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Capítulo 6 Estrechando lazos

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Sintiendo la brisa del aire marítimo en su cara y con el sonido del mar de fondo, Aquiles fue saliendo lentamente del profundo sueño en el que había caído.

Giró su cabeza y observó que Marina aún continuaba durmiendo profundamente.

Se incorporó y salió a la terraza, desde la que se podían apreciar los últimos rayos de sol que aún se reflejaban sobre las aguas del Caribe.

Fue a buscar su reloj y se sorprendió al ver que ya eran las cinco y media. No podía creer que fuese tan tarde y que luego del almuerzo, había estado más de tres horas dormido, cosa que no era habitual en él.

Pensó en despertar a Marina, ya que, si continuaba durmiendo, a la noche no podría conciliar el sueño, pero viéndola recostada, reflejando en su rostro lo que parecía ser un estado de absoluta paz, le dio pena y dejó que siguiese durmiendo.

Como frecuentemente hacía, reflexionó sobre lo afortunado que era de tenerla como compañera de vida. Se sentía realmente enamorado de su belleza exterior y fundamentalmente, de la hermosa persona que era por dentro.

Cuidadoso de no hacer ruido, buscó dentro de su bolso un blanco que jamás había estrenado y se le antojó que ese sería el momento oportuno para hacerlo. Se quitó la bermuda, se puso el slip y volvió a ponerse la bermuda; buscó sus ojotas blancas, los lentes de sol y salió de la cabaña. Comenzó a caminar por el sendero rumbo a la playa; pidió un toallón y un snorkel y continuó camino hacia una de las tantas palapas que estaban desocupadas. Dejó sus pertenencias sobre una reposera y se quitó la bermuda. Agarró el snorkel y comenzó a caminar hacia el mar, en el que ingresó sin prisa, pero sin pausa.

Luego de una tarde de siesta, le resultó sumamente placentero sentir el contacto con el agua tibia y transparente.

El clima estaba templado y apenas corría una brisa que se sentía refrescante. No había olas, por lo que el mar parecía una piscina y a la distancia, solo se observaba una línea blanca, producto de la marea chocando contra la barrera de corales.

Aquiles se puso el snorkel y se sumergió, perdiéndose en las maravillas que el mar caribe tenía para ofrecerle. Se cruzó con infinidad de cardúmenes de diferentes especies y tuvo la fortuna de encontrar dos tortugas a las que comenzó a perseguir y que escapaban cada vez que intentaba tocarlas.

Cada tanto, sacaba su cabeza del agua para observar cuán lejos se encontraba de la costa, porque era consciente de que su entusiasmo, podía hacerle perder la noción de la distancia.

Aunque al estar solo y no poder compartir la aventura con nadie le quitaba atracción a la práctica del snorkel, permaneció dentro del agua al menos por una hora.

Comenzó a dirigirse hacia la orilla y con el agua a la altura de su cintura, se paró y puso su snorkel por sobre su cabeza.

Permaneció allí, mirando hacia el horizonte y luego de unos minutos, comenzó a caminar hacia la orilla.

Los pelos negros que cubrían todo su cuerpo, por efecto del agua, caían pesados sobre su humanidad y contrastaban con la blancura de su slip.

Caminó hacia la palapa, dejo el snorkel sobre una reposera y agarró el toallón para secarse.

Pensó en ponerse la bermuda, pero decidió que no quería mojarla y venciendo sus propios prejuicios, decidió quedarse como estaba.

Siendo fiel a su argentinidad, Aquiles usaba slip solo para nadar en la piscina del edificio en el que vivía y siempre bajaba con una bermuda que se quitaba al llegar. En la playa, solo los usaba si vacacionaba en el exterior, pero jamás lo haría en una playa de Argentina... Ese comportamiento pacato y propios de la mayoría de los argentinos, quizá, era producto de sentirse liberados ante el anonimato de saberse extranjeros y de la casi nula probabilidad de cruzarse con algún compatriota conocido.

Se incorporó y caminó hacia la barra del bar que había sobre la playa para pedir un café, mientras observaba que podía servirse para comer. Puso sobre un plato un par de bocados de masa recubierta con dulce y aguardó a que le entregasen su taza.

Con su pedido en mano, giró y comenzó a caminar hacia su palapa.

A mitad de camino, vio que Ethan venía caminando en sentido opuesto. Al acercársele, sin tapujos y de manera notoria, bajó su mirada hacia su bulto y esbozando una sonrisa dijo en inglés:

–Lindo slip...

Aquiles no supo que responder; solo atinó a hacer un gesto con su cara y a continuar caminando.

