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LIBRO DEL VIAJERO


2. Kattalin


Anochece cuando el tren se detiene en el apeadero de Gernika. Aún quedan unos minutos y unas pocas paradas más para que finalice su viaje desde Bilbao en Bermeo y Julen, acomodado en un asiento, mantiene la cabeza apoyada en el cristal. Rememora la conversación con Ángel y el aspecto que ofrecen las casas de Gernika, nada tiene que ver con la destrucción de la que advierte el cuadro de Picasso. Evidentemente, los mismos que la arrasaron no permitieron ni un espacio para el recuerdo en su reconstrucción.

—Borra la historia de un pueblo y borrarás a ese pueblo. Por eso debemos tener memoria.

La frase se la escuchó no hace mucho a su tía Kattalin y piensa que tiene razón. El tren arranca tras desprenderse de algunos pasajeros y su mente sigue en órbita alrededor de la incómoda figura de su padre.

Al llegar a Bermeo ya se ha echado la noche y se acerca hasta el Txoriburu, una antigua taberna junto al puerto que ahora es frecuentada por jóvenes, desde que hace un año Piru la alquilase y trasformase en bar musical.

—Aúpa, Piru, ¿ha estado alguno de mis colegas por aquí?

—Nadie, pero aún es un poco pronto, ¿no?

Julen consulta su reloj, son las diez y media y es, precisamente, sobre la que se suelen juntar los sábados.

—Subo un momento a casa, si los ves…

—Les digo que te esperen, descuida. Ya de paso, dile a Kattalin que ya tengo relevo para esta noche, que baje cuando quiera.

Piru, de un gesto con la cabeza, le hace mirar a Julen al fondo de la barra, donde su hermano, que le sustituye esa noche, está pinchando música. El texto de la canción de Barricada que suena le empuja a no borrar de la mente su más inminente destino:

«Es el juego del gato y el ratón

tus mejores años, clandestinidad.

No es muy difícil claudicar

esto empieza ser un laberinto…».

Entra en casa saludando en voz alta y, antes de dar explicaciones de dónde ha estado todo el día, se encierra en el baño para darse una ducha. Pocos minutos después, suenan varios golpes en la puerta.

—Ya salgo, que me estoy secando.

—Podías avisar de que estás en casa —le censura su tía.

—No me habréis oído, estabais en la cocina. Por cierto, Piru te está esperando.

—Ese Piru y tú…

Le comenta Begoña a su hija, que está unos pasos por detrás de ella en el pasillo. Las dos se habían acercado sospechando que Julen estaba ya en casa al darse cuenta de que el calentador de butano llevaba un rato encendido.

—Solo es un amigo.

—¿Y cómo de amigo? —le cuestiona a la hija con una sonrisa que le desaparecerá en cuanto escuche su respuesta.

—Lo justo para follarlo de vez en cuando y quitarme el estrés.

—¡Joder! ¡Pero qué basta eres, tía!

Julen sale del baño con una toalla enrollada a su cintura y la ropa hecha un ovillo mientras Begoña regresa a la cocina negando con la cabeza, prestando atención a las patatas que está friendo para hacer una tortilla.

Kattalin aguarda un poco a que su sobrino comience a vestirse y asoma la cabeza por la puerta de su cuarto.

—Entonces, ¿vienes del Txoriburu?

—Sí, dice Piru que su hermano se encarga hoy de la barra.

—Le sustituye alguna vez para que libre.

—Por cierto, vaya corte que le has dado a amama3.

—Anda, calla, a ver si crees que por eso se escandaliza, que tenemos confianza, a pesar de que a mis treinta y dos años aún me ve cómo una chiquilla.

Julen, tras abroncarse unos vaqueros y ponerse una camiseta, se agacha debajo de la cama a buscar sus deportivas.

—¿Y qué plan tienes para hoy?

—Pues estar con la cuadrilla por aquí, ¿y tú?

—Vamos a Bilbao y nos quedaremos en una pensión del casco viejo. Por cierto, ¿dónde has estado todo el día?

—En Bilbao también.

—¿Y haciendo qué?

Visto que su tía le confía sus planes, él hace igual. Tras el relato, Kattalin se sienta en la cama claramente contrariada, revelando un poso de amargor en la expresión de su rostro.

