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V. DEBATES METODOLÓGICOS

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En la amplia y diversa literatura existente se hallan reflexiones metodológicas de diferente índole. De tan variados referentes, algunos ofrecen propuestas sugerentes para el momento de Colombia. Algunas de ellas se presentan a continuación.

Como punto de partida, se ubica el razonamiento de Jorge Semprún, quien fue prisionero en un campo de concentración nazi y a su retorno a la libertad escribió sus memorias, consignadas en el libro La escritura o la vida.

Recordar la vivencia en un campo de concentración significaba para él volver a una época en la que no se consideraba vivo e incluso estaba desposeído hasta del nombre: “sobrevivir, sencillamente, incluso despojado, mermado, deshecho, ya había constituido un sueño un poco disparatado” (Semprún, 1995, p. 22). Por esta razón, durante muchos años de su vida el autor eligió el olvido y con él la posibilidad de estar vivo nuevamente. Como en el título de su libro, la escritura le resultaba insoportable, con ella volvían a la memoria las llamas anaranjadas del crematorio cegándole la vista en medio de la noches o el olor constante de cuerpos humanos incinerados. Sin embargo, con el paso de los años, Semprún decidió confrontar sus recuerdos optando por contar su experiencia “de la muerte, para decir mi vida, para expresarla, para sacarla adelante” (Semprún, 1995, p. 180). La escritura se convirtió entonces en la mejor manera de reelaborar su vida, la de un pasado inmerso en la violencia y el terror.

Para avanzar en su tarea, Semprún reflexionó sobre la manera de convertir una experiencia personal en un texto escrito que pudiera transmitir lo vivido, y al respecto sostuvo que “la verdad esencial de la experiencia sólo en transmisible mediante la escritura literaria”, en su caso una reconstrucción a modo de novela pero en la que su esencia no es ficción (Semprún, 1995, p. 141). No optó entonces por un relato sometido a los formalismos habituales del histórico.

En cuanto a las fuentes para abordar el componente de verdad en la justicia transicional, en Colombia va en aumento el debate sobre su existencia, procedencia y pertinencia. Las hay de diversa índole, desde libros de memoria hasta los testimonios judiciales y las tradiciones orales de algunas comunidades y actores. La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad sin duda recogerá infinidad de testimonios y evidencias.

Partiendo de la consideración de Jan Vansina, las tradiciones orales “son todos los testimonios orales narrados, concernientes al pasado” (Vansina, 1967, p. 33). Sin embargo, no toda fuente oral supone una tradición oral. “Sólo las fuentes narradas; es decir, las que son transmitidas de boca en boca por medio del lenguaje” (Vansina, 1967, p. 33). Menciona tres tipos de testimonios orales: el testimonio ocular, la tradición oral (testimonios auriculares) y el rumor. Todos ellos conservan y comunican algún hecho del pasado y se constituyen en fuente para la historia.

Por testimonio verbal el autor entiende un “conjunto de declaraciones hechas por un mismo testigo concerniente a una misma serie de acontecimientos, en la medida que tengan una misma referencia” (Vansina, 1967, p. 36). Es importante señalar que el testimonio es definido en primer lugar por el testigo, por tanto la existencia de variantes de un testimonio está ligada a su carácter verbal, de lo cual resulta que, desde el testimonio inicial hasta la tradición final, el contenido puede ser alterado por los diversos testigos auriculares, o por pérdida de la memoria.

Vansina sugiere una clasificación de las tradiciones orales partiendo del entendido de que “en el interior de cada cultura puede elaborarse una división, basada en los géneros literarios” de las mismas (Vansina, 1967, p. 67). Tales textos están sometidos a reglas que determinan su disposición interna, asunto de la mayor importancia para evaluar la pertinencia de tales relatos: “[E]l análisis de la estructura formal e interna de los testimonios es de gran utilidad para el historiador. Alumbra el problema de la transmisión, da directivas para la comparación de los testimonios, permite descubrir las fuentes de error y de engaño y alumbra la interpretación que se debe dar al testimonio”.

A partir de las propuestas metodológicas de Vansina, utilizadas por él en sus trabajos de campo, puede pensarse en sus alcances para situaciones muy diferentes de aquellas que él vivió en sus trabajos académicos. En ese sentido, autores que abordan este tipo de problemas en Colombia, como Escamilla y Novoa, problematizan “la conexión que se ha planteado entre los archivos orales y la memoria histórica del conflicto armado interno” (Escamilla & Novoa, p. 3). Formulan una serie de dificultades como: (1) “La poca importancia que tienen los documentos orales como documentos de archivo […] esta poca atención que han merecido los archivos orales en el país se ha reflejado en el escaso desarrollo teórico de los mismos”; en este aspecto resalta la confusión entre historia y tradición oral (Escamilla & Novoa, pp. 5-6); (2) la reducción continua de los archivos orales de memoria del conflicto armado interno colombiano a la categoría de archivos de derechos humanos. A la luz de los autores, el aporte de los primeros “trasciende los ámbitos jurídicos que hoy por hoy presupone la connotación humanitaria” (Escamilla & Novoa, p. 12).

Otorgar la importancia que debieran poseer los archivos orales en la construcción de la memoria histórica del conflicto colombiano “supone la confrontación de múltiples retos, también significa la existencia de posibilidades que enriquecen la labor investigativa y amplían los alcances del trabajo en el presente, desde la comprensión del pasado y de cara al futuro” (Escamilla & Novoa, p. 14). Estos autores resaltan “la necesidad de hacer memoria del conflicto bajo la interpretación y mirada que ofrece la historia oral y con miras a la constitución de archivos orales que amplíen el alcance del trabajo de investigadores y favorezcan la comprensión que de la historia reciente del país tienen las víctimas y la sociedad en general” (Escamilla & Novoa, p. 21).

Por su parte, Brants considera que las comisiones de la verdad convierten memorias complejas y comprensiones del pasado en una narración incluyente de la construcción de nación para concebirla como memoria colectiva (Brants, 2013, p. 37). De igual manera, argumenta que la justicia transicional es una herramienta mediadora entre diferentes memorias colectivas. Por su parte, Pécaut afirma que las comisiones de la verdad “dan mucha importancia a la memoria, pero ayudan a estructurarla irrigándola a una temporalidad concreta” (Pécaut, 2013, p. 190). De todas formas, para este autor, dada la experiencia cotidiana del terror y la violencia, las acciones de un conflicto presentan vivencias dispersas, “engendran una memoria basada en acontecimientos, que las víctimas no logran fácilmente escribir en una trama productora de sentido”25. Esta dimensión fundada en acontecimientos genera ciertas restricciones puesto que “el momento no crea memoria, sino más bien olvido, ya que cada acontecimiento nuevo va desplazando el anterior”. Además, “el acontecimiento no crea memoria por otra razón […] se pierden también los referentes espaciales, por medio de los cuales la memoria es posible”26 (Pécaut, 2013, p. 177). Así mismo, se favorecen escenarios de mitificación de la memoria y, en consecuencia, propone que es necesario elaborar un verdadero relato histórico “un relato de esta naturaleza, al permitir una periodización argumentada […] haría posible romper con la memoria mítica y sería un punto de apoyo para la conformación de una memoria a la vez reconocida y compartida” (Pécaut, 2013, p. 190). En este proceso, los historiadores desempeñan un papel esencial para proponer los lineamientos de un relato de esta naturaleza y emprenderlo.

El reto de la construcción histórica del conflicto en Colombia

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