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5.

LEVANTAOS, ALZAD LA CABEZA[1]

ES PROBABLE QUE TODOS LOS NIÑOS hayan visto que, cuando tocas las antenas de un caracol, se retraen instantáneamente. La mayoría de las veces también echa la cabeza hacia atrás y se mete completamente en su caparazón. El ciego caracol piensa que se ha topado con algo peligroso y, por miedo a este peligro, se retira a su interior.

Muchas personas hacen lo mismo: cuando husmean el peligro y sienten miedo, agachan la cabeza y huyen encerrándose en sí mismos. Lo que pasa es que los seres humanos no somos caracoles.

Lo que el Creador del caracol le dio como un instinto útil para su trayectoria vital no se aplica a los seres humanos. Por eso Jesús nos llama: «Levantaos, alzad la cabeza» (Lucas 21, 28). Es como si quisiera decirnos: ¡No agachéis la cabeza en cuanto la cosa se pone difícil! ¡No dejéis que el miedo os deprima! ¡Levantad la cabeza, mirad hacia arriba, no tengáis miedo, mirad al futuro a los ojos! ¡Porque al final de vuestro futuro no os espera el declive y la descomposición, sino que Yo os espero, vengo a vosotros, vuestro Redentor!

Al final de cada año litúrgico nos acompañan los textos apocalípticos del Nuevo Testamento. De esta manera, en los meses más oscuros del año, se nos recuerda conmovedoramente la necesaria vigilancia en la fe y el Juicio Final, que dará comienzo con la Segunda Venida del Señor. Esta Segunda Venida Suya y lo que la precede es precisamente lo que Jesús describe en el Evangelio de hoy: «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria» (Lucas 21,27). Se llama a este evento la Segunda Venida y, por lo tanto, «regreso» porque así fue descrito y anunciado por los dos ángeles durante la ascensión de Jesús cuarenta días después de su resurrección: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo» (Hechos 1, 11).

«Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». El Señor dijo esto en un extenso sermón que trata sobre los últimos tiempos, es decir, la última vez antes del último día. Predijo que sucederían cosas terribles: fenómenos inusuales en el cielo, olas de tormenta en el mar, guerras, terremotos y hambrunas. Todo lo que antes daba sostén y estabilidad al mundo empezaría entonces a tambalearse. También predijo que un gran temor se esparciría entre los hombres; frente a acontecimientos tan tremendos, se sentirían abatidos y profundamente perturbados. El miedo que se propaga como una epidemia es una señal del fin de los tiempos.

«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje», oímos de boca del Señor. Ahora estamos experimentando esto entre nosotros: no vivimos en guerra, no debemos temer al hambre, no habitamos una zona propensa a terremotos, y sin embargo el miedo se está extendiendo por todas partes. El miedo a perder el trabajo, la seguridad, la salud. El miedo a los accidentes, a los ataques terroristas, el miedo a los contemporáneos sin escrúpulos que toman decisiones cuyas consecuencias deben sufrir personas inocentes.

Que a medida que se aproxime la noche nuestro tiempo quedará marcado por sucesos y condiciones espantosos, y que la gente tendrá más y más miedo, ya lo dice el Señor muy claramente, no hay discusión al respecto. Realmente no dijo nada que los profetas del Antiguo Testamento no hubiesen ya anunciado. Algunas de las palabras que usó Jesús son citas literales de los profetas. Y tampoco esto es nuevo: todos estos terribles sucesos del final de los tiempos llegarán a un punto crítico en el gran día del Señor, que resultará en el juicio de Dios sobre todas las personas. El profeta Daniel ya predijo que el Redentor volvería visiblemente en ese día, y Cristo lo repitió casi palabra por palabra en su sermón: «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria». Inmediatamente después de esta cita, Jesús nos dice: «Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».

«Cuando empiece a suceder esto», dice el Señor, refiriéndose a cuando los presagios aterradores ya se avisten, antes del amanecer del Día del Juicio. En otras palabras, ahora, hoy, cuando ya tenemos miedo de tantos presagios del Día del Juicio. Ahora, hoy: ¡no hagáis como el caracol, no escondáis la cabeza con miedo, no os refugiéis en vosotros mismos! Porque sabéis que todo tiene que suceder así; Dios predeterminó cómo serían los últimos tiempos del mundo. No: alzad la cabeza y mirad al frente, porque vuestra redención está cerca.

De hecho, hemos de tomar este miedo a muchas cosas que nos rodean como una señal de que el Señor vendrá pronto. Cuando llegue el momento, sucederá en circunstancias terribles. Todos los que lo niegan, los que no quieren conocerlo, morirán de miedo porque se darán cuenta: ¡Ayuda, Jesús realmente existe! Pero nosotros lo conocemos, sabemos que es nuestro Salvador, que nos redimió con su muerte en la cruz. Sabemos que no nos abandonará en el Día del Juicio porque Él mismo respondió por nuestros fracasos y nuestros pecados.

Sí, debemos esperar alegremente este último día, porque en él viene nuestro Redentor. Y con él viene la redención final, la consumación, la entrada en la Jerusalén celestial. ¿Quién querría agachar la cabeza ante este glorioso futuro? No actuéis, por tanto, como el caracol.

«Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Con esta última frase del Evangelio de hoy se resume la actitud del cristiano creyente, cuya existencia está volcada por entero en seguir a Jesús, y en averiguar cómo reaccionar ante esos eventos extremos de guerra y terror y esos desastres naturales. Cuando estén «desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas», el cristiano podrá ponerse de pie y levantar la cabeza gracias a su fe, porque reconocerá que su redención final está cerca. Esta calma interior ante la amenaza de destrucción y aniquilación requiere, no obstante, tener almacenado en el propio corazón suficiente aceite para la llama del amor a Dios y al prójimo, y no estar atado ya a los lazos terrenales que causan temores en el corazón humano.

Entonces: ¡hay que elevar la mirada, tener la cabeza bien alta!

Mira al Señor Jesucristo que está sentado a la diestra del Padre; nada escapa de su mano.

¡Mira a nuestro Salvador, quien vendrá otra vez para completar su obra de redención por nosotros!

¡Alzad la cabeza! A pesar del miedo, a pesar de los tiempos inciertos y de todos los horrores del mundo.

¡No nos escondamos en nuestro trabajo, en nuestras preocupaciones, en nuestras aficiones, en nuestros prejuicios! ¡Enfrentémonos al mundo en que Dios nos ha puesto! ¡Resistamos la tentación de escondernos en nuestras conchas de caracol a causa del miedo! ¡No hagáis como el caracol! Apostad todo a las palabras del Señor: «Alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Amén.

[1] Homilía pronunciada en el Sagrado Corazón de Jesús, en Berlín, el 26 de noviembre de 2015.

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