—¿De veras quieres conocer al cabrón de tu padre?

Julen se acerca hasta la puerta del cuarto y la cierra. Sabe el rencor que albergan las dos únicas mujeres que conforman su familia y no quiere que su abuela escuche la conversación.

—¿Qué hay de malo en conocer la verdad?

—¿Pero qué verdad? ¿La suya? Vamos, ¡no me jodas!

—Ni suya ni no suya. Nunca me decís nada más allá de lo de siempre y creo que ya tengo edad para entender todo.

—En eso estoy de acuerdo.

—Entonces, ¿qué pasa?

—Pasa que mi ama me hizo jurar que nunca te diría nada. Sabe que no estoy de acuerdo, pero ella es de otra época y ya sabes. Créeme cuando te digo que, de vez en cuando, me pregunta si he roto mi promesa.

—Joder, es para mandaros a la mierda.

—¡A ver qué dices! Por favor.

La voz hostil de Kattalin muda a un tono más suave, triste. Él permanece en silencio, mirándola, pero su tía no dice nada. Se acerca a la ventana, la abre, y tras encenderse un Lucky, apoya los codos en el alféizar perdiendo la mirada en el rielar de la luz de las farolas, en las aguas del puerto. El aroma del tabaco despierta la ansiedad en Kattalin, que se hace un sitio a su lado en la ventana, tomando el cigarrillo de entre los dedos de su sobrino y propinándole un par de caladas antes de devolvérselo. Exhala el humo y pierde ella también la vista por la estela lechosa de un pesquero que acaba de entrar en puerto.

—¡Que le den por culo a la promesa! Ese hombre engaño a tu ama, nos engañó a todos. Leire no sabía que era Policía secreta ¡nada menos! Le dijo que era perito o no se qué y que trabajaba en no se cuál fábrica por Barakaldo. Normalmente, quedaban los domingos en Bilbao.

—¿Como se conocieron?

—Leire dijo que lo conoció en las fiestas de un barrio de Bilbao. Yo era una cría entonces, piensa que tu ama me llevaba a mí diez años.

—Entonces, ella tendría unos veinte.

—Veintiuno. Quería ser independiente y logró trabajo en una fábrica de Bilbao. La cosa es que, tras un tiempo de relación, comenzaron a ir a su casa y, bueno… se quedó embarazada. Todo esto me lo contó ella años después, claro. Su «novio» que, por cierto, le sacaba bastantes años, en cuanto supo que estaba embarazada, le dijo que se olvidará de él. Así, como lo oyes, sin rodeos. Tu ama lo estaba pasando muy mal, se lo contó a Andoni y lo único que se le ocurría a nuestro hermano era buscar a alguien que le hiciera abortar.

—¿Y por qué no lo hizo?

—Porque ella, inocente y embobada como estaba, aún suspiraba porque el hijo de puta recapacitase y se casase con ella. Leire lo quería como una loca, pero, claro, es que aún no sabía que todo alrededor de Juan eran mentiras. Encima le excusaba ante Andoni. Decía tu ama que su novio se había quedado impresionado cuando le contó lo del embarazo, pero que era muy cariñoso y que aquello se podría solucionar… Siempre fue una soñadora, como tú. También le echó hacia atrás el miedo. Abortar era ilegal y muy peligroso en aquella época. Ponerse en manos de una persona que no iba a tener medios para atenderte si las cosas se ponían mal le aterraba.

La voz de Begoña, alertándoles de que la cena ya está en la mesa, pone fin a la conversación hasta que, media hora después, los dos bajan juntos a la calle. La abuela se ha quedado en la salita traspuesta viendo la película del programa Sábado cine. Un musical del que le habían oído protestar, diciendo que ya lo habían pasado un montón de veces por la televisión.

Llegan hasta el Txoriburu, que a esas horas ya está muy animado. Su dueño recibe sonriente a su chica desde detrás de la barra con un beso y le solicita que aguarde un poco mientras despacha a un par de grupos de clientes que, impacientes, reclaman sus cañas.

—Pues ya que estás, saca un par de birras. Mi sobrino y yo tenemos que hablar.

