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VI. DELIMITACIÓN DEL CAMPO DE LA PEDAGOGÍA/ EDUCACIÓN SOCIAL: LA RELACIÓN SOCIOEDUCATIVA
ОглавлениеStorø (2013) afirma que la pedagogía social se construye sobre tres pilares: la teoría, la práctica y los valores. Algo parecido propone Touraine cuando apunta que “todo proyecto de educación social o individual debe combinar tres componentes, independientes cada uno de los otros dos: elección, utilidad e ideales” (2013, p. 333). A estos planteamientos yo añadiría un cuarto elemento: negociaciones, deliberaciones y acuerdos entre los educadores y participantes en la relación socioeducativa. Sin dichas negociaciones y acuerdos es imposible desarrollar un trabajo socioeducativo que sea a un tiempo, equitativo, sostenible y eficaz.
De los pilares definidos me parecen especialmente relevantes los valores, porque entiendo que van a incidir de manera determinante en la forma como los educadores sociales integran y desarrollan los otros dos: la teoría y la práctica. Desde mi punto de vista, las ideologías se encarnan en las conductas de las personas y se proyectan a través de las actitudes y los comportamientos que manifestamos frente al mundo. Las actitudes y las conductas se construyen y sustentan sobre sistemas de valores que las personas hemos ido construyendo y, en muchos casos, eligiendo a todo lo largo de nuestras vidas.
Se podría decir que la pedagogía social está genéricamente comprometida con una democracia participativa que se enmarca en una versión descolonizada de los derechos humanos. Concretando o perfilando todavía más estos valores, que contextualizan y median las relaciones socioeducativas, se podrían citar: la autonomía, la creatividad, la solidaridad, la flexibilidad, la cooperación, el esfuerzo, el compromiso, la equidad, la responsabilidad, el trabajo, la crítica, la confianza, la formación y el diálogo. Todos ellos se constituyen, en el planteamiento que presentamos, en sustratos, medios, objetivos y finalidades de los procesos de acción e intervención en la pedagogía social más allá de los contextos y de las culturas específicas en las que aquella se desarrolla.12 Como apunta Cortina, este “capital axiológico, nuestro haber en valores, es nuestra mayor riqueza. Un capital que merece la pena invertir en nuestras elecciones porque generará sustanciosos intereses en materia de humanidad” (1997, p. 230).
Una vez formulado el fundamento que la sostiene y orienta, me gustaría apuntar lo que, desde mi punto de vista, caracteriza y explica la pedagogía social y la educación social en la actualidad. Ya sea como ciencia, reflexión o teoría (pedagogía social), ya sea como praxis o práctica profesional (educación social), una y otra se construyen y configuran sobre tres ejes: 1) el educativo, 2) el relacional/interactivo y 3) el sociocultural. Es a partir de estos ejes que se las puede describir y caracterizar señalando que:
• Pretenden acompañar y ayudar a las personas en el proceso de dotarse de recursos —aprendizajes— que les ayuden a mejorar su situación en el mundo (eje educativo).
• Utilizan una metodología socioeducativa que se centra en las relaciones entre el educador y el sujeto —individual o colectivo— que aprende, se educa y vive (eje relacional/interactivo).
• Se ocupan, específicamente, de la educación social y cultural de las personas, grupos y comunidades (eje sociocultural13).
Para concretar todavía más de qué hablamos cuando nos referimos a la pedagogía/educación social, voy a definir los rasgos esenciales que, desde mi perspectiva, constituyen su núcleo configurador:
• Se dirigen al desarrollo de la sociabilidad de los sujetos, física o virtual: los procesos de socialización y la sociabilidad de las personas como espacios propios de la pedagogía/educación social.
• Pretenden la participación de personas, grupos y comunidades en la vida sociocultural, especialmente la de aquellas que están en situación de vulnerabilidad, riesgo o conflicto social.
• Actúan en los diversos contextos, físicos y virtuales, en los que se desarrolla la vida cotidiana de las personas, los grupos y las comunidades.
Como se ha podido observar en el punto anterior, son múltiples los elementos propios que otorgan complejidad a la pedagogía/educación social. Quiero, sin embargo, detenerme en la particular complejidad de aquello que constituye su esencia: las relaciones socioeducativas.
En otro lugar, he caracterizado metafóricamente la relación socioeducativa “como un puzle pedagógico” (Úcar, 2016a, 2016b, 2016c). La relación pedagógica —socioeducativa— es de alta complejidad, ya que resulta del encuentro entre personas que disponen de patrones psicofisiológicos y socioculturales particulares de comportamiento en relación con sus formas de actuar o intervenir y sus maneras de aprender. Unos encuentros que están, además, situados, esto es, que se producen en contextos físicos y socioculturales que configuran y determinan las particulares características y condiciones de dichos encuentros.
La relación socioeducativa es dinámica y continuamente cambiante: dos personas (un profesional —educador/pedagogo— y un participante —individual o colectivo—) se relacionan desde sus particulares situaciones en el mundo, en un contexto sociocultural singular, con el objetivo de generar situaciones de aprendizaje que los cambien y transformen aquellas situaciones vitales, especialmente las de la persona o colectivo participante. Una transformación que suponga obviamente una mejora respecto de la situación precedente.
