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Capítulo 3 Al ritmo de Brasil

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La festiva ciudad de Rio de Janeiro recibía a Alejandro y a su grupo de amigos con un día espectacularmente soleado y tórrido, típico de esas latitudes.

El verano había estallado con todo su esplendor y las calles de Copacabana estaban pobladas de turistas que transitaban de un lado hacia el otro, bajo los calcinantes rayos del sol de enero.

Finalmente, habían viajado cinco amigos y el grupo se hospedaría en un hotel urbano frente a la playa en esa zona de Rio. Todos tenían entre 35 y 40 años, algo más, algo menos; todos solteros menos Axel, que si bien estaba libre, se había separado hacía unos dos años, pero aún estaba legalmente casado.

Tenían reservadas dos habitaciones. Tres de ellos compartirían una triple, mientras que los otros dos se alojarían en una dobles con camas individuales.

Descendieron de taxi que lo había transportado desde el aeropuerto al que habían arribado en un vuelo directo desde el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante el viaje, habían acordado que las ubicaciones para dormir se determinarían por sorteo sacando papelitos, por lo que ya en el lobby del hotel y previo a registrarse, procedieron a realizar el sorteo.

–Bueno... hay cinco papeles; en tres de ellos dice triple y en los otros dos dice doble, cada uno saca un papel y al que le toca le toca –dijo Tomás, el más serio del grupo.

Marcelo fue el primero y su papel decía “Triple”; lo siguió Facundo, que sacó un papel que decía “Doble...” Si bien todos eran amigos y más allá de que compartieran o no ciertos gustos o preferencias, sea sobre pasatiempos, deportes, sexo, o lo que fuese y que nadie cuestionaba nada del otro, se percibía en el aire una especie de picardía y de tensión, al haber quedado definido en el segundo papel que Facundo, el abiertamente bisexual del grupo, dormiría en una habitación doble con alguno de los otros cuatro.

Fue el turno de Alfredo, que sacó el tercer papel que decía “Triple.”

Solo restaban dos papeles, por lo que quedaría definido entre Marcelo y Alejandro quien dormiría en el cuarto con Facundo y quien con los otros dos.

Alejandro agarró el cuarto papel que decía “Doble,” por lo que las ubicaciones habían quedado designadas. Facundo y Alejandro en un cuarto, Tomás, Marcelo y Alfredo en el otro.

A Alejandro poco le preocupaba la situación, ya que, después de todo, y si bien su primera experiencia virtual y luego cuerpo a cuerpo con un hombre ya la había tenido, fue Facundo el que, sin saberlo lo había empujado a la adicción de los video chats con hombres aquella noche de borrachera entre amigos en su departamento, en la que había descargado esa aplicación en su computadora.

Ese era un secreto que Alejandro, a pesar de su mentalidad abierta, no compartía con su grupo de amigos y que, extrañamente, o más bien, porque no le había quedado otra, se lo

había contado a Aquiles.

Los cinco se acercaron al mostrador, se registraron y en pocos minutos estaban tomando el ascensor para dirigirse a sus respectivos cuartos.

Cada quien ingresó a sus respectivas habitaciones quedando en que, en una hora, se encontraría en el lobby para comenzar con las actividades playeras.

–¿Preferís alguna cama en especial? –preguntó Alejandro.

–No, me da igual –respondió Facundo.

Alejando depositó su bolso sobre la cama más próxima al balcón y Facundo hizo lo propio en la otra cama.

Abrieron los bolsos y comenzaron a buscar ropa para cambiarse.

Facundo caminó hacia el balcón, mientras que se quitaba la camisa para quedar en cuero. Su físico era armonioso y estaba tonificado en el punto justo, sin ningún tipo de exageración.

Piel blanca, pelo castaño oscuro y vellos que le cubrían su pecho, sus brazos y sus piernas.

–¡Espectacular vista! –exclamó Facundo.

–¡Tremenda! –respondió Alejandro, mientras salía al balcón.

