Читать книгу Aquiles y su tigre encadenado - Gonzalo Alcaide Narvreón - Страница 11
Capítulo 4 Un día agotador
ОглавлениеSin ánimos de explorar demasiado el Resort, cansados por el largo vuelo, más la hora y media de conducir por la ruta, y sumado a eso, la sesión de sexo en la cabaña y el doblete hecho más tarde dentro del mar, se dirigieron directamente al mismo restaurante en el que habían tomado el desayuno.
Caminaron por la pasarela, observando como por el reflejo de los rayos del sol del mediodía, la arena parecía más blanca que nunca.
Al llegar a la puerta, encontraron a las mismas higuanas que habían visto a la mañana, que realmente parecían embalsamadas y que posaban ajenas a lo que sucedía a su alrededor. Ingresaron y escogieron la última mesa libre ubicada al lado de una ventana con vista abierta hacia el Caribe.
–Muero de hambre y de cansancio –dijo Marina.
–Yo también –respondió Aquiles, levantándose de la mesa para ir en busca de un plato en el que serviría su almuerzo.
Marina fue tras de él y comenzó a seleccionar su menú.
Regresaron a la mesa y rápidamente se acercó un mesero para ofrecerles bebidas; ambos eligieron agua fría sin gas.
–Qué bien pinta ese plato –dijo Aquiles, mirando lo que se había servido Marina.
El plato de Marina estaba cargado de papas doradas al horno, acompañadas por una abundante cantidad de huacamole y con una pequeña cantidad de nachos en un costado, más tomates con aceite de oliva, albahaca y queso.
Aquiles se había servido dos porciones de pollo grillado, que también acompañaría con huacamole y con nachos.
Ambos comenzaron a disfrutar lentamente y en silencio de su almuerzo, sintiendo la cálida brisa del mar que ingresaba por la ventana y que acariciaba sus rostros.
Una a una, las mesas libres se fueron ocupando.
Las conversaciones que se escuchaban eran en inglés, con excepción a la de una pareja de alemanes y a la de un matrimonio mayor que eran claramente españoles. La mayoría de los huéspedes eran parejas que superaban los cuarenta años, salvo los alemanes, que aparentaban no tener mucho más que treinta.
Al tratarse de un Resort exclusivamente para adultos, era algo bastante lógico que esto sucediera. La mayoría de las parejas muy jóvenes, seguramente no contaban con los recursos económicos como para solventar las tarifas y, además, en su mayoría, buscaban lugares en los que hubiese más actividad. La mayoría de las parejas de mediana edad, tenían hijos aún en etapa de crianza, por lo que también quedaban descartados como para hospedarse en un lugar así. Los de arriba de cincuenta entraban en el target apropiado, matrimonios sin hijos, o bien, matrimonios con hijos ya independizados. Obviamente que había excepciones, como era el caso de Aquiles y de Marina, que aún no tenían hijos a cargo.
Marina, que estaba sentada de frente al acceso, observó que la pareja de canadienses había ingresado sin verlos y se habían dirigido directamente hacia una mesa vacía en el otro lado del restaurante, ubicada al lado de una ventana que daba hacia el manglar.
–¿Qué mirás? –preguntó Aquiles, dándose cuenta de que Marina tenía su mirada fijada en algo o en alguien.
–Nada... recién entraron Ethan y Cristie –respondió Marina, que no entendía bien el motivo por el que esa pareja le despertaba cierta curiosidad.
–Ah.... Ethan y Cristie, nuestros grandes amigos... los llamás como si fuésemos íntimos –dijo Aquiles, de manera burlona.
–No seas tonto –respondió Marina.
–Esto está delicioso, en su punto justo –dijo Aquiles, que disfrutaba de su pollo grillado y que, aún sin haberle dado importancia a la respuesta de Marina, giró su cabeza para ver hacia donde se habían dirigido los canadienses.
–Esto también –dijo Marina, borrando sus pensamientos, mientras cargaba su tenedor con un poco de huacamole y pinchaba una papa para llevárselo a la boca.
–Pensar que uno regresa a Buenos Aires creyendo que todo lo que vemos sucede mientras uno está aquí y resulta que este mismo ritmo continua todo el año –dijo Aquiles.
–Es cierto... nosotros estamos acostumbrados a que nuestra temporada de playa es corta... con suerte, enero y febrero a full, comienzan las clases y adiós playa; pero acá, se puede disfrutar en las cuatro estaciones –respondió Marina.
Continuaron con el almuerzo, intercambiando alguno que otro comentario sin mayor trascendencia.
–¿Pedimos una copa de vino? –preguntó Aquiles, buscando la complicidad de Marina.
–Tomamos vino y nos vamos a dormir la siesta, porque si le sumamos alcohol a lo cansados que estamos, olvídate de mantenerme en pie –respondió Marina.
–Y bueno... una siesta y de nuevo a la playa –respondió Aquiles, que llamó a la camarera para pedirle dos copas de vino que saborearon junto a los últimos bocados de su almuerzo.
–¿Postre? –preguntó Aquiles.
–No... paso –respondió Marina, que comenzaba a sentir la somnolencia provocada por el alcohol y por su estado de preñez, que aún desconocía.
Se incorporaron y salieron del restaurante.
–Huf.... me siento un poco mareada –dijo Marina, apenas se levantó de su silla.
–Debe ser producto del cansancio y del alcohol –dijo Aquiles.
–Seguramente es eso –contestó Marina, sabiendo que nunca había experimentado una sensación similar.
Se le cruzó por la cabeza la idea de que quizá pudiese estar embarazada, e inmediatamente, pensó en la copa de vino que acababa de tomar.
El sol estaba perpendicular a la tierra y sus rayos rebotaban estridentemente sobre las turquesas aguas del mar y sobre la arena que parecía harina.
Caminaron lentamente por el sendero de madera, respirando profundamente, como intentando acaparar todo el aire de mar que les fuese posible. Llegaron a su cabaña e ingresaron, se quitaron las ojotas y Marina se tiró directamente sobre la cama. Sin emitir una sola palabra más y sin moverse, casi inmediatamente, quedó profundamente dormida.
Aquiles, que a pesar del cansancio parecía no querer perder un minuto de su estadía durmiendo, salió a la terraza y se apoyó en la baranda de madera quedando como hipnotizado, viendo las olas que, una tras otra, rompían contra las rocas generando borbotones de espuma blanca que contrastaban con la intensidad del turquesa del agua.
Regresó al interior de la cabaña y se tiró sobre la cama, teniendo cuidado de no despertar a Marina. Permaneció boca arriba, observando el balanceo de las cortinas blancas que bailaban al compás de la brisa marina y escuchando el arrullo de las olas, rápidamente se rindió al agotamiento para caer en un profundo sueño...