Una instantánea de dicha relación nos ofrece perfiles que normalmente o salen movidos o están desdibujados y borrosos, por efecto de, al menos, tres factores que se añaden a los ya citados: 1) el momento temporal en el que se produce, 2) el nivel de desarrollo de cada uno de los participantes y 3) la propia trayectoria o historia evolutiva de la relación socioeducativa.
Ya sabemos lo que pretende conseguir cualquier teoría pedagógica o socioeducativa: aprendizajes y, como subproducto, la mejora de la calidad de vida de aquel o aquellos que aprenden. Una teoría pedagógica es siempre, por definición, incompleta: es un puzle al que le faltan piezas. La teoría pedagógica no puede tenerlas todas, no tiene capacidad para completar el puzle por sí sola. Las piezas que faltan las tienen los sujetos, las personas que están participando en la relación socioeducativa junto al educador. Siempre es la persona en su proceso de construirse y transformarse en sujeto quien elige y completa el puzle pedagógico.
Los profesionales de la pedagogía/educación social podemos hacer muchas cosas por y con las personas participantes en la relación socioeducativa. Podemos acompañarlas, ayudarlas, facilitarles el acceso a los recursos que les ayuden a superar las situaciones que viven, pero, finalmente, van a ser ellas mismas quienes decidan y elijan lo que quieren o pueden hacer con sus vidas, dentro de sus particulares circunstancias. Y eso, a menudo, con independencia de todo lo que educadores y pedagogos sociales podamos decirles o proponerles. Claxton (1984) lo explica muy bien con su metáfora del caballo y la fuente: podemos llevar a un caballo a la fuente a beber, pero finalmente tiene que ser él quien decida y elija beber. Los educadores sociales ni podemos ni queremos obligarlo a beber. La pedagogía social no consiste en educar, sino que consiste en conseguir que el otro elija y decida educarse; es, por esa misma razón, una pedagogía que busca acompañar y ayudar a las personas a elegir aquello que las ayuda a crecer y a mejorar su mundo y su situación en él: es una pedagogía de la elección. Unas elecciones que necesariamente se enmarcan en lo común que instituimos y nos instituye en esa identidad de especie, en el “somos” al que nos hemos referido al principio.
Como he planteado en otro lugar (Úcar, 2016a), las teorías psicológicas y pedagógicas de los últimos años no han sido ajenas a estos planteamientos. La teoría sociocultural del aprendizaje de Vigotsky y seguidores, la filosofía moral y la teoría de la experiencia de John Dewey, la teoría de la actividad de Engeström, la teoría de la participación periférica legítima también denominada de las comunidades de práctica de Wenger, la educación popular y las ideas pedagógicas de Freire en torno a la dimensión política y a la perspectiva crítica de la educación y las teorías de Rappaport, Zimmerman y otros respecto del empoderamiento nos permiten presentar cuatro principios pedagógicos generales alrededor de los cuales organizar el trabajo socioeducativo:
• Las personas somos los protagonistas de nuestras propias vidas. Nadie conoce mejor que nosotros mismos lo que significa vivir nuestras vidas. Nadie puede hablar mejor ni con mayor fundamento que yo sobre lo que siento, pienso o experimento ni sobre las formas cómo lo hago.
• Las personas aprendemos, crecemos y nos mejoramos a nosotras mismas haciendo, esto es, a través de las actividades que desarrollamos en nuestro entorno físico y sociocultural.
• Las relaciones interpersonales son mediadoras en nuestros aprendizajes. Las personas aprendemos con los otros y a través de los otros, que pueden convertirse en mediadores de nuestros aprendizajes. La participación es contexto, medio y contenido de aprendizaje. Lo social y lo común son contexto y texto de nuestro desarrollo.
• Nadie educa a nadie, de la misma manera que nadie empodera a nadie. Las personas nos educamos y empoderamos a nosotros mismos a través de las relaciones que establecemos con los otros y de las actividades que desarrollamos. La educación y el empoderamiento son algo por conseguir, alcanzar, y son procesos que nunca se acaban, que no tienen fin.
Es fácil observar, una vez más, en estos planteamientos, las fuerzas en juego en el campo de la pedagogía social: la persona, la comunidad (o la sociedad), el educador social y las relaciones que se establecen entre ellos en un contexto específico y determinado. Son las diferentes maneras de enfocar, interpretar y valorar cada uno de estos tres elementos las que dibujan las complejidades de la pedagogía/educación social.
Por mi parte y, a partir de todos estos análisis, caracterizo la pedagogía/educación social como una ciencia-práctica/práctica-científica, situada, híbrida, interdisciplinar, interprofesional, abierta, dinámica, cambiante y compleja. Es esta complejidad de la pedagogía/educación social la que la convierte en una estrategia apropiada para acompañar y ayudar a las personas y a las comunidades en sus procesos de auto-construcción personal y comunitaria. Unos procesos que apuestan y luchan por salvaguardar, construir y reconstruir lo común: la herencia continuamente actualizada de nuestra identidad de especie en cuanto seres humanos. Eso es, por último, lo que convierte a la pedagogía/educación social en un planteamiento adecuado y útil para responder a la complejidad de las sociedades actuales.