Llegó a su reposera en la que depositó su humanidad y se puso lentes de sol para descansar la vista. Mientras disfrutaba de su merienda mirando hacia el horizonte, recordó las charlas que había mantenido con Alejandro sobre situaciones vividas en los vestuarios de los gimnasios, temas sobre los que jamás había prestado atención, hasta que Alejandro se lo había hecho notar.

Aquiles no entendía bien si se estaba imaginando cosas que no eran. Quizá, estaba percibiendo segundas intenciones donde no las había, o quizá, su radar funcionaba perfectamente bien y captaba mensajes que estaban siendo dirigidos con absoluta claridad y con total desparpajo.

Las sonrisas cruzadas durante el desayuno, la sensación de estar siendo observado, los cuchicheos entre sonrisas picaronas que los canadienses habían hecho cuando Marina y él pasaban frente a su cabaña; el reciente comentario sobre su slip, mirándole descaradamente el bulto...

Además, le había llamado la atención el comentario emitido por Marina hablándole de la sospecha que tenía sobre esta pareja.

Después de todo, el reciente comentario sobre su slip o las sonrisas, podían ser simplemente gestos de amabilidad o de querer entablar una conversación amistosa y punto.

Los pensamientos de Aquiles fueron interrumpidos por Ethan, que parado a su lado y con una copa de Ron Sunset en su mano, preguntó en su inglés nativo:

–¿Puedo sentarme?

Aquiles se sobresaltó y levantó sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.

–Si, por supuesto, sentate –respondió Aquiles, hablando en inglés, sin otra opción más que la de aceptar la solicitud de Ethan.

–¿Tu bella mujer? –preguntó Ethan.

–Durmiendo, estaba muy cansada; el viaje desde Buenos Aires es largo y necesitaba dormir –respondió Aquiles.

–Ah claro... ¿cuánto tiempo les lleva el viaje desde Buenos Aires? –preguntó Ethan.

–Son unas nueve horas de vuelo hasta Cancún, dependiendo de los vientos y de si el vuelo es directo, que es como viajamos nosotros –contestó Aquiles.

–Lejos –dijo Ethan.

–Ustedes están mucho más cerca... ¿cuánto dura el vuelo desde Vancouver hasta Cancún? –preguntó Aquiles, siguiendo con el tema.

–Son aproximadamente seis horas –respondió Ethan.

Aquiles hizo un gesto de sorpresa, porque siempre había pensado que eran solo cuatro horas de vuelo.

–¿Y tu mujer? –preguntó Aquiles.

–Decidió quedarse en la tina que hay en la terraza... yo prefiero disfrutar de la naturaleza; teniendo este mar, no me voy a quedar dentro de un recipiente con agua –respondió Ethan.

–Totalmente de acuerdo –dijo Aquiles.

–¿Es la primera vez que vienen? –preguntó Ethan.

–A La Riviera Maya sí, a México hemos venido en otras oportunidades –respondió Aquiles.

Ethan estaba sorprendido por la fluidez y el dominio que Aquiles tenía del inglés. Aquiles le contó que tanto Marina como él habían estudiado en colegios bilingües y que luego de eso, siempre habían tenido la posibilidad de continuar practicándolo, sea por cuestiones laborales o por viajes de placer que hacían al exterior.

–El español es un idioma muy complicado –comentó Ethan.

–Sí, lo es –contestó Aquiles, mordiéndose la lengua y quedándose con las ganas de decirle “Al menos, hacé el esfuerzo de aprender algunas palabras básicas...”

Continuaron hablando sobre las bellezas del lugar y se contaron sobre las actividades que cada quien desarrollaba en su país. Ethan era Ingeniero civil y Cristie Abogada.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Marina, que se acercaba y saludaba con su habitual amabilidad. Vestía una malla entera blanca y tenía atado en su cintura un pareo con fuertes colores en la gama de rojos y de naranjas. Sobre su cabeza llevaba un sombrero tipo Panamá y sus infaltables lentes de sol.

Inmediatamente, Ethan se incorporó para cederle la reposera.

–No, no... quédate, voy a caminar un rato por la orilla –dijo Marina.

Aquiles, viendo que Ethan no se quedaría solo, ya que Cristie se acercaba, se incorporó para unirse a su mujer en el paseo. Saludaron a Cristie y comenzaron a caminar hacia la orilla, quedando en que más tarde se verían.

–¿Qué haces vos en slip blanco? –dijo Marina, no como reprendiéndolo, sino que más bien asombrada.

–Lo compré antes de venir y lo quise estrenar hoy... bajé con la bermuda puesta y me lo saqué para hacer snorkel. Como estaba todo muy tranquilo, me tiré en la reposera a merendar y me quedé así para no mojar la bermuda. Apareció el canadiense y me sacó charla... cuando me incorporé, me dio cosa ponerme la bermuda delante de Cristie –dijo Aquiles.

