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IV. PARTICULARIDADES DE LA CONSTRUCCIÓN DE MEMORIA HISTÓRICA PARA EL CASO DEL CONFLICTO COLOMBIANO

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Al tener en cuenta un escenario como el colombiano, en donde la vía armada ha dejado de ser el principal mecanismo de oposición, al menos por parte del principal actor de ese actuar, dándole paso a la posibilidad de un nuevo escenario de participación política, surgen respecto de la construcción de la memoria histórica y la verdad del conflicto ciertas posibilidades y dificultades.

Según Andrés Cancimance, una dificultad evidente en los procesos de reconstrucción de memoria que son agenciados por el Estado o por la sociedad civil es “la restricción y supresión de los relatos de las víctimas, versus la generación de memorias y relatos de los perpetradores” (Cancimance, 2013, p. 21). Para él, el deber ético y político del Estado y la sociedad frente a las víctimas puede ser convertido en una “plataforma para re-victimizar e incumplir los compromisos de justicia, reparación y garantías de no repetición” (Cancimance, 2013, p. 22). En esta vía, es importante señalar que “en contextos de guerra, también se instaura un deber de memoria, solo que éste se configura como demanda explícita de grupos, organizaciones y colectivos específicos (jóvenes, mujeres, indígenas), bajo el argumento de que la verdad no posee plazos y que no sería política y éticamente correcto esperar a una transición o a pactos para hacer memoria” (Cancimance, 2013, p. 23). Esta dinámica se puede apreciar en denuncias, relatos, la consolidación de organizaciones de víctimas y la creación de recursos del recuerdo (galerías, monumentos, teatro).

El autor sitúa el debate de la memoria como un escenario más donde se asienta el conflicto, “la memoria se convierte en un campo de juego, donde diversos agentes e instituciones buscan dominar o subvertir la representación de ciertos pasados, legitimar su posición y condición de narración” (Cancimance, 2013, p. 33).

Uno de tantos ejemplos de esta dinámica en el pasado de Colombia se encuentra en 1862. Al término de la guerra civil se expidieron una serie de decretos con el objeto de restaurar la vida pacífica:

[…] Decreto del 13 de noviembre de 1862

Art. 6.º. Se concede el indulto a todos los guerrilleros que en los Estados de Boyacá, Cundinamarca y Tolima se hayan sometido al Gobierno Nacional […]21.

[…] Decreto del 26 de noviembre de 1862

Art. 1.º. Se concede amnistía completa por todos los hechos que, en los Estados de Bolívar, Cundinamarca, Magdalena y Panamá, aparejen alguna responsabilidad política contra cualquiera de sus habitantes […]22.

Para establecer una situación armónica y de paz era necesario superar los hechos de la guerra rápidamente. Pero puede llevar a un efecto negativo en el cuestionamiento de los hechos y las prácticas sociales presentes en tiempos de guerra.

[…] 2.º. Que en las guerras civiles no hay delitos, sino errores funestos de parte de los extraviados que defienden, como ha sucedido en la República, la causa contraria a la libertad […] las consecuencias de esos errores, por lamentables que sean, no deben dejar en el país una huella eterna de rencores y venganzas que lo lleven a la barbarie23.

Para el bando que se alzó con la victoria, la única posibilidad de superar la violencia conflictiva pasada era mediante el olvido.

3.º. […] conviene expedir una amnistía que, relegando al olvido todo lo pasado, ofrezca a los pueblos el bien inestimable de la paz […]24.

Una dinámica como la señalada al final de aquella guerra civil cobra especial relevancia en el momento actual del conflicto interno en Colombia, particularmente el campo de la construcción de la verdad y la historia de él, pues sólo la afirmación retrospectiva que constantemente realiza la sociedad puede generar valores y nociones de convivencia que se diferencien de las históricamente dominantes. En consecuencia, para Cancimance se debe hacer uso de la elaboración del pasado en su condición de marco colectivo que permita la cohesión social y la reparación del tejido social en contextos de transición luego de épocas de violencia y guerra.

El académico británico Malcolm Deas llama la atención sobre la interpretación de la causalidad histórica asignada al conflicto colombiano, haciendo especial énfasis en la consideración de “mirar a Colombia como un país que desde su independencia ha tenido un pasado particularmente violento, de guerras civiles incesantes en el siglo XIX y, después, de lucha política violenta continua” (Deas, 2015), argumento defendido por el Acuerdo de Paz suscrito entre las FARC-EP y el Gobierno Nacional. Según Deas, esta afirmación no es absolutamente verdadera por las siguientes razones: (a) “no es claro que Colombia haya sufrido más guerras que las otras repúblicas de la América antes española”, (b) “casi todas las guerras civiles colombianas fueron cortas y de reducida escala” a excepción de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) (Deas, 2015, p. 102).

