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Capítulo 8 Extraña velada

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Ingresaron a la cabaña y encontraron que todos los candelabros irradiaban la cálida luz generada por las velas. Aquiles salió directamente a la terraza para dejar colgado el toallón que no había podido devolver.

Marina fue tras él y se le antojó relajarse dentro de la tina instalada afuera, por lo que abrió los grifos y un chorro de agua tibia y cristalina comenzó a caer por una pieza de madera en forma de media caña, que oficiaba de grifo.

–Qué lindo que es todo esto... nada de mármoles ni de brillos; solo madera y piedra, me encanta –dijo.

–Si... realmente está todo estudiado al mínimo detalle y conectado ciento por ciento con la tierra y con el agua –dijo Aquiles.

Marina se quitó la maya y desnuda, apoyó sus brazos sobre la baranda junto a Aquiles, que estaba concentrado mirando el reflejo de la luz de la luna sobre el mar. La lejanía con centros urbanos, hacía que la noche resultara absolutamente cerrada, salvo por la luz de la luna, el titilar de las estrellas, la luz de alguna embarcación que pasaba frente a ellos y las luces de velas y candelabros instalados en el complejo.

Aquiles giró y observó la desnudez de Marina.

–Ah... bueno... esto sí que se llama liberación y cero prejuicios –dijo.

–¿Quién me va a ver? si enfrente solo hay rocas y los laterales están protegidos –contestó Marina, dándole un beso en los labios y caminando hacia la tina para cerrar los grifos.

Aquiles la observaba obnubilado, deleitado por su belleza y cautivado por su personalidad.

Lo que Marina acababa de decir, no era del todo correcto, ya que, desde algunas de las terrazas de otras cabañas, se podía observar la de ellos, como ellos podían ver a las demás.

Marina ingresó a la tina que estaba excesivamente llena y el agua comenzó a rebalsar por los bordes, cayendo sobre la madera y escurriéndose, para caer finalmente sobre las rocas.

Apoyó su cabeza contra el borde y cerró los ojos, reflejando en su rostro un estado de distención y de placer absoluto.

Aquiles continuaba mirándola sin ningún tipo de intención relacionada con lo sexual; ya había tenido suficiente por ese día. Simplemente, observaba su belleza y confirmaba el amor que sentía por esa mujer.

Se subió al camastro doble que pendía de sogas atadas a troncos y se acostó boca arriba para deleitarse con el paisaje que la naturaleza le estaba regalando.

Permanecieron por una hora así, relajados, descansando y disfrutando de un lugar único y de un momento probablemente irrepetible.

Justo en el momento en el que Aquiles comenzaba a cerrar sus ojos para caer en lo que seguramente sería un profundo sueño, escuchó el movimiento del agua generado por Marina al incorporarse para salir de la tina.

Abrió nuevamente sus ojos y la miró.

–¿Podrías alcanzarme un toallón de adentro que me olvidé de agarrarlo? –le pidió Marina sonriente.

Aunque pocas ganas tenía de levantarse, dibujando una sonrisa en su rostro, se bajó del camastro y fue en busca del toallón.

Regresó a la terraza con dos toallónes en la mano y le entregó uno a Marina, que secó rápidamente su cuerpo y lo envolvió con el blanco toallón que ató por sobre sus pechos.

Aquiles, aprovechando que la tina estaba repleta de agua, se quitó el slip y se metió dentro de ella.

Permaneció un rato ahí dentro, mientras observaba como Marina, sentada frente a un espejo, comenzaba a humectar con cremas su cara y todo su cuerpo.

Me pasas el shampoo, grito Aquiles...

Marina fue hacia el guardarropa y salió a la terraza con el frasco de shampoo.

Aquiles lavó su cabeza y cerrando los ojos, se sumergió para enjuagarse. Se incorporó, agarró el toallón y luego de secar su cuerpo, lo ató a la altura de la cintura.

Marina lo miró y sintió nuevamente ganas de poseerlo. Estaba asombrada por su propia voracidad sexual que la estaba invadiendo y que no podía controlar.

Aquiles ingresó a la cabaña y Marina, mirándolo morbosamente, dijo:

–Estoy necesitando unos masajes en la espalda...

–Ja... me imagino... suficiente por hoy amor; ya sabemos cómo terminan los masajes que te hago en la espalda –respondió Aquiles sonriendo.

Y era cierto... cada vez que Marina pedía que le hiciera masajes en su espalda, fuese porque realmente los necesitaba o porque buscaba otra cosa, indefectiblemente, terminaban en una sesión de sexo. Aquiles untaba sus manos con crema y de manera incontrolable, al apoyar las palmas sobre la espalda de Marina, se le producía una erección y terminaba penetrándola.