Al momento, aparecen en el mostrador un par de botellines de cerveza que desparraman su espuma al ser liberados de la chapa. Dan un largo trago y Kattalin retoma la conversación en el punto que se había quedado en la ventana del cuarto de Julen. Lo tumultuoso del ambiente y la música elevada les confiere, a pesar de estar rodeados de gente, cierto grado de intimidad, conscientes de que nadie atiende a lo que ellos hablan.

—Andoni le guardó el secreto a Leire unos días, pero al ver que no reaccionaba, tomó la iniciativa.

—¿Mi ama no se atrevía a contarlo en casa?

—Pues no, la verdad. Un año antes había muerto nuestro aita4 y Leire le decía a Andoni que aquel disgusto llevaría a la tumba a nuestra ama. Él le quitaba hierro al asunto convencido de que exageraba, y que buscarían juntos la manera de contárselo en el momento adecuado. A todo esto, yo con mis doce años, todavía no me enteraba de nada.

—Claro.

—Tras mucho insistirle Andoni y a Leire, al final le facilitó la dirección de Juan y nuestro hermano se presentó allí un domingo temprano, pero no había nadie en la casa. Estuvo, según luego contó, deambulando por el barrio de Cruces de Barakaldo, hasta bien entrada la tarde.

»Así hasta que, en un momento dado, un par de coches se le cruzaron subiéndose a la acera, apeándose dos tipos de cada vehículo, a los que no conocía de nada y que tras propinarle dos tortas le metieron a empujones en uno de los coches.

—¡Joder! Policías, ¿no?

—Pues claro, y Juan sí que estaba en su casa, pero le tuvo que inquietar aquel tipo que primero había llamado al portero automático y que después, viendo que no contestaba, se busca la vida para entrar al portal y subir a su piso para llamar directamente a su puerta. Luego, seguiría viéndolo desde las ventanas, merodeando por la calle. Así que llamaría a los suyos. El caso es que se lo llevaron a comisaría. Nuestro hermano no quería decirles que había ido hasta aquel portal buscando al tipo que había embrazado a su hermana, pero comenzaron a golpearle. Sospecharían que iba a por el policía o que le estaba vigilando. Andoni se descubrió y les dijo que buscaba al novio de su hermana, un tal Juan que era perito, vamos, los datos que Leire le facilitó. Por lo visto, los polis que le sacudían en el interrogatorio conocían esa coartada. Ahí es cuando le apretaron más hasta que confesó que había ido a buscarlo porque había dejado a su hermana embarazada y no quería asumir su paternidad. Entonces dejaron de pegarle para burlarse de él y de su compañero, pues salieron de la sala que estaba Andoni hacia otra contigua desde donde Juan habría seguido el interrogatorio, sin mostrarse ante nuestro hermano. Cuando se cansaron de bromear, volvieron con Andoni, lo encapucharon y montaron de nuevo en el coche en el que lo habían llevado, abandonándolo a medianoche en el alto de Miraflores, una de las entradas a Bilbao.

»Antes de arrojarlo fuera del coche, un tipo que iba a su lado y al que, claro, no pudo ver la cara, pero Andoni estaba seguro de que sería Juan, le amenazó poniéndole la pistola en la cabeza, diciéndole que si volvía a saber de él, de su hermana o de cualquiera de su familia, él mismo se encargaría de meter una bala en la cabeza de cada uno. Que no quería saber nada de ellos en la puta vida. Después, pararon el coche y lo empujaron, dejándole allí desorientado. Nadie más sabe esa historia. Cuando ya fue evidente el embarazo de Leire, se desataron chismorreos que, lógicamente, nunca lograrían atinar con la identidad del padre. Alguna amiga algo sabía de que había sido medio novia de un tipo de Bilbao y desde ahí es fácil crear un relato. Un tipo que la dejaría embarazada, la abandona y ahí queda todo. De toda esta historia que te he contado, me fui enterando años más tarde por lo que me contarían Leire y Andoni.

Julen hace rato que ha terminado el botellín de cerveza. Kattalin le hace un gesto a Piru para por fin irse juntos.

—Menuda historia, ¿eh? Si quieres, lo dejamos para otro rato. Ahora quiero desconectar, divertirme y te recomiendo que hagas lo mismo, sobrinito.

