Читать книгу La navaja de Ockham - Gastón Intelisano - Страница 13

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Cuando se produce una desaparición, es indispensable proceder a la divulgación de tal acontecimiento y la primera hipótesis es siempre que la desaparición es voluntaria. Aunque exista esta mínima posibilidad, hay que proceder a realizar las búsquedas inmediatas, con la ayuda de la descripción física del desaparecido y ayudados por un conjunto de medios; desde personas y perros detectores hasta llamamientos en los medios de comunicación y redes sociales. Simultáneamente, el investigador debe pensar en otras posibilidades, sobre todo en la posibilidad de un crimen: es la respuesta al “¿qué?”, lo que sucedió. Al mismo tiempo encontrará la respuesta al “¿dónde ocurrió?”, identificando el lugar donde se ha producido el proceso. La búsqueda del motivo dará respuesta al “¿por qué?, el móvil del crimen. La identificación del lugar o los lugares produce minuciosas inspecciones, realizadas para recolectar vestigios que luego pueden servir como pruebas ante un tribunal. Al divulgar la foto de un desaparecido, se procede a la descripción de la persona, pero para la investigación de un crimen, esta descripción no basta, y es más exigente tratándose de un niño. Hay cosas que pueden llegar a ser muy importantes: por ejemplo, saber cuál es el medio familiar en el que vivía, la relación con los padres, hermanos y restantes familiares, con los vecinos, compañeros de colegio y maestros. En el fondo, lo que se intenta descubrir es si es o no un niño feliz y no es maltratado física o psicológicamente. La personalidad del niño, sus juegos, sus hábitos, las enfermedades que puede padecer, así como la actitud frente a personas extrañas, son relevantes para una investigación criminal de este tipo.

A las 6 de la mañana del día siguiente, domingo 17 de diciembre, me despierto pensando en todas las actividades que tenemos por delante. Controlo mi celular y por suerte durante la madrugada no hubo mensajes ni llamados que no haya escuchado. Eso, dentro de todo lo malo, es algo bueno. Aunque significa que todavía no había novedades en el caso. Me preparo un café con leche bien cargado, porque necesito con desesperación que mis sentidos se enciendan y comiencen a funcionar en su máxima potencia. En poco más de una hora tengo que volver al hotel para la inspección ocular y el levantamiento de rastros. El diario llegó minutos antes y en su portada junto a la cara de una hermosa nena de pelo rubio, piel blanca y ojos verdes, una frase en letras rojas de gran tamaño reza: DESAPARECIDA. Al mismo tiempo que yo, toda la ciudad y el país se está enterando de la noticia. Enciendo el televisor y todos los canales de noticias ya se encuentran en la puerta principal del complejo de departamentos, esperando el momento en que lleguemos para ametrallarnos con sus preguntas. En pantalla veo a un conocido periodista de policiales, que relata la secuencia fáctica desde el momento en que la madre de la nena vuelve a la habitación para buscarse un abrigo y se da cuenta de que la hija no está en su cama y todo lo que vino después. Esperan la salida de los padres, los matrimonios amigos y cualquier otra persona que pueda dar detalles de lo ocurrido. Cuando termino mi taza de café y las tres tostadas con mermelada de frutos rojos, me acerco hasta la pileta de la cocina y mientras lavo la taza, el plato y la cucharita, oigo a mis espaldas una voz que me resulta familiar y al instante identifico. El fiscal Massacesi le habla desde la puerta del hotel a una jauría de periodistas sedientos de primicias. Lo rodean de micrófonos con distintos logos según el canal de televisión o radio al que pertenecen. Se producen forcejeos tensos entre los cronistas que quieren ocupar el mejor lugar en ese banquete mediático. Los flashes de las cámaras bañan por segundos la humanidad del fiscal y sus asistentes, que son dos chicos jóvenes. Nicolás ha trabajado toda la noche y lo noto en sus ojos vidriosos y brillantes, responde a las preguntas con paciencia, pese a que no ha dormido y cuando su mente debe ser un torbellino en estos momentos. Ya ha entrevistado a los padres de la nena, los dos matrimonios amigos que los acompañan y a varios vecinos y personal del complejo. Les avisa a los periodistas que por la tarde se hará una conferencia de prensa para oficializar la desaparición y comenzar con la búsqueda dentro y fuera del complejo y sus alrededores.

