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PRÓLOGO

Robert Barron, Ob.

EL LIBRO QUE ESTÁS A PUNTO DE LEER es lo más parecido a una Summa Sheeniana, un resumen de las enseñanzas del arzobispo Fulton Sheen en torno a la fe cristiana. Aquí está sintetizada buena parte de la sabiduría contenida en sus programas de radio, en sus espacios de televisión, en sus sermones, clases, charlas en retiros espirituales, libros y conferencias. Los ensayos reunidos en el libro son transcripciones de unas cintas de audio que el principal evangelizador católico del siglo XX grabó en 1965, a la edad de setenta años. Lo que escuchas es la voz convincente de una persona con mucha experiencia, de un maestro que dedicó cuarenta años de su vida a roturar los campos del evangelio y la apologética.

Mientras releía estos capítulos, me deslumbraron las tres cualidades con las que Fulton Sheen contaba, y en grado sumo: inteligencia, una amplia visión de las cosas y una de las imaginaciones más activas de toda la historia de la Iglesia a la hora de elaborar analogías. Permitidme comentar alguna cosa acerca de cada una de ellas. El arzobispo Sheen recibió una magnífica formación intelectual en filosofía y teología católicas, cuya máxima expresión fue su grado postdoctoral en la Universidad Católica de Lovaina. Por otra parte, durante muchos años impartió clases en la Universidad Católica de América, en Washington, D. C., y redactó algunos textos académicos muy elaborados. De ahí que, cuando se dirigía a un público más amplio, no se dedicaba a una mera tarea de divulgación, sino que la acompañaba de un considerable arsenal intelectual. Tu vida merece la pena está recorrido de principio a fin de citas y menciones a —entre otros muchos— Tomás de Aquino, Aristóteles, Cicerón, John Henry Newman, Confucio, George Bernard Shaw, Isaac Newton, Martin Heidegger, Carl Jung, Shakespeare y T. S. Eliot. En esta época nuestra de un catolicismo de nivel bajo, ¡qué necesitados estamos de una cultura y una capacidad intelectual como las suyas!

En segundo lugar, este libro —así como toda su obra— evidencia una espléndida visión integral de los misterios de la fe cristiana. La teología ha entrado —lamentablemente, en mi opinión— en una época de hiperespecialización. Por atenernos al cliché, hay muchos teólogos y filósofos que saben cada vez más cosas de cada vez menos cosas. Sheen, no obstante, cubre ampliamente y sin dificultad todo el campo del pensamiento católico y reflexiona sobre la creación, la Encarnación, la doctrina de Dios, la Trinidad, la antropología teológica, la gracia, el pecado, la Redención, la Resurrección, la Virgen, el papado y el Cuerpo Místico. Y no se limita a abarcar un terreno tan sumamente vasto como este: también demuestra las interconexiones que se dan en algunos temas; por ejemplo, la Iglesia como prolongación de la Encarnación en el espacio y el tiempo, y por qué la virginidad de María es un indicador de la verdad de la Encarnación; o cómo de una correcta visión del pecado se deriva una correcta visión de la Cruz, etc. Así es como ejercita el arte de una teología verdaderamente sistemática y logra que la fe satisfaga la sensibilidad tanto intelectual como estética del lector.

La tercera cualidad más notable —al menos para mí— que revelan estos ensayos es el talento del autor para ofrecer analogías, comparaciones y ejemplos que expliquen los misterios cristianos. Los maestros suelen compartir la idea de que la clave de cualquier enseñanza eficaz consiste en tender puentes entre lo conocido y lo desconocido. Y ese proceso se lleva a cabo en gran medida gracias a la analogía: cualquier maestro eficiente, desde el parvulario hasta la universidad, utiliza alguna versión equivalente a: «Este principio que pretendo enseñaros es parecido a este otro principio que ya entendéis». En la larga tradición cristiana de predicación, catequesis o reflexión teológica que practica este método analógico, no conozco a nadie que lo haga con más habilidad que Fulton Sheen. Este libro contiene abundantes ejemplos de ello: los siete sacramentos son como la luz blanca que se descompone en colores cuando atraviesa un prisma; la gracia nos eleva a una forma de vida superior, igual que la vida del animal asume la vida de la planta y la vida de la planta asume los elementos químicos; la ausencia de pecado en María es la espuerta que separa las aguas contaminadas de las aguas limpias; el Espíritu Santo es el suspiro de amor exhalado por el Padre y el Hijo; la misa es como el drama representado durante la gira de una compañía de teatro, etc. Estas comparaciones e imágenes parecen salir de él de un modo automático, pero me imagino que Sheen las elaboró y perfeccionó a lo largo de sus muchos años de labor divulgativa.

Visto mi entusiasmo por Sheen, quizá alguien pueda pensar que, en mi opinión, en nuestra misión de evangelización deberíamos, simplemente, recurrir a su método y a sus contenidos. Pero no es así. Por supuesto que hemos de aprender de él, pero también debemos imitar su compromiso creativo con la cultura de su tiempo. En cierta medida —y lo digo por mi larga experiencia práctica en este sentido—, la evangelización es hoy mucho más difícil que en tiempos de Sheen. El motivo que me lleva a hacer esta afirmación es que el arzobispo fue capaz de recabar un consenso cultural notablemente amplio en muchas cuestiones morales, filosóficas e incluso religiosas. El hecho de que le siguiera un inmenso número de no católicos da fe de ello. Hoy, sin embargo, ese consenso en buena parte se ha desvanecido. De ahí que limitarse a repetir ideas, imágenes y comparaciones puede carecer de eficacia con el público contemporáneo. Aun así, todos deberíamos empeñarnos en ser tan inteligentes como él, tan audazmente integradores y sintéticos como él, y estar dispuestos a ejercitar nuestra imaginación analógica con algo del talento y la creatividad de Sheen.

Dios y el hombre

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