Aquiles amaba tenerla boca abajo y jugar sobre su espalda, bajando hacia sus glúteos con las manos embadurnadas de crema, volver a subir, embadurnar su miembro y comenzar a deslizarlo entre las nalgas de Marina, subiendo y bajando, hasta lograr que se volviese loca y que rogara por ser penetrada.

Casi siempre, la penetración era vaginal y en muy pocas ocasiones, Marina permitía que la penetrase analmente.

Cualquiera de las dos opciones, generaban en Aquiles una sensación de dominación que lo excitaba enormemente y sabía cómo manejar las embestidas como para variar la profundidad de la penetración. Marina, aunque rara vez llegaba al experimentar un orgasmo en esa posición, amaba y disfrutaba plenamente al ser poseída de esa manera; la sensación de ser dominada y la imposibilidad de moverse, la calentaba sobremanera.

Aquiles se acercó a Marina y le dio un beso en el cuello. Marina tuvo una sensación de escalofrío que la invadió por completo.

–Si no querés que abuse de vos, no hagas eso –dijo Marina, refiriéndose al beso que acababa de recibir.

–Amor, entre las sesiones de sexo de hoy y el cansancio, difícil que se me pare nuevamente –dijo Aquiles.

Esa era una de las grandes ventajas que poseía la fisiología femenina. Podían estar más o menos excitadas, más o menos lubricadas y más allá de llegar o no a un orgasmo, la vagina siempre podía recibir a un pene, mientras que el hombre, excitado o no, si no lograba mantener la erección de su miembro, nada podía hacer para lograr una penetración.

–¿Vamos a comer o preferís que pidamos que nos traigan algo acá? –preguntó Aquiles.

–Mejor vayamos a algún restaurante –contestó Marina.

Aquiles se quitó el toallón que dejó sobre el borde de la otra tina que había en el interior de la cabaña; se puso un bóxer de piernas largas, que contenía firmemente su bulto y que lo hacía sentir muy cómodo. Agarró una bermuda azul marino y una chomba de manga corta color salmón; se puso zapatos náuticos azules, cinturón al tono, roció un poco de perfume en su cuello y ya estaba listo para ir a cenar.

Marina se puso una bombacha de encaje con piernas, agarró un solero sin mangas en la gama de azules, celestes y verdes, que se puso sin usar corpiño. Se calzó sandalias blancas y puso sobre sus hombros una chalina blanca. Roció un toque de perfume en su cuello y en sus muñecas y pintó sus labios casi imperceptiblemente, con un color rosa viejo.

Ambos muy naturales, muy descontracturados; muy ellos, y acordes con el lugar.

Salieron de la cabaña y se encontraron con un espectáculo completamente distinto y acogedor. A ambos lados del camino, antorchas encendidas y candelabros que iluminaban la pasarela, dándole un toque salvaje y autóctono. Todo lucía como si siempre hubiese estado allí, como si la propia naturaleza hubiese creado todo, sin la intervención del hombre.

Avanzaron tomados de la mano y recorrieron diferentes lugares para conocer un poco más el complejo.

Se acercaron a unas mesas circulares rodeadas por sillones, que estaban contenidas por otros círculos de ramas y que parecían estar volando por sobre el manglar. Claramente, estaban diseñadas para varias personas.

En una de ellas estaban sentados Ethan y Cristie, que, al verlos, hicieron un gesto con las manos como invitándolos para que se acercaran.

–Huy no... –exclamó Aquiles, que tenía ganas de pasar una velada tranquila y distendida junto a su mujer.

–Mínimamente, nos tenemos que acercar para no pasar por maleducados –dijo Marina sonriendo y saludándolos con la mano.

Caminaron hacia esa mesa y saludaron sonrientes.

Claramente, los canadienses acababan de llegar y estaba con los menús en sus manos.

–Por favor, siéntense y compartan la noche con nosotros –dijo Ethan.

Aquiles pensó rápidamente que responder. Quizá, podía decirles que simplemente habían salido a recorrer el complejo para conocerlo y que cenarían en su cabaña, o quizá, podía decir que ya habían cenado...

Sin darle tiempo a responder y decidiendo por ambos, Marina ingresó por un costado y se acomodó sobre un almohadón al lado de Ethan, dando por cerrado el caso. Aquiles la siguió, pensando en las palabras utilizadas por Ethan al invitarlos... “compartir la noche” en lugar de “compartir la cena...”

El marco era espectacular. Salvo por la iluminación sobre la mesa y por la de las pasarelas, solo la luz de la luna iluminaba la espesura del manglar, que se esparcía como un mar verde.

Comenzó la conversación típica sobre el espectacular día que había sido y sobre le hermosura de la noche y del lugar.

