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Conceptos inadecuados de inspiración

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La lucha en torno al Dr. Kellogg no solo propició el establecimiento de la renovada obra médica en California, sino también despertó un mundo de críticas en relación con Elena de White y su obra. El Dr. Kellogg concordaba con Elena de White y sus escritos siempre que estos favorecieran su posición. Pero cuando ella se le opuso en la lucha del poder eclesiástico, él empezó a pronunciarse contra la validez de su obra. En ese movimiento, para desacreditar a Elena de White, el médico contó con un compañero influyente en A. T. Jones.

En abril de 1906, el asunto se había puesto tan serio que Elena de White hizo circular una carta dirigida “a los que están perplejos con respecto a los testimonios relacionados con la obra médica misionera”. Ella pidió a los dirigentes que le confesaran sus “perplejidades” en relación con su papel, a fin de poder responder a sus interrogantes (Carta 120, 1906).

Muchas de las dudas tenían sus raíces en conceptos erróneos de la inspiración. Algunos, por ejemplo, veían la inspira­ción como algo verbal o incluso mecánico, en la cual el Es­pí­ritu Santo dictaba cada palabra al profeta.

El doctor David Paulson, fundador del Sanatorio de Hinds­dale, cerca de Chicago, tenía una cantidad de conceptos errados en relación con la inspiración de Elena de White. El 19 de abril le escribió lo siguiente: “Me vi persuadido a concluir y creer con toda firmeza que cada palabra que usted pronunció en público o en privado, que cada carta que usted escribió en cualquier circunstancia y todas ellas fueron tan inspiradas como los Diez Mandamientos. He sostenido esa idea con absoluta te­nacidad frente a innumerables objeciones presentadas por mu­chos que ocupaban posiciones prominentes en la causa” (D. Paulson a Elena de White, 19 de abril de 1906).

“Mi hermano –respondió ella–, usted ha estudiado mis escritos diligentemente, y nunca ha encontrado que yo haya pretendido algo semejante, ni tampoco encontrará que los pio­neros de nuestra causa jamás pretendieran eso”. Ella siguió explicándole que en la inspiración había tanto elementos di­vinos como humanos y que el testimonio del Espíritu Santo es “llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, pp. 27, 29).

Otros, incluyendo a A. T. Jones, declararon que si ella fuera una profetisa, sus palabras serían infalibles en el sentido de que sería imposible que ella cometiera un auténtico error. De nuevo, ella negó tal afirmación.

Jones también enseñaba que no era necesario examinar el contexto histórico y/o literario de un pasaje inspirado. De ma­nera que él muchas veces torcía sus escritos escogiendo algunas declaraciones aquí y allí para hacerle decir a Elena de White exactamente lo opuesto de lo que ella había querido decir. Como podría esperarse, ella reaccionó enérgicamente ante esa conducta irresponsable. Una de las citas escritas por Elena de White que a Jones le gustaba interpretar fuera de contexto era una declaración que ella hizo en 1904, en la cual dijo: “No pretendo ser profetisa” (ibíd., p. 36). Para Jones, esta era la prueba definitiva de que ella no hablaba de parte de Dios. “En cuanto a que ella quiso decir otra cosa en lugar de lo que dijo –decía él a su audiencia–, deben preguntarle a ella. Pero en cuanto a lo que ella dijo, es suficientemente claro. Ella dijo: ‘No soy profetisa’. Yo lo creo” (Some History, p. 62).

La Sra. de White le contestó a Jones aclarándole que lo que tenía en mente cuando hizo tal declaración, era que no pretendía el “título de profeta o profetisa” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, p. 39). Y no lo hacía por dos razones: Primera, y más importan­te, su responsabilidad en guiar a la iglesia era mucho más amplia de lo que muchos consideraban que era la obra de un profeta, aunque incluía las funciones de un profeta. Segunda, muchos que en el siglo XIX habían pretendido arrogantemen­te ser profetas, habían traído oprobio a la iglesia. Elena de White nunca dudó de que ella tenía credenciales divinas, pero prefería el título de “la mensajera del Señor” para su papel, en lugar de ser llamada profetisa; aunque no tenía problema alguno con quienes así la consideraban (ibíd., pp. 36, 37).

Lamentablemente, sus argumentos no hicieron impacto en el rígido Jones que hacía un uso legalista y literario del idioma. Vez tras vez, durante su ministerio, Elena de White había advertido a sus lectores que, al usar sus escritos, tomaran en cuenta el contexto y la intención del pasaje, pero repetidamente ese consejo caía en saco roto entre quienes querían que ella usara su autoridad para probar las ideas de ellos, aun cuando sus interpretaciones fueran diametralmente opuestas a lo que ella quiso decir.

Los intentos de Elena de White para explicar la naturaleza de su obra en la confusión de la controversia con Kellogg, tuvo resultados variados. Algunos, como el doctor Paulson, re­conocieron sus deficiencias en su comprensión de la inspiración, reafirmaron su fe en el don profético y permanecieron fieles al adventismo; pero otros, como Jones, permitieron que su interpretación equivocada y su rigidez los llevaran al rechazo. Este curso de acción se ha repetido muchas veces con aquellos que han leído inflexiblemente a Elena de White me­diante el uso literal de sus palabras, en vez de mostrar un genuino interés en entender su espíritu e intención.

Es de suma importancia comprender correctamente el papel del profeta y la naturaleza de la inspiración. El lado positivo del conflicto con Kellogg es que le brindó a Elena de White la oportunidad de presentar de modo más completo para la iglesia la naturaleza de la inspiración y de su obra. En el tomo 1 de Mensajes selectos (caps. 2-4, pp. 27-66) se encuentran algunas de esas explicaciones.

Otra excelente exposición hecha por Elena de White sobre la naturaleza de su obra aparece en el tomo 5 de Testi­mo­nios para la iglesia (pp. 615-647). Aunque esta selección surgió de preguntas asociadas con su papel en ocasión del Con­greso de la Asociación General de 1888, celebrado en Minneá­polis, y no con la crisis provocada por Kellogg, nos proporciona percepciones invaluables. Todo el que trate de entender la obra de Elena de White debería leer las páginas mencionadas en ambas obras.

¿Qué podemos aprender de todo esto? Una lección muy importante; es decir, Dios puede hacer surgir cosas buenas de acontecimientos malos. Concretando, aunque Elena de White no tenía la costumbre de defenderse a sí misma, lo hizo de vez en cuando. Como resultado, algunos de sus mensajes más incisivos en relación con la inspiración y la naturaleza de su obra surgieron de sus dificultades con “los hermanos” en el pe­ríodo de 1888 y durante la crisis provocada por Kellogg.

Otro asunto que surgió en torno a la situación de Kellogg fue la relación de Guillermo C. White con su madre. Algunos se preguntaban qué papel desempeñaba él en la actividad literaria de ella.

Introducción a los escritos de Elena G. de White

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