Kattalin besa la mejilla de Julen y sale del bar agarrándose al talle de Piru, cruzando la calle y subiendo a su Ford Fiesta negro aparcado enfrente. Pocos minutos después, irán llegando los amigos de Julen. Será otra noche de cervezas y de risas, otra noche de rock and roll, como ahora sugiere, desde otro de los cortes de un disco de Barricada, el Boni, uno de sus dos vocalistas.

En algún momento de la noche, saldrá el asunto del servicio militar y aunque, a veces, en la cuadrilla, alguno proclama el dicho de «la mili con los milis» sustituyendo de manera sarcástica, o quizá no, la obligatoriedad de realizar el servicio de armas en el ejército español, por una supuesta militancia en ETA militar, él no contempla tal opción y tampoco huir a Iparralde5 para eludir la justicia militar española. Así todo, tiene decidido seguir con su propósito, aún a costa de mancillar el ánimo de su pequeña familia. Convencido de que eso es parte del precio que pagar por hacer valer su libertad.

Kattalin regresa a casa la noche del domingo. Pasa por el cuarto de su madre a darle las buenas noches y hace lo mismo al acercarse al de Julen, encontrando a su sobrino consultando un par de mapas que tiene desplegados sobre la cama. Está sentado en mitad del colchón con las piernas cruzadas y apaga un cigarrillo en un cenicero que tiene en la mesita al ver entrar a su tía.

Ella se sienta a su lado, reconociendo en su rostro a un tipo cada día más extraño que va dejando de encajar en sus vidas.

—Qué, ¿planeando una excursión?

Julen recoge torpemente los mapas hasta que, tras varios intentos fallidos, consigue doblarlos por los pliegues correctos para guardarlos.

—Qué va, pasando el rato —miente.

—Ya.

—¿Y qué tal vosotros por Bilbao? No tienes buena cara, pareces enfadada.

—¿En serio? Pues solo estoy cansada. Apenas he dormido un par de horas.

Estira la mano hasta el paquete de Lucky de su sobrino. Enciende un cigarrillo y exhala una profunda bocanada de humo hacia el techo de la habitación.

—Bueno, puede que sí esté un poco cabreada.

—Te has mosqueado con Piru.

—Puede. He visto en las noticias del mediodía las imágenes del entierro del policía que ametrallaron el viernes.

Julen asiente sin extrañarse de los repentinos bandazos que podía dar su tía en cualquier conversación, cambiando el sentido de la misma. Aspira una nueva calada y prosigue hablando.

—La tele mostraba la cara de una chica joven. Tenía lágrimas e intentaba disimular su congoja delante de tanta gente. Quizá fuese la mujer del muerto, su novia, su hermana… y yo sé perfectamente cómo se siente. La tele busca siempre cosas así cuando ven que les conviene, es un espectáculo, pero el dolor de ella es real. Me pregunto qué habría pensado ella de nosotros, de mis hermanos muertos antes de que la muerte se sentase a su lado. ¿Y sabes qué creo? Que el dolor nos ha hecho iguales. Ahora llegará el odio, y en eso también nos pareceremos. La cosa es que detesto vivir con rencor, pero forma de tal manera parte de mí, que pienso que nunca podré librarme de él.

Julen agacha la mirada incómodo y se levanta dejando los mapas entre los vinilos que descasan sobre una repisa. Abre la ventana para ventilar un poco la habitación y se apoya en ella, dando la espalda al exterior.

—Aunque joda, hay que mirar al futuro, tía, no es bueno estar siempre reviviendo el pasado.

—Ni sabes de lo que hablas, ni creo que pienses lo que dices.

—Pues explícamelo, además, tenemos pendiente concluir la conversación de ayer, pero claro, igual has reculado y me dices que no puedes, como se lo has jurado a amama…

—No te pongas irónico conmigo, chico.

—Y tú no me llames chico.

—Vaya, parece que no tengo el día. Mejor me marcho a dormir.

—Pues igual sí.

Kattalin se levanta de la cama con cierto aire de decepción, un gesto que Julen conoce bien.

—Espera, tía. He sido un poco borde.

—Dice mi ama que debemos conseguir que la rabia no anide en ti, que puedes despegarte de la peste que arrastramos, porque es una peste, te lo aseguro. Está convencida de que, por tu manera de venir al mundo, estás condenado a caminar por el borde de un precipicio.

