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Capítulo 2 Poseidón

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Perdido y subyugado por la belleza que tenía frente a sus ojos, persiguiendo cardúmenes de múltiples especies de peces de diferentes tamaños y colores, Aquiles había perdido la noción del tiempo y de la distancia.

Marina permanecía atenta observándolo desde la reposera y sin perderle mirada. Sabía que Aquiles era un apasionado del agua y de los deportes en general, y que, a veces, podía tomar riesgos innecesarios.

Aproximadamente a diez metros de la reposera de Marina, se habían instalado los canadienses, que llegaron a la playa justo detrás de ellos y siguiéndoles los pasos.

Como lo había hecho Marina, la mujer se instaló sobre una reposera debajo de una palapa, mientras que él, dejó su toallón, se quitó las ojotas y comenzó a caminar hacia el mar.

Marina, ocultándose detrás de sus lentes espejados, comenzó a observarlo.

El tipo tenía una contextura física similar a la de Aquiles, era alto, con el físico trabajado, solo que su piel era más blanca y su pelo era castaño claro, con vellos que cubrían sus brazos, sus piernas y su torso.

Mientras el flaco comenzaba a ingresar en el mar, Aquiles dejaba de practicar snorkel, se incorporaba y comenzaba a caminaba hacia la costa. Con al agua a la altura de sus cinturas, se cruzaron y comenzaron a conversar.

Marina observaba la escena y vio que Aquiles le daba su equipo de snorkel. El canadiense dibujó una sonrisa y continuó su camino para internarse en el agua, mientras que Aquiles, continuó caminando para salir del mar.

La bermuda mojada estaba pegada sobre sus muslos y sobre su paquete que se le marcaba notoriamente. Los tupidos pelos de su cuerpo caían por el peso del agua y cubrían sus pectorales, sus piernas y sus brazos marcados.

Marina observaba a su marido como si se tratase de la primera vez que lo veía. Realmente, sentía una gran atracción física hacia él. En ese momento pensó en que, a su hombre, solo le hubiese faltado llevar un tridente en la mano como para emular a Poseidón saliendo de sus dominios.

Aquiles se acercó a la palapa y se tiró boca arriba sobre su reposera.

–Espectacular... no sé qué hacés acá teniendo el paraíso ahí enfrente –dijo Aquiles.

–El paraíso lo tenía cuando te veía caminar hacia aquí –respondió Marina.

Aquiles se acercó a ella y le dio un húmedo beso, al que Marina respondió, agarrándole el paquete.

–Pará que nos van a ver –exclamó Aquiles.

–Que me importa... que nos vean... ¿no dijiste que aquí todos vinimos a buscar más o menos lo mismo? –respondió

Marina, con total desparpajo.

–Vamos al agua –dijo Aquiles.

Marina se quitó los lentes y se incorporó; agarró la mano de Aquiles y juntos caminaron hacia el mar.

Ingresaron al agua y comenzaron a nadar, por momentos juntos y por momentos separados, haciendo comentarios sobre las maravillas que iban encontrando bajo el agua.

El canadiense, que estaba a pocos metros de ellos, le devolvió a Aquiles el equipo de snorkel diciéndole que iba a salir; Aquiles le pidió que se los dejara sobre la reposera. El canadiense levantó el pulgar como gesto de asentir y se dirigió hacia la playa.

–Está lindo el flaco –dijo Marina, con la clara intención de provocar a Aquiles.

– ¿Si? mirá vos... claro, si les miraste los bultos a mis amigos, no veo porque no vas a mirárselos a el resto de los mortales –respondió Aquiles intentando hacerse el superado, cuando en verdad, no le causaban mucha gracia el comentario de Marina.

–Ay amor... no te pongas celoso, que el único que entra en este cuerpito sos vos –dijo Marina, acercándose a él, colgándose de su cuello y rodeándole la cintura con las piernas.

–A veces me despistas con tus comentarios –dijo Aquiles, que si bien era un hombre seguro de sí mismo, tenía claro que Marina no era una mujer que pasase desapercibida; por el contrario, su belleza y su personalidad, la convertía en blanco de cualquier pirata que, sin duda, se vería atraído por ella. Marina no respondió y comenzó a besarlo.

