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4.1. Dios, eternidad y ojos del alma
ОглавлениеEn el Tratado teológico-político, Spinoza sostiene que las Sagradas Escrituras no deben verse como fuente de enseñanzas metafísicas, sino que enseñan tan solo la obediencia a la ley. Como premisa, sostiene que los profetas no eran científicos ni filósofos, sino personas de imaginación particularmente viva que hablaban para ser entendidos por las masas. Todo esto implica que el conocimiento de Dios no está disponible a cualquiera:
¿Quién no ve, en efecto, que el conocimiento de Dios no ha sido igual en todos los hombres y que la sabiduría, así como la existencia, no se da por un mandato? Hombres, mujeres, niños, todos pueden igualmente obedecer, pero no llegar a ser sabios. Si alguno cree que no se necesita conocer los atributos de Dios, sino creer simplemente y sin demostración, será ésta una verdadera humorada, porque las cosas invisibles y todo lo que es objeto propio del entendimiento no pueden percibirse de otro modo que por los ojos de la demostración; aquellos, pues, a quienes falten estas demostraciones no tienen conocimiento alguno de las cosas, y todo lo que de ellas oyen no hiere su inteligencia o no tiene para ellos más sentido que los vanos sonidos pronunciados sin juicio y sin inteligencia por un autómata. (TTP, XIII, 156)
De este pasaje cabe destacar los siguientes elementos: a) que la visión de la demostración está reservada solo a los sabios y b) que sin la visión de la demostración, lo que se diga en torno a los atributos de Dios devienen mera palabrería, parloteo sin relación con la inteligencia.
La metáfora ocurre en la Ética en un escolio donde se contrasta la eternidad, que puede percibirse a través de la demostración, con el carácter de finito en la duración del cuerpo humano:
Esa idea que expresa la esencia del cuerpo humano desde la perspectiva de la eternidad es, como hemos dicho, un determinado modo del pensar que pertenece a la esencia del alma y es necesariamente eterno. Sin embargo, no puede ocurrir que nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, supuesto que de ello no hay en el cuerpo vestigio alguno, y que la eternidad no puede definirse por el tiempo, ni puede tener con él ninguna relación. Mas no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos. Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. Efectivamente, los ojos del alma, con los que ve y observa las cosas, son las demostraciones mismas. Y así, aunque no nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, percibimos, sin embargo, que nuestra alma, en cuanto que implica la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es eterna, y que esta existencia suya no puede definirse por el tiempo, o sea, no puede explicarse por la duración. Así, pues, sólo puede decirse que nuestra alma dura, y sólo puede definirse su existencia refiriéndola a un tiempo determinado, en cuanto que el alma implica la existencia actual del cuerpo, y sólo en esa medida tiene el poder de determinar según el tiempo la existencia de las cosas, y de concebirlas desde el punto de vista de la duración. (5P23S [cursivas agregadas])
Spinoza distingue entre el orden de la eternidad y el orden de la duración: el primero refiere a lo que es necesario por esencia y, por tanto, su existencia no tiene que ver con la duración de las cosas; el segundo, a la interacción de los modos finitos, en la que comienzan y dejan de existir, y cuyas duraciones pueden compararse entre sí (E2P45). En la medida en que la razón concibe las cosas en tanto necesarias, las concibe desde una perspectiva de eternidad, es decir, de necesidad (E2P44S2). Habría mucho más que decir acerca del tiempo, la duración y la eternidad en Spinoza, pero lo que nos interesa aquí es, específicamente, la manera en que “los ojos del alma […] son las demostraciones mismas”; esto es, la manera en que el alma ve a través de las demostraciones, y en que lo así evidente puede considerarse cierto. Para ello, recurrimos a algunas ideas de Husserl.