Durante aquella época me esforzaba mucho y los resultados no eran malos: obteníamos buenas cosechas y los números salían todo lo bien que podían salir, y si no salían mejor era por culpa de la globalización, el Gobierno, las grandes cadenas de supermercados y los bancos. Y a pesar de que tienen una parte de culpa, he aprendido que el mayor problema que teníamos era la falta de proactividad, ya que solíamos mostrar nuestra cara más reactiva ante cualquier circunstancia anómala.
Algo dentro de mí me decía que no estaba haciendo lo correcto. Incluso tenía la sospecha de qué era lo que podía mejorar, pero cuando buscaba alternativas, solían fracasar, lo cual le daba la razón a todo el entorno y a una parte de mí mismo.
Hace unos pocos años empecé a oír hablar de algunos conceptos que, en aquel momento y como buen campesino e hijo de campesinos, encontraba del todo esotéricos: agricultura orgánica, regenerativa, biodinámica… Palabras más bien de neorrurales con poca o ninguna experiencia en el sector. Pero en el fondo, aquellas palabras, hasta entonces desconocidas por mí, no dejaban de serme familiares. Supongo que por este motivo, y por el hecho de que algunos amigos próximos me fueron explicando mejor el significado real de estos nuevos conceptos, poco a poco me fui acercando. Primero busqué en Internet la información que me parecía más relevante, y después empecé a realizar algunos cursos sobre la materia, y estos me motivaron para empezar a hacer pruebas en la finca familiar convencional. Algunas tuvieron éxito y otras no merece la pena ni comentarlas.
Con la práctica y la experiencia que iba adquiriendo, poco a poco las cosas empezaban a funcionar. No era fácil, porque la mayoría de las acciones planteadas se oponían frontalmente al tipo de agricultura que había visto toda la vida, e incluso al que me habían enseñado en la universidad. La presión social y familiar puede ser persistente y llegar a generarte muchas dudas, y eso me sucedió a mí. Por suerte, tenía buenos amigos y compañeros de trabajo que me empujaban a continuar en momentos difíciles. Y contaba también con propietarios de otros proyectos que me confiaron la dirección de sus fincas para realizar, como en el caso de Can Font, un cambio de rumbo. Este es el caso, por ejemplo, de uno de los grandes proyectos de mi vida, las fincas menorquinas de Son Felip y Algaiarens, donde, junto con un grupo extraordinario de agricultores y la familia propietaria, estamos regenerando el suelo y el entorno en una explotación de cerca de mil hectáreas, aplicando todo lo que hemos aprendido y vamos aprendiendo sobre el modelo regenerativo.
Ahora, tras lo vivido los últimos años en casa y en las pequeñas o grandes explotaciones a las que asesoro, y también después de pasar unos meses en Australia con mi familia, donde he escrito estas primeras palabras, me veo con fuerzas para completar este libro. Un libro pensado para desmentir algunos de los mitos más importantes generados durante la Revolución Verde que vivió el sector hace unos sesenta años; para explicar a los agricultores la relevancia de nuestras acciones para el futuro del planeta, pero también para el futuro de nuestras explotaciones, y finalmente, para poner de manifiesto el papel del consumidor (todos nosotros) en este proceso y, al mismo tiempo, dar algunas pautas para escoger los productos más sabrosos y saludables del mercado. Un libro basado simplemente en las dudas que me han surgido a mí a lo largo de los últimos años, desde el inicio de este proceso de transformación personal, hasta hoy. Unas dudas que he intentado ir resolviendo para continuar avanzando. He escrito estas palabras también con la esperanza de que puedan servir de ayuda a otros agricultores que se plantean un cambio de rumbo en sus explotaciones y en sus vidas.
Este libro pretende poner sobre la mesa la experiencia práctica en el desarrollo de un sistema de trabajo sostenible en el campo, y a la vez, dar las herramientas necesarias al consumidor para comprender de dónde vienen los alimentos que adquiere e ingiere. Al menos en mi caso, después de absorber todo el conocimiento regenerativo que fui capaz durante unos años, sufrí un colapso. Iba descubriendo nuevas técnicas que me podían ayudar a mejorar mi negocio, pero con frecuencia me sentía solo o incapaz de aplicarlas en nuestra finca. Muchos de los autores citados, todos ellos referentes mundiales de este sistema de producción, provienen de otras regiones del mundo con diferencias climáticas o sociales evidentes, y este hecho puede dificultar la aplicación de sus modelos en otras zonas. Por este motivo, este libro no solo contiene las bases teóricas necesarias para comprender la situación actual, sino también los resultados a veces nefastos, de su aplicación en el día a día de una explotación agraria como la nuestra. En resumen, he escrito el libro que me habría gustado tener en mi mesilla de noche unos años atrás.
En el fondo, cuando estoy a punto de cumplir los cuarenta, me doy cuenta de que en mí no ha cambiado nada, pero ha cambiado todo. Soy agricultor; agricultor y asesor en agricultura, pero ahora en agricultura orgánica y regenerativa. Y también, junto con mi pareja, padre de tres hijos. Y quien sabe si un día ellos también serán agricultores regenerativos, pero lo más importante es que puedan decidir su futuro porque las generaciones pasadas no les hayamos arrebatado la posibilidad de seguir viviendo y disfrutando de la Tierra.