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EL SOLITARIO SE DESPIDE

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El tiempo se acaba y debemos poner final a esta entrevista. Antes de despedirnos pensamos: ¿Qué estamos haciendo nosotras, católicas, en cierto modo conformistas, conscientes, responsables, escuchando a quien predica la destrucción de todo lo que para nosotras vale? ¿Estamos tratando de encauzarlo por el “buen camino”? ¿Tratamos de aprender su filosofía? Nada de eso… Son gajes del oficio, de este oficio de periodistas que nos lleva a veces a escuchar al ministro, al gerente, al sacerdote, a la señora importante, y otras veces nos coloca ante el discutido nadaísta Gonzalo Arango.

Con su melena revuelta, vestido con una chaqueta deportiva sobre un suéter de lana que lo aprisiona hasta el cuello, Gonzalo vuelve a sonreír burlonamente. En el ojal de la solapa lleva un clavel chino, que resalta agresivo sobre el tono café de la chaqueta desteñida.

Son las doce del día y el sol calienta, pero Gonzalo Arango tiene frío… Se levanta el cuello de la chaqueta, tratando de encontrar el calor que no siente… Se va a descansar, justamente cuando los otros hombres despiertan… No duerme de noche porque no puede… Cuando la actividad de la ciudad está a punto, Gonzalo Arango duerme, de espaldas al mundo. Él es un hombre solo con su talento, su inconformismo, su tragedia… Antes de despedirse nos alarga unos papeles en donde nos da su opinión sobre el amor, el matrimonio, la muerte…, y se aleja. No mira el hermoso cielo azul que recortan las montañas. No aspira la brisa fresca que nos azota los cabellos, no ve las plantas, que mezclan sus colores en los surcos del parque… Para él no se hicieron esos pequeños goces. Él no siente la alegría de la naturaleza. Recordando lo que minutos antes nos dijo, nos conformamos mejor con nuestra suerte. Es bueno tener fe, y creer en Dios, y esperar para después una vida… De cara a las montañas, respiramos alegres el aire puro.

Cromos, n.° 2.498, pp. 16-20. Bogotá, 26 de julio de 1965.

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