Читать книгу La navaja de Ockham - Gastón Intelisano - Страница 12
Оглавление7
Por fortuna, el taxista casi no me habló durante todo el trayecto, que no duró más de diez minutos. A esa hora de la noche, el tráfico era casi inexistente. Solo me preguntó mi destino y calculo que, al notar mi humor aletargado, se decidió por no sacarme temas de conversación. Yo me encontraba cansado, preocupado y tenía mucho en qué pensar. Cuando llegué a casa, Elena, mi sobrina, dormía con su madre en mi cama. En silencio, en la penumbra del cuarto, me senté al borde de la cama. En algún lugar, allá afuera andaba una nena un poco mayor de su edad, pero lejos del abrazo protector de su madre. Ángela se despertó y presintiendo algo dijo:
—¿Qué pasó? –Se lo conté, e instintivamente puso su mano en el pequeño y cálido pecho de Elena.
—¿Siria llamó?–le pregunto.
—No, al menos no a mi celular…
Alfredo, mi gato, dormía a los pies de mi sobrina y cuando me levanté y el colchón volvió a su posición normal, le molestó mi presencia. Se despertó por un instante y me miró con una queja en su rostro. Amenazó con la posibilidad de que un maullido partiera de su boca, pero el sueño fue más fuerte que él, y solo quedó en eso: una amenaza. Volvió a apoyar su cabeza sobre el cobertor y ya no respondió. Cuando entro a ese dormitorio destinado a alojar visitas, veo a Andrea durmiendo en el pequeño sillón orejero en el que me encanta sentarme a mirar series que nunca termino, porque siempre estoy demasiado cansado y el sillón es muy cómodo. Hay un libro tirado en el piso, que debe haber aterrizado ahí después de que se quedó dormida. Está acurrucada hacia uno de sus lados y su cabeza descansa en uno de los brazos del sillón. Pensé en despertarla y pedirle que se acueste en la cama y yo tomar su lugar en el sillón, pero estaba tan profundamente dormida que me dio pena sacarla de ese único estado de felicidad natural que tiene el ser humano. Me tendí en esa cama que podría contar mis sueños de niñez y adolescencia y que, cuando me mudé solo, traje conmigo de la casa de mis padres. Fue de las pocas cosas de mi infancia que traje a mi hogar. Lo demás quedó donde debe estar: en el pasado.
El sueño me envolvió en su hechizo y caí rendido en muy pocos minutos. Soñé con una nena que volvía sana y salva a los brazos de sus padres, una nena igual a la que nos habían descripto y mostrado en fotos. Con su vestido blanco, su pelo lacio, rubio y sus ojos color celeste como el mar del Caribe. Veía la felicidad de los padres, que corrían a abrazarla. Veía en el rostro del padre, con los mismos ojos claros, la felicidad y el agradecimiento por haber encontrado a su hija… pero todo cambiaba, para mi horror, cuando al acercarse a ella, los padres no la reconocían. Decían que no era ella… Lo que parecía un cuadro perfecto se desdibujaba de pronto. Las voces se hacían lejanas y parecían ralentizarse. Sus rostros adoptaban muecas de asco y desesperación y comenzaban a gritar. Me asalta una sensación de paranoia y desconfianza, porque no entiendo qué es lo que está pasando. Lo entiendo todo cuando la nena se da vuelta para mirarme: tiene la cara en estado de descomposición avanzada y los gusanos llenan sus órbitas y trepan desde su boca abierta… El padre comienza a gritarme: “¿Qué hizo? ¿Qué hizo?”. Y se toma la cabeza, horrorizado… yo quiero responderle, pero el cerebro no hace su parte y las palabras nunca llegan a mi boca, pero siento que el hombre y su mujer se acercan cada vez más, amenazadoramente. Mientras sigo tratando de responderles, pero sin éxito, siento sus puños descargar su furia contra mi humanidad. El hombre me golpea con fuerza, y la mujer rasga mi rostro con sus uñas inusitadamente largas, y entonces empiezo a sentir el calor de mi propia sangre circular por mi nariz y bajando por mis labios, humedeciendo mi lengua con su sabor metálico…
Me despierto sobresaltado, a la defensiva, y la oscuridad todavía es absoluta. Pero hay algo que todavía sigo sintiendo a pesar de que el sueño ha terminado: el sabor metálico de la sangre en mi lengua. Esa parte no ha sido una proyección de mi inconsciente. Fue real y lo sigue siendo. Y una vez más, recuerdo que estoy enfermo y que debo someterme a una cirugía maxilofacial cuanto antes a fin de extirpar el tumor que está creciendo en mi seno para nasal izquierdo. Un tipo de cáncer bastante raro, pero operable, según lo que dijo mi oncólogo.
Me levanto de la cama algo mareado y me cuesta ponerme de pie. Enciendo la lámpara del techo y la luz inunda mi campo visual como un relámpago. Veo la sangre manchando la funda de mi almohada. La saco para lavarla más tarde, aunque tengo pocas esperanzas de que la tela blanca vuelva a su color original. Si la sangre no se lava con abundante agua y jabón apenas ha manchado una prenda de algodón, es casi imposible de quitar. A veces, resiste al cloro más potente. Entro al baño, y abro el grifo para que el agua salga con fuerza y se lleve las gotas que empiezan a caer de mi nariz cuando me inclino para lavarme. Las gotas caen densas y pesadas y se resisten a seguir el camino hacia el desagüe. Por encima del zumbido del agua que brota, escucho la voz de Andrea a mis espaldas.
—¿Estás bien? –me pregunta, preocupada. Cuando levanto mi cabeza, veo la angustia en su mirada, que el espejo me devuelve.
—Sí, estoy bien. Otro de mis sangrados nocturnos, nada más… –Trato de restarle importancia al asunto, pero ella no va a dejarlo pasar.
—¿Solo eso? Santiago, no podés dejar pasar más tiempo… te lo dijo tu médico y te lo digo yo como médica.
—Ya lo sé. Esta semana pido turno para los prequirúrgicos… –Trato de calmarla–. Tenemos el caso de esta nena desaparecida… no puedo borrarme justo ahora –le respondo mientras enjuago la bacha y trato de eliminar todas las salpicaduras de mi propia sangre.
—Ahora es este caso, mañana va a haber otro… siempre hay algo más importante. Pero esto es tu salud, Santiago. –Hay firmeza en su voz, aunque lo que intenta transmitirme es su preocupación. Su miedo a perderme.
Me enjuago una vez más, y cuando el sangrado comienza a ceder, me coloco una pequeña pelota de algodón para que tapone la hemorragia y permita que la coagulación comience a hacer su magia. Es oficial: debo encargarme de mi salud o quien terminará en la morgue seré yo.