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¿Memoria-historia?

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El vínculo existente entre historia y memoria enmarca el debate más común en la bibliografía consultada.

Como punto de partida, el sociólogo francés Maurice Halbwachs intentó ubicar en su obra Los marcos sociales de la memoria, publicada por primera vez en 1925, el concepto de memoria entendiéndola como un vehículo de carácter eminentemente social, que se construye en la medida en que el individuo forma parte de una comunidad. En esta vía, señala unos marcos a manera de “estados psíquicos” (Halbwachs, 2004, p. 116) de la memoria que inciden en la reconstrucción del pasado. Estos marcos, al tener una naturaleza social resignifican el recuerdo según patrones culturales específicos para cada sociedad y para cada etapa de la vida. En este sentido, la reconstrucción del pasado a través del recuerdo puede tener distintas aproximaciones, en palabras del autor, “lo más usual es que yo me acuerdo de aquello que los otros me inducen a recordar, que su memoria viene en ayuda de la mía, que la mía se apoya en la de ellos” (Halbwachs, 2004, p. 10).

El hecho de recordar es concebido por él como una dimensión móvil, sujeta al desarrollo del ser en comunidad. De esta manera, la transformación o intervención de los marcos de la memoria acarrean la desaparición o transformación de los recuerdos. Es necesario tener en consideración la relación entre el marco y la imagen (recuerdo) que establece Halbwachs: “[…] entre el marco y la imagen se puede establecer un intercambio de sustancia, e incluso que el marco sea suficiente para reconstruir la imagen […]” (Halbwachs, 2004, p. 136).

Como consideración última, siguiendo a Maurice Halbwachs, existe una dimensión homogénea en la manera retrospectiva en que la sociedad se construye, pues usualmente prevalecen en la memoria las nociones que afirman la autoridad del vínculo social vigente. “Estos marcos colectivos de la memoria no son simples formas vacías donde los recuerdos que vienen de otras partes se encajarían como en un ajuste de piezas; todo lo contrario, estos marcos son –precisamente– los instrumentos que la memoria colectiva utiliza para reconstruir una imagen del pasado acorde con cada época y en sintonía con los pensamientos dominantes de la sociedad” (Halbwachs, 2004, p. 10).

Los aportes consignados en esta obra conducen a pensar que en el caso de Colombia los hechos que se busca recordar pueden contener ciertos marcos con sistemas de acciones y nociones de carácter violento que excluyen otras formas de acercarse al pasado17, por ello, en la búsqueda de la verdad del conflicto y el relato de este, deben definirse sus alcances y finalidades, dado que la construcción de explicaciones sobre un pretérito de guerra y conflicto no puede ser una aproximación únicamente desde lo que ciertos actores o poderes públicos consideren.

Tomando en consideración la obra del historiador italiano Enzo Traverso El pasado, instrucciones de uso: historia, memoria, política, es posible afirmar que se asiste en la actualidad a una suerte de “turismo de la memoria”, que transforma el pasado en memoria colectiva, “después de haber sido seleccionado y reinterpretado según las sensibilidades culturales, los dilemas éticos y las conveniencias políticas del presente”. De esta manera el pasado se ha convertido en un objeto más de consumo (Traverso, 2007, p. 14). Para este autor, la consagración de la memoria en el mundo contemporánea obedece al “declive de la experiencia transmitida, en un mundo marcado por la violencia y por un sistema social que destruye las tradiciones y fragmenta la existencia” (Traverso, 2007, p. 16). En consecuencia, las dimensiones que revisten intereses políticos en la memoria colectiva generan afectaciones a la forma de hacer y narrar la historia.

Lo anterior conduce a una dicotomía entre memoria e historia, señalada por numerosos autores. Bajo el criterio de Traverso, historia y memoria comparten el mismo objetivo: la elaboración del pasado. “La historia nace de la memoria, que es una de sus dimensiones; después, adoptando una postura autorreflexiva, transforma la memoria en uno de sus objetos” (Traverso, 2007, p. 20). En consecuencia, la memoria individual o colectiva es una dimensión eminentemente subjetiva que señala una visión del pasado siempre matizada por el presente. En esta medida la historia “como campo del saber ha de liberarse de la memoria, no rechazándola sino poniendo distancia con ella” (Traverso, 2007, p. 23). Además, señala este autor, es posible realizar una diferenciación más: “Aunque historia y memoria tengan un objetivo en común poseen distintas temporalidades que se cruzan, se amplifican y se enredan constantemente sin, por ello, coincidir. La memoria es portadora de una temporalidad que tiende a poner en causa el contínuum de la Historia” (Traverso, 2007, p. 39).

