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LOS NADAÍSTAS SE DIVIERTEN EN JUANCHITO

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La anécdota más pintoresca del pasado IV Festival nos sucedió en Juanchito, un bailadero sobre el río Cauca. Estábamos los nadaístas con la poeta peruana1 Raquel Jodorowsky, completamente peludos, felices y borrachos. Hacíamos un alboroto de mil demonios. Elmo se reía frenéticamente como un chachachá, trepidaba como una locomotora enseñando los primeros gateos del twist a J. Mario. En una mesa vecina dos parejas nos contemplaban con cara desafiante, haciéndonos sentir la adiposa sensación de que les caíamos “gordos”. Era una tensión insoportable. Al fin uno de los tipos me llamó, era muy fornido. Yo pensé que iba a hacer bronca, y aunque los nadaístas no presumimos de machos, me armé de valor, me encomendé a las ánimas, y me levanté.

—A la orden –dije con la voz más viril que pude.

—Oiga, amigazo –dijo el negrote sin esfuerzo, con una voz que sonaba a trompada–, perdone una pregunta.

—Diga –dije secamente para que no me adivinara el temblequeo.

—Perdone la indiscreta… ¿Ustedes son Los Chaparrines?

Quedé desconcertado. Yo no sabía qué diablos o qué cosas eran Los Chaparrines, ni si ser eso era bueno o malo. Me resbalé en el terror. De pronto recordé que algo semejante había oído en la radio, imaginé que serían cantantes. Mientras meditaba una respuesta adecuada, pensé que tal vez a los tipos les agradaría que nosotros fuéramos Los Chaparrines, con lo cual quedaría cancelado el lío. Hice un tanteo y pregunté:

—¿Por qué creen que somos Los Chaparrines?

—Bueno, vea, ustedes son raros, ese pelero, y cómo se ríen de sabroso.

Entonces se me ocurrió una idea genial:

—Desgraciadamente no somos Los Chaparrines, esos son otros, pero nosotros también somos artistas.

—¿Son cantantes?

—No, escritores.

—¿Escritores? Ah, qué “chévery”… Pero ustedes no son de este lado. ¿Son extranjeros?

—Bueno, sí, la señorita de trenzas es peruana; estamos aquí invitados por el Festival de Arte de Cali.

—Hombre, vea –explicó el negrazo a sus camaradas–, estos artistas “cheverengos” son invitados del Festival de Cali, vienen de las Europas.

—Oye, vea –dice el otro camarada–, ¿y cómo se sienten “vacilando” el ambiente, están contentos?

—Sí, felices, estamos locos, ya lo ven…

Mientras le explicaba que Raquel era un genio, una bruja, y que mañana íbamos a dictar conferencias en La Tertulia, me hicieron tomar dos tragos, di las gracias y me despedí. Enviaron conmigo saludos a los artistas del Festival, y que la próxima tanda era por su cuenta, “porque en Cali la movida es chévery”. Lo cual nadie lo discute, ni siquiera un nadaísta cuando los areneros del Cauca lo confunden con un Chaparrín.

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