—¡Joder! ¿eso dice amama?

—Sabe apartar el dolor o la alegría, ¡lo que sea! En su manera de racionalizar, aunque parece, a veces, que tarda en reaccionar, toma sus decisiones siempre bajo el influjo de la lógica.

—Me cuesta seguirte. Me quieres contar algo, pero al tiempo haces todo lo posible por despistarme.

—¡Ay, pero qué listo que eres! —le contesta burlona, recuperando su sonrisa.

—A lo mejor madre e hija no sois tan diferentes.

—¿Eso crees?

—Puede. ¿Por qué no pruebas a hacerte caso y me cuentas todo? Yo creo que quieres hacerlo.

—Buen intento, pero no cuela.

—Yo no tendría secretos así contigo.

Kattalin, le sostiene la mirada retadora.

—Ah, no, ¿eh? ¿Y qué hacías mirando esos mapas?

Julen se muerde el labio, sopesando la conveniencia de una excusa o una mentira, para convencerse finalmente de la inutilidad de ambas opciones.

—Buscaba el pueblo de Juanito. Solo por curiosidad.

—¡Ya! Venga, prueba de nuevo.

—En serio, ¿sabes que tiene un nombre rarísimo? Se llama Dolor.

—Joder, pues vaya nombres que ponen a algunos pueblos. Entonces qué, ¿planeando unas vacaciones con papi?

Julen responde con la mirada herida, lo que hace a Kattalin arrepentirse al momento de sus palabras.

—Lo de ese pueblo lo miraba por mirar. En realidad, estaba planeando perderme por Picos de Europa o por esa zona quizá un par de semanas, antes de que pasen a buscarme.

—¿A detenerte?

—Han empezado a apresar a algunos insumisos y no sé si dejarme cazar. No tengo necesidad de convertirme en preso para visibilizar esta lucha. Al no presentarme en el cuartel, vendrán a buscarme al cabo de pocos días. Lo harán una o dos veces, después me darán por fugado. Durante el periodo que esté fuera, tendré tiempo también para pensar qué hacer. Iré con la mochila bien equipada, la tienda de campaña, todo listo para una travesía de montaña. Además, toda esa zona seguro que me va a encantar.

—Ya lo creo.

Kattalin asiente convencida, tanto ella como su sobrino son grandes aficionados a la montaña, una pasión que ella misma se encargó de inculcarle en vena desde niño.

—Es verano, hará buen tiempo y necesito hacer algo así. También había pensado, para evitar que me detuviesen, esconderme unos días en casa de algún amigo, pero eso es encerrarse voluntariamente y yo quiero sentirme libre.

—Creo, y no te enfades, que tienes bastantes pájaros en la cabeza. Así todo, adelante, aunque, si quieres huir, podría hablar con alguien para que…

Julen le interrumpe.

—Espera. Si lo que me sugieres es cruzar la muga y esconderme en Iparralde, paso. No estoy en esa situación.

—Parece que censurases la actitud de los refugiados.

—¡Pero qué dices! ¿ves? Confundís las cosas.

—¿Como que confundís? Aquí solo estamos tú y yo.

—Ya me entiendes. Si digo que paso de armas y de ejércitos, es que paso. También de quienes emplean las armas como un ejército.

—Te estás confundiendo. Nadie dice que hagas otra cosa.

—Vale, pero si quien yo me imagino me ayuda a pasar al otro lado, me da refugio… tendré que dar algo a cambio, ¿no? Algo se esperará de mí, ¡digo yo!

—No tiene por qué.

—Tía, no nos hagamos trampas. Creo que tienes un concepto idealizado de todo esto.

—¿Como que idealizado? ¿Me tomas por una chiquilla? Mira que ya tengo 32 años.

—Vale, y yo 19, ¿me consideras un crío o qué?

—Julen, se te está yendo la pinza. En Iparralde hay refugiados por distintas razones, no solo por participar en la lucha armada: los hay por persecución política, o por ser solo insumisos… Estás muy nervioso.

Julen se toma unos segundos para responder.

—Vale, vale… igual sí que estoy nervioso.

—¡Hostia! y ya vale con decir todo el rato vale.