Si bien ambos hablaban fluidamente inglés, no dejaba de resultar un esfuerzo extra el tener que comunicarse en otro idioma y con gente a la que apenas conocían.

Se acercó el camarero y acordaron pedir una botella de vino y agua sin gas.

–¿Qué tenés ganas de comer? –Aquiles le preguntó a Marina.

–Creo que pollo grillado con unas papas noisette, ¿vos? –preguntó Marina.

–Me tentaron los ravioles de ricota a la crema, creo que voy con eso –respondió Aquiles.

Ethan y Cristie conversaban entre ellos, consultándose sobre el menú, que obviamente, estaba escrito en castellano y en inglés, por lo que no tendrían problemas para hacer sus elecciones.

Nuevamente se acercó el camarero trayendo las bebidas y dos bowls con huacamole, acompañados por una canasta repleta de nachos. Preguntó si estaban listos para hacer el pedido y cada quien solicitó su plato.

Pollo grillado con papas noisette, para Marina, Cochinita Pibil para Cristie, ravioles a la crema para Aquiles y Tikin-Xic para Ethan.

Marina y Aquiles se miraron pensando en que consistirían los platos que habían pedido sus compañeros de velada, pero ya le habían devuelto las cartas al mesero.

–¿En qué consisten los platos que pidieron? –preguntó Marina.

–El mío pescado y el de Cristie cerdo... vamos a ver si hicimos una buena elección –contestó Ethan.

–¿Cómo dijo el camarero que se llama esto? –preguntó Cristie, refriéndose al contenido de los bowls.

–Huacamole –respondió Marina, explicándole que contenía y como se preparaba.

Los dos canadienses probaron y les pareció delicioso.

Marina le contó sobre la receta para preparar sándwiches de palta, especialidad de Aquiles y recurso al que frecuentemente solían acudir cuando no había ganas de cocinar, especialmente durante el verano.

Lentamente, el resto de las mesas se iban ocupando y el ritmo de los meseros se intensificaba.

–Hermosa piel y muy lindo bronceado –dijo Cristie, dirigiéndose a Marina.

–Gracias –respondió Marina, golpeándole la pierna a Aquiles por debajo de la mesa.

–Se nota que ambos son deportistas... vos, además de tener una increíble piel, tenés un muy buen físico y el traje de baño blanco de una pieza que lucías esta tarde, te queda de maravilla; y tu marido, luciendo su físico de “Macho latino” y vistiendo solo un slip blanco... una pareja soñada –dijo Critie, con total naturalidad, dirigiéndose a Marina.

Ahora fue Aquiles el que le pegó un golpe por debajo de la mesa.

Marina respondió al golpe agarrándole el bulto y largó una carcajada que no pudo contener, provocada por la frase “Macho latino” dicha por Cristie, en un castellano trabado.

–Gracias, fue lo único que Marina atinó a responder.

–Tratamos de mantenernos activos... vamos al gym, corremos, yo nado... –dijo Aquiles.

–Eso está muy bien y se nota –dijo Ethan.

–Uds. también se mantienen en forma –dijo Aquiles, solo con la intención de devolver la gentileza.

–Intentamos... Con el trajín diario, a veces es difícil encontrar tiempo como para hacer deportes –respondió Ethan.

–¿Tienen hijos? –preguntó Marina.

–No, no tenemos –respondió Cristie, de manera un tanto cortante.

Marina no quiso indagar más sobre el tema. En verdad, tampoco tenía mucho interés por saber y solo había preguntado como para sacar un tema de conversación.

–¿Uds.? –preguntó Cristie.

–No aún, pero estamos en eso –respondió Marina, pensando en que quizá, no pudiesen tener hijos o que quizá, uno quería y el otro no, lo que generaba cierta tirantéz entre ellos.

Nadie acotó más nada y se produjo un instante de incómodo silencio.

Afortunadamente, aparecieron dos meceros cargando la cena, que ayudaron a cortar ese incómodo momento. Cargaban dos enormes bandejas conteniendo platos también enormes que dejaron apoyados sobre la mesa frente a cada comensal.

–Esos platos se ven espectaculares –dijo Aquiles, viendo como Cristie e Ethan desplegaban las hojas de plátano, para dejar al descubierto las piezas de cerdo y de pescado que emanaban un esquicito aroma.

Transcurrió la cena en medio de conversaciones en las que hablaron de sus respectivas ciudades, explayándose sobre las actividades que cada quien desarrollaba, sobre los lugares a los que cada quien había viajado. Aquiles, inusualmente distendido, relató alguna de las experiencias vividas con sus amigos, durante las salidas a navegar en el velero de Adrián, logrando mantener atrapada la atención de la pareja.

Aquiles y su tigre encadenado

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