Desde la perspectiva de Deas, las guerras civiles del siglo XIX tuvieron características que las separan de la violencia política del siglo XX. Por ejemplo, dichas guerras “tuvieron inicios claros y terminaciones claras: pronunciamientos, tratados de paz, amnistías” (Deas, 2015, p. 103). A diferencia del conflicto reciente, estas guerras representaron muy poco interés para el resto del mundo (exceptuando el caso del istmo de Panamá), tampoco se pelearon exclusivamente por causas económicas y a la última guerra (Mil Días) le siguieron cuarenta años de paz relativamente ininterrumpidos. Estos elementos sugieren para Deas que la cadena de causalidad histórica es ininterrumpida. Por otro lado, aunque no parece evidente una sucesión histórica cronológico-lineal, existen “aspectos de este pasado que sí forman parte de una explicación de la violencia del siglo XX, aun de la violencia de las últimas décadas”. Destaca al respecto la naturaleza de las guerras civiles colombianas, esto es, la pugna entre liberales y conservadores, que es mucho más compleja que una simple disputa bipartidista, y que se intensificó en el siglo XX en medio de la debilidad histórica y la falta de capacidad del Estado colombiano (Deas, 2015, p. 106).

Otra interpretación que según Deas necesita ser revisada es la caracterización de las FARC-EP “como una guerrilla histórica”, especialmente por ligar sus orígenes con los movimientos vinculados con la tierra y la dinámica agraria. Para él, no es posible categorizar a esta organización como una insurgencia agraria pues “los conflictos que dieron lugar al nacimiento de las FARC fueron conflictos de campesinos contra campesinos, de autodefensas rivales, de estas contra la Policía y el Ejército; los terratenientes estuvieron poco involucrados” (Deas, 2015, p. 121). Así mismo, las FARC no hicieron ninguna protesta significativa contra los despojos masivos de tierras agenciados por paramilitares y narcotraficantes en las décadas finales del siglo XX (Deas, 2015, p. 122). Para Deas es importante revaluar este tipo de afirmaciones, especialmente porque en los acuerdos de La Habana se insistió en que la cuestión agraria es la médula del conflicto, fenómeno que limita la comprensión de este.

Por último, Deas propone que algunos de los aspectos de los conflictos en Colombia adquieren mayor relevancia y pertinencia si son vistos “en la larga perspectiva de los doscientos años de su historia independiente”. Así se contribuye a su comprensión y también a desmitificar preconceptos y verdades sobre el conflicto que no parecen tan claras (Deas, 2015, p. 128).

Por supuesto que Deas no propone un modelo particular para construir un relato histórico. Busca llamar la atención sobre diversidad de asuntos inherentes al conflicto, los cuales se alzan como realidades necesarias a la hora de explorar su desarrollo histórico, cuestión que para él es imposible que se elabore en su totalidad por un único historiador en un ensayo particular.

Un argumento para tomar en cuenta es el de Gonzalo Sánchez, quien asevera que en Colombia las guerras internas presentan complejidades particulares para las que, vistas en perspectiva histórica, “resulta inútil buscar un sentido de totalidad del conflicto, de globalidad de las soluciones”. Lo anterior no excluye y más bien resalta la diversidad de experiencias de las víctimas y de los actores, es decir, la emergencia de “memorias parciales” (Sánchez, 2014, p. 65). Otro debate propuesto por Sánchez se vincula con tres dificultades que se vuelven complejas en la realidad colombiana al estudiar el proceso histórico de las guerras y la violencia, cuales son “cómo nombrar, periodizar y ordenar los eslabones de la cadena histórica” (Sánchez, 2014, p. 37).

Para este autor, nombrar al otro es “asignarle un lugar en la memoria, en la narrativa política, en la escena social” (Sánchez, 2014, p. 37). Pero las denominaciones cambian al mismo tiempo que los escenarios que las producen. Las grandes circunstancias de rupturas y mutaciones político-sociales son “momento de quiebre en los usos del lenguaje”, en la medida en que este se vuelve un escenario perceptible de relacionamiento político (Sánchez, 2014, p. 38). Por ejemplo, “los ‘bandoleros’ en los sesenta, y los guerrilleros hoy, son clasificados en sus zonas como ‘los muchachos’, con cierto aire de tolerancia o simpatía” (Sánchez, 2014, p. 38).

Lo anterior nos sitúa en una realidad que se ha venido nombrando: se trata del uso del lenguaje y las formas de construir un escenario de conflicto, partiendo de circunstancias, incluso del lenguaje, que están significadas por las viejas estructuras de la violencia, de generación de diferencia y exclusión. En estos casos, un relato histórico sobre la contienda social debería proponer nuevas formas de nombrar el otro, sobre todo entre las partes más contradictorias, de esta manera es posible propiciar nociones reales de perdón y convivencia.

El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia

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