Aquiles sintió que su miembro nuevamente comenzaba a reaccionar. Si bien hacia un rato habían tenido sexo fugaz en la cabaña, seguramente los comentarios picantes, el entorno y el clima, ayudaban para generar un efecto afrodisiaco.

Aquiles observó que en la tela blanca del corpiño de Marina se marcaban sus pezones duros y erectos. Se sintió tentado y bajo con su boca hacia allí para morderlos.

Marina reaccionó con un gemido y con una mano, más la ayuda de sus pies, deslizó la cintura de la bermuda de Aquiles hasta dejarlo en pelotas.

–¡Pará loca! –exclamó Aquiles.

–Parala vos –respondió Marina, en un juego de palabras, haciendo clara referencia a la erección del pene de Aquiles.

Colgándose con un brazo del cuello de Aquiles, se quitó el biquini con la otra mano, dejándolo colgando en una de sus piernas, enroscó nuevamente sus piernas en torno a la cintura de Aquiles, agarró su miembro erecto y lo colocó en la entrada de su vagina.

–Me parece que agarré un tiburón –dijo Marina.

–Vos estás loca –dijo Aquiles.

Marina descendió unos centímetros, haciendo que el miembro de Aquiles comenzara a desaparecer dentro de su vagina. Le mordió el cuello y comenzó con un leve movimiento de sube y baja.

–Sos una puta hermosa –dijo Aquiles, afirmando sus pies sobre el lecho como para soportar el movimiento y el peso de ambos.

–Como me calentás –dijo Marina– te veía salir del mar y te hubiese ido a violar ahí mismo.

–Bueno, me estar violando ahora –respondió Aquiles.

Marina se sentía desbordada por la situación erótica y jugada que ella misma había provocado... Sintió que un orgasmo la comenzaba a invadir y emitiendo un grito ahogado, obtuvo el premio buscado.

–Ya casi –dijo Aquiles.

Marina continuó con su ritmo de sube y baja, hasta que sintió que el cuerpo de Aquiles comenzaba a temblar.

El gemido ahogado emitido por su marido, dio cuenta de que estaba siendo nuevamente llenada por su esperma.

Permanecieron un momento en esa posición y besándose.

Marina se paró y se acomodó el biquini, mientras que Aquiles levantaba su bermuda y ajustaba los piolines de la cintura

–Vas a hacer que nos metan presos –dijo Aquiles.

–¡Por favor...! en esta playa somos todas parejas sin chicos; encima, hay muchos europeos y ellos tienen la cabeza más abierta que nosotros, así que olvídate...–dijo Marina.

Hacía apenas un rato que Aquiles le estaba dando a Marina un discurso sobre la libertad del lugar, diciéndole que nadie se horrorizaría por gritos y gemidos y ahora era ella la que lo dejaba descolocado con su actitud de total desparpajo y de liberalismo extremo, practicando sexo en un lugar público. Fuero saliendo del mar y permanecieron un rato en la orilla, disfrutando del sol y del agua que acariciaba sus pies.

Se dirigieron hacia la palapa y se recostaron en las reposeras. Sobre la de Aquiles, el canadiense había dejado el equipo de snorkel.

–Che, este está con binoculares –dijo Aquiles, haciendo referencia al canadiense.

Marina se incorporó y miró hacia la palapa vecina.

–Bueno... si nos estaba observando, acabamos de brindarle un buen espectáculo y gratis –dijo Marina.

La mujer se dio cuenta de que Marina los miraba y le regaló una sonrisa, a la que Marina respondió amablemente.

–Acordate lo que te digo... estos dos, en cualquier momento nos invitan a su cabaña –dijo Marina.

–No seas tonta –dijo Aquiles, recordando inmediatamente las experiencias vividas por Marcos y Paula, cuando había hecho un trío con una mujer y luego con un hombre.

Si bien la situación no había sido exactamente la de intercambio de parejas, era lo más cercano que conocía y que había hecho un amigo suyo junto a su mujer.

–De que hablaban hace un rato cuando se cruzaron dentro del agua –preguntó Marina.

–Nada... las cosas típicas de las que uno habla cuando está en un lugar así... de lo increíble del lugar, del agua cristalina, de los peces... Me preguntó si el equipo de snorkel era mío y le dije que en el puestito de la playa te los prestaban –respondió Aquiles.

