Читать книгу La navaja de Ockham - Gastón Intelisano - Страница 10

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Además de las búsquedas en el área que incluyen cestos de basura y desagües, es necesario dar inicio a las indagaciones; el matrimonio y el grupo de amigos tienen que comenzar a ser oídos formalmente, necesitamos sus primeras declaraciones. Son esas primeras declaraciones las que se convierten, casi siempre, en las más importantes, por ser contemporáneas al acontecimiento. Las declaraciones de los empleados del restaurante, por ejemplo. Ellos podrán dar detalles de los momentos previos a la desaparición, mientras los adultos cenaban.

Tenemos que procurar testimonios entre los vecinos del complejo. Es necesario obtener una lista de todos los vecinos, con el fin de verificar si alguien es conocido suyo. Necesitaremos localizar y ver todos los registros de video, en una pesquisa que incluirá otros edificios, farmacias, bancos, supermercados, estaciones de servicio de las proximidades, alcanzando a las instaladas en la Ruta 2. Al igual que todas las cámaras que funcionan en ella.

Hasta el momento estaban abiertas todas las hipótesis: desaparición voluntaria; que la nena se hubiera levantado de la cama en ausencia de sus padres y hubiera salido a la calle en su búsqueda; accidente, produciéndose la muerte, con posterior ocultamiento del cadáver; ofensas a la integridad física resultando en muerte; homicidio por negligencia o intencionado, debiendo ser valorado un acto de venganza; rapto para posterior petición de rescate; rapto por un depredador para abuso sexual, acto de un pedófilo; rapto o muerte por parte de alguien que se hubiese introducido en el apartamento con la finalidad de hurtar y fuese sorprendido por la nena. La hipótesis del rapto nos permitiría una investigación más amplia y compleja, y nos daría acceso a medios y recursos que de otra forma sería difícil de utilizar.

Han pasado varias horas y todavía no recibimos la información que Battaglia solicitó a la Policía española.

—Seguimos sin saber nada del matrimonio, su grupo de amigos y los nenes… –dice mi compañero, el principal investigador a cargo.

Veo inquietud en su mirada. Algo no está bien. Ese tipo de pedidos no suelen tener demora, no hoy, en la era de internet y las conexiones instantáneas. Sin esta información solicitada, se nos presentan limitaciones para encuadrar el caso.

—Una de las cuestiones pertinentes en estos casos es saber si la nena es hija biológica del matrimonio… –plantea Battaglia, como si ya hubiese participado en muchos casos de secuestro. Me pregunto si será el primero que le toca investigar. En los más de diez años que trabajo con él, es el primero en el que a mí me toca acompañarlo.

—¿Qué importancia tiene que la nena sea su hija biológica? –le pregunto, después de pensarlo unos segundos.

—Podemos estar ante un caso de rapto por parte de los padres biológicos… –me responde. Al tiempo que toma un anotador azul de su saco y escribe lo que acaba de decirme con una letra bastante prolija, que asocio con los varones que fueron educados en escuelas técnicas.

Me detengo a mirarlo mientras anota lo que cree que es información importante. Mi mirada debe haber sido elocuente, porque, cuando gira, deja de enumerar su hipótesis y me pregunta:

—¿Qué pasa?

—¿Ya tuviste un caso como este? –quiero saber.

Su mirada se ensombrece. Algo cruza por su cabeza y lo lleva a un pasado que no quería recordar, pero al que lo obligo a hacerlo. Se sienta otra vez en su lugar, como si estuviese muy cansado, pone los brazos sobre la mesa, y entrecruza las manos, como si estuviera por empezar a rezar.

—Sí, lo tuve. Hace muchos años. Tal vez no lo recuerdes… es más, calculo que ni habrías nacido, porque yo era muy joven y era uno de mis primeros casos importantes…

Mira hacia la nada por un instante, como si invocara el caso. Cuando los datos comienzan a llegar a su memoria, vuelve a mirarme.

—Se llamaba Ana. Tenía tres años. Me encontraba empezando mi guardia un lunes a la mañana. Nos llaman desde un centro de salud. Una médica de turno nos alerta de una situación que consideraba anormal. La habían llamado a un domicilio para certificar el óbito de una nena y encontraba extrañas algunas de las heridas que el cuerpo presentaba.

Cuando llegamos a la casa de Ana, los padres de la pequeña decían que había fallecido mientras dormía, posiblemente atragantada con la leche que tomaba de una mamadera… frágil mentira, frente a las marcas que violentamente estaban impresas en su cuerpito, en la espalda y la cola… marcas que coincidían con las suelas de los zapatos de su papá.

Battaglia detiene por unos segundos su relato para tomar un sorbo de agua fría. Carraspea, lo veo claramente afectado. Entonces, continúa:

—Ana presentaba lesiones en la cabeza. El padre, después de patearla como si fuera una pelota de fútbol, la lanzó contra la pared de la habitación. Su cabeza, que el padre sujetaba de los pelos, chocó violentamente repetidas veces contra la pared mientras la madre miraba impávida y serena. Como resultado de esta violencia bestial, Ana murió. Ante la muerte de su hija, los padres decidieron deshacerse del cuerpo, pero de una forma legal: a través de un funeral, y cometieron así un terrible error. Simularon una muerte accidental, lavaron las paredes y otros lugares de la casa donde existían rastros de sangre, fruto de la brutalidad de un padre celoso sobre una hija indefensa y sin que aquella que le dio la vida interviniese, para evitar su prematura muerte. Tiraron a la basura la pollera de jean con tiradores de plástico simulando cuero que aquel domingo era la primera vez que Ana usaba. También en esa pollera existían señales de violencia: estaba sucia de polvo del suelo de la casa y con uno de los tiradores roto. En el fondo, alteraron la escena del crimen e intentaron deshacerse de su criminal acción…

—¿Pero por qué la mata el padre? ¿Dijiste que estaba celoso? –le pregunto indignado, con un nudo en la garganta, por lo que yo también debo tomar un sorbo de agua.

—Ana solo quería salir de su casa para visitar a su madrina a la que, según palabras de su madre, “adoraba más que a ellos y con quien le encantaba pasar el día”, y que vivía enfrente. El padre con celos y conscientemente, pero emocionalmente alterado, acabó descargando su ira sobre su cuerpo y la mató. Nuestra intervención permitió impedir que Ana fuera sepultada en ese momento, enterrada en una mentira: las verdaderas causas de su muerte. Si hubiese sucedido tal cosa, no estaríamos ante la ocultación de un cadáver, sino ante la ocultación de la verdad. Ese frágil y maltratado cuerpo nos habló a los investigadores y al forense. No había dudas. Ana había sido asesinada por su propio padre de una forma violenta ante la pasividad de su madre y la mirada de un hermano de cinco años. En el interrogatorio, el padre de Ana describió la agresión fríamente y sin mostrar arrepentimiento… No lo soporté.

Mi compañero vuelve a buscar el vaso de agua, y como veo que le queda poco, vuelvo a llenárselo. Me lo agradece, en un tono de voz casi inexistente.

—Le dije a mi compañero que debía salir un momento, que él continuara con el interrogatorio. Mi estómago se revolvía, tuve que buscar un lugar para refugiarme y entré en el primer baño que encontré. De repente, me vi llorando frente al espejo, que reflejaba mi cara de dolor, angustia, desesperación que se preguntaba ¿por qué? Dios mío, ¿por qué permitís esto? ¿Cómo es posible que un padre mate a su propia hija?.. En ese entonces era creyente todavía, iba a la iglesia los domingos…

—Te entiendo –le digo, y no solo para mostrarme de su lado, sino porque realmente sentía lo mismo. Este trabajo me ha hecho poner en tela de juicio la existencia de un dios. Los crímenes, la crueldad que vemos a diario, me tientan más a creer en la existencia del mal que en la de un padre que nos cuida y nos pone pruebas que debemos superar para estar más cerca de él.

—En fin, me lavé la cara intentando centrarme en el trabajo que debía hacer y me iba diciendo a mí mismo: ¡Vamos, sos policía! Ya viste estas cosas, dejate de joder, las emociones no tienen que dominarte, seguí con objetividad… como siempre nos dicen, la verdad y la justicia son lo único que les queda a estos chicos.

—Sí, así es –concuerdo con él.

—Pero en ese caso, el de Ana, teníamos su cuerpo. Y esa es la gran diferencia entre investigar un crimen con cuerpo y otro sin cuerpo.

Nos quedamos unos segundos en silencio, sopesando la historia que Battaglia ha contado y que flota en el ambiente, como el alma en pena de la pequeña Ana, que hoy sería una mujer adulta. El silencio es rasgado por la voz de Jorge Parisi, que envuelto en su traje descartable de un blanco prístino, nos anuncia:

—Terminamos con el levantamiento de rastros en la habitación de la nena.

Mientras continuamos discutiendo el caso y el fiscal Nicolás Massacesi interrogando a los padres, uno de los oficiales que custodia la entrada del edificio se asoma a la puerta del departamento.

—¿Quién es el investigador a cargo? –pregunta, cuando está frente a nosotros.

—Yo –le responde mi compañero. Ante la puerta hay un hombre de traje muy elegante, que el joven le señala con un gesto.

—El señor es el embajador de España. Dice que quiere hablar con quien está a cargo…

Battaglia me mira por un segundo con una mueca de extrañeza. No llega la información pedida, pero ya está llegando el embajador español. No es normal esta preocupación por parte de la diplomacia. Entonces empezamos a preguntarnos: ¿quién es esta pareja? ¿Quiénes son los amigos?

La navaja de Ockham

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