Es importante considerar, a la luz de Traverso, la existencia de distintos tipos de memoria, “hay memorias oficiales alimentadas por instituciones, incluso Estados, y memorias subterráneas, escondidas o prohibidas” (Traverso, 2007, p. 48). Esto adquiere relevancia en el caso de Colombia, pues la elección final de una memoria del conflicto se expone al riesgo de consolidar una memoria “fuerte”, “oficial”, que aplaque a las demás. Para el autor esto significa un problema dado que “surge una relación privilegiada entre las “memorias fuertes” y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria –en términos de reconocimiento público e institucional–, más el pasado de la que es vector deviene susceptible de ser explorado y elaborado como Historia” (Traverso, 2007, p. 55).

Otro autor que llama la atención alrededor de la hiperproducción de trabajos sobre la memoria es el francés Tzvetan Todorov. En su obra de 1992 Los abusos de la memoria, Todorov considera que actualmente la memoria no está coaccionada o amenazada “[…] por la supresión de información sino por su sobreabundancia” (Todorov, 2000, p. 14). De la misma forma, lo está por la dinámica del consumo masificado y “por las exigencias de una sociedad del ocio desprovista de curiosidad espiritual, así como familiar con las grandes obras del pasado”, lo cual conduce a la sociedad a vivir en el instante. En otras palabras, las construcciones sobre la memoria –es necesario tener en cuenta que esta obra reflexiona sobre la memoria producto de la experiencia de los regímenes totalitarios del siglo XX, en su mayoría al Nacional Socialismo alemán– no conducen necesariamente a cuestionar determinado pasado, sino, más bien, a alejarse de él.

Esta obra diferencia entre la recuperación del pasado y su utilización. En términos generales, Todorov aboga por la recuperación del pasado sin que este deba “regir” al presente; al contrario, haciendo un uso conveniente de él. Esto no supone necesariamente que el individuo sea independiente de su pasado y pueda usarlo a su libertad (Todorov, 2000, p. 25).

A partir de lo anterior, el interrogante planteado se refiere a los fines para los que puede ser útil el pasado restablecido. Es posible observar cómo una cuestión muy diferente es hacer uso del pasado desde la mirada de la culpabilidad, para imponer castigo y juicio social o para legitimar acciones. Otra es hacerlo en aras de desvelar las estructuras sociales y políticas que condujeron a que se cometieran una serie de acciones violentas y horrendas contra la vida, con el fin de superarlas e intentar no incurrir en ellas nuevamente.

Amparándonos en las reflexiones del historiador estadounidense Dominick LaCapra, contenidas en su obra Historia y memoria después de Auschwitz, publicada en 1998, la memoria es vista como un campo que le plantea cierto tipo de interrogantes a la historia, dado que posiciona problemas que aún siguen vigentes en la sociedad, sea en el ámbito emocional o de valores (LaCapra, 2009, p. 23).

Para este autor, es imperativo superar las consideraciones que sitúan las dimensiones de historia y memoria como oposiciones binarias. En su criterio, éstas están intrínsecamente ligadas pero cada una presenta sus propias especificidades. “La memoria es una fuente fundamental para la historia y mantiene una relación complicada con las fuentes documentales” (LaCapra, 2009, p. 35). A partir de considerar a la memoria como soporte, “la historia sirve para cuestionar y poner a prueba la memoria de una manera crítica y para especificar aquello que es empíricamente exacto en ella […] la historia tiene al menos dos funciones: la adjudicación de exigencias de verdad y la transmisión de recuerdos puestos críticamente a prueba” (LaCapra, 2009, p. 36).

LaCapra distingue dos tipos de memoria. La primaria es aquella “de una persona que ha pasado por acontecimientos y los recuerda de una determinada manera” y la secundaria, “resultado de un trabajo crítico con la memoria primaria, ya sea a cargo de la persona que pasó por las experiencias relevantes o, lo que es más habitual, por un analista, observador o testigo secundario como el historiador” (LaCapra, 2009, p. 37). En síntesis, en la elaboración de un ejercicio de investigación del pasado es necesario relacionar un trabajo crítico de memoria con las exigencias de la acción deseable en el presente. Para LaCapra, la memoria secundaria es el acto de elaboración, de transferencia entre el testigo (víctima, partícipe del conflicto, victimario), que brinda el testimonio de la experiencia, y el historiador. Así, “esta memoria secundaria puede llegar a ocupar el lugar, o al menos complementarlo, de la memoria primaria y ser internalizada como aquello que efectivamente se recuerda. La memoria secundaria es también lo que el historiador trata de impartir a los demás que no han pasado por las experiencias o acontecimientos en cuestión. Este procedimiento puede demandar una transmisión enmudecida o disminuida de la naturaleza traumática del acontecimiento, pero no un revivir o un pasaje al acto completo. También requiere una interpretación y evaluación de lo que es más que fáctico en la memoria” (LaCapra, 2009, p. 37).