Permanecieron unos segundos callados, recorriendo con la vista la extensión de la bahía.

Regresaron al interior y mientras Alejandro se dirigía hacia el baño, Facundo comenzó a desempacar, dejando tendidas sobre su cama una colección de sungas de diversos diseños y colores que venía coleccionando a lo largo de sus frecuentes viajes a Brasil, fundamentalmente, de las épocas en las que el tipo de cambio resultaba favorable para hacer “shopping”; algunas eran tipo slip y otras de pierna corta.

Alejandro regresó y vio que Facundo, con total naturalidad, estaba parado frente a un espejo completamente desnudo, probándose y decidiendo con que sunga estrenaría la temporada.

–Ah bueno... viniste preparado para un desfile –exclamó Alejandro.

–Y traje solo la mitad de las que tengo –respondió Facundo.

Alejandro se acercó a su cama y comenzó a buscar shorts de baño y remeras playeras para cambiarse, aunque, en verdad, lo que solía usar eran bermudas de baño.

Se desnudó dándole la espalda a Facundo, que sin que Alejandro lo viera, había girado su mirada, encontrándose con los glúteos firmes y redondos cubiertos de pelos rubios casi colorados que lucía su amigo.

Alejandro eligió una bermuda azul petróleo, estampada con flores blancas.

–¡Dejate de joder...! estamos en Brasil... no podés ir a la playa en traje de baño con las piernas hasta la rodilla –exclamó Facundo.

–¿Y qué tiene? vos porque haces la típica “Argento,” que si veranean en Argentina o si van a alguna piscina, ni locos usan sungas, pero salen del país y se hacen los liberados y comienzan a exhibir el bulto... –dijo Alejandro, teniendo claro que no era el caso particular de Facundo, a quien había visto muchas veces en Argentina vistiendo ese tipo de mallas.

En verdad, Facundo llevaba una vida muy coherente con su forma de pensar. Era bisexual y lo tenía asumido; era un tema trabajado y si bien su aspecto era el de un hombre bien masculino al que no le interesaba levantar ninguna pancarta ni ir por la vida hablando ni demostrando sus preferencias sexuales, tampoco le interesaba ocultarlo. Estaba cómodo con su cuerpo y con la vida que llevaba y no tenía inhibiciones en mostrarse tal cual era.

–Agarrá alguna de las mías y lucí el lomazo que tenés; cuando regresemos de la playa, te acompaño para que te compres algunas –dijo Facundo, arrojándole un par encima de la cama.

Alejandro hizo caso omiso al comentario sobre la ropa, aunque internamente, reflexionó sobre su propio comportamiento quizá un poco pacato... Ciertamente, si había algo que admiraba de los brasileños, además de su estado de fiesta permanente, era la falta de prejuicios que tenían con respecto a sus cuerpos. Fuesen delgados o gordos, salían a lucir su humanidad sin ningún tipo de pudor. Él tenía físico para lucir y después de todo, no veía por qué no hacerlo. Lo que no le había pasado desapercibido fue el comentario emitido por Facundo elogiando su cuerpo.

Sin responder, se puso una remera blanca sin mangas y buscó en su bolso ojotas también blancas.

Agarró el equipaje y lo llevó hacia el placard, solo con la intención de acomodar algunas cosas que usaría frecuentemente. Regresó a su cama y se tiró boca arriba, con los ojos cerrados, buscando unos minutos de relax.

Si bien el vuelo Rio/Buenos Aires era relativamente corto y este en particular había resultado sumamente tranquilo, subirse a un avión le provocaba cierta tensión y luego del viaje, solía quedar cansado como producto de los nervios.

Pasaron unos quince minutos que le parecieron muchos más y se sobresaltó por el llamado de Facundo que lo despertó, diciéndole que el resto del grupo ya estaba en el lobby aguardándolos para ir a la playa, por lo que se incorporó, fue hacia el baño y agarró sus cosas para salir del cuarto. ...

Aquiles y su tigre encadenado

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