—Vale, vale, no te rayes.

—Venga, cuéntame tu plan.

—Vale. Tengo ahorrado algo de lo que gané el verano pasado ayudando a Piru cuando montó el bar y algo más que he logrado juntar.

—¿De cuánto hablas?

—Cien mil pelas.

—Joder, mucho me parece.

—Bueno, me he buscado la vida un poco.

—¿A qué te refieres?

—He meneado un poco de costo con los amigos y conocidos. Además de salirme los porros por la cara, algo he podido ahorrar. No es mucho, pero…

—¿Que vas trapicheando con costo? Si se entera amama te cruje.

—¿A mí? Igual a ti.

—¿Como que a mí?

—A ver, que el poco costo que he movido se lo pillaba a Piru. Que ya sé que, de vez en cuando, se curra encargos mucho más serios. Por ejemplo, como el de ayer, cuando os largasteis a Bilbao.

Súbitamente, el rostro de Kattalin la muestra azorada, como si la acabasen de descubrir guardando el secreto más grande nunca imaginado.

—Ya sé que una parte de lo que entra por el puerto, y que no son precisamente anchoas, lo menea él de manera discreta. Te juego lo que quieras a que sé lo que llevaba ayer en el maletero y que llegó hace dos días con un atunero que regresaba de África.

—Déjalo.

—Por lo menos serían tres kilos de…

—Que lo dejes, ¡hostia!

—Vale, tranquila, pero Piru gana, gasta mucho y se está empezando a notar. Él me lo ha negado, pero no sé si estará medio enganchado al caballo.

Kattalin se vuelve clavándole los ojos. Está encendida en cólera.

—Y no te enfades conmigo por saber eso, que tampoco me he enterado hace tanto. Piru es un tío de puta madre, pero esa mierda de heroína ha destruido a mucha gente aquí.

—Tú no sabes nada.

—Vale, solo sabré un poco, pero mejor que tu novio deje esas movidas.

—Está todo hablado, este verano se va a ir a pasar el mono al caserío de su hermano. Se va a limpiar, ¿está claro? Y si no lo hiciese, lo mando a tomar por culo. También va a traspasar el bar y luego a buscarse la vida en lo que sea. Está dispuesto a volver al barco.

Kattalin baja la mirada y derrama un par de lágrimas. Julen, al verla, se sintió terriblemente mal por haberle espetado a la cara todo aquello de manera tan brusca.

—Vaya, lo siento.

—No pasa nada, si lo que has dicho de que ayer llevamos «algo» en el coche es verdad. Me enteré al llegar a Bilbao. Por eso nos enfadamos y… bueno, ya vale.

—Igual hasta ahora no ha movido mucho, pero alguien no piensa así en el pueblo.

Kattalin asiente. Lo que Julen no sabía es que, después de la bronca que mantuvieron Piru y Kattalin en Bilbao tras entregar el «paquete», para convencer Piru a su novia de que aquel había sido definitivamente el último trapicheo que realizaba, era que ETA le había amenazado formalmente, pero que, como ya tenía la mercancía, era inexcusable entregarla a su destinatario. Quizá ni Julen ni ella sospechaban lo que, en realidad, Piru podría estar moviendo, pero, por lo visto, otros sí que lo sabían.

—La pintada que hicieron frente al bar, de «trafikanteak kanpora»6 podría ser por él…

—Es por él.

—No es para tomarlo a broma.

—Por eso está todo hablado con quien se tenía que hablar. Piru cierra el bar, se limpia y deja esas historias. Por eso he llegado hoy tan… tan jodida.

—Que dices que lo has hablado con…

—Hemos hablado, es Piru quien ha tenido que comprometerse.

—Pero eso lo habéis hablado, ¿con quién?

—Ninguna pregunta más sobre este asunto, ¿entendido?

3 Amama, abuela en euskera.

4 Aita, padre en euskera. Ama, madre.

5 Iparralde, traducido del euskera significa zona norte, en referencia a los territorios vascos integrados en la República Francesa, también conocidos como País Vasco francés.

6 En euskera, «traficantes fuera». En los años 80 y principios de los 90, ETA extendió sus atentados contra algunas personas vinculadas al narcotráfico.

Dolor

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