A la luz de estas consideraciones, en un proceso como el actual en Colombia, que busca que la verdad sea un medio que contribuya en la superación del conflicto, se requiere diseñar un método específico de reconstitución del pasado. En otras palabras, al ser una narración destinada a la superación de una realidad determinada, las memorias existentes deben ser intervenidas y resignificadas con este fin, de lo contrario quedarían inconexas o mostrarían la violencia por sí misma, contribuyendo a acrecentar ese tipo de comportamientos.

Los aportes de Nathalie Pabón y Juan E. Ugarriza en su investigación a partir de archivos militares contribuyen a situar el alcance de ejercicios de construcción de memoria histórica. Ellos admiten que “la memoria no es un recuerdo detallado de lo que ocurrió, sino de lo que alcanzamos a recordar”, es decir, interpretaciones subjetivas. En este sentido, es necesario reconocer una brecha entre una noción de realidad y una de memoria. Abogan por construir una memoria histórica no como verdad absoluta, sino como una explicación más. Desde esta perspectiva entienden por memoria histórica, “una construcción social, una elaboración que parte de lo que recuerdan los individuos, así como de documentos, y aspira a ser reconocida de forma colectiva. […] se basa en elementos comunes de aquello que vivieron los individuos para intentar una reconstrucción de un mundo intersubjetivo […] construido y tejido alrededor de las subjetividades de memorias parciales” (Pabón & Ugarriza, 2017, p. 3).

Hay un aspecto adicional que debe ser considerado, que ha sido tratado desde diferentes perspectivas. Se trata del olvido y su relación con la memoria. El antropólogo francés Marc Augé sostiene que son dos asuntos que poseen una relación indisoluble. En su obra Las formas del olvido explicó que se puede conocer cómo estas dimensiones guardan la misma concomitancia que la vida y la muerte, es decir, “se define una en relación con la otra”, el olvido entonces no implica ignorar el recuerdo o despreciar la memoria. (Augé, 1998, p. 19) A partir de esta relación, “la definición de olvido como pérdida del recuerdo toma otro sentido, en cuento se percibe como un componente de la propia memoria” (Augé, 1998, p. 20). Señaló además que “los recuerdos son como las plantas: hay algunos que deben eliminarse rápidamente para ayudar al resto a desarrollarse, a transformarse, a florecer” (Augé, 1998, p. 23). De esta manera aparece una posición en apariencia contradictoria o paradójica pero llena de sentido según la cual “el olvido es la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta” (Augé, 1998, p. 28).

Augé sitúa tres figuras del olvido observadas en ciertos ritos africanos:

1. La del retorno, “cuya principal pretensión es recuperar un pasado perdido, olvidando el presente y el pasado inmediato, con el que tiende a confundirse […]”. Para él, la posesión es la “institución emblemática” del retorno: “[…] quien ha sido poseído, siguiendo diversas fórmulas rituales, por un espíritu, un ancestro o dios, debe olvidar ese episodio en cuanto ha finalizado […] quienes le rodean, han sido testimonios de esta posesión y a veces destinatarios del mensaje […]” (Augé, 1998, p. 66).

2. La del suspenso, “cuya pretensión principal es recuperar el presente seccionándolo provisionalmente del pasado y del futuro y, más exactamente, olvidando el futuro por cuanto éste se identifica con el retorno del pasado” (Augé, 1998, p. 66). En estos rituales, “quien representa el rol de la inversión18 […] juega a abolir en él la presencia del mismo […] deja de ser lo que era y olvida lo que será nuevamente (él mismo) o llegará a ser […]” (Augé, 1998, p. 67).

3. La del recomienzo. “Su pretensión es recuperar el futuro olvidando el pasado, crear las condiciones de un nuevo nacimiento que, por definición, abre las puertas a todos los futuros posibles sin dar prioridad a ninguno” (Augé, 1998, p. 67).

Estas formas, aunque poseen un carácter individual, son esencialmente colectivas, por constituir una práctica social y espiritual. En conclusión, olvido y memoria son inherentes y el olvido, en particular, conjuga el tiempo presente en la medida en que, “cuando se trata de olvido, todos los tiempos son tiempos de presente, ya que el pasado se pierde o se recupera en el presente y el futuro no hace más que insinuarse en él” (Augé, 1998, p. 68).

A partir de estas consideraciones el olvido puede ser entendido como una decisión consciente, y en algunos casos necesaria, de procesos de socialización posteriores a escenarios de guerra y violencia o, en general, traumáticos. Sin embargo, en el debate colombiano actual parece ser que las formas del olvido se vinculan de manera más estrecha con las vías de revictimización o con escenarios estériles a la hora de sentar las bases de una convivencia futura. Por esta razón, prima el énfasis sobre el recuerdo en las instancias pensadas para este fin. A su vez, el carácter del olvido presente en sociedades no occidentales –como las descritas por Augé– puede conducir a poner sobre la mesa nuevas formas y métodos de construir un relato histórico.

El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia

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