Dejo en el escurridor los utensilios que acabo de lavar y limpio la mesa con un trapo húmedo. Apago el televisor. Debo salir cuanto antes. Quiero tener todo organizado y que no quede nada fuera de nuestro radar. Tengo que pasar por el Instituto de Ciencias Forenses a buscar mi maletín de escena del crimen. Y estar antes de las nueve de la mañana en el complejo. Alfredo, mi gato, se ha despertado, y aparece como un fantasma, mientras ato los cordones de mis Reebok negras que reservo para trabajar en lugares del hecho. Se refriega contra mis manos, tratando de tener toda mi atención y se acerca hasta su cuenco que está vacío y maúlla, pidiendo su ración de leche fresca.

—Shhh, están todos durmiendo… –lo callo, y él me mira con ojos furiosos por mi reprimenda. Una vez que se ha tomado todo, se da media vuelta y en un gesto de total despreocupación y hartazgo, vuelve a la cama. Lo miro con ira, pero él hace caso omiso. Simplemente desaparece tras la puerta de mi dormitorio.

—Sos un desagradecido, Alfredo –le digo, como si él pudiese responderme.

A las 8:35 estaciono mi auto a un par de cuadras del complejo de departamentos y desde ahí camino, maletín en mano. Llego hasta la puerta trasera, que, por lo que veo, todavía los periodistas no han detectado. Veo estacionados varios autos que reconozco. El de Jorge Parisi, el de Nicolás Massacesi y el de varios de los técnicos en Rastros. Adentro, veo un movimiento inusitado para la hora que es.


Los técnicos ya están enfundados en sus trajes especiales y cuando llego al final del pasillo que conecta las habitaciones, saludo a Jorge Parisi, que me ofrece un café bien caliente en un vaso descartable de poliestireno. No puedo negarme a su ofrecimiento, y mientras camino hasta la zona de ascensores, diviso a Battaglia que no tiene buena cara. No ha dormido y el cansancio está tatuado en sus facciones afiladas y gráciles para un hombre que ya ha cruzado la barrera de los 50. Le ofrezco mi café.

—Todavía no lo probé y me parece que le hace más falta que a mí… –le digo con humor, tratando de descontracturar aunque sea por un instante la situación en la que estamos inmersos.

—Ya llegaron los medios –me notifica, con hastío. Si hay algo que Battaglia odia, y no son muchas las cosas que odia, son los periodistas. En especial al periodismo amarillista y que hará todo tipo de conjeturas y comentarios desubicados y con una total falta de profesionalismo.

—¿Habló con Nicolás? –quiero saber dónde estamos parados.

—Sí. Entrevistó a los padres, mientras yo entrevistaba a los matrimonios amigos. Por separado. Pero al mismo tiempo, para que no se pusieran de acuerdo en qué decir.

—Claro, entiendo…

—Hay varias cosas que no nos cierran del testimonio de la madre. Incongruencias. Cosas que no coinciden entre lo que me dijeron los amigos a mí y lo que le dijo la madre de la nena a Nicolás. Que pueden estar asociadas al estrés del momento vivido… pero no quiero descartar nada por ahora. Fue lo que le dije. No los descartemos…

En ese momento, escucho pasos que se acercan. Alguien camina aceleradamente hacia donde nos encontramos. Mi celular y el de Battaglia reciben un mensaje de texto al mismo tiempo y los timbres que los anuncian se superponen. Tomo mi celular y miro la pantalla. El mensaje de Andrea De Marco, la médico-legista. Es corto y conciso: ENCONTRARON EL CUERPO DE UNA NENA. CREEN QUE ES SARA. ESTOY EN CAMINO.

La suma de todos nuestros miedos pareció materializarse en un instante, mientras leíamos esas pocas líneas en las que se resumía todo el horror posible. Todavía no estaba confirmado, pero el peor de los finales parecía la respuesta.

—¿Te llegó el mensaje de Andrea? –me pregunta Battaglia, después de apagar su celular.

—Sí, la puta madre… –Los pasos que hasta ese momento venía escuchando se materializan cuando ante la entrada del departamento se asoma el fiscal Nicolás Massacesi con su peor cara.

—Parece que encontraron a la nena. No muy lejos de acá. Estoy saliendo para allá.

—Vamos –me indica mi compañero, que toma su saco del respaldo de la silla que ocupaba.

La navaja de Ockham

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