– ¿Y para qué le diste el tuyo? –preguntó Marina.

–Porque yo ya salía y para que no tuvieses que irse hasta allí y luego tener que regresar al mar –respondió Aquiles.

–Este canadiense es medio extraño –dijo Marina.

–Se llama Ethan –dijo Aquiles.

–Ah... ella se llama Cristie... me lo dijo hace un rato cuando pasó a mi lado para ir hasta el barcito –dijo Marina.

–La verdad es que no da ganas de moverse de aquí, pero yo diría de ir a almorzar –dijo Aquiles, como no dando trascendencia al comentario hecho por Marina sobre lo raro que le resultaba el canadiense.

–Yo diría que antes de almorzar, deberíamos sacar la ropa de las valijas y ordenarla en los placares –dijo Marina.

–Como quieras –dijo Aquiles, pensando en lo maniáticas que podían ser las mujeres con la ropa y con el orden. De ser por él, dejaba todo dentro de las valijas y sacaba ropa a medida que la necesitase; poco le importaba guardar todo ordenado dentro de un placar.

Se incorporaron, agarraron los toallónes, el equipo de snorkel y caminaron hacia el sendero que los conducía hacia su cabaña, devolviendo de paso los toallónes húmedos y el equipo.

Recorrieron el sendero entre iguanas que reposaban bajo el sol y mapaches que saltaban inquietos de un lado hacia el otro.

Ingresaron a la cabaña y ambos se quitaron la ropa húmeda. Marina se puso un solero blanco y Aquiles otra bermuda de baño.

Comenzaron a desempacar y a guardar la ropa en estantes, en cajones y en perchas.

–Guardá el dinero, los pasaportes y los celulares en la caja fuerte –dijo Marina.

–A sus órdenes capitán –respondió Aquiles, respetando el compromiso que habían tomado de que no utilizarían los teléfonos durante su estadía en ese lugar y que, por una cuestión de seguridad y para hacer uso del GPS, solo los utilizarían cuando fuesen a visitar los lugares que tenían planificados.

–Tenemos que organizar bien cuando vamos a hacer los recorridos planeados –dijo Aquiles.

Habían viajado con la idea de visitar algunos puntos claves que resultaban imperdibles y más, para ellos que disfrutaban de la aventura.

Chichén–Itzá, con su mítica Pirámide de Kukulkán, destino por excelencia en La Riviera Maya, era lo que les quedaba más alejado. Cerca de la ciudad Maya, se encontraba la ciudad colonial de Valladolid. En el mismo trayecto, el cenote Ik’kil, al que Aquiles no iba a dejar de ir. Un poco más cerca, la zona arqueológica de Cobá, con su pirámide Nohoch Mul.

Apenas un poco más al norte de donde se alojaban, estaba la zona arqueológica de Tulum, única ciudadela Maya construida sobre el mar, con su mítico castillo en la cima del acantilado.

Otra de las excursiones que tenían en mente y que se las había recomendado especialmente Adrián e Inés, era el parque natural de Xel–Ha, que poseía varias actividades para realizar, entre las que se encontraba la posibilidad de nadar con delfines, cosa que Aquiles no pensaba perderse.

Sabían que la excursión a Chichén–Itzá y a todo lo que quedaba cerca o dentro de esa ruta, les tomaría un día entero, lo mismo que la visita a Xel–Ha y que la visita a Tulum, solo les tomaría medio día.

Dependiendo del clima y de las ganas, decidirían si harían alguna visita a los destinos próximos a Cancún, o si los dejarían para otro viaje. Con la idea de no tener que atarse a horarios ni a días preestablecido, es que habían decidido alquilar un vehículo como para manejarse de manera independiente y, en todo caso, ir decidiendo sobre la marcha que hacer. Lo concreto, era que, el ultimo día, irían a Playa del Carmen, donde devolverían el Jeep y embarcarían en un Ferry para trasladarse a Cozumel, donde permanecerían la segunda semana de sus vacaciones.

–Ahora terminemos con esto y vayamos a almorzar que muero de hambre –dijo Marina.

Aquiles agarró una remera sin mangas color celeste, ojotas blancas y ambos salieron rumbo hacia uno de los restaurantes para saciar sus apetitos.

Aquiles y su tigre encadenado

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