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¿PIENSAN LAS MÁQUINAS?

La tecnología está en todos lados, aunque no nos demos cuenta. Las máquinas ven, escuchan, interpretan, analizan. Pero, ¿pueden pensar? Responder esta pregunta podría llevarnos páginas y páginas de complejos razonamientos filosóficos. Así que, en este libro, haremos lo que decían los medievales, que luego inspiraron a Isaac Newton, “vamos a pararnos sobre hombros de gigantes”. El primer gigante que nos guiará en este recorrido, es alguien que quizá conozcan: Alan Turing.

En 1950 el aparato científico-tecnológico de las grandes potencias, estaba principalmente concentrado en cosas como evitar un apocalipsis nuclear o, al menos, no estar dentro del bloque perjudicado. Por esto, las estrellas de rock de la investigación científica, eran aquellos que se dedicaban a cosas como la energía nuclear, la construcción de misiles o, eventualmente, la construcción de refugios lo suficientemente resistentes como para resistir el impacto de una bomba atómica.

Mientras tanto, desde un laboratorio de la Universidad de Manchester, el matemático británico Alan Turing, se hacía otro tipo de preguntas. Preguntas que miraban algunas décadas más adelante que sus colegas y que, por eso mismo, fueron bastante ignoradas en un principio. Desde luego, no podríamos acusarlo —como seguramente habrán hecho en ese momento muchos de sus colegas— de vivir alejado de la realidad. Turing tuvo una corta pero fascinante vida que, probablemente, muchos recuerden gracias al personaje que inmortalizó Benedict Cumberbacht en la película Código Enigma de 2014. Durante la segunda guerra mundial, y prestando servicios al ejército británico, Alan Turing inventó una máquina que logró descifrar los mensajes secretos que enviaban los alemanes a través del famoso, y hasta el momento indescifrable, “código enigma”. En 1943, llegó a interpretar 84.000 mensajes al mes y este fue uno de los elementos cruciales para la victoria aliada. A esta máquina, paradójicamente, la llamó bomba, anticipando que la información puede ser la más poderosa de las armas.

Pero volvamos a 1950. Como decía, los mensajes secretos y los mecanismos de encriptación habían pasado de moda. En el mundo seguía habiendo una guerra que ganar, pero la clave ya no estaba en los espías, sino en las armas de destrucción masiva. La atención enfocaba hacia otro lado. Sin embargo, en ese mítico laboratorio de la Universidad de Manchester, se estaba gestando una de las preguntas que hasta el día de hoy resulta clave para reflexionar sobre el futuro de la humanidad. Antes de que la infinita estupidez humana acabara con su vida pública y física,(5) el matemático dejó a nuestra especie otro crucial aporte para el futuro: el Test de Turing. Aunque parezca increíble, hacia fines de la década de 1940, casi diez años antes de que se hablara por primera vez de inteligencia artificial, a Turing lo desvelaba la pregunta sobre la capacidad (o no) de pensar de las máquinas.

“¿Pueden pensar las máquinas?” Para responder a esa pregunta, nuestro guía comenzó haciendo lo que cualquier manual de metodología de la investigación científica diría: primero deberíamos definir qué es efectivamente “pensar”. Como buen matemático, para Turing pensar es básicamente calcular. Y aquí podríamos hacer una primera observación, humilde, a nuestro gigante: ¿pensar es solamente calcular? En principio, y sin voluntad de agotar esta discusión en estas páginas, los seres humanos hacemos mucho más que calcular. De hecho, muchas de las cosas que hacemos (como escribir este libro, por ejemplo), no deriva de un cálculo racional. Pero, al fin y al cabo, hay tantas definiciones de pensamiento como escuelas filosóficas y disciplinas científicas nos imaginemos. Para nuestro primer guía, “una computadora puede ser considerada inteligente si logra engañar a una persona haciéndole creer que es humana”.

Si tomamos esta definición, podríamos decir que las computadoras ya son inteligentes, y lograron pasar el Test de Turing. Hay diversos ejemplos de cómo algunos bots o sistemas de inteligencia artificial pueden mantener conversaciones fluidas con humanos. Pero, coincidamos o no con esta idea de inteligencia o de pensamiento, lo importante es entonces plantearnos la pregunta que desvelaba a Turing: ¿piensan o no piensan las computadoras? Esta es la cuestión. Retomemos la pregunta que nos hicimos hace unos párrafos: hoy las computadoras pueden escuchar, ver, hablar, procesar información y, sobre esta base, tomar decisiones. Pero, ¿pueden pensar?

HACERNOS LAS PREGUNTAS CORRECTAS

“Las máquinas son inútiles”, esa fue la respuesta que dio nuestro segundo guía, Pablo Picasso, cuando le preguntaron, en 1970, qué pensaba de las novedosas computadoras que, por ese entonces, captaban la atención del mundo. Una primera reacción ante semejante afirmación bien podría ser: ¿qué sabrá este tipo del siglo XIX sobre las computadoras?

Pero la forma en que siguió dando su respuesta, quizá nos ofrezca algunas pistas para responder esta pregunta. Ante la perplejidad del interlocutor, agregó rápidamente: “Las máquinas son inútiles, sí. Pues solo pueden darnos respuestas”.

Los humanos, por el contrario, tenemos la asombrosa capacidad de hacernos preguntas. A veces, la genialidad se encuentra en la capacidad de hacerse las preguntas correctas. Las computadoras aprenden de la misma forma que lo hacen la mayoría de los seres humanos: por experiencia. Y en función de la misma, brindan respuestas lógicas. Pero nuestra capacidad humana de hacernos preguntas que podrían sonar ilógicas, nos lleva muchas veces a tomar decisiones que cambian el rumbo de la humanidad. Y si no me creen, miren a Turing.

Por eso, a lo largo de este libro buscaremos dar respuesta a algunas de las grandes preguntas que existen sobre el mundo de la inteligencia artificial. Pero no solo eso: muchas veces demandamos demasiadas respuestas cuando en realidad lo que necesitamos es seguir haciéndonos preguntas, eso es lo que nos permite avanzar. Por eso, también buscamos que vos te hagas nuevas preguntas, y que nos las compartas en #ComoPiensanLasMáquinas o escaneando el código QR que aparece al principio del libro. Esa es la única forma en que la humanidad va a seguir avanzando en este mundo fascinante.

¿Piensan las máquinas? ¿Nos liberan para ser más humanos? ¿En qué nos distinguimos de ellas? ¿Cómo evolucionaron? ¿Hasta dónde pueden llegar? ¿Van a reemplazarnos? ¿en qué habilidades? ¿Surgirán nuevas habilidades humanas? ¿Cuáles? Después de todo, detrás de la tecnología, hay humanos, así que la cuestión es intentar despejar el camino para detenernos a pensar cuál será el rumbo de la evolución humana y cuál el de la evolución tecnológica. Un riesgo es caer en el autoengaño de creer que las máquinas serán un reemplazo sustitutivo absoluto. Sin embargo, el avance tecnológico nos sitúa en un nuevo estadio humano, y la intención es, entonces, reflexionar acerca de este intercambio y sus áreas de complemento y/o reemplazo. ¿Cuáles serán las tareas que estarán “en manos” de las máquinas?

LAS LEYES DE LA ROBÓTICA

En 1999, se estrenó la película El hombre Bicentenario, dirigida por Chris Columbus y protagonizada por Robin Williams. Este filme, basado en el libro del mismo nombre y escrito por Isaac Asimov y Robert Silverlberg, relata la historia de Andrew, un robot doméstico que, luego de ser adquirido como sirviente de una familia tipo norteamericana, comienza a desarrollar emociones humanas y una inusual capacidad creativa. Progresivamente, Andrew se va volviendo cada vez más humano por lo que intenta ser reconocido como tal en el Congreso Mundial. En ese tránsito hacia la humanización, el robot comienza a procesar diversos estímulos y sensaciones que hacen sus incipientes emociones aún más intensas, volviéndolo más vulnerable ante situaciones como la muerte de un ser querido. Primera enseñanza: cuanto más humano, más vulnerable.

Luego de varios intentos infructuosos para adquirir reconocimiento legal como ser humano y una historia de amor mediante, Andrew Martin llega a una conclusión: la única forma de ser declarado humano es dejar de lado el privilegio de la inmortalidad que le confería ser un robot. Segunda enseñanza: a diferencia de las máquinas, los seres humanos, somos, por definición, finitos.

Así es: finitos y vulnerables. Así somos los seres humanos y, por eso, la supervivencia es un pilar fundamental de nuestra vida. Sobrevivir es nuestra obsesión. Pero con las máquinas no pasa lo mismo. De hecho, hacia el principio de la película, apenas el robot NDR, que luego se convirtiera en Andrew, llega en una caja a la casa de la familia Martin, lo primero que hace es recitar a Richard (el padre de familia), las tres leyes de la robótica.

Primera Ley de la Robótica: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley de la Robótica: un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la primera Ley.

Tercera Ley de la Robótica: un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda Ley.

En el caso de los humanos, por el contrario, la protección de la propia existencia está por encima de cualquier otra ley. Incluso, en muchos casos, por encima de la posibilidad de hacer daño a otro ser humano. Es por esto, entre muchas otras cosas, que tenemos miedo a los grandes cambios que impulsa la tecnología: somos finitos y vulnerables. Necesitamos sobrevivir, y todo aquello que ponga en amenaza, al menos potencialmente, nuestra existencia y nuestro bienestar, despierta nuestra lógica desconfianza. Pero hay cambios que no podemos evitar y olas que no podemos detener, por eso, aprender a sobrevivir en un mundo de inteligencia artificial resulta de vital importancia para todos los que, ahora, estamos habitando el planeta.

5- Luego de brindar un enorme servicio a su país y ser una figura clave para derrotar al nazismo, fue juzgado por homosexualidad en 1952 y cayó en desgracia. Unos años después, falleció a los 51 años y demostró que la célebre máxima de Albert Einstein siempre ha sido cierta: “Dos cosas son infinitas, la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.

¿Cómo piensan las máquinas?

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