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Compañeros habitantes del universo del futuro. Humanos, robots, o seres extraterrestres.

Estamos en septiembre del año 2020. Probablemente este año les suene de algún lado. Quizás hayan escuchado que no fue de los mejores años para la humanidad. Tampoco el peor, probablemente. Dicen que el peor fue, definitivamente, el 536 d.C, cuando una erupción volcánica en Islandia creó una nube enorme que llegó a oscurecer los cielos de Europa y Asia durante meses. Como consecuencia, la temperatura bajó muchísimo e incluso llegó a caer nieve durante el verano, con todos los problemas que esto implica: los romanos no se fueron de vacaciones, las cosechas se echaron a perder, se produjo una terrible hambruna y, como si todo esto fuera poco, se vino la peste bubónica, que terminó con casi la mitad de la población de Constantinopla.

Dentro de todo, en 2020 la estamos llevando, al menos por ahora, un poco mejor. No tenemos nube gigante, tenemos Netflix...(6) aunque también tenemos nuestra propia peste del siglo XXI: el covid-19. Siendo uno de los más de cincuenta millones de habitantes del planeta tierra que contrajo este virus, puedo dar testimonio personal de que el covid-19 provoca una fiebre muy alta, una sensación de cansancio constante, una molesta tos seca y un dolor corporal que por momentos puede ser estremecedor.

En esas estaba, entre los delirios de la fiebre, los efectos del jarabe para la tos y las consecuencias de la comida chatarra. Una tarde, en la que ya ni siquiera me quedaban fuerzas para seguir jugando al FIFA, se me empezaron a entrecerrar los ojos. Venía durmiendo muy poco y mal, principalmente por la tos y el dolor de cuerpo, que se hacía principalmente molesto en las piernas. Me quedé dormido mirando los árboles que se movían del otro lado de la ventana de mi casa en Adrogué, en la provincia de Buenos Aires.(7) Era un día soleado, hermoso.

Cuando volví a abrir los ojos seguía en el mismo lugar, pero los típicos árboles de plátano y tilo de Adrogué estaban completamente prendidos fuego. Me acerqué hacia la ventana como pude, y me encontré con un panorama apocalíptico: lo que quedaba en pie de las construcciones que alguna vez habían formado parte de mi vecindario, se estaban derritiendo y el humo cubría todo el cielo de la ciudad, dejando un panorama gris, oscuro, desolador. Contra toda intuición y racionalidad, salí corriendo al mundo exterior y quedé paralizado por el ensordecedor ruido de un objeto volador que me pasó a unos pocos centímetros de distancia. No era el único que había en el cielo de Adrogué, pero tampoco eran los clásicos aviones. Más bien parecían hechos en otro planeta.

Los ruidos eran cada vez más intensos, y de una naturaleza distinta. A medida que se iban acercando, los podía percibir como pasos pesados y toscos, metálicos. Cuando me di cuenta, lo tenía demasiado cerca como para intentar correr. Una figura humanoide, pero robótica. Un esqueleto metálico calcado de la película Terminator, que medía casi un metro más que yo y se acercaba a una velocidad increíble con una especie de arma cilíndrica.

En un acto solo entendible por el más profundo instinto de supervivencia, empecé a tirar golpes a esa figura claramente amenazante. Pero ninguno sirvió para nada. Su velocidad y su fuerza eran superiores a las de un humano y parecía que esa luz roja incandescente que les salía de lo que supuestamente serían los ojos, adivinaba cada uno de mis movimientos y aprendía de ellos. Cada vez le resultaba más fácil esquivar mis golpes desesperados y todo parecía indicar que en cualquier momento me iba a tumbar con un solo movimiento. Estaba seguro de que eso iba a suceder. Y probablemente por esa certeza, lanzaba cada golpe como si fuera el último.

Quizá por la maratón de la serie Cobra Kai que venía consumiendo en mis días de encierro se me ocurrió que era una buena idea darle una patada en su pierna robótica. Pero, para mi sorpresa, y lejos de derribarlo, el terminator ni siquiera se inmutó. Más bien, al contrario, se quedó quieto frente a mí mientras un dolor insoportable me empezaba a subir por la pierna, que además me estaba empezando a sangrar. Lo último que recuerdo antes de caer desmayado fueron esos ojos rojos del esqueleto metálico que me seguían mirando, sin ningún tipo de emoción.

6- Aclaración para los futuros habitantes del universo: Netflix es un servicio de streaming de contenidos audiovisuales que, a usted, señor habitante del futuro, puede parecerle algo totalmente arcaico, pero casi que a nosotros nos viene salvando la vida en estos tiempos.

7- Aclaración para los futuros habitantes del universo (2): la provincia de Buenos Aires es un territorio perteneciente a un país llamado Argentina, en el extremo Sur del continente americano. Argentina es un país bastante grande, lleno de paisajes y recursos, con gente muy talentosa y cuyo idioma oficial es —como podrán ver— el español castellano y cuya moneda oficial es el dólar norteamericano.

¿Cómo piensan las máquinas?

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