–Bien que te marcó de arriba abajo –dijo Marina.

–No me di cuenta... aunque no me extraña, porque sé que soy irresistible –dijo Aquiles, que, en verdad, sí se había dado cuenta del escaneo que Cristie había hecho sobre su cuerpo.

Aquiles iba a contarle sobre el comentario que Ethan había hecho sobre su slip cuando se cruzaron, pero prefirió callar.

Llegaron a la orilla y Marina, quitándose los lentes y parándose frente a Aquiles, pasó sus brazos por sobre sus hombros y le dio un tierno beso.

–¿Por qué no me despertaste? –preguntó.

–Porque estaba durmiendo tan plácidamente, que me dio pena molestarte –respondió Aquiles.

Tomados de la mano, comenzaron a caminar por la orilla, mientras que las pequeñas olas bañaban sus pies. Llegaron hasta un sector de rocas que les impedía continuar sin tener que escalarlas, por lo que decidieron pegar la vuelta.

Llegaron a la altura de su palapa y se sentaron sobre la arena seca mirando hacia el mar.

A unos pocos metros, Ethan y Cristie pasaban agarrados de la mano y se introducían en el mar.

Lucían felices y parecían ser buena gente.

–Ethan me contó que es ingeniero civil y que ella es abogada –dijo Aquiles.

–Ah, mirá vos... –dijo Marina.

–Se quedó sorprendido por mi fluidez hablando en inglés y le dije que él, al menos podría hacer el esfuerzo de aprender a decir hola... mucho ingeniero, mucho primer mundo, pero es un burro... –agregó Aquiles, manteniéndose serio.

–¡No podés! ¡sos un animal! ¿cómo le vas a decir algo así? –lo recriminó Marina.

Aquiles comenzó a reír.

–No... no se lo dije, pero lo pensé y tuve ganas de hacerlo... Estamos en México y tenemos que hablar en inglés... eso me da bronca –dijo Aquiles.

–Bueno... relájate... peor sería si no pudiésemos comunicarnos –dijo Marina.

–Es cierto... contestó Aquiles.

Ethan y Cristie salieron del agua y se dirigieron directo hacia donde Aquiles y Marina estaban sentados.

–Increíblemente hermosas estas playas –dijo Cristie.

–Sorprendentes –agregó Ethan.

–Sí que lo son, realmente una de las playas más lindas del Caribe –contestó Marina, desplegando su impecable inglés y dando por hecho de que ya habían estado en otras playas de la región.

–¿Es la primera vez que vienen a México? –preguntó Aquiles.

–Sí, es la primera vez en México –respondió Ethan.

–Hace algunos años que vacacionamos en Punta Cana, pero este año decidimos cambiar y creo que no nos equivocamos –dijo Cristie.

Aquiles y Marina les comentaron muy por arriba sobre los lugares que tenían agendados para ir a visitar y que habían alquilado un Jeep para poder moverse independientemente. Sin decírselos, ambos pensaron en la posibilidad de proponerles que se sumaran a excursiones así no las hacían solos.

Marina sintió la repentina necesidad de comer algo.

–Muero de hambre –dijo Marina, cambiando repentinamente el curso de la conversación.

–Vamos hasta el bar de playa que ahí podés picar algo –dijo Aquiles.

Se despidieron y Aquiles la acompaño hasta el bar, en el que Marina pidió una taza de café con leche y se sirvió el mismo tipo de bocados que había agarrado Aquiles.

Caminaron hacia su palapa y permanecieron recostados en las reposeras, hasta que el sol desapareció por completo. De vez en cuando, aparecían las cabezas de algunas tortugas que, cerca de la orilla salían para respirar.

–Podríamos decirles que vengan con nosotros a las excursiones –dijo Marina.

–Sí, pensé lo mismo, podríamos... lo vamos viendo –dijo Aquiles.

La noche se fue cerrando. Agarraron sus pertenencias y comenzaron a caminar hacia el puesto de playa en el que Aquiles dejaría el toallón mojado y el equipo de snorkel, pero ya estaba cerrado, por lo que tuvo que cargar con ellos para devolverlos el día siguiente.

Subieron al sendero de madera y caminaron hacia su cabaña. Ningún ruido artificial, solo los sonidos de la naturaleza; el crujido de la madera, el viento, el agua y la jungla. Hasta ahora, todo lucía perfecto y superaba ampliamente sus expectativas de lo que ambos habían ido a buscar en este nuevo viaje.

Aquiles y su tigre encadenado

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