Читать книгу La navaja de Ockham - Gastón Intelisano - Страница 6
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En la televisión no dejan de hablar del eclipse de luna. No sé si porque no hay noticias o porque realmente el espectáculo lo merece. Es lo que menos me importa en este momento. Son casi las diez de la noche del sábado 16 de diciembre, y hace casi una hora recibí un extraño mensaje en mi celular que me puso los pelos de punta y me hizo pensar en lo peor. El mensaje de texto de un “número desconocido” rezaba:
EL JUEGO NO TERMINÓ. LA TENEMOS A ELLA.
¿A ella?
Entonces empecé a atar cabos y todas las fichas cayeron juntas, acomodándose al mismo tiempo. ¿”Ella” era Siria, mi novia? ¿La mujer a la que volví a ver hace dos años, después de estar separados por una década, cuando ella fue tras el empleo de sus sueños en un periódico de Madrid? ¿La periodista diez años mayor que yo, con la que recientemente decidimos convivir? ¿Es esto el mensaje de sus secuestradores? ¿Me están diciendo que la tienen en su poder? Mi preocupación crece a cada minuto. La he llamado repetidas veces a su celular y no consigo comunicarme con ella. Le he enviado dos mensajes a su WhatsApp, en los que la doble tilde gris me indica que han salido de mi celular y han aterrizado en el suyo, pero todavía no los ha leído. Trato de tranquilizarme: si está conduciendo por la atestada ruta 2 difícilmente pueda revisar su celular. Además, tiene la mala costumbre de activar el modo silencio a su celular, por lo cual, si no tiene el aparato en uno de sus bolsillos y lo siente vibrar, no sabrá que la estoy llamando. Toda esta racionalización de mis miedos no logra apaciguar mi ansiedad, que crece exponencialmente con el paso de los minutos.
—¿Qué hacemos?–me pregunta Nicolás Massacesi, un fiscal de la ciudad de Mar del Plata que, además de ser uno de los mejores en lo suyo, es un gran amigo.
—Todavía nada, no quiero armar un revuelo por algo que tal vez sea una broma.
—¿Cómo pudieron conseguir tu número de celular?–me cuestiona, y es lo que más temo.
—No sé, pero todavía no llames a nadie. No quiero a todas las fuerzas iniciando una búsqueda frenética. Lo que sí quiero es que Juanjo rastree el origen del mensaje de texto–le indico, refiriéndome a nuestro jefe de la División Informática Forense, Juan José Ortiz.
—Ya lo llamo–me responde Nicolás, tomando su IPhone de uno de los bolsillos de su pantalón.
Hago un último intento. Esta vez, no marco la tecla REDIAL para volver a discar el número automáticamente, sino que lo hago número por número. A continuación presiono el ícono verde que iniciará la comunicación. Se produce un segundo de silencio incómodo y luego el tono de llamada. Una, dos, tres veces… Y entonces, cuando vuelvo a empezar a caer en la desesperación, la voz de Siria se materializa y la siento tan cerca, como si me hablara parada junto a mí.
—¿Santiago?–Siria y su particular forma de atender mis llamados. Jamás dirá “hola” como el resto de los mortales. De fondo hay una sinfonía de bocinas que se turnan para hacerse notar. En su voz advierto que hace un esfuerzo para escucharme.
—¡Siria! –le respondo, aliviado y desesperado por saber dónde se encuentra. Y si se encuentra bien.
—Recién estoy saliendo. Esto es una locura. Con la cantidad de despidos que hubo estas últimas semanas, somos cada vez menos y con el doble de trabajo… –se apresura a decirme.
—Me tenías preocupado… recibí un mensaje bastante extraño y… –comienzo a decirle, pero ella me interrumpe:
—¿Qué mensaje extraño?
—Nada… no te preocupes. –Trato de restarle importancia, pero lo que ella me dice a continuación me preocupa aún más:
—A mí me llamó una mujer… ¿vos encontraste tu celular?
—¿Qué mujer?.. ¿qué te dijo? –le pregunto impaciente, porque no entiendo de qué habla.
—Me dijo que le pediste que me avisara que perdiste tu celular y que ibas a estar en un caso importante. Que por ese motivo no ibas a estar en tu casa…
—Yo no le pedí a nadie que te llamara y nunca perdí mi celular…
Se hace un silencio de algunos segundos y luego me responde:
—Qué raro…
—¿Cómo era la voz de esa mujer? ¿Joven, vieja… tenía algún acento?–Quiero que trate de hacer memoria, mientras el recuerdo esté en su mente.
—No sé… parecía la voz de una mujer joven… qué sé yo. No le presté demasiada atención. Parecía un mensaje de lo más normal. Calculé que era alguna de tus compañeras de trabajo.
Algo raro se está pergeñando a mi alrededor y no sé qué o quién está detrás. De repente me siento observado, acorralado por alguien que desde las sombras está manejando los hilos de mi vida y de los que me rodean.
—Tengo que avisarle a Battaglia.
—Santiago, ese hombre se llama Andrés... ¿Cuándo vas a poder llamarlo por su nombre?–me pregunta por enésima vez.
—Creo que nunca –le respondo. Y es verdad. Fueron muy pocas las veces en que pude llamar a Battaglia por su nombre de pila.
—Te amo…
—Yo más. Cuidate y mantené el celular cerca. Cualquier cosa me llamás–y cuelgo.
Nicolás que aguardó pacientemente a que yo terminara de hablar del otro lado de la puerta, ahora se acerca y lo veo visiblemente contento.
—Menos mal que no iniciamos un protocolo de secuestro… –me dice, aliviado.
—Sí. Por suerte está bien. Solo que recibió un llamado que me inquieta un poco.
—¿De quién? –quiere saber.
—No sé. Solo sabe que era una mujer, adulta y que le dijo que yo había perdido mi celular. Que le avisaba que yo iba a estar en un caso importante y que por ese motivo no iba a estar en mi casa…
—Qué raro… che.–En su rostro se dibuja la preocupación y se rasca la barba corta y prolija con dos dedos.
—No sé qué pensar…
—Podemos pedirle a Juanjo que además intervenga su teléfono y ver si puede rastrear esa llamada…
—Sería genial –le respondo.
—Me pidió que le guardemos carne, chorizo y morcilla…
—Se lo ganó –le respondo. Y le propongo que volvamos a la fiesta y a cuyos integrantes no quisimos hacer parte de nuestra preocupación.
Mientras caminamos, y de a poco el murmullo de voces y música comienza a llegar como una ola de calor, le digo:
—Aunque estoy más tranquilo ahora que sé que Siria se encuentra bien, que era mi principal temor cuando recibí el mensaje… hay algo que me hace ruido y no deja de inquietarme…
—Despreocupate… en cuanto sepamos el origen del mensaje, ordeno un allanamiento.
Nicolás me palmea el hombro y me empuja para que apure mi paso y salgamos al patio, donde todos ya están degustando la picada de fiambres y quesos y una copa de vino tinto y, en algunos casos, vino blanco.
Lamentablemente, no tardaríamos en volver a tener noticias de los que me enviaron el mensaje. Y esta vez, nuestros peores temores se harían realidad, cuando finalmente